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Dos corbatas

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Sé por qué me tienes así. En mi muñeca derecha, mi corbata; en mi muñeca izquierda, la tuya, ambas amarradas a los barrotes de la cama.

Han sido muchos meses de miradas, de roces, de frases llenas de dobles sentidos e insinuaciones. Ha sido mucho el tiempo que hemos trabajado juntos, con nuestros más y nuestros menos, con nuestros triunfos comunes y nuestras discusiones. Hasta que llegó este proyecto en el que no nos poníamos de acuerdo y optamos por la opción más sensata: tú expondrías tu proyecto y yo el mío. Ni siquiera nuestros jefes fueron capaces de decidir cuál era la mejor opción y nos enviaron a los dos a la reunión con el cliente. Y el cliente más importante de la empresa lo tuvo claro desde el principio: mi proyecto era el mejor. No te gustó escucharlo de sus labios ni te gustó la sonrisa triunfal que se dibujó en los míos. Sé cuánto te costó ver cómo era yo la que estrechaba la mano del cliente, cómo me llevaba las alabanzas y cómo cerraba las negociaciones.

Por eso me gustó tanto cuando me invitaste a tomar la última copa en la habitación del hotel, antes de volver a nuestra ciudad y a nuestra rutina. Caballeroso, me quitaste la americana, hiciste que subieran mi vino blanco favorito e propusiste un brindis: “Por los buenos momentos pasados y por los que vendrán”… Un sólo sorbo de la copa, el siguiente lo degusté en tus labios. Te quitaste tu corbata negra y aflojaste la mía de rayas, quitándola por encima de mi cabeza y deslizándola por mi cabello. Me llevaste de la mano a la cama, me puse cómoda y vi cómo te desnudabas para mí. Hacía mucho tiempo que deseaba verte así.

Te subiste a la cama, me bajaste la cremallera de los botines y me los quitaste, te tumbaste a mi lado. Tu dedo índice rozó mi frente, mi nariz, mis labios y siguió bajando por mi cuello en una caricia suave… cierro los ojos y el tacto de tu mano cambia. No sé en qué momento cogiste las corbatas pero ahora están en mis muñecas y estoy atada a la cama, deseas verme dominada.

Desabrochas mi camisa blanca y mi bralette con cierre delantero, dejando mis senos expuestos. Juegas con ellos, pellizcando mis pezones, dejándolos sensibles, en ese punto intermedio entre el dolor y el placer. Tus labios siguen bajando por mi vientre, llegas al pantalón, lo bajas con rudeza junto a mi ropa interior. Tus manos siguen bajando, me quitas las medias.

De hecho, lo que realmente te gustaría es tenerme completamente desnuda y expuesta, no pensaste que al atarme primero luego no podrías quitarme la camisa y el sujetador. Y tus labios vuelven donde lo habían dejado. Continúas bajando, con tu lengua que recorre todos mis rincones, por momentos suave, por momentos fuerte, hasta dar con el punto justo en que se acelera mi pulso y mi respiración, sigues cada vez más rápido y estoy a punto de llegar… y entonces te detienes.

Deseas ver una mirada suplicante por mi parte, placer que no te voy a dar. Me miras desafiante, con una mano entre mis piernas y otra ascendiendo hacia mis pechos. Me los masajeas con intensidad, me aprietas el pezón izquierdo mientras tu pulgar se mueve en círculos sobre mi clítoris, cada vez más rápido, introduces el índice y corazón en mi vagina, los extiendes y encoges haciendo que me retuerza, cada vez más mojada, rozando el orgasmo, casi tocándolo… para que vuelvas a detenerte, dejándome de nuevo a las puertas del cielo. Has ganado. No puedo pasar por esto otra vez y tú no te vas a detener hasta verme suplicar.

Así que sí, te lo ruego: “Por favor, desátame”. Y me miras triunfal. No me muevo mientras me desatas, dejo que te confíes. Tanto dentro como fuera de la cama soy más rápida, más hábil que tú. Con un veloz movimiento quedo por encima tuyo, no te lo esperabas, pero a estas alturas ya nada importa. Deseo sentirte tanto como tú a mí. Tu miembro entra hasta lo más profundo de mi cuerpo para gozo de los dos, provocando los gemidos de ambos. Me muevo, te cabalgo, con tus manos guiando mis caderas, con el roce de nuestros sexos llevándonos al éxtasis, llegando al unísono a una explosión de placer. Caigo exhausta sobre tu torso y tus brazos me rodean.

A nuestro lado yacen nuestras corbatas, igual que nuestros cuerpos, entrelazadas. Pero no lo olvides: tanto en la cama, como fuera de ella, mi corbata queda por encima de la tuya.

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