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El arquitecto

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Esta es una narración que trató de ser real, pero, sin duda, está mezclada con algunas fantasías ya que durante más de tres décadas de lo ocurrido nunca anoté algo al respecto y sólo recordaba para masturbarme, pero como a veces era muy reiterativa, al concluir mis ratos de lujuria dedicados al autoplacer, me preguntaba seriamente si así había ocurrido o yo los había ido modificando, no pudiendo definir qué fue lo imaginado y qué fue real. Respecto a cómo ha sido mi vida en los asuntos del sexo, pueden verlo en la saga “Ninfomanía e infidelidad”.

Como ya expliqué en el relato “Mi única vez en un sitio swinger” esto ocurrió cuando tenía 29 años. Repito aquí lo esencial al respecto de lo que sucedió ese día por atención a quienes no lo leyeron. En él, mencioné que mi esposo se había ido a Tapachula por un par de semanas y mi hermana cuidaría algunas tardes a los críos, los aproveché para estar con mi amante Eduardo (yo les digo parejas) y fuimos a una reunión en la cual Joel, de quien trata este relato, me pidió que fornicáramos después de haber visto cómo lo hacía una pareja que atrajo la atención de todos. “¿Qué tal si tú y yo intentamos hacer algo mejor?”, me preguntó mostrándome un condón nuevo en su mano. Yo quedé impresionada por su porte y juventud, un verdadero adonis, ¡el miembro más largo que yo había visto antes!, pero con unas bolitas normales, aunque pequeñas para el resto de su herramienta. Eduardo, notoriamente celoso, contestó de inmediato por mí: “No, gracias, sólo vinimos a ver” y Joel se retiró haciéndole una caravana de agradecimiento por la respuesta. Sin embargo, al salir volví a toparme con él los sanitarios de los vestidores, y debido a un comentario de su acompañante con Eduardo, supe que se llamaba Joel y, antes de que Eduardo se diera cuenta, me dirigí al adonis sin más preámbulos: “Hola, Joel, te juro que yo sí quiero. ¿Me das tu teléfono?” Él captó de inmediato mi situación y me extendió rápidamente, y de manera muy discreta, una tarjeta, me acarició el pecho y me dio un beso en la mejilla. Yo le acaricié el bulto que creció instantáneamente bajo la ropa y me susurró a mi oído “Yo también. Por favor, háblame”, retirándose enseguida. Leí la tarjeta que ostentaba el título de arquitecto y una dirección de un prestigioso despacho con el mismo apellido de Joel, seguido de la frase “e hijos”. Metí la tarjeta en mi bolso como si guardara un tesoro. Es decir, se dio “un flechazo”.

Cuando Saúl, mi esposo, regresó, todo volvió a la normalidad, sentía lejano el ataque de celos de Eduardo, pero no podía olvidar el bigote recortado, la cabellera corta, lacia y negra de Joel, su mirada alegre de niño y marqué su teléfono, pedí su extensión y la operadora me preguntó con quien quería yo hablar, al parecer no a cualquiera lo comunican con los dueños del negocio. Di su nombre y añadí “él me pidió que me comunicara a este número”, “un momento, por favor” fue todo antes de escuchar su voz que de inmediato me aceleró las palpitaciones y sentí que las hormonas me circulaban por todo el cuerpo.

–Hola, soy Tita, nos conocimos la semana pasada, pero no pudo ser como tú y yo queríamos, ¿me recuerdas? –dije y esperé la respuesta, que no fue inmediata.

–¡Claro que te recuerdo! Pasaron muchos días para que te comunicaras, creí que ya no lo harías. ¡Estoy gratamente sorprendido! Antes de que ocurra algo, dime cuándo y a qué hora podemos vernos.

–¿Así, sin más? –pregunté pasmada.

–Sí, quiero tener la seguridad de que nos veremos: comemos, cenamos, platicamos o lo que quieras, pero dime cuando –insistió.

–Por mí, te diría “ahora mismo”, pero tengo una casa que atender que incluye hijos y marido, por eso debo pensar bien el día, la hora y el tiempo del que dispondríamos. ¿Tú no tienes cosas que atender? –pregunté socarronamente.

–Sí, claro, pero puedo suspenderlas o delegarlas, más tratándose de ti –contestó con firmeza.

–Bien, en principio puede ser el jueves, después de la hora de comer que es cuando mi hermana me puede ayudar a atender a los críos. Me gustaría en la entrada a los viveros de Coyoacán a las tres y media. Si surge algún inconveniente, te hablo. Por ahora te dejo trabajar.

–De acuerdo, pero aclárame una cosa: ¿por qué, si tu marido es tan celoso, te llevó a esa reunión swinger?

–Eso requiere platicarlo con calma, el jueves te lo cuento, por lo pronto te diré que Eduardo, con quien fui, no es mi marido, sí es muy íntimo, pero no es mi marido –le contesté alegremente.

–¿Y tu marido sabe que fuiste allí, con esa persona? – interrogó con modo de doble reproche.

–¡Ja, ja, ja! El jueves te cuento. Adiós, que tengo que atender algo aquí. Te mando un beso.

–Adiós, Tita, hasta el jueves… –contestó con ternura– Gracias por el beso, recibe uno de mí –añadió y colgamos.

Todo marchó bien, pues esa noche Saúl daba clase en la universidad, mi hermana estaba disponible pues ya sabe que los jueves yo suelo salir “de compras o a visitar a alguna amiga”. En realidad, la tarde de ese día se la dedico a Eduardo, pero no siempre puedo y le lo avisé con anticipación, así que le dije que por razones familiares no lo vería. ¡Asunto arreglado! A las tres, después de dar de comer a Saúl y a los niños me salí de casa “a ver unas tiendas”. Tomé un taxi y le pedí que me dejara cerca del vivero de Coyoacán. Caminé un par de cuadras y llegué exactamente a la hora convenida con Joel.

–¡Qué puntual! –me dijo Joel al verme cuando llegué. Me dio un beso en la comisura de los labios y me extendió una orquídea que traía escondida de mi vista.

–¡Gracias! –Le respondí cuando me dio la flor y me percaté que estaba preparada para ponerse como prendedor–. Ayúdame a ponérmela, le pedí señalando la solapa derecha de mi saco.

–¡Con mucho gusto! –respondió y la colocó con delicadeza deteniendo con su mano derecha la solapa por el interior, descansándola sobre mi teta

–Que quede bien firme –le dije cuando él estaba a punto de retirar sus manos, pues su trabajo estaba concluido, y las presioné hacia mi pecho. Él deslizó su mano derecha hacia abajo recorriendo con el dorso la sinuosidad hasta llegar al cinto de mi falda.

Lo tomé del brazo y nos metimos a caminar en el parque platicando con naturalidad de lo que eran nuestras vidas, espontáneamente como dos viejos conocidos que se tienen mucha confianza. También le conté sin tapujos mis problemas sexuales y las razones por las que había tenido dos amantes y otra relación casual. Lo celosa que yo era, sobre todo con las muchachitas y las colegas que asediaban continuamente a Saúl, y lo que me molestaba que mis parejas lo fueran ya que yo no me consideraba propiedad exclusiva de nadie, todo lo escuchó sorprendido pues le parecía contradictoria y me lo señaló. “Sí, sé que tengo muchas fallas, pero así soy yo”, le contesté. Joel me contó que tenía 27 años y llevaba dos trabajando como socio de su padre, quien le puso como condición poseer una maestría, al igual que a su hermana, dos años mayor que él para incluirlos como socios. Su madre se negó a que a Joel le hicieran la circuncisión como era la costumbre entre ellos. Cuando murió su madre Joel y su hermana eran adolescentes y juntos descubrieron los juegos sexuales, los cuales continuaron cuando alguno de los dos tenía ganas, que uno a otro se contaban sus correrías amorosas y eran cómplices en algunas, como la de asistir a las reuniones swingers, pero su relación era sexo y nada más allá de su fuerte relación filial. Sin embargo, él “no había encontrado a alguien que lo excitara tanto” como cuando me vio a mí.

–¡También tú me moviste el piso cuando te vi, más aún al contemplarte desnudo! –le confesé deteniéndome para besarlo y me correspondió igual de enamorado que yo.

–Me atrajeron tus tetas y al acercarme a ti percibí tu aroma, ¡sentí el golpe de tus hormonas en mi cuerpo! –dijo volviéndome a besar y metiendo sus manos bajo el saco para abarcar mi cintura cariñosamente. Nuestras lenguas jugaron y el abrazo fue más cercano –No es el perfume que te pones, es el que emana de ti lo que me gusta –susurró recorriendo mi cuello con su nariz. Seguramente yo seguía destilando feromonas por lo que estaba sintiendo…

Nos avisaron que ya cerrarían el parque y salimos justo en el momento en que comenzó a llover, para refugiarnos en un restaurante de comida alemana, creo que ya no existe, donde ordenamos algún entremés y que nos sirvieran vino blanco. Así, sin hacer nada más que platicar y acariciarnos las manos y la cara, fue nuestra primera cita. ¡Con eso estábamos satisfechos!, por lo pronto…

Desde ese día soñé con frecuencia que Joel me poseía y me corría sin medida “¡Qué rico me haces el amor!” grité despertándome encima de Saúl, totalmente venida y chorreando los jugos con el esperma de mi marido. “Tú lo haces mejor, Nena, no sé con quién soñarías, seguramente no era Eduardo, pero me encantó”, me contestó, suponiendo acertadamente lo que me ocurría.

Joel y yo nos hablábamos por teléfono diariamente, él en su privado y yo encerrada en mi recámara o en el estudio de Saúl, y mutuamente recordábamos que teníamos un pendiente entre nosotros, “tú tienes dos que me fascinan”, me decía y yo le contestaba que el suyo también me atrajo desde el principio, que quería recorrerlo con la lengua antes de metérmelo para vaciar todo el amor que decía sentir por mí. Los comentarios continuaban subiendo de tono y varias veces nos masturbamos juntos hablando de nuestros deseos, de las maldades que le hacía a Saúl al obligarlo a hacer el 69, después de que me penetraba y, según yo, sin que él lo supiera, había mezclado su semen con el de Eduardo o Roberto después de que regresaba de una sesión de amor con alguno de ellos. “Espero tener oportunidad de hacer algo así contigo, tanto la de cooperar con mi leche para que tu marido o alguna otra pareja la pruebe, como para saborear el atole que haces con ellos y lamer tu mata que, estoy seguro, es de donde surge el perfume que me enloquece”, me dijo una vez. A veces le decía que estaba completamente desnuda y con mis dedos acariciándome el clítoris aprovechando el flujo que me salía tan solo de escuchar su voz; Joel contestaba que no podía desnudarse, pero que tenía su pene en la mano y detallaba cómo le salía el presemen con sus jalones; así, riendo o gritando, jadeábamos al alcanzar el orgasmo y nos lo comunicábamos añadiendo un “te amo”.

Para la siguiente reunión se dio una feliz oportunidad al segundo fin de semana. Mi amiga Silvia se casaría pronto y dije que le organizaríamos una despedida de soltera en Cuernavaca. Yo tendría que irme con otra amiga desde la mañana para preparar y adornar el lugar donde sería la fiesta y regresaría hasta la tarde del domingo siguiente. Obvio que esa fue una de mis invenciones, la cual se me ocurrió cuando supimos del próximo matrimonio de Silvia. Tuve así la vía libre sin la sospecha de mis parejas, además de algún tiempo para preparar la realización de nuestro sueño postergado casi un mes.

En la mañana del sábado hice una pequeña maleta donde incluí un colorido traje de baño que me a la perfección, un camisón muy sexy y un coordinado de encaje, todo blanco, ¡son muy hermosos!, aunque nuevos, ya los había lavado desde el día en que los recibí de un propio de Joel, quien los envió para la ocasión, Me avisó preguntando a qué hora convenía hacer la entrega, advirtiendo el porqué: “Será nuestra Luna de Miel, los eligió mi hermana, tiene buen gusto, ella te calculó las medidas a ojo desde que te conocimos. El sostén es de la talla de ella, y la tanga es obviamente más chica.” “Sí, no tengo las nalgas tan bonitas como ella” le dije con tristeza. “Sí las tienes hermosísimas, y al igual que tus piernas con sus curvas delicadas me enloquecen. Tu pecho es de un tamaño muy parecido al de mi hermana, pero la caída natural, seguramente formada por la lactancia, y los pezones guindas las hacen más antojables, amor”, finalizó elevando mi autoestima y sus palabras me resonaron cuando me probé el conjunto, “Sí, soy hermosa” dije para mis adentros al verme en el espejo, “pero sólo será por un rato que traiga esto, porque encuerada soy más linda para todos”, rematé con soberbia y llena de lujuria.

A mediodía le dije a Saúl que ya había pedido un taxi para que me llevara a la casa de mi amiga. “Si usas al stripper, ponle condón, Nena”, me dijo mi marido entre broma y vera cuando me subí al taxi, “¿Me conoces algo?”, le contesté.

Llegué al parque de los venados donde me esperaba Joel. Nos saludamos con un beso muy húmedo, no era para menos. Caminamos a la acera y nos detuvimos, creí que Joel veía si venía un taxi, lo cual me extrañó pues pensé que nos iríamos en su auto, un deportivo, pero en menos de un minuto llegó un auto grande muy lujoso y se detuvo frente a nosotros. Me asusté cuando un tipo que estaba cerca de nosotros se acercó a abrirnos la puerta, no me había percatado de su discreta presencia. Joel y yo nos subimos atrás y el tipo fornido se subió al lado del chofer. Seguramente mi cara mostraba más susto que sorpresa y Joel sonrió diciéndome “Son medidas obligatorias impuestas por mi padre. No lo notaste cuando estuvimos en Los Viveros de Coyoacán, ni que el auto nos seguía cuando te dejé en el mío cerca de tu casa esa noche, yo tardé en acostumbrarme.”

¡Uf, nunca pensé que Joel tuviese escolta! No supe si molestarme con él o de mi ingenuidad. Pronto se me pasó pues en el trayecto hubo muchos besos y caricias, como cualquier par de enamorados. Llegamos a un pequeño hotel en Taxco, donde nos bajamos. El copiloto se bajó rápidamente para abrir la puerta y sacar una pequeña maleta de Joel, la cual cargó junto con la mía y se dirigió a la recepción para recoger las llaves de dos cuartos contiguos y comunicados internamente. Me sentí incómoda al ver que el escolta examinó las habitaciones, incluidas las ventanas y entradas del aire acondicionado. “No te preocupes, ahorita desaparecen de nuestra vista”, me tranquilizó abrazándome, luego me pidió que esperara un poco y entró a la suite donde cerró la puerta que daba a la otra habitación, encendió el sonido ambiental, verificó que la llave que le dejaron correspondía a la nuestra, regresando por mí. y, en efecto, no los volvimos a ver en todo el día. Y es que ya no volvimos a salir… Me cargó como a una recién casada y me depositó sobre la cama dándome un beso. “Te dejaron esto”, me dijo tomando un hermoso arreglo de flores blancas que tenía una tarjeta de su hermana con la leyenda “Que todo sea felicidad”.

–¿Quieres bajar a comer o pedimos algo para comerlo aquí? –me preguntó viendo la carta del restaurante, la cual me pasó cuando le contesté “aquí”.

–¿Qué se te antojó? –pregunté viendo la carta con un amplio menú, cosa que me sorprendió por el tamaño del hotel, pero no debía hacerlo, dados los lujos del interior.

–Un coctel “vuelve a la vida” chico, una langosta y vino blanco del Rhin –contestó y vi los precios que rebasaban con mucho mis expectativas.

–Lo mismo, pero el coctel de camarones, suena rico, aunque yo no necesitaré los mariscos…

–No sé si yo sí, pero me quedaré seco con la mujer de mis sueños… –contestó Joel y levantó el auricular para hacer el pedido, “incluyendo unas entradas de canapés de caviar, foie gras y salmón ahumado”, señaló–. ¿Estrenas tu ropa ahorita? –me pidió con dulzura y me fui al vestidor después de asentir.

Cuando regresé, ya con mis ropas de estreno, incluidas unas pantuflas muy suaves que también su hermana tuvo el tino de acompañar junto con unos pequeños aretes con un brillante y una pulsera de oro de distintos tonos con tres brillantes en la “muda de noche nupcial”, como ella dijo. La cara de Joel se iluminó y bajo su única prenda, un pantalón blanco acampanado de tela vaporosa de algodón, creció su enorme miembro.

Sobre el sofá estaba la pieza superior, también de la misma tela que el pantalón, pero distinta a la de mi camisón, aunque con ribetes idénticos a los de éste en aplicaciones discretas. ¡Su hermana pensaba en todos los detalles!

–¡Quiero decirte que te amo como nunca había querido a alguien! –dijo hincándose y mostrándome una argolla con un diamante no tan pequeño como el de los aretes, pero de tallado hermoso, la cual puso en mi dedo anular izquierdo.

Se levantó y me dio un beso abrazándome con mucha ternura, yo me sentía en el paraíso.

–Sabes que no puede ser más que esto o algunas salidas esporádicas –le dije y me quité el anillo devolviéndoselo. En ese momento caí en cuenta que aretes anillo y pulsera eran parte del mismo juego trabajado con gran delicadeza.

–Es tuyo, mi amor, por favor consérvalo y úsalo esta noche… –pidió con fervor y cierta desilusión.

–No lo tomes a mal. Sí los conservaré y se los daré a mi hija cuando crezca, deseándole que encuentre un amor tan sincero como el tuyo, le dije con lágrimas –Era increíble que apenas en la tercera vez que coincidíamos sintiéramos un amor así.

Me pidió tomarme unas fotos así, con mi ramo de flores blancas, sólo me faltaba un velo para parecer novia lista para consumar su Luna de miel. “Pero sólo para tus ojos, mi amor, si acaso también para tu hermana” le dije y empecé a posar. Me las mostró a la siguiente semana y me dijo “Con ésta quiero que me hagan un cuadro para mi oficina, les pediré que le añadan un velo, ¿estás de acuerdo?”, dijo mostrando una donde se veía del ramo hacia arriba. “Loco”, le dije sonriendo y asentí.

A la hora nos trajeron la comida, yo me fui al vestidor mientras colocaban el servicio y regresé cuando me llamó. Comimos charlando sobre nuestras vidas, nunca había platicado tantas cosas de mí a alguien, ni a Saúl, aunque éste sabía más de mí que yo misma. Joel me contó de sí mismo, de su estancia de posgrado y de un proyecto muy importante que le había confiado su padre y él ya estaba concluyendo con éxito, “todo con tecnología mexicana” dijo orgulloso. Fue una prueba de fuego de dos años para mí y la parte más difícil, el programa para el cálculo de estructuras, de iluminación y acústica fue hecho en la universidad, con ayuda externa de un sujeto brillante, carero, pero muy extraño, que nos recomendaron en el Instituto de Ingeniería, si es que deseaba que estuviese a tiempo el trabajo. En pocas semanas concluiré la obra y otra más que fue el pago pedido por el tipo extraño.

Poco antes de concluir la comida descorchó la segunda botella de vino. Me preguntó si quería café o té y lo pidió.

–¡Salud, por nosotros, por esta noche tan esperada! –dijo al brindar.

–¡Salud! –Contesté tomando su pene sobre el pantalón–, aunque parece que el encanto ya se desvaneció… –le dije dándole unos apretones que lo tomaron por sorpresa y, junto con el inicio de una carcajada, escupió el vino mojándome el camisón.

–No le muevas, amor, porque no llegamos al fin de la comida… –en mi mano sentí cómo creció su falo y de inmediato se desinfló como un globo cuando se dio cuenta que me había rociado–. ¡Perdóname! –dijo tomando una servilleta limpiándome como pudo.

–Ahora eres tú quien le mueve y no terminaremos la comida… –le dije porque me estaba magreando ricamente las chiches. En eso tocaron con el café y me volví a meter al vestidor donde me arreglé un poco el camisón antes de volver.

Concluimos la comida y tomamos el café en el sofá donde le conté de mis hijos, mis hermanos y demás familiares. Joel, a su vez me platicó sobre sus restantes familiares y lo que sintió con la muerte de su madre y la manera en que pudieron concluir el duelo.

Al concluir el café, le abrí el pantalón y el pene y creció de inmediato. Me extasié mirando su largura, pero de un ancho casi normal, le bajé el prepucio y salió una pequeña gota de presemen la cual tomé con la lengua paseándosela por el orificio del glande, las gotas de rico sabor salado seguían saliendo conforme le agitaba el tronco, él estaba completamente rasurado y, sin dejar de hacer los jalones, le lamí los huevos, me los metí uno a uno en la boca y, aunque con trabajo y por muy poco tiempo, logré tener los dos adentro de la boca. ¡No estaban tan pequeños como parecía por el tamaño de su falo! ¡Era la primera vez que lograba tener dos bolas dentro de la boca! No lo he vuelto a intentar con nadie, me dolió mucho la mandíbula. Mientras me reponía, le pedí que nos fuéramos a la cama.

Me volvió a cargar y me llevó a la cama. Desnudo se regresó al sillón y me dijo “Me gustaría quitarte la ropa, pero preferiría ver cómo te la quitas al ritmo de la música”, suplicó sentado con las piernas estiradas y abiertas, resaltando su miembro erecto. ¡Cómo podría negarme! Afortunadamente, la pieza musical que sonaba en ese momento se prestaba para ello y comencé a moverme con la sensualidad que el momento y la música sugerían. Me despojé una a una las prendas, empezando por las pantuflas ya que permitían hacer que me colgaran las chiches oscilando rítmicamente. Cuando por fin salió la tanga, después de unos pases provocativos, la besé y se la lancé al rostro. Riéndose se puso de pie y me tomó un par de fotos más antes de venir hacia mí.

Me abrazó y se puso a mamarme el pecho haciendo que mis pezones se arrugaran ‘como ciruelas pasa’. Restregó su rostro en ellos y fue bajando la cara, beso mi vientre y lamió la cicatriz que me dejó la cesárea de mi primer hijo. Volvió a restregar su rostro, ahora en mi mata, luego me volteó hacia atrás para besarme y lamerme la espalda, una vez más me acarició con el rostro, esta vez en mis nalgas y luego me las abrió para meter su lengua en mi ano, ¡sentí que se me doblaban las piernas, fue riquísimo! Por último, me cargó y colocó bocarriba, abrió mis piernas y lamió mi vulva, sorbió mis labios interiores y mi clítoris ¡qué bueno que yo estaba ahora acostada y no podía caer pues los orgasmos vinieron uno tras otro! “¡Yo también quiero!”, grité estirando mi mano hacia su falo No sé cuántos minutos abrevó los jugos que yo soltaba, pero ¡me sentía en la Gloria! Ya no podía más y le pedí que me penetrara. Se colocó sobre mí y, después que con mi mano moví su glande en los pliegues de mi vagina para mezclar su presemen con la viscosa humedad de mi pepa, lo dirigí al interior ¡todo me cupo de un delicioso y raudo golpe! Se movió como nadie lo había hecho antes sobre de mí y mis jadeos se convirtieron en gritos al que se unió uno de él cuando vació su amor que seguramente inundó mi útero. Descansamos un poco y nos metimos bajo las cobijas donde, entre besos y caricias quedamos dormidos.

Casi a la media noche, me despertó con besos e hizo a un lado la cobija “para que la luna se entere de nuestro amor”, me dijo y señaló hacia la ventana. Puso unos cojines sobre la alfombra justo donde iluminaba el astro con su luz y nos fuimos a sentar ¡viendo juntos una luna que antes no habíamos visto tan bella! Me volvió a besar y me acomodó en cuatro de tal manera que la luz de la luna me daba en pleno rostro y me montó de perrito, poniendo su cara junto a la mía y una mano en cada teta. Me besó el cuello al ritmo que su pene y sus manos me mecían, yo subí mi grupa para que entrara toda la largura de su amor y pronto, junto a mis orgasmos vino el suyo. Ya repuesto, me cargó a la cama y me obligó a un 69 donde tomó la mezcla de nuestras satisfacciones y yo logré extraerle unas gotas más de amor…

Al amanecer, entre trinos de pájaros, volví a mamarle el glande y recorrer su tronco y bolas con mi lengua, de tal manera que al despertar ya estaba listo para darme unos buenos días. Nos bañamos y enjabonamos uno al otro, nos secamos para ponernos el traje de baño y nadar un rato en la alberca. Desayunamos y salimos a pasear mezclándonos con los demás turistas. Después de comer regresamos llenos de felicidad por haber consumado nuestro deseo. Cuando me dejó, a una cuadra de mi casa, me quité la sortija y la pulsera, las eché a la maleta y caminé aún borracha del amor que abrevé de ese hombre. Hubo otras pocas veces más, pero ninguna tan bella como la Luna de miel a la luz de la luna.

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