Mientras de los cajones del armario tomaba un sujetador negro semi translucido y de encaje en las copas, estando solo con mis braguitas puestas, miraba que falda ponerme encima, apresurada para salir al encuentro de Hugo. Martha con mi móvil aún en su mano, recibió por fin la notificación de la ubicación de su esposo.
—Vaya, debí imaginarlo. Está en un hotel, bastante cerca de la oficina. ¿Lo conoces? —Y de nuevo aquel escalofrío erizó los vellitos por detrás en mi nuca y antebrazos.
—¡Sí señora! Ya sé dónde está. Martha… ¿Qué te parece si me coloco esta falda? Hummm, creo que me queda algo corta. Es eso o que me engorde. ¡Jajaja!
—Te queda muy bien mujer. Hugo no se podrá quejar de tener a dos hermosas mujeres a su lado. —Me respondió sonriente y mucho más calmada.
—Y no te olvides de Rodrigo, a él también le debemos gustar. A propósito Martha… ¿Dónde dejaste a mi marido? —Y es que por las prisas por ducharme y vestirme, los dejé a los dos, muy juntos bebiendo y fumándose otro cigarrillo en el balcón.
—Ahhh, pues me dijo que mientras te duchabas él también se iba a bañar. ¿Voy y miro? —Nahh!, déjalo. Ya es un hombre hecho y derecho. Puede ducharse solito. A no ser que quieras ir a secarlo. ¡Jajaja! —Y Martha riéndose apenada, me ayudó a subir la cremallera de la minifalda blanca respondiéndome con voz baja…
—¡Ufff! Silvia, la verdad que me gustaría pero no tenemos tiempo. —Y tomando del armario dos de mis blusas, escogió una y me dijo…
—Creo que combinaría bien ese coqueto sujetador con esta blusa de organza negra. ¡Pufff! Mujer, si no lo convences hablando, al menos lo vas a enloquecer con este look. —Y yo terminando de asegurar el tercer botón, mirándome al espejo del tocador, tomé del cofrecito donde guardaba las joyas, la cadena de oro con el ángel alado para lucírselo a él.
…
—¿No crees que se están tardando demasiado? ¡Puede que Silvia no haya logrado convencerlo! Rodrigo… ¿Y si están ya…?
—Tranquila preciosa y dales tiempo, que para tu esposo no debe ser fácil tomar esta decisión. Y si están los dos anticipándose, que espero no sea así, para ellos puede ser su comienzo y para nosotros dos, pues no debe ser un amargo final. Fresca Martha, si pasa pues que le vamos a hacer, si ya lanzamos las cartas y la partida está sobre la mesa por definirse, el que tenga la mejor combinación se lleva lo apostado y créeme algo… ¡Todos sabemos lo que podríamos perder!
—¿Pero y si Hugo no quiere apostar? Puede que a mi esposo no le interese jugar. ¿No lo crees? ¿Y en su cabeza solo tenga la idea de alejarse de mí y planear de paso, irse con tu mujer también? — ¡Dudas! Tan solo eso teníamos los dos en aquella desesperante espera a la madrugada.
—Puede ser una posibilidad preciosa, pero sí aceptó verse con Silvia en el hotel y hablar, es una puerta abierta, una oportunidad que no resistirá. También Martha, piensa que para nosotros dos, sea la vista de una salida a todo esto y para ellos, a la vez, la de su entrada. ¡Ahhh, mira!… ¿Los ves? Ya están saliendo y tu esposo trae las maletas. ¿Tantas? Ok, eso es una buena señal. ¿No lo crees mujer? ¡Observa! Ya le están entregando las llaves de su auto. —Y la preciosa Martha, acarició con suavidad mi mano y sonrió.
El automóvil negro ya cargado de maletas y de esperanzas, dio la vuelta y deslumbrándonos con la luz de los faros se detuvo a nuestra derecha, justo al lado del lugar que ocupaba Martha y Silvia, bajó por completo la ventanilla para decirnos muy donosa y sonriente…
—Y bien, ya está todo hablado. Así que somos todo oídos. ¿Para dónde vamos? —Nos preguntó y en su voz se percibía tranquilidad y la alegría.
Yo tenía en mi muñeca la manilla de cuero con la dorada herradura y en el bolsillo interior de mi chamarra de cuero, la que no había entregado a Silvia. Pero no creí oportuno dirigirnos los cuatro a aquel lugar, sin antes hablar. Tanto mi esposa como Hugo se podrían asustar al conocer lo que ocurría dentro de ese local.
—¡Pues no se mi amor! –le respondí casi a los gritos–. De pronto, lo mejor será dejar las maletas en su casa. ¿No lo crees? Pregúntale a él que quiere hacer. Igual tengo mucha hambre, así que después podríamos salir a ver que encontramos o nos pedimos algo a domicilio. ¿Qué opinas tu Martha? —Y el precioso fulgor de aquellos ojitos de miel se fijaron en los cafés míos para responder…
Y el rostro de Hugo apareció de repente por delante del torso de mi esposa, para decirle a Martha con su voz grave que fuéramos a su casa. Y simplemente el auto negro emprendió su camino y yo a prudente distancia los seguí. Mi esposa con él y la suya junto a mí.
—Cariño en casa tenemos algunas cazuelas de mariscos listas para calentar. Solo será cuestión de ponerlas en el horno si quieres. La verdad que yo tampoco he comido nada y por lo visto esos dos, mucho menos. ¿Te parece? —Me encanta esa idea preciosa y a Silvia estoy seguro que también le agradará–. Le confesé acariciando su mano izquierda, terminando por confirmar su apetitoso ofrecimiento.
…
—¡Bienvenidos! —Nos dijo Hugo subiendo un poco el tono de la voz.
—Gracias, ciertamente es un chalet muy impresionante, con un estilo bastante vanguardista. —Le respondí con sinceridad e impresionado por el bonito panorama de los jardines iluminados.
—Si Rodrigo, la escogí por las vistas y la parcela de 900 metros cuadrados. De construcción son 600 metros. ¿No es así Martha? —Pero ni la dejó responder, cuando prosiguió vanagloriándose de su elegante hogar como queriendo impresionarme. Era eso o… ¿Pensó tal vez que yo meditaba en adquirirla?
—Cuenta con amplios jardines, piscina climatizada y un porche espectacular. En el sótano se ubica el garaje para cuatro automóviles, la despensa, una pequeña bodega y la estancia de lavadero y el servicio. Aquí en esta planta baja, se encuentran distribuidos un salón de dos ambientes, el comedor, la cocina y el aseo. Y en la primera planta, disponemos de cuatro habitaciones y tres baños. La planta superior la adecuamos para varios usos, un pequeño gimnasio y la terraza. —Ya veo, es sumamente amplia y se antoja muy acogedora–. Le respondí y con una sonrisa maliciosa dibujada en mi boca, le pregunté…
—¿Y el dormitorio para la mascota? —Le dije claramente por molestar–. Y Hugo girándose, me miró un tanto extrañado y dudó unos segundos antes de responderme, eso sí antes de hacerlo, mirándome de soslayo.
—Nunca hemos tenido una. Son un pequeño complique. —Y prosiguió adelantándose a nosotros con sus dos maletas grandes a rastras, las otras dos más pequeñas las llevaba una Martha y la otra, mi mujer.
—¡Están en su casa! Martha podrías por favor, ofrecerles algo de beber mientras dejo mis cosas en… —Y se quedó mudo, meditando la continuación. Silvia, guiñándome un ojo se anticipó a su respuesta y le dijo levantando la voz para que a todos nos quedara perfectamente claro.
—¡Ven cariño! Te acompaño hasta la alcoba principal y te ayudo a acomodar de nuevo la ropa en tu vestidor. —Y Hugo no tuvo más remedio que dejarse conducir por mi esposa hasta el segundo nivel. Con bastante familiaridad se encaminó, en un recorrido para mi esposa… ¿Ya conocido?
—Rodrigo, cielo. ¿Qué les gustaría beber? —Me preguntó Martha cariñosa y tomándome de la mano, me condujo hacia la cocina para buscar en los estantes superiores, el licor deseado para tomar. ¿O calmar los nervios de los allí presentes?
—Preciosa, que tal si mientras tu esposo y mi mujer, se entretienen acomodando la ropa en la habitación de ustedes dos, tu y yo calentamos las cazuelas porque la cuestión ahora es de hambre y… ¿De paso nos preparamos unos coctelitos y tomamos valor para lo que se nos viene encima? —Le expresé a Martha, abrazándola por la espalda y mordisqueando su oreja derecha.
—¡Me parece perfecto, precioso!… Debe estar muy hambriento mi guapo caballero sin armadura. —Me respondió sosegada, a la vez que con su brazo derecho extendido hacia atrás, hundía en mi melena los dedos de su mano para revolcar mis cabellos, mientras se reía por su infantil y cariñosa broma.
—Hummm… ¿Piña colada para las niñas? —Le dije a Martha que se encontraba con medio cuerpo dentro del refrigerador, buscando las cazuelas.
Mientras tanto yo recogía del elevado estante, una botella de Ron blanco y la otra sin destapar, con licor de coco.
—Y un refrescante Manhattan… ¿Para tus dos hombrezotes? —Me miró risueña, un destello del ojo diestro con aquel color de la miel pude observar, e instantes después, me sacó la punta de su lengua moviendo la cabeza de izquierda a derecha y luego al revés, a modo de burla, sin quitar su mano de la perilla que graduaba la temperatura del horno.
Y también me hice del whiskey, una botella 12 años ámbar de la que me antojé por probar. De igual forma, tomé una de un famoso vermut rojo y el amargo de Angostura por igual.
—Pero dime algo preciosa… ¿Te has quedado en modo «Mute»? —Le pregunté a aquella hermosa mujer, que en silencio solo me miraba embelesada y con admiración, para posteriormente regalarme su bonita sonrisa y acercándose a mí, como acechando a una presa, –sin esperármelo– me besó con bastante pasión, pellizcándome de paso, la nalga izquierda.
—Eres un colombiano muy seductor. ¿Lo sabias? —Terminó Martha por decirme al oído después de aquel delicioso beso y yo solo le respondí…
—Hummm… Eso debe ser porque me encanta el timbre de la voz en las mujeres españolas, pero mucho más de aquellas que son unas madrileñas preciosas y además bien casadas. —Y le devolví el beso, más profundo e intenso y en vez de pellizco, a dos manos apreté con bastante decisión y firmeza, ese redondo culo «Made in Spain», restregando mi duro paquete latinoamericano contra su abultado y bien formado, Arco de la Victoria.
—Precioso, mientras se calienta la cena, voy a darme una ducha y ponerme ropa más cómoda. Estás en tu casa y en el refrigerador podrás encontrar los ingredientes que necesites para que puedas terminar de preparar tus cocteles. En seguida regreso, de paso miro en que andan esos dos. —Y se dio vuelta Martha, dejándome allí solo en la amplia cocina.
Dentro de la coctelera de cristal, coloqué zumo de piña, un poco de crema de leche, hielo picado y como no ubiqué por ninguna parte los clavos de olor, utilicé un poco de canela en polvo. Agité repetidamente con firmeza y… ¡Voilá! Busqué las copas en la vitrina y hallé unas altas que eran perfectas para verter en cada una el coctel y terminé la decoración con unas rodajas de piña que encontré frías dentro de una bandeja de poliestireno blanco al fondo del refrigerador.
Aunque permanecí ocupado junto al mesón de mármol gris, buscando que las rodajas de piña quedaran centradas y equilibradas en el borde de las copas, intentaba en vano escuchar algo de lo que ocurría en aquella casa, estando Silvia, Martha y Hugo en la misma habitación. No lo voy a negar, en aquella casa ajena me encontraba nervioso pensando de qué manera y con cuales palabras podría afrontar la necesaria conversación con el hombre que sería el próximo amante de mi mujer.
—¡Mi amor, pero rico se ve eso! ¿Dónde aprendiste a prepararlo? —Era Silvia que llegaba acompañada solamente por Hugo, quizás diez o quince minutos después.
—Seguramente tu esposo trabajó alguna vez sirviendo copas en algún bar. ¡Jajaja! —Ese fue el comentario de Hugo a modo de broma para aliviar la tensión entre los tres, –pero que a mí me sonó algo despectivo– quién colocando sus dos manos sobre los hombros de mi esposa, se mostraba ante mí sonriente, orgulloso y sintiéndose de repente, todo un campeón. —Silvia, se dio la vuelta y mirando a Hugo con seriedad, le aclaró que yo jamás había laborado en ningún bar y se hizo a mi lado abrazándome por la cintura y apartándose de él.
—Hugo, para algo debe servir internet. No solo para postear fotos y estados anímicos, ufanándose de los viajes y las nuevas relaciones amorosas ante las amistades. —Le respondí y enseguida agregué…
—Entre cosas Hugo… ¿Prefiere su Manhattan Dry o Medium? ¡Sí! Creo que el Medium nos vendrá mejor para lo que usted y yo tendremos que hablar, que como comprenderá, será una conversación larga y tendida. —Y sin dejarle opinar serví a partes iguales en las dos copas de Martini, decorándolas con una cereza y la consabida rodaja de verde limón en cada una.
Cuando estiré mi brazo por encima del mesón para entregarle su coctel, Hugo había perdido de improviso su burlona suficiencia y algo de sudor pude observar, que se esparcía por los surcos de su frente.
—Mi amor ten. ¡Este es el tuyo! Y ojalá disfrutes mucho de esta piña colada que les he preparado con mucho amor. –Y la besé en la boca, justo en frente de él–. ¡Ahhh! Y por favor llévale a Martha este otro, mientras que Hugo me acompaña al porche para hablar y conocernos mejor mientras me fumo un cigarrillo. —No le molesta ¿Cierto Hugo?–. Y dando el primer sorbo a su Manhattan, con un movimiento cabizbajo asintió y en el pálido gris de sus ojos pude percibir su turbación.
—¡Hombre!… ¿Sabe una cosa? —Le dije chocando suavemente el cristal de mi copa contra la de él–. Somos un par de tipos afortunados. —Y bebí un trago corto, apenas para humedecer la resequedad de mis labios. Proseguí con mis meditadas palabras, tomando antes un cigarrillo de mi cajetilla nueva y con mi zippo plateado, dándole un ardor de vida.
—Tenemos un par de hermosas mujeres, inteligentes y educadas, que nos aman con locura y han decidido formar con nosotros dos hogares, regalándonos con sus dolores, unos hijos maravillosos. —Y Hugo chocando su copa contra la mía, brindó pero mirando a lo lejos, el oscuro panorama del amplio jardín de su casa, posteriormente sin mirarme me respondió.
—¡Pero a mi Martha me traicionó! Silvia para nada se le parece. Ella es tan diferente… —Y calló. Bebió un buen trago de su Manhattan y empezó a caminar por el porche, agachando su cabeza, removiéndose con seguridad dentro suyo, tantos sentimientos encontrados.
—Mire Hugo, para serle muy franco, y no sé si Silvia ya lo puso al tanto de que yo conozco muy bien su historia, pero sí, ya se sobre su problema con ella y sí, Martha estropeó terriblemente su relación, pero tenga la plena seguridad de que es la más interesada en conseguir que usted, perdonándola, fortalezca su matrimonio de esta manera tan inusual y que por lo que tengo entendido, su amigo americano frustró por ser un tipo abusivo. —Y el esposo de Martha se detuvo justo al lado de una de las sillas blancas de metal, ornamentadas con dorados pétalos de flores en el tapizado añil. ¡Más no se decidió a sentarse allí!
—Rodrigo, para serle sincero, debo admitir que siento algo intenso por su esposa. Solo fue surgiendo con el paso de los días y lamento haber sido el causante de los problemas que usted ha tenido con ella. Sé que pensó que Silvia y yo habíamos permanecido juntos esa noche en Turín, y que debido a ello usted tomó la decisión de acostarse con una amiga suya y que había intentado tener algo antes con otra mujer. Eso defraudó mucho a mi áng… a Silvia. Le dolió su traición y fue en gran parte, culpa mía. Discúlpeme. —Y me estiró la mano esperando que con la mía, se la estrechara. ¡Y lo hice!
—Gracias por su sinceridad y le acepto las disculpas. Yo también mantengo con Martha una relación de amistad que me ha permitido conocerla más a fondo. Su esposa es una mujer admirable, elegante y bella, con un cuerpo de infarto. Sí Hugo, y no me abra así esos ojos que no le voy a echar gotas para su ardor. Así como usted pudo disfrutar la desnudez de Silvia, yo también aprecié la figura curvilínea sin ropa de la suya. Estamos a mano. Jajaja. Y tranquilo que ni siquiera la rocé, más si nos hemos besado, aunque para ser claros, la primera vez los dos estábamos ya muy pasados de tragos. Otra feliz coincidencia. ¿No cree usted? —Hugo asombrado por la revelación, finalmente se sentó, apartando por la base un poco, la redonda mesa con los pies.
—¡No la abandone Hugo! No lo haga como alguna vez yo casi pierdo a Silvia. Mi mujer, la que usted tanto admira, apoya y sé que la quiere, me traicionó una vez. Dolió mucho y confundido por el rencor, sencillamente no luché como debía y la deje irse para caer en brazos de un hombre que la engañó. Ya ve Hugo, cómo en esta vida y en apartados lugares, son tan similares las alegrías y por supuesto el dolor. Usted y yo hemos estado en la misma posición y además, estoy al tanto de todo lo que ha sucedido entre mi esposa y usted. Si quiere por mí no se preocupe y trátela como lo que es para su corazón. ¡Un ángel que se le apareció! —Y el hombre por fin se sonrió y giró la cabeza para admirar el suave contoneo de esas dos encantadoras mujeres que se acercaban a nosotros. Silvia me tomó de la mano y mirándome coqueta, me robó de los labios la mitad del cigarrillo, entre tanto Martha cautelosa, se acomodó a la izquierda de su marido en la otra silla.
—Hugo estamos aquí no para ponerle fin a nuestras relaciones, sino a dar comienzo a algo que para los cuatro va a ser nuevo y al igual que Martha, Silvia y usted, yo también tengo miedo de lo que se vendrá para todos después de que suceda lo que entre todos, vayamos a emprender. No se puede olvidar lo pasado, pero de ello es mejor aprender para no cometer los mismos errores y botar a la basura tantos años de unión. He hablado desde hace varios días con su esposa, y créame que lo que Martha más añora es poderle brindar a usted, más años de felicidad. —Martha estiró su brazo con la mano abierta sobre el vidrio laminado de la mesa circular; la mirada a su esposo descendida en espera de una decisión, los ojitos de miel algo aguados y un leve temblor en su labio inferior. Hugo la miró. Se la acarició primero y luego de unos segundos, entrelazaron sus dedos. ¡Martha le sonrió!
—¡Hombre!… Pero si quiero que quede bien claro algo y de varón a varón le digo que espero que usted no se tome esto como una competencia de relevos pornográficos o una maratón de sexo desaforado. ¡No! Aquí usted y yo, Martha a su vez con Silvia, no estamos para competir por ver quién lo hace mejor y consigue sacarle mas gritos, mas gemidos o los mejores orgasmos a la pareja del otro. Olvidémonos todos de los temores, nos vamos a relajar. Vamos a intentar querernos y amarnos, hagámonos despacito y rico disfrutando de esta velada. ¡Animo! Vamos a ser quienes ilustremos el Kama Sutra en una despejada madrugada en Madrid. —Y todos sonreímos, aunque con algo de intriga en nuestros rostros.
—¡Ohhh! Las cazuelas deben estar ya listas. Silvia… ¿Me acompañas y arreglamos la mesa para alimentar a este par de hombres hambrientos? —Dijo de repente Martha, recordando la prometida cena y mi mujer abrazándome, me obsequió un inicialmente beso con sabor a tabaco, una sonrisa amplia y la acostumbrada palmada fuerte en mi trasero cuando Silvia, pretendía iniciar alguna travesura para irse luego detrás de nuestra bella anfitriona, que se había cambiado el atuendo, colocándose unos leggins blancos bastante ceñidos al cuerpo y un top rosa de algodón, ataviando sus pies con unas zapatillas rosadas para hacer deporte. Muy casual y sin embargo, bastante atractiva la visión para el café de mis ojos, al observar sin recato una fina tira que se transparentaba disipándose en el medio de aquél par de hipnotizantes nalgas.
—Rodrigo… ¿Usted está seguro de que quiere verme amar a su esposa? Es que yo no me siento capaz de hacer algo con Silvia estando usted y mi mujer presentes. Tengo… ¡Miedo de no poderlo hacer! ¿Qué tal que yo no pueda hacerla sentir y que por el contrario a lo que he pensado, le falle a Silvia como lo he hecho con Martha? ¿Y usted si le haga gritar de placer a mi mujer y eso me termine por afectar aún más? —Me habló Hugo casi entre susurros, aferrando con fuerza a su copa ya consumida de aquel coctel que le preparé, tan bajo me lo dijo, como para que ninguna de las dos mujeres ocupadas en la cocina, lo pudieran escuchar.
—Usted olvídese del pasado y lo que no ha hecho con su mujer. —Le respondí con sinceridad–. Y de improviso llegó a mi mente el sonido de aquellas palabras que Almudena me había dicho cuando nos conocimos en su casa… «Pero solo sí al buscarlo, entregas». —Hugo, mejor dedíquese a gozar con naturalidad esta velada junto a esas dos preciosas mujeres y trate con pasión y mucha dulzura a mi amor, que yo haré lo mismo con la suya.
Y me senté junto a él con la intención de ofrecerle mi confianza, el intranquilo sentimiento que habitaba en mi interior aquella madrugada, de participarle del cuerpo de la mujer que más yo amaba.
—Los dos nos vamos a encargar de brindarles placer, uno que será compartido a cuatro manos si ellas quieren y el ambiente desinhibido lo permite. Sea como es o como se lo había imaginado aquella noche en el bar cuando me presente en su famosa terapia de improviso, pero actúe mejor. —Y fue Hugo quien haciendo un tamborilero sonido con sus dedos sobre el cristal, me miró y se puso en pie para comenzar de nuevo con su procesión, a pasos lentos a mí alrededor.
—Estoy con los mismos nervios a flor de piel como seguramente estarán nuestras esposas y usted también. Pero tenga en mente, que si Silvia está aquí es por usted y junto a usted, ella desea darme algo de un desconocido placer a mí. —Y aquella voz retumbando en mi cabeza… «Cuando causamos gozo en otras pieles» –. Ella es mi esposa, mi mujer, la única que he amado y amaré por el resto de mis días, así que usted tan solo la podrá querer, ya que es lo que más desea. Pero no se enamore porque no pienso perderla. —Hugo parecía no escucharme y sencillamente se debatía entre continuar o detener todo aquello.
—Y sé muy bien que Martha es la suya, su esposa y la madre de sus hijos. La mujer que en sus entrañas Hugo, es muy amada por usted. No es cuestión de rotarnos sus cuerpos como hienas devorándose la carroña, hasta saciar el hambre de nuestras ganas sino de quererlas, hacerlas sentir especialmente deseadas por ser ellas dos, nuestras entrañables compañeras y amigas, confidentes y próximamente… ¡Nuestras deseadas amantes! —Y Hugo se detuvo, con sus brazos cruzados hacia su espalda, la mano izquierda reposando sobre la diestra y una mirada de pavor que me estremeció. ¡Todo podría irse a la mierda en un instante!
—¿Por qué usted ama a Martha no es verdad? Y comprendo que mi esposa le ha movido el piso por su manera de ser con usted, la admira por su compromiso laboral y su corazón ahora la quiere por las horas que ella le ha dedicado a escuchar sus penas y tratar de amainar con sus palabras y compañía esa desilusión. Hugo… Sé que la desea, pero Silvia no es una moneda de trueque entre Martha y usted. Es el puente, la conexión que usted debe encontrar de nuevo con su mujer, mientras besa, acaricia y hace sentir placer a mi mujer. —Y Almudena aunque ausente en aquella velada, permanecía presente en mi pensamiento… «Egoísta emoción, aunque sea alcanzando nuestro clímax por medio del arrebatamiento en otro ser».
—La verdad Rodrigo es que sí. Martha es el amor de mi vida, aunque haya causado tanto dolor a mi corazón. —Y me colocó su mano sobre mi hombro derecho, apretando con sus dedos un poco para acentuar el mal que Martha había causado en él. El temor que debía combatir Hugo, deseando hacerle el amor a mi mujer.
—Buena sesión de sexo vamos a tener, pero se trata más de comprendernos y aprender lo que podamos para mejorar en nuestra propia intimidad. Hugo, comprenda que hemos venido aquí para ayudarle a superar sus miedos, como parte activa de su rara terapia. Estamos aquí para lograr encontrar la solución a nuestros temores. Los suyos, los de Martha y por supuesto los de Silvia y los míos por igual, dejar atrás los malditos celos y el temor a perderlas, porque Hugo, no las vamos a poseer pues no son propiedad de nadie. Nos compartiremos nuestros cuerpos con mucho sentimiento. —La boca de Almudena, el movimiento de sus labios al pronunciar… «Expuestos a perderlo todo en un ínfimo instante»–. Son mujeres, las que decidieron un día, compartir nuestros caminos y son dos personas con sentimientos como nosotros dos y Hugo, tampoco somos exclusivos de ellas, pero si somos su complemento, la pieza faltante para ser felices en esta vida.
—Está servida la mesa, ya pueden pasar si gustan. —Gritó desde el comedor Silvia, terminando de colocar las copas de vino blanco en cada uno de los puestos que ocuparíamos, reclamando allí nuestra presencia.
La mesa rectangular de seis puestos, con su alisado mantel blanco bordado y colgando apenas medio metro de los bordes, un llamativo arreglo de blancas flores naturales, compartiendo su espacio en el centro, con un antiguo candelabro de dos brazos de fina plata y estilizadas velas amarillas ya encendidas. Las servilletas de tela adornadas con su respectivo servilletero en el extremo izquierdo junto a los tenedores. Copas de vino tinto, una jarra de cristal con agua y otras colmadas de vino blanco. Aquello parecía más un buffet profesional que una simple comida de cuatro hambrientas personas y era algo que por lo visto a Martha y Silvia les encantaba realizar, pues entre las dos se veía una buena camaradería, se sonreían y cuchicheaban al oído algo que ni él o yo pudimos escuchar.
Hugo se acomodó en el frente, –supuse que era su lugar habitual– tras de sí un amplio ventanal y bajo este, una preciosa chimenea moderna con las llamas azules, tímidamente surgiendo en medio de las irregulares piedras blancas y proporcionando una agradable temperatura en aquella estancia. Martha a su lado derecho y en el otro extremo yo y de igual manera, a mi diestra se ubicó Silvia. Todo muy bonito y elegante, sin embargo mucho silencio reinaba en el ambiente.
—¿Les parece si amenizo nuestra encantadora afonía con algo de música, como para ir relajando el espíritu? Es que al parecer, aún tenemos todos encalambradas las lenguas. —Y me dirigí hasta el tocadiscos y revisé con atención los Lp’s que allí en el estante inferior había.
Música clásica que no era lo ideal, flamenca que me encanta pero por supuesto no primordial para aquel momento, grupos de rock en español que desconocía, hasta que por fin di con algo que me gustó. Tomé el circular vinilo y lo coloqué con esmero. Y me devolví hasta mi lugar de comensal.
—¡Esto se ve apetitoso! Espero que les agradé la música ambiental y Sade entonó las primeras frases de «Hang On to Your Love»…
… In heaven´s name why are you walking away
Hang on to your love
In heaven´s name why do you play these games
Hang on to your love
Take time if you´re down on luck
It´s so easy to walk out on love
Take your time if the going gets tough
It´s so precious…
Recuerdo que mi padre, antes de abandonar el familiar nido, siempre nos decía que en la mesa no se hablaba mientras se comía, pues era de mala educación. Pero yo necesitaba, –siendo maleducado– hablar de algo para derrotar mis propios nervios, pues Hugo se concentraba en mirar su cazuela, Martha servía con demasiada parsimonia, agua en un vaso y Silvia de reojo observaba el movimiento de los demás, mientras llevaba a su boca un pequeño bocado de los deliciosos mariscos.
—Cuando se entere Almudena de que estuvimos en estas le va a dar un «patatús». —Terminé por abrir mi boca y soltar esa perla, encomillando la última palabra con dos dedos de ambas manos. Y me reí. ¡Solo! Hugo levantó las cejas y frunció el ceño. Martha casi se atora con un camarón y Silvia me miró perturbada, dejando de saborear una almeja. ¡Yo y mi bocota!
Como nadie dijo nada, decidí callar y concentrarme en devorar mi cazuela.
…
Al terminar de cenar, Rodrigo y Martha se encargaron en la cocina, de lavar y secar la vajilla. Hugo se dispuso a servir una nueva ronda de los cocteles que mi esposo había preparado y yo, me fui hacia el porche para encender uno de mis mentolados y meditar. Me había besado con Hugo en su alcoba, a espaldas de Martha y de Rodrigo. Fue un acto impulsivo, pues ya en la habitación del hotel donde Hugo se había hospedado, lo había intentado y yo se lo negué, aduciendo que no iba a hacer nada a espaldas de nuestras parejas.
Pero es que esa vez mientras en el vestier yo colgaba sus camisas, quizás por los nervios y de pensar en que finalmente mi jefe iba a poder estar conmigo como lo había soñado, desobedecí a la razón y me pudo la tentación. Y ese beso fue mejor que la última vez en el parque. Ya estando abrazados y Hugo con sus brazos descolgados a mis costados, con sus dos manos acariciaba con deseo mi culo y Martha nos sorprendió en esas. No dijo nada, simplemente tomó algo de ropa y se dio vuelta para ingresar al baño. Dejo entreabierta la puerta y luego solo escuchamos como caía el agua de la regadera. No hicimos nada más, terminar de colgar sus vestidos y salimos de allí
Estuvo mal lo sé, y temía que ella le contara a Rodrigo y finalizáramos en una nueva discusión, separados. ¡Siempre juntos! Recordé mis palabras, un compromiso. Y me estremecí por haber traicionado mis propios ideales y de paso a ella y a mi esposo. Un beso, tan solo eso pero ese beso podría dar al traste con la velada y mi relación.
—¿Así está bien mi ángel? ¿O deseas algo más? —Me preguntó Hugo llegando por detrás sin que me hubiera dado cuenta de su llegada, con mi coctel en una mano y en la otra su Manhattan. De pasó me fijé en Martha que se reía aún en la cocina y apartaba su cara hacia un lado, debido a que Rodrigo de manera bromista la salpicaba con el agua que escurría entre sus dedos. ¡Ellos tenían también mucha química! Fluía el cariño con tanta naturalidad que pensé que si Hugo y yo no existiéramos, ellos dos formarían también una bonita pareja. ¡Sentí celos!
—¿Qué te ocurre? ¡Estas pálida! ¿Te sientes bien? —Me preguntó Hugo, tomándome por el antebrazo. —Debe ser que quede muy satisfecha pero no te preocupes que en un momento se me pasará–. Y me senté en una silla, fumando mi cigarrillo lentamente.
—Hugo, no quiero que te vayas a enamorar de mi después de… De lo que suceda más tarde entre los dos. Si siento, si noto algo o si me entero de que tu relación en vez de mejorar empeora con todo esto, no me volverás a ver. ¡Lo juro! Me gusta saber que me aprecias, pero soy la mujer de ese hombre que ves allí y lo amo por encima de todo. A mi quiéreme pero a Martha… ¡A ella amala! Y prométeme que harás tu mejor esfuerzo para volver a estar con Martha, a partir de ahora, mucho mejor que antes.
—Prometido Silvia. Tienes un buen hombre a tu lado. Sé que te adora y no voy a interferir en su matrimonio. Rodrigo me ha dejado muy en claro que Martha es especial y yo tan solo, lo había olvidado. Sin embargo ángel mío, esta situación me tiene bastante nervioso. ¿Qué hacemos ahora? Cada uno por su lado o…
—Bueno parejita, que tal si empezamos por mover el esqueleto, mientras vamos aflojando lo demás. ¡La lengua, por ejemplo! ¿Te parece mi amor? —Y Rodrigo agachándose me dio una pequeña mordida en el cuello y abrazándome, me levantó de la silla para invitarme a bailar.
—¿Esta música se baila? —Le pregunté.
—Por supuesto mi vida, es algo lenta pero por algo hay que empezar. A Martha le trae bonitos recuerdos. —Y me guiñó un ojo de manera cómplice.
Y es que quien había elegido aquella balada americana había sido Martha, y fue ella al encuentro con su esposo que se quedó en el porche, mirándonos. Martha estiró sus brazos hacia el lugar donde se encontraba de pie Hugo y con sus dedos índices, sensualmente comenzó a incitarlo a bailar con ella. Hugo no se movía aunque si le sonreía.
—Vamos mi amor, ordénale bailar con Martha y que no la desaire así. —Me dijo al oído Rodrigo.
—¿Hugo? Cariño… ¿No pensaras dejar bailando sola a tu mujer no es verdad? —Y efectivamente, me hizo caso y aunque se movía más alguna momia del museo egipcio en Turín que él, al menos perdió la pena y se balanceaba graciosamente alrededor de Martha.
En cambio a mí, Rodrigo me tomaba de la cintura con sus dos manos y al ritmo lento de la canción, acompasaba las rítmicas notas con el subir y bajar de mis caderas mientras mirándome con dulzura, me enviaba besitos por los aires hasta que me acerqué, lo abracé, nos detuvimos un instante y…
—Mi amor, nos besamos con Hugo mientras acomodábamos su ropa y Martha nos vio. Lo siento. —Confesé, bajando de inmediato mi cabeza, mirando las fibras blancas del tejido en la alfombra.
—No te preocupes por eso mi vida. —Me dijo Rodrigo levantando mi rostro al tomarme con sus dedos del mentón. —Martha y yo hicimos lo mismo pero en la cocina. Es solo un beso y no tiene mayor importancia ante lo que vamos a hacer más tarde. ¡Te amo! ¿Y en el hotel también pasó? —Terminó por preguntar mi esposo.
—No mi amor, te lo juro. Hugo tenía toda la intención pero yo le dije que no. Que debíamos esperar a estar todos reunidos. —Y entonces la canción terminó y Hugo se acercó esta vez hasta el tocadiscos y colocando una canción también suave y en el idioma que yo no entendía, extendió su mano hacia mí y con una palmada en la espalda de Rodrigo, me llevó con él hacia el centro del salón.
Su brazo izquierdo alrededor de mi cuello y el derecho abarcando por completo mi cintura. Mis senos apretados contra su pecho, su respiración meciendo suavemente un mechón de mis cabellos al reposar su cabeza sobre el lateral de mi cara. Cercanos sin mirarnos a los ojos, así que me deje guiar por él y cerré mis parpados unos instantes. Mientras tanto, cuando en un giro trastrabillé con la alfombra y los abrí, pude observar como Rodrigo y Martha se reunían fuera a un costado de la mesa circular, mi esposo encendiendo un cigarrillo, sostenido entre sus labios y ella, muy cerca de él abrazándolo con sus dos brazos entrecruzados y bailando también como una pareja de enamorados lo hacen, mirándose a los ojos fijamente y con deseo.
Tan pronto terminó la canción, Hugo me besó tímidamente en la boca y me llevó caminando hacia atrás hasta dar mi espalda contra el vidrio frio de aquella puerta de cristal que daba hacia el porche, inmediatamente voltee mi cabeza hacia donde Martha y mi esposo permanecían con el vaso de whisky escocés y la copa de piña colada sobre el vidrio de la mesa, cruzándose los brazos de un cuerpo al otro, las manos acariciando la piel que encontraban, compartiendo de una boca a la otra, el mismo humo azul de un cigarrillo rubio. ¡Queriéndose!
Al escuchar el seco golpe, los dos se quedaron fuera observando aquella escena. Hugo levantó mis manos y las dejó allí arriba, aprisionadas las muñecas solamente con su izquierda. La derecha empezó un viaje por mis cabellos, para después de rozar mi mejilla, tomar posesión de mi quijada y acercar sus labios cerca de los míos. Y empezar con su lengua a recorrer el interior de mi boca. La mano pronto la dejó resbalar por el cuello hasta llegar a mi pecho, estrujando con vehemencia mi seno izquierdo por encima de la delgada tela negra de mi blusa y todo ese costado lo recorrió despacio, como constatando con sus dedos, costilla tras costilla, la firmeza de la piel por debajo de la seda.
Su beso se hacía más intenso y yo se lo correspondí con ganas y mi boca a medio abrir. Nuestras lenguas se compartían la saliva entre jadeos y suspiros de los dos, luego mi querido jefe, mi nuevo amante, la hizo descender de afanosa manera hacia mi cadera y rodeando la nalga de ese mismo lado, apretó con fiereza primero el cuero de la falda para posteriormente meterla por debajo, levantándola de medio lado por la abertura y casi por completo introducirla en el medio de mis nalgas, apartando el hilo de mi tanguita negra y sacándola luego de haber alcanzado a humedecer sus dedos con los flujos de mi lubricada vagina. En un rápido movimiento levantó su brazo y sin aflojar la tirantez de su otra mano, atenazando las dos mías, llevó luego aquella con la que ya había hurgado en mi interior, hasta mi boca para darme sus dedos a lamer y chupar. Y luego de ensalivarlos yo, el con su lengua los terminó de empapar y ya por delante, busco la manera de acceder por el talle de la minifalda hasta mi vulva, que estando henchida por la expectativa de ser pronto explorada, intentó con poco éxito meter un dedo hasta que yo se lo facilité, tomando aire y oprimiendo mi vientre lo más que pude para ahí sí sentirlos ingresar. Uno, dos dedos más, cuando arquee por la excitación mis piernas para facilitarle el acceso a mi interior.
Su manera hosca de acariciarme, abrir los labios de mi boca para morder los míos con algo de torpeza y hacerme sentir suya con su esmerado esfuerzo, me hizo gracia debido a que tal vez intentaba Hugo, impresionar más a nuestros dos cómplices espectadores, que al cuerpo deseado de la mujer que mantenía él, atrapada entre el frio cristal y el calor excitante de su respiración agitada sobre mi rostro y de su verga tiesa oprimiéndose contra mi vientre. Pero sí, me gustó y más aún imaginando como a través del cristal, Martha y Rodrigo, podrían haber observado la desnudez de mis nalgas aplastadas contra el cristal y una mano nueva que las palpaba ágilmente ante su presencia.
Hugo intentó ser a la vez romántico y seductor. A la primera idea no le pegó mucho en verdad, pero a la segunda por supuesto que sí. Me encantó su brusca manera de estamparme contra el cristal para besarme y toquetearme; estuve al momento excitada por aquel primer beso apasionado y ya no ocultado antes los ojos de su esposa o los de Rodrigo. Y para ser franca, yo me encontraba encantada con la idea de ser compartida, siendo deseada por dos hombres, querida por uno y amada por el otro. ¿Y Martha? ¡Mierda! No reparé en ella en un principio y de manera egoísta me dejé llevar por hacer sentir cómodo a su esposo, a pesar de que ella junto a mi marido, compartieran aquella erótica iniciación.
Pensaba en cómo iba a continuar aquella velada. ¿Cuándo empezaríamos? ¿Dónde lo haríamos? Y por supuesto, como sucedería nuestro íntimo encuentro y quien de todos, sería el indicado para oprimir el botón de aquella esperada explosión de entregada pasión. Pero tan pronto como hice el esfuerzo por bajar mis brazos y liberarme, Hugo me soltó y se apartó de mí un paso atrás, algo temeroso de mi reacción y obviamente de la de su esposa y de Rodrigo, que ya ingresaban al salón. Pero yo decidida, pasé mis brazos por sobre su cuello a modo de un tierno candado y me lancé a comerle su boca, deseosa de probar otra vez sus labios, mordiéndoselos despacio.
Con mi esposo casi al lado y Martha abrazada a él, yo fui estirando con mis dientes la fresca y húmeda carne que tenía en frente de mi boca. Una vez arriba, extensa en segundos y dos más corticos en el labio inferior. Mi aliento soplando hacia su interior y de esa cavidad mi lengua extraía saliva, lengua y Hugo a su vez, me devolvía con ansias su resuello.
…
Cuando Martha y yo dirigimos nuestras miradas hacia el lugar de donde provino el golpe que habíamos escuchado, ninguno de los dos nos turbamos por aquella visión de su esposo metiéndole la mano por debajo de la minifalda de cuero blanco a mi mujer, tan solo permanecimos allí por breve instante tomados de nuestras manos mientras en mi boca apretada por mis dientes, se mantenía cautiva la colilla de un cigarrillo que compartido con ella, estaba próximo a expirar. ¿Y mis manos? Estaban las dos ocupadas, una pérdida por debajo del rosado top, teniendo como prisionero su pequeño y endurecido pezón y la otra frotando con la palma, la curvatura de un pubis liso, cálido y anegando de su viscoso néctar, los labios de su vulva.
—Hace frio corazón, ven. ¡Entremos ya! —Me dijo con su voz de mujer consentida y excitada, arrastrándome de la mano hacia el interior del salón. Silvia seguía de pie junto a Hugo, pero ya no sorprendida como antes, sino ahora ya una amante liberada; se fundía en un emocionado beso con su jefe, entre cerrando los párpados ella, cerrados por completo los de él, aferrado con sus fuertes brazos a las nalgas de mi esposa.
Aproveché para acercarme al elegante equipo de sonido japonés con su tocadiscos de última referencia y los altos y anchos altavoces, uno a cada lado y distribuidos por aquella estancia en medio del sofá blanco y las tres poltronas, los otros dos, mucho más delgados y estilizados. Revisé con cuidado los vinilos que se encontraban acomodados en el estante y ninguno fue de mi agrado, así que sin dudarlo, conecté por bluetooth mi teléfono al equipo y escogí la carpeta de música variada, un tema de Otto Serge y Rafael Ricardo, «Señora» e invité a la preciosa madrileña bien casada, a bailar conmigo aquel vallenato que alguna vez le había dedicado a mi esposa, cuando era aún la novia de mi mejor amigo.
Martha intentaba seguirme el paso, dándole yo, vueltas a la izquierda despacio y mi mano sobre su cadera para guiarla. La fui atrayendo hacia mí, pegando mi pecho contra sus redondos senos y mi muslo furtivamente lo dejé en el medio de sus piernas al dar el paso. Y la besé con ganas. Me besó con deseo, nos besamos con fogosidad. Ya Hugo y mi esposa habían dado la orden de salida y continuamos. ¿O fuimos Martha y yo, los que lo iniciamos? ¡Una vez untado el dedo, untada la mano!
Luego otro vallenato, bailando más cerca de mi esposa con su jefe, girándonos lentamente pero sin apartar ni las bocas ni quitar las manos de donde las teníamos acariciándonos. Y Silvia que nos observaba con detenimiento, me sonrió y estiró su mano, más no para tomar la mía sino por el contrario, para acercar a Martha junto a ellos y como lo habíamos hecho anteriormente, los tres se besaron y yo me quedé a un lado, detallando la unión de labios, lenguas, humedad y respiraciones entre cortadas.
Fue Martha la que reparó en mi apartada soledad de espectador y jalando a mi esposa con ella, se acercaron las dos sonrientes para comernos las bocas también, mientras Hugo nos observaba y en sus ojos grises por fin pude percibir un brillo, el de la excitación por haber sellado así, el excitante trato. ¡Todas para uno y uno para todas!
Martha volvió a mis brazos pero después de mirarme coqueta, se dio vuelta y por la espalda de mi esposa, adelantó sus brazos para perderlos en el medio de aquella bailarina pareja. En un santiamén, la tela de los laterales de la blusa semitransparente de Silvia se abrieron a los costados y los dedos de Martha terminaron la labor de vencer la timidez, pinzando con ternura la gasa y por los brazos la deslizó. Faltaba liberar las manos de aquellas arrugadas mangas y con la colaboración final de su esposo, mi mujer quedó cubierta apenas por su sostén, semidesnuda para él.
Yo me acerqué también y besando por un lado el cuello de mi esposa, con una sola mano bajé la cremallera de su minifalda de piel sintética y sacándosela por los pies, con cuidado la acomode sobre un brazo del sillón cercano. Hermosa visión del culo de Silvia para mí, le obsequié un beso húmedo en cada redondez de carne suave y bronceada. Silvia se dio vuelta y me abrazó, para en medio de un amoroso beso, seguir bailando conmigo otro vallenato, ella apoyando su cabeza de medio lado y yo apasionado saboreándome la humedad de sus labios.
Celestial fue aquel momento en que sentí las manos de Martha acariciar mis mejillas, abrir mis ojos para verla acercar su boca a la mía y degustar la humedad de mi lengua, absorbiéndola con ansiedad y luego Silvia, –con Hugo por detrás desabrochando su brassier– con decisión liberó el torso de Martha de aquel rosado top, sacándoselo por encima de la cabeza. Los cuatro rosados pezones embravecidos a mi visual alcance, el derecho de Martha contra mi costado izquierdo y el zurdo de mi esposa, un poco más debajo de mi tetilla derecha, excitándome tan pegadas a mí, el izquierdo de Martha refregándose contra el diestro de Silvia, intentando seguir con nuestro acompasado baile pero con verdaderas ganas de iniciar ya, algo más. Luego di la vuelta a Silvia, enfrentándola con su jefe, entregándosela por fin con mi consentimiento, para que se deleitara con sus turgentes tetas liberadas, el gris de sus ojos, hasta que con su velluda mano, hizo posesión de aquella suave piel y se besaron con ansias.
Olvidándome de Silvia un instante, con mis celos ya sometidos y el pudor disipado entre los cuatro, introduje mis manos por el talle alto del firme vientre y a cada lado de sus caderas, me arrodillé ante Martha, jalando hacia abajo el licrado leggins albo y sin apuro, poco a poco, mirando el acaramelado color de sus ojitos de miel, la despojé por sus tobillos de aquella frontera. La última, su tanguita blanca perfumada de su aroma de mujer excitada, la dejaría yo para después. Ahora sí, nuestras mujeres estaban en igualdad de condiciones y de natural desnudez, dispuestas ellas y con muchas ganas los dos.
Silvia empujó a Hugo hacia el sofá, desabotonándole la camisa azul y Martha a mí me obligó a sentarme en un sillón, –encorvada un poco– liberándome de la prisión del cinturón de mi pantalón. Las dos empeñadas en desvestirnos, para que esa madrugada en aquella calurosa sala, todos quedáramos en la misma situación.
—¡Bueno, bueno! Creo que ya es hora del postre. —Dijo Martha, besando a mi esposa en la mejilla y comentándole entre risas al oído algo. Tenían en mente algún complot y no precisamente de una receta de cocina se hablaban las dos.
Continuará…