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Dos familias

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Me zambullo entre las apetitosas tetas de María, después de desabotonar la camisa de su pijama. La tibieza que siento en mi boca y en mi cara me enloquece. Tetas tiernas, carnosas que beso y chupo. Paso la lengua por sus pezones duros y rugosos, me detengo en sus morenas areolas y aprieto mis labios contra estas. María gime, suspira. Alzo la vista: ella tiene los ojos cerrados, y una leve sonrisa dibujada en el rostro: a María le está gustando. Sigo. Besando, chupando, lamiendo; no me harto del manjar. Mi saliva lubrica sus tetas, haciendo más resbaladiza la piel que repaso una y otra vez con la boca. "Ah, Jero, estoy tan mojada", murmura María. Estábamos los dos en la cama, acostados de espaldas y en paralelo, separados por pocos centímetros nuestros cuerpos, como tantas y tantas tardes. María siempre llevaba un pijama puesto, aunque fuese verano; yo iba completamente desnudo, aunque fuese invierno. La cosa solía comenzar cuando María estiraba un brazo y me acariciaba la polla en reposo: sus tocamientos me la enderezaban. Yo entonces miraba de reojo su estupenda figura: la cara armoniosa, las anchas tetas, la barriga plana, el bulto de su culo aplastado contra el colchón, los muslos anchos, los pies finos. Y me lanzaba sobre ella.

Prefería excitarla suficientemente antes de follarla, así mi polla entraba en su coño como pez resbaladizo. María y yo. Nuestras familias eran muy amigas. Quizá esperaban que nos casáramos algún día, pero nosotros, por el momento, follábamos. Y este es el momento. Le bajo los pantalones del pijama a María, se los saco por los pies y me monto. "Ah, Jero, métemela despacio, tú ya sabes, ah, sí, así, ah", me dice en voz baja María. Está muy caliente su coño, eso me gusta, pero no quiero correrme pronto. Empujo despacio y María exhala un aire lastimero. Pongo mi cabeza entre uno de sus hombros y su cuello. María me susurra cosas al oído, su voz es dulce: pronuncia mi nombre: "Jero, Jero-oh, Jer-oh". Uff, me está gustando tanto hoy. Me impulso apoyando las palmas de mis manos sobre las sábanas, elevo mi tórax, lo separo de su cuerpo formando un ángulo agudo en el que María es la base, para contemplar el tembleque de sus tetas durante mis embestidas, que ahora son más rápidas y poderosas: vibran de un lado a otro, arriba y abajo: esto puede precipitar que me corra, esto es..., me... "Córrete, Jero, córrete, por-fa-vor", pide María. Y me dejo ir. "Oh, oh, oh, María, oohh". Descargo mi semen y saco la polla delicadamente. "Mmmm, Jero..., Jero, me has puesto perdida", dice sonriendo María mientras se lleva una mano al coño. Luego la saca y me la muestra empapada, de semen, sí, también de flujo. Me la pone delante de mi boca y yo se la beso, luego se la pone frente sus labios y la lame. "Somos tú y yo, Jero", me dice; "María, María", suplico; "No, Jero".

Nos separamos y nos dormimos. A medianoche, despertamos. Nos despedimos dándonos un largo y apretado beso en los morros. Yo vuelvo con mi familia. Ella se queda ahí, con la suya. Mañana volveré. Nos veremos de nuevo. Follaremos. No viviremos juntos jamás. Yo le suplico cosas que ella nunca haría, como enamorarse de mí.

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