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El bautizo campestre (Día 4): El regreso
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Tiempo de lectura: 8 minutos

El viaje de ida nos había dejado algo cansados, con sed y muchísima hambre… Los vejetes se sobaban las manos, pensando en la vuelta, pero como todos sabemos, las cosas rara vez pasan como las planeamos, la mayoría de las veces nos decepcionan, otras, superan nuestras más locas expectativas.

I

El almuerzo fue abundante y opíparo y como todo buen bautizo campestre con alcohol a raudales. Andrea bailó con los tres veteranos por largo rato. La miraba embelesado desde mi mesa cuando de improviso Elsa se sentó a mi lado.

Elsa: hola guapo… quería saber si te molestaría que mañana te presentara a una prima…

Yo: si es como tú, por supuesto que no me molestaría, al contrario…

Elsa: jajaja si, primo… se parece a mí, pero es como 12 años más vieja, aunque no se le nota, te diré…

Yo: mañana? por qué no.

Elsa: echo!

Elsa partió alegre. Aurelio, cansado, con el rostro enrojecido y respirando audiblemente ocupó su lugar. Con un pañuelo de tela, secaba la transpiración que bajaba por su cara copiosamente…

Aurelio: Sería bueno pensar en irnos… para no tener que manejar de noche.

Yo: lo que tú digas, viejito…

Diez minutos más tarde, la van de Aurelio, conducida por mí, rodaba cansinamente por el enripiado camino. Andrea, sentada a mi lado, sonreía alegremente. En tanto, atrás, los tres abuelos, ebrios y agotados, dormían plácidamente…

Al rato, miré mi reloj. Media hora de viaje ya y parecía menos… Andrea a poco de salir del pueblo costero, reclinó el asiento y segundos después de cerrar los ojos, cayó en un profundo sueño. Conducía en silencio. De tanto en tanto, desviaba la mirada con el fin de verle las piernas.

Orinaba, detrás de la van por el lado del chofer, a la orilla del camino. El silencio absoluto era quebrado por el silbido del viento y el trinar de las aves. Las sombras de los álamos comenzaban a alargarse. Era momento de seguir.

Al llegar a la van, noté que Andrea estaba despierta. Seguía recostada. Me recibió con una sonrisa.

Yo: hola lindura… qué tal el tuto?

Andrea: hola amor… rica. Tengo sed y quiero orinar.

Yo: -Le sonreí.- Voy por algo para beber.

II

El cooler estaba en el maletero. Cómo no sabía qué deseaba beber, tomé una cerveza y una bebida. Andrea orinaba, en cuclillas a dos pasos de la van, de espalda hacia donde yo me encontraba.

Al dar la vuelta, quedé hipnotizado con su redondeado culo… Sintió que la miraba o me escuchó, no lo sé. El caso es que, volteando la cabeza, señaló, -¿qué miras… acaso te gusto o te debo dinero?-

Yo: -sonrojándome al ser sorprendido con cara de bobalicón, mirándole su bello culo- Me gustas, ricura… mucho y lo sabes… Nada qué ver, pero qué quieres tomar?

Andrea: una cerveza, para seguir la línea, digo…

Los dos: jajaja…

Yo: eso es lo que tienes, chiquilla… ven para acá…

Nos abrazamos y entrelazamos en un profundo y apasionado beso… Nuestras manos no podían quedarse quietas. La verga me reaccionó de inmediato y más cuando al tocarle bajo la falda noté que, de nuevo, no llevaba ropa interior. –Subamos-, me dijo.

Andrea: ya, cariño… conduzca… te voy hacer la mamada del siglo.

Yo: pero esa ya me la hiciste la noche que llegamos… así que si… ahhh… guaaa…

Menos de un kilómetro adelante nos encontramos con el desvío hacia los sauces… Al disminuir la velocidad, Andrea levantó la cabeza y, tras echar un vistazo volvió a lo suyo. Detuve la van donde mismo lo habíamos hecho en la mañana.

Andrea mamaba con frenesí. Algunos minutos después, sin pensarlo, tomé su cabeza con ambas manos y aceleré el ritmo, follándome su boca con rudeza. Al eyacular puso sus manos en mis nalgas, empujándola aún más adentro. No quería dejar escapar ni una sola gota.

Al cabo de unos minutos de conversación decidimos irnos para llegar a follar a la ducha, los dos, solitos. Nos comenzábamos a vestir cuando vimos la camioneta de Juan desviarse hacia nosotros. Nos miramos y sonriendo nos desnudamos. Andrea, entonces, levantando el culo para mostrarlo por la ventanilla abierta, comenzó a chuparme la verga.

Juan: ayayai, primo… te la cambio… jajaja…

Yo: -al notar que era Elsa y no Rosa, le dije a Andrea.- quieres cambiar?

Andrea: y tú?

Yo: bueno, sí… es que con Elsa quedé con ganas…

Andrea: dale…

Yo: -a Juan ya estacionado- Sigue en pie la oferta del cambio, primo?

Juan: Por supuesto…

Yo: ok… démosle. –Dirigiéndome a Andrea- y tú qué haces… no, no, no… nada de ropa… Espera…

Bajé, desnudo. Di la vuelta por delante de la van. Le abrí la puerta a mi novia y la ayudé a descender. Luego, de la mano, nos dirigimos hacia la camioneta. A mitad de trayecto, nos cruzamos con Elsa. Desnuda también. Al llegar a destino. Le abrí la puerta y con un suave beso en sus labios, me despedí.

III

En el momento que abría la puerta de la van, la camioneta con mi novia dentro, me mostraba sus luces traseras en señal de despedida. La tarde declinaba cuando Elsa me dice… -Follemos afuera, primo… ven…

En vez de seguirla de inmediato, fui en busca del manto que Aurelio tenía en el maletero de la van… Elsa estaba de pie, desnuda con las piernas ligeramente separadas, las manos en las caderas, a unos metros de la van… Sus tetas erguidas y firmes a pesar de la lactancia me llamaban. Le mostré el manto. Sonrió. Juntos lo estiramos.

Tras la operación ambos dimos un paso para encontrarnos en el centro. Nos besamos… Ella con una inusitada pasión… Posándole una mano en cada mejilla y mirándola a los ojos, le dije en voz baja, íntima, -shuuu… nadie nos apura, preciosa…

Tomándola, gentilmente de los hombros le di la vuelta. Al principio, tiernamente para poco a poco, muy poco a poco aumentar la intensidad de los besos que le prodigaba en el cuello, orejas y nuca.

Ella, en tanto, con su mano derecha, tomó mi verga con decisión. Arriba, abajo, arriba, abajo la movía con parsimonia y contenida lujuria. Comenzó a gemir luego que al oído, le susurré todo lo que le iba a hacer.

Mis manos, por su lado, le recorrían el cuerpo con calculada delicadeza, deteniéndose para quedarse en el depilado coño… Qué pedazo de coño. A los gemidos se le unieron exclamaciones monosilábicas. Pasaba mis dedos por el lado de sus labios vaginales subiendo y bajando.

La deposité gentilmente sobre el paño. Nos miramos borrachos de líbido. Ella recostada de espaldas, codos y rodillas flexionadas y éstas últimas, ligeramente separadas. Su largo pelo tomado en dos trenzas no alcanzaba a disimular sus erectos pezones. Entreabrió la boca en un mudo rictus de deseo.

Hacía unos minutos buscaba solo satisfacerme, sin embargo, al verla ahí, entregada, anhelante, excitada, cambió las cosas. Quería darle placer… No, mejor dicho, necesitaba hacerlo. Mirándola con deseo, me arrodillé frente a sus rodillas, separándolas hasta dejar sus piernas completamente abiertas.

Una vez expuesto su coño. Comencé a bajar por sus piernas, tocándola, apenas, con la yema de los dedos. Detenía mi avance milímetros antes de tocarlo, solo para volver a llegar hasta un poco menos abajo desde donde había partido.

Así, tres veces, subí y bajé mis manos por el interior de sus muslos hasta casi tocarle el coño… Elsa gemía y suspiraba alternativamente. En la siguiente ocasión en la que subieron, los dedos se quedaron circundando toda su zona erógena hasta tomar labios vaginales y suavemente separarlos. Jadeó…

Abrí su vagina completamente. Entonces, acerqué mi boca para con el aliento, primero y la lengua después, estimular su coño y clítoris hasta, pocos minutos después, notar por la increíble afluencia de líquidos que la esposa de don Arturo alcanzaba un intenso orgasmo.

Menos de 15 segundos pasaron y metiéndole mis dedos del corazón y anular en su coño, comencé de una, un sube y baja a un ritmo rápido. Los gemidos no se hicieron esperar. De pronto, arqueó su cuerpo apoyando todo su peso en los pies y la cabeza, eyaculando profusamente.

Por poco más de un minuto estuvo desparramada sobre la frazada, sonriendo y lanzándome besos. Tomé uno de esos besos en el aire y lo dirigí hacia mi erecta verga.

IV

Elsa: -suspiró- el Artu folla bien, pero esto… uuuu… es… otra cosa…

Yo: -estirando mi mano hacia ella- No me vas a decir que nunca antes habías sentido esto… -sonrió enigmáticamente- venga, mijita… Dese vuelta. Eso… Así mismo…

Solita se ubicó en cuatro, apoyando su peso en rodillas y brazos, levantando el culo como perra en celo… Acerqué la verga a su mojado coño. Por unos segundos se la dejé rozando la entrada hasta que ella misma me pidió que la penetrara hasta el fondo.

Yo: así la quieres dentro…

Elsa: si, por favor…

Yo: te la voy a meter, pero solo si… solo si eres mi putita personal… Lo serás?

Elsa: si… Quiero que me trates como pu… Ayyy!

Tras penetrarla de una sola estocada seguí con un mete y saca a media máquina. Cada ciertas metidas le propinaba una firme, mas no ruda, nalgada. Al cabo de unos minutos, con el dedo índice inicié la estimulación de su rosado ano. -te gusta, putita-, le dije. Solo aullidos recibí por respuesta. -Tócate-, le susurré.

Mientras otro orgasmo la invadía, al mismo tiempo, le retiré los dos dedos que ya tenía hasta el fondo de su culo y la verga de su ardiente coño. Acto seguido, abrí sus cachetes con ambas manos y apuntándole al orificio del culo, le incrusté, de una, la polla hasta dejarle dentro todo el glande.

Elsa: Ayyy… Me duele, pero me gusta… Ayyy… Hazlo despacito, por favor…

Yo: hazlo tú misma…

Le abría las nalgas. Entonces, comenzó a ejercer una leve pero constante presión sobre la corneta. De ese modo, empujando lentamente se lo fue metiendo hasta llegar al fondo. Una vez dentro, comenzó con un sube y baja sin sacar la verga un milímetro de su oscuro y cálido escondite. Elsa se encontraba tan excitada que empezó a tiritar producto de otro orgasmo. En ese momento comencé con el mete y saca.

Su culo seguía apretado a pesar de lo de la mañana. Estaba seguro que si no la primera, no era más de la tercera vez que se comía una verga por el ojete… Aumenté el ritmo sin darme cuenta. La mujer del patriarca acababa una y otra vez.

Elsa: -entrecortadamente- a ca ba por fa vor Da ni… No pue do másss…

El sol soltaba sus últimos destellos anaranjados, pintando de vívidos colores el paño del cielo para recibir al oscuro manto nocturno que no tardaba en cubrirlo todo. Elsa agitaba su cabeza al ritmo de la follada.

Los orgasmos se sucedían, pareciendo que fuera uno solo cuando, sintiendo que ya estaba a punto de acabar, aumenté aún más la intensidad de las embestidas hasta llenarle las entrañas de semen entre audibles jadeos de ambos.

Elsa: -al cabo de más de un minuto y aún debajo de mi- nunca pensé que diría esto, pero estoy tan “pochita” que no puedo hacerlo más… espero tú estés igual.

Yo: ni que lo digas, preciosa… eres una tremenda mujer y si don Arturo te es suficiente, me imagino a ese hombre con 30 años menos… en fin, nos vamos?

Elsa: pero no tengo ropa…

Yo: tranqui… eso lo podemos arreglar… vamos, cariño…

V

El resto del viaje, conversamos y reímos. Frente a la puerta de la casa de Aurelio, paré el motor de la van. Elsa sonreía, satisfecha. Con mi polera definitivamente lucía demasiado sexy. Acerqué mi mano a su pierna. Su piel reaccionó erizándose al igual que sus formados pezones.

Yo: -dirigiéndome a los viejos que aún dormían.- Llegamos señores…

Aurelio: déjame aquí. Toma la camioneta. Mañana me la traes…

Yo: nos vemos mañana entonces… espero lo hayan disfrutado tanto como yo.

Ramiro: ni que lo menciones, chiquillo.

Jorge: El mejor… espero volver a verla mañana…

Yo: por supuesto… nos veremos en la fiesta… ya… mucho blablá… nos vemos, chaolín. –Dirigiéndome a Elsa,- ya cariño… quieres que te vaya a dejar o te vienes conmigo…

Elsa: vamos… Arturo no me va a extrañar esta noche…

Yo: jejeje… Sabes manejar? No? Pues es hora que aprendas… ven, cambiemos. Ahora, antes de todo qué es lo que debes hacer?

Elsa: abrocharme el cinturón?

Yo: no… antes de todo debes desnudarte… eso… ahora, enciende el carro, abróchate el cinturón, pisa el freno y mueve la palanca (para eso eres buena, créeme) hasta la D. Eso, así… Ahora, suelta el freno…

Elsa: ohhh, anda solita… y ahora qué?

Yo: presiona, muy suavemente, el acelerador. Eso, cariño, así… Lento, mire que nadie nos apura.

Unos 10 minutos más tarde llegábamos a la casa donde pernoctábamos mi novia y yo junto a mis amigos, Mario y Enrique. La citrola del huaso estaba estacionada al igual que la camioneta de Juan. El reloj marcaba pasaditas las 10 de la noche… -Entramos?-, le dije al tiempo que le ofrecía mi polera como único atuendo.

No hacía frío, pero los pezones de Elsa no cesaban en sus ansias de permanecer erguidos. Mi polera le quedaba como un cortísimo y holgado vestido. De verdad que se veía muy sexy. De la mano, ingresamos a la casa y recorrimos el largo pasillo hasta la pieza. A unos metros de llegar nos detuvimos al escuchar claramente los gemidos típicos del buen sexo. Nos miramos sonriendo. Sin golpear y en silencio ingresamos.

Solo Mario se dio cuenta que estábamos ahí, pues estaba sentado en la cama de Enrique, observando cómo en nuestra cama, Juan y el huaso le daban por el culo y el coño a todo ritmo, a mi novia. Nos saludó con la mano y golpeó a su lado con la palma de la mano en señal de invitación a tomar asiento. Asentí.

En un rápido vistazo pude ver tres botellas de tequila vacías, una nueva y otra a medias en la mesa. Alrededor de ellas, cuatros vasos. Todos vacíos. Al pasar, llené dos y, entregándole uno a Elsa. Nos miramos fijamente. De un trago lo tomamos. Serví otros dos y seguimos nuestro camino.

En el trayecto, Elsa no le quitó los ojos de encima a la escena. Casi al llegar a la cama se detuvo y acercando su boca a mi oído, susurró, -quiero que me hagan eso, Dani…- La miré y con un gesto caballeresco, hice que pasara delante de mí y tomara asiento entre Mario y yo.

Nos saludamos y acomodamos para ver el espectáculo. Era una película porno en vivo y en directo… Andrea jadeaba, borracha en tequila y placer. Su cabeza parecía desarticulada moviéndose al ritmo del mete y saca. Juan acostado mirando al cielo, con su verga incrustada en el coño de mi noviecita y chupándole sus tetas con esmero, mientras el huaso, le taladraba el culo como un poseso. Notable!

Mientras observaba con los ojos casi fuera de sus órbitas y sin siquiera percatarse de lo que su cuerpo hacía, Elsa, abrió lentamente sus piernas y sin preámbulos comenzó a tocarse el coño. Girando mi cuerpo lo suficiente, le ayudé a deshacerse de lo único que le cubría su desnudez solo para tomarle y comenzar a chupar su pechuga izquierda. Mario, por su lado, hacía lo propio con la derecha. Los gemidos de Elsa no tardaron en escucharse.

Continuará…

En la siguiente parte, les detallaré, si ustedes así lo quieren, lo que pasó esa larga y caliente noche. Hasta entonces.

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