¿Cuándo me enamoré de Silvia? Pues lo hice cuando la vi, en el primer instante, aunque después de a pocos la pude conocer mejor. Y luego fue incrementándose en mí el sentimiento, las ganas de saber y compartir mucho más tiempo yo con ella, que los pocos instantes que mi amigo solía disfrutar con su entonces novia. Mi amor por ella fue tomando forma entre espacios temporales, cada quince días, luego cada ocho y así, hasta vernos casi a diario. Un aprecio que se convirtió en especial cariño, para terminar dando paso a extrañas aprensiones, sí, amistosos celos al ir compartiendo detalles de su vida íntima, sus sueños a futuro y crear entre los dos una necesaria complicidad y compromiso por el bienestar de los dos, como amigos nada más.
Silvia y yo nos fuimos entendiendo, muchos momentos de compartir y uno que otro hobbie similar. Todo hasta lograr formar una especie de vinculo sentimental; ella creyendo estar muy enamorada de su novio y yo, tan pendiente de que mi amigo no la hiciera sufrir. Porque había que decirse siempre la verdad, no ocultarse nada y obviamente estando yo en medio de su relación, conocía al detalle los devaneos de uno y las expectativas de la otra. Y acariciando aquella aceitada y brillante espalda, pensé en Almudena y su clase, la exposición sobre el amor en una pareja y la fidelidad. ¡Lealtad! Y claro, yo tenía ese día secretos que me sentaban mal y por lo visto, mi mujer también.
Yo preguntaba, obviamente con las ganas de saber si el viaje de mi esposa a la Sierra había sido programado, previsto con anterioridad para verse con su jefe. O como últimamente en aquella época nos solía pasar, era todo producto de los desvaríos del destino.
Frotaba concentrado su espalda cuando me sobresalté al conocer que su compañera de oficina, compartía piso con una Eva. ¿Sería la misma tabernera que conocí y se esfumó de la rumba? Y sin embargo, era eso lo de menos. Lo demás era aquella fotografía grabada en mi mente. Un paisaje, un camino. Cuatro niños, los de adelante en la toma eran los hijos de Martha y los más pequeños, los del fondo de la imagen, eran claramente los míos.
¿Sería posible que mientras yo estaba con Martha su esposa, desnuda junto a mí, Silvia mi mujer y Hugo su jefe, pasearan por allí tranquilamente? Él y ella, mi suegra y su marido junto a los abuelos de los hijos de Martha… ¿Un paseo familiar? No, eso sería demasiado.
—¿Lo conoces? —Me preguntó mi esposa como si nada. Sin embargo noté que había cierta tribulación en su voz cuando me respondió con aquella pregunta.
—Algo sí. De aquellos senderos me comentaron los clientes que visité en Cercedilla. Me hablaron de varios caminos que suelen recorrer con los turistas que los visitan y me dijeron de ir hasta uno que tenía una excelente panorámica. —Le respondí y… ¡Esperé!
—Amor… ¿Podrías quitarme las bragas? Es que no quiero que se manchen. ¡Estas me encantan! ¿Recuerdas que me las regalaste para el día del Amor y la Amistad? —Sí mi vida, claro lo recuerdo perfectamente. ¡Humm, te quedan de muerte! —Le contesté.
Y limpiándome las manos con una toalla, de las delgadas tiras negras, las fui bajando de sus nalgas, pasando por sus piernas, hasta sacarlas por sus pies. Las miré con detenimiento, curiosa morbosidad para verificar manchas, flujos distintos. Normal todo, hasta su aroma. Las dejé a un lado, apartadas junto a su blanco brassier.
Gotas translucidas de viscoso aceite, cayeron en el centro de su cintura, sobre los finos vellos que entrelazados formaban una especie de entramado, la frontera entre el valle de su espalda y el inicio hacia sus atractivas colinas, para disfrutar de la redondez de aquellas hermosas nalgas. Froté, deslicé mis manos hasta dar un recorrido por aquellas anchas caderas y luego con lentitud, apreté su nalga izquierda, elevando su piel blanca, redonda y aun firme, gracias a la genética con la que había sido mi esposa, mi mujer, esculpida. Más aceite en mi mano zurda, mas caricias en su glúteo derecho, repitiendo sin afán el mismo procedimiento. Círculos, leves pellizcos que le hacían pegar pequeños saltos acompañados de una risa. Mis manos subiendo y bajando, dibujé un corazón con la uña sobre la colina derecha y el la izquierda nuestras iniciales.
—Precioso mío… ¡Hummm! Me estás relajando tanto y tan rico mi amor. ¡Ufff! Que delicia por Dios. Mi cielo… ¿Estás seguro de que no pasó nada en casa de tu cliente? Es que me parece que estas como arrecho esta noche. ¿Sí te portaste juicioso mi amor? —Silvia con su cabeza girada hacia su derecha, sin abrir para nada sus ojitos cafés, me preguntó sorprendida por mi actitud tan cariñosa y yo, sin saber cómo me iba a tomar su mentira o su verdad, decidí contarle la mía, pero a medias.
—¡Jajaja! Sí mi amor, como te lo prometí. No hice nada… Pero si me hicieron a mí. ¡Es una sorpresa! Un regalo que Almudena envió para que lo disfrutes, conmigo. Pero antes cuéntame, tú… ¿Te agradó lo que viste? Le terminé por preguntar. —Ofrecí mi mano, quería ver si ella me brindaba la suya. Sin presiones.
Mi esposa abrió súbitamente los ojos e intentó incorporase para mirarme, pero yo coloqué mis manos sobre sus hombros masajeándolos e impidiendo que lograra levantarse.
—¿Qué regalo? ¿Dónde está? —¡Tranquila mi vida! Qué si te portas bien, más tarde te lo entrego.
—¿Y bien? —Dejé en el aire la pregunta y bajando de nuevo mis manos aceitadas, reanudé el masaje en su culo.
—¡Espera! Dame un momento mi vida, que vamos a terminar estropeando el edredón. —Y dejé que Silvia se pusiera en pie y de nuestro baño tomara una toalla larga para extenderla, sin embargo después, desnuda como estaba, se arrodilló de frente a mí. Me miró y en aquellos ojitos vivaces, con el café de mis mañanas en su iris, pude ver la serenidad y el brillo acostumbrado, cuando con sincera regularidad ella me decía…
—¡Te amo! Y quiero que te lo metas en esta cabezota. ¡Te adoro! Eres el hombre de mi vida. —Y a continuación nos fundimos en un beso intenso, profundo y húmedo. Nuestros besos apasionados regresaban.
—Cielo, debo contarte que también sucedió algo más esta tarde. —Silvia se dio vuelta, acostándose nuevamente pero esta vez boca arriba, con sus dos brazos cruzados bajo su nuca, mirándome fijamente. —En el camino aquel, al poco de emprender la ida nos encontramos con mi jefe–. Hizo una pausa para seguramente, confirmar mis gestos, mi reacción. Y al no ver ninguna expresión de sorpresa por parte mía, ella prosiguió.
—Al contrario de lo que te puedas o quieras imaginar, fue algo casual. Mi amor, mi viaje era una farsa, quería estar lejos de ti porque estaba molesta contigo y además para darnos tiempo a pensar, recapacitar los dos en lo que estábamos atravesando. Se me ocurrió lo del dichoso viaje a La Sierra porque sabía que don Hugo iba a pasar con sus hijos el fin de semana. Fue mi madre la que por salir del paso contigo, me siguió el juego y los niños escucharon la conversación entre ustedes y la palabra «piscina» fue el detonante para emprender este paseo. —Yo acomodé mis piernas nuevamente a los lados de las de Silvia, y mis manos descansaron sobre sus costillas, tentado de estirarlas hasta alcanzar sus senos.
—Ya sabes cómo los mima Alonso, así que él ideó pasar el día por allá en unas piscinas naturales que ya había visitado. Te juro mi vida, que no lo planee para verme con mi jefe. Nos saludamos, me presentó a sus padres y a los hijos. Son dos, una niña muy bonita y un pequeño muy apuesto como… Bueno bastante parecido a su padre. —Silvia me tomó de una de mis manos, apretándola con algo de fortaleza.
—Cielo, mi amor… Ya sabes cómo es de parlanchina mi mamá, así que entablaron conversación pero solo por unos momentos. No fue mucho. Eso fue todo, nos despedimos y ellos prosiguieron su camino. Nosotros de la misma manera, continuamos nuestro recorrido. Fue algo fortuito. En serio. —Entonces, tras escucharla y percibir honestidad en su relato y que todo encajaba con las piezas que yo guardaba en mi mente, me agaché sobre el cuerpo de mi mujer y en su boca deposite un beso corto, casi un roce de mis labios a los suyos y apartando mi rostro tan solo unos centímetros le dije en voz baja…
—Y hablando de tu jefecito… ¡Perdón! De tu jefe… ¿Finalmente se arregló con su mujer? ¿Ya hablaron? ¿Qué te ha dicho él? —Silvia, que se había mantenido hasta entonces con sus brazos por detrás de su cabeza, retiró el derecho y estirándolo, con su mano acaricio mi mejilla no una sino dos veces. No la apartó, la dejó pegadita a mi piel y me respondió.
—Pues en honor a la verdad, lo cierto mi amor es que no. No quiere hablar con ella y… ¿Sabes? Lo entiendo. Es que es de una bajeza moral más grande que la Muralla China, lo que le hizo con ese muchacho y con el otro. Vaya una a saber con cuantos más. ¡Pobrecito! Está bien que se lo «coma» con su amante en un hotel, en su coche o en el baño de un bar. Pero meterlo en su propio hogar, hacerlo allí es… Es una malparidez ni la hijueputa. ¡Oops! Perdóname cariño, me exalté. —Y me puso su acostumbrada carita de niña mimada, arrugando su nariz y un infantil puchero en su boca. Amoroso le sonreí su grosería.
—Pero mi amor, si algo he podido ver en estos últimos días, es tu facilidad de comunicación con él. Podrías indicarle, ayudarle a tomar un camino por el bien de él, de su familia y obviamente de esa mujer, de su esposa. ¿No lo crees? —Le pregunté, mientras tanto Silvia retiraba su mano de mi mejilla y luego la bajaba hasta mi pecho, cubierto prudentemente por mi camiseta gris ratón, estampada con los rostros de Scully y Mulder, los protagonistas de Archivos X.
—Pues mi amor es que tú no lo escuchaste hablar con su esposa a los gritos y por supuesto, no viste aquel video. ¡Ufff! En serio, cualquier hombre en su lugar haría lo mismo. Se divorciaría ¡ipso facto! —Guardé prudente silencio, pensando en mi siguiente jugada y con la imagen del cuerpo desnudo de Martha, tan claro y cercano, que no requería de imágenes digitales. Pero eso, mi mujer ni lo imaginaba. Respiré y esperé unos segundos hasta que ordené las palabras y con mesura se las pronuncié.
—Pues si tu fueras ella, yo primero que nada me preguntaría porque sucedió su infidelidad y buscaría respuestas primero dentro de mí y luego si, en ti. Y antes que salir por la puerta con las maletas llenas de toda una vida juntos, y dejarte tirada junto a mis hijos, buscaría hablar, dialogar con alguien que me guiara prudentemente el paso a seguir. ¿Sabes que hay muchos especialistas en tratar estos temas de parejas en la ciudad? Tal vez si tu… ¡Digo! como la amiga y confidente que eres, hablando con él, si encuentras algún momento en tu oficina, así como quien no quiere la cosa, le propones o le sugieres que hablando con su esposa, los dos acudan a ver a algún psicólogo de cabecera que les indique un camino mejor al del divorcio. Hay que pensar en los hijos, lo difícil y traumático que puede ser para esos niños.
Se lo expresé con bastante sinceridad. Yo pensaba en los míos, si con Silvia sucediera algo en ese dichoso viaje y yo no tuviera otra opción más. Silvia me miró, acariciando mi muslo izquierdo y me asusté un poco.
—¡Sabes qué Rodrigo! –Me respondió elevando un poco el tono de su voz y me preocupé–. Por eso es que te amo. ¡Te adoro mi cielo hermoso! Tienes un corazón muy grande y está inscrita en tu alma para siempre, tu gran nobleza. Pero mi cielo, será que si… ¿Me escuchará? Es que mi vida, lo de ella es muy fuerte. Don Hugo quedó desolado al verla gozar con ese joven. —De nuevo silencio y quietud en el movimiento de su mano en mi pierna.
Decidí proseguir con el masaje, untándome las manos de nuevo con el aceite de coco y con suavidad la tomé del cuello, subiendo y bajando lentamente, provocando un leve estremecimiento en el cuerpo de Silvia. Y moví mi alfil hasta el fondo del tablero, para provocar alguna reacción súbita en el rostro de mi reina.
—Mi amor, pero también pongámonos un momento en el lugar de esa señora. No has pensado que la culpa también puede estar en tu jefe. Qué tal que el hombre la tenga descuidada… ¡Que sé yo! Por temas de trabajo, sus viajes o por lo que sea y… ¿Qué de pronto tu jefe sea «mal catre» y un «polvo de gallo»? Porque según me cuentas, su mujer es hermosa y bastante atractiva. ¿No es así? —Le pregunté sin demostrar demasiado interés para no despertar sospechas.
Mi esposa no respondió de inmediato, respiraba ya un poco más agitada, manteniendo cerrados los párpados y yo no sabía si era porque en su mente, desfilaban eróticas escenas que yo desconocía; o las de aquella tarde en el baño del hotel, con su jefe desnudo y mi esposa, según ella, a medias. Tal vez yo comenzaba a elucubrar ideas malsanas y su estremecimiento era provocado por mis dedos, que acariciando sus pechos, en círculos con mis pulgares sobre sus aureolas, los aceitaban. De pronto fuera el disfrute recibido por mi inconsciente manera de pellizcarle los rosados pezones, tan erectos y brillantes. ¡No supe a qué atenerme!
—Aghhh, mi vida… que rico. ¡Pufff! Me tienes ardiendo de ganas. —Y entreabriendo sus ojos, Silvia me miró con deseo y humedeciendo sus labios con la punta de su lengua, me dijo…
—Amor, en serio que no tengo ni la más remota idea, si mi jefe «picha» mal o rico. ¿También quieres que le pregunte sobre eso o mejor lo compruebo? ¡Jajaja! —Sonriendo me respondió. ¿Tan solo bromeando? ¿O no?
—Pues si tú quieres… ¡Porque no me consigues el número telefónico de la esposa y yo también hablo con ella y pruebo! Así después tú y yo cruzamos información. ¿Te parece? —Le contesté también medio en broma.
—Ha-ha-ha. ¡Qué más quisieras mi amor!… Pero si mi vida, tienes razón de que algo de culpa debe tener él. Porque si en su casa es igual de frio y distante como usualmente era en la oficina, pues quizá con el sexo sea igual. —Y encogiendo Silvia sus hombros, le restó importancia a su comentario para dedicarse completamente a su primordial interés.
—Sigue así mi cielo. ¡Siiiií! Wow… Que delicia. ¡Pufff! Estoy mojadita. ¿Me das un masajito allá abajo, de esos ricos que me sabes dar con los dedos y tu boca? —Me dijo con esa sonrisa suya, mezcla de picaros anhelos y aumento de la lujuria por la estimulación que ejercían mis dos manos sobre sus hermosas tetas.
—Aún es temprano, espera un poco termino con esto. No te apures que aún falta entregarte el regalo que te envió Almudena, mi cliente y me toca… ¡Empacártelo! —Le dije, en el mismo momento en que mis manos abrían sus piernas y comenzaran ellas, a estremecerse con el recorrido cálido y deslizante del aceite sobre sus muslos, de adentro hacia afuera, a lo largo hasta sus rodillas y después levantar una, para rodearla con mis dos manos ejerciendo posteriormente leve presión sobre su pantorrilla y extender el masaje hasta sus pies, friccionando el talón, su palma y entre abriendo sus dedos para frotarlos con dulzura y dedicación a cada uno de ellos. Ascender de nuevo, lentamente hasta rozar los labios de su vulva, pasar de largo como quien no quiere la cosa, pero mi cosa queriendo, y continuar con la otra pierna. ¡Lo mejor lo dejaría para después!
—¡Ummm! ¿Sí? Tan bella ella. Ya la quiero conocer. ¡Aghhh!… Precioso mío, me tienes flotando entre las nubes, por favor, no te detengas. ¡Cuánto te amo, mi vida! —Le saqué a mi mujer varios suspiros que se encadenaron con tímidos gemidos.
Agarrada de la manta, sus delicados dedos se tensaban, apuñalaban el fino algodón de la tela con el nacarado rubí de sus uñas, su cintura ondulaba rítmicamente y parecía levitar entre breves segundos a medida que su respiración, en principio pausada, se esmeraba en sumar minutos para ir acentuándose. El placer que sentía Silvia era también el mío, obsequio de mis dedos delineando la forma de sus ya henchidos labios, los que se abrían sin mayor esfuerzo ante la invasión constante de profundos roces y decididas caricias. Tantos años con su bello cuerpo a mi lado, me otorgaban la capacidad de conocer sus gustos y acariciarla sin apuros ni errores en el tacto ofrecido. Y seguía siendo muy erótico observar los gestos en su rostro, sus miradas achinadas, de parpados entre abiertos dejando escapar destellos de un éxtasis próximo que por supuesto lo consiguió.
—Pues ella también tiene deseos de conocerte, aunque debes saber antes que Almudena es una mujer un tanto peculiar, sumamente expresiva y con una forma de ver la vida bastante generosa, abierta… ¡De mente! —Respondí a mi mujer con cierto humor negro y Silvia arqueó sus cejas, abriendo mucho sus divinos ojos cafés, ya un poco repuesta de su orgasmo.
—¿En serio? Y porqué mi amor. ¿Intento algo contigo? Dime la verdad Rodrigo. —Silvia me preguntó con preocupación. ¿Celos? Tal vez, así que le respondí a mi esposa con sinceridad, para que no hubieran malos entendidos.
—¡Querer quiere, pero poder no puede! Jajaja. Es una mujer madura, bonita y muy bien cuidada entre el gimnasio y una que otra visita al cirujano plástico. Pero no se ha sobrepasado conmigo, mide mucho sus acciones y las palabras. Creo que es más la soledad que la rodea lo que provoca que precise compañía, amistades para divertirse y dialogar. Es divorciada y según me contó, su ex esposo no aguantó su tren de vida tan… ¡Liberal! Es muy espontánea y cordial. Nada que deba preocuparte mi amor. Y espero pronto, poder cambiarle su camioneta vieja por un modelo nuevo. —Terminé por aclarar la situación.
—Pues mi vida, espero que para cerrar ese negocio no tengas que usar a «mi cosito». ¿Entendido? —Me dijo Silvia, apresando entre sus dedos mi falo algo endurecido.
—Y bueno mi cielo… ¿Dónde está mi regalo? —Me preguntó emocionada mi mujer, buscando con su mirada por toda la habitación.
Despacio me levanté de la cama y me dirigí hasta nuestro baño, bribonamente duré unos minutos dentro, abriendo y cerrando los cajones del estante bajo el lavamanos para causar ruido y despistar a mi esposa. Me quité la camiseta y el bóxer, y envuelto en una toalla, salí de nuevo a su encuentro.
—Listo mi vida, pero cierra antes tus ojos. —Le dije a Silvia y ella obediente así lo hizo. Me despojé de la toalla y acercando a su boca mi pene, rocé con el glande sus labios y le dije…
—Ya puedes abrirlos y disfrutar de tu obsequio. —Y Silvia los abrió, al igual que en su boca se dibujó una «O» por la sorpresa.
—¿Te gusta así o como estaba antes? —Le pregunté.
Mi mujer lo tomó con sus dos manos, acariciándome los testículos, sus dedos recorrieron desde la base hasta la punta examinándolo muy bien por si a su «cosito», le faltara algo aparte de los antiguos vellos.
—¿Y esto? ¡Aja! Así que tu cliente Almudena se tomó la molestia de depilarte. También es esteticista por lo que veo. ¡Ummm! ¿Y el pecho también? Quedaste con la piel de un bebé mi vida. Si hubiera sabido que te gustaba verte así, me lo hubieras dicho y yo te lo hubiera hecho. Pero te ves… te ves muy guapo mi amor. ¿Te dolió? —Y yo puse mi cara de niño consentido y le respondí…
—Claro que me dolió, un poquito nada más. Sabes que soy muy valiente menos para las agujas. Jajaja. —Y me sonreí mientras que las manos de Silvia, tocaban en círculos mi pecho, para continuar bajándolas por mis abdominales y con sus pulgares, sortear mi ombligo para terminar de nuevo por acariciar el pubis y rodear el tallo de mi verga con firmeza.
—¡Ven aquí bebé, ven con mami! —Me dijo Silvia, bueno para ser claros y sinceros, no fue exactamente a mí pero si a una parte mía que era muy suya.
Después de un besito en la abertura de la uretra, lamió el glande alrededor, retirando la piel del prepucio y cerré mis ojos, abandonándome al disfrute. Mi verga sintió calor y humedad, la lengua de mi mujer ensalivando, babeando cada centímetro de la piel del pene, circulando y meneando de arriba hacia abajo.
—¡Mírame! Y sus ojitos cafés se conectaron con los míos, sin dejar de abrir su boca, de abrigar mi verga y chupar, sorber y lamer incrementando el ritmo, haciéndome jadear de gusto. ¡Pufff! Mi mujer lo hacía genial, introduciéndose en la boca una parte y con sus manos aferradas al grosor de mi miembro, subiendo y bajando a un ritmo constante.
—Que rica esta, hummm. Siento como se va endureciendo cada vez más. Ohhh mi vida se siente tan suave, tan durita que ya quiero que me la metas y me piches bien… ¡Pero bien rico! —Me dijo Silvia, con babas alrededor de su boca, y esa cara de niña consentida, transfigurándose en el rostro de una mujer con ganas de sentir placer.
—¡Pues no se diga más! Vamos a tirar bien rico esta noche mi vida. —Le respondí y cambié mi posición para acomodarme sobre su cuerpo, procurando concordar la altura de su cadera con la mía. Sus piernas abiertas y su vagina brillando de flujos por las ganas, y en mi pene la translucida y viscosa humedad en el glande, permitieron un breve encuentro que no quise llevar a más. Solo rozar, abrir con mi dureza los carnosos pétalos de su hermosa rosa. Lento, por encima hasta hacer una firme presión sobre su hinchado clítoris. Rápido retroceder el grueso eje sobre su dispuesta vulva, colocar la cúspide de mi verga en su dilatada abertura. Espasmos, gemidos entre cortados y un tanto callados previendo no despertar con los gritos a los niños. Goce bien estudiado de sus gestos y ella de los míos, gimoteos tras los besos, labios recorriendo bocas, nuestras mejillas, su mentón y mis orejas, porque así hacíamos el amor. Mirándonos con detenimiento, destellos de pasión en nuestros ojos, manos acariciando sus pechos, sus uñas rasguñando los bajos de mi espalda, mis nalgas también. Como si fuera nuestra primera vez, agradando, entregando… ¡Degustando nuestros cuerpos!
—¡Métemelo ya! Amor no seas malito… ¡Please! —Y le hice caso, cómo no–. Oughhh… Siiiií. Así, así. ¡Jueput!… que delicia mi amor, me tienes arrecha amor. Sigue así, suave mi vida, sácalo despacio, despacitooo… ¡Ummm! —Silvia me guiaba, le gustaba suave en un principio, más fuerte algunos segundos después y a mi… ¡Parar! Esa súbita dilación, la llevaba al paroxismo, entornando sus ojos, abriendo por completo su boca y ella misma mordiendo su labio inferior. Lograba mi cometido, incrementando sus ganas, los esparcidos espasmos, sus jadeos que agitaban aún más el bambolear de sus senos y aquella mirada de súplica que lo decía todo sin pronunciar palabra.
—¡Cómeme! Píchame fuerte, píchame mi vida… ¡No puedo más! Soy tuya mi amor, toda para ti. ¡Qué ricooo! —Éxtasis, convulsiones, piernas temblando abrazando mi culo y sus manos como garras aferradas al edredón.
Un beso profundo era para ella la ansiada pausa, su respiro después de alcanzar el clímax. En cambio en mí, se convertía en el punto de partida para cambiar nuestros cuerpos de posición y reiniciar el movimiento de medio lado, con mi mano elevando su pierna derecha y penetrándola desde atrás, con mayor profundidad.
Minutos después era Silvia quien me montaba, meneaba sus caderas de forma circular, lenta para luego hacerlo con agilidad, adelante y hacia atrás. Espectacular visión de sus senos, que de vez en cuando los llevaba hasta mi boca, para darle lamidas y chupones, reteniendo entre mis dientes sus rosados pezones, hasta hacerme alcanzar la gloria, aspirando aire por mi boca completamente abierta, invadiendo con dos, tres y hasta cuatro chorros de mi esperma, el abrigador cobijo de su cálido interior. ¡Pufff! Suspiré aliviado de tensiones.
—Me has exprimido por completo mi amor. Tengo sed, voy por unas cervezas mientras me repongo y seguimos con la función. ¿Te parece? —Por respuesta obtuve una sonrisa cómplice y su beso agradecido. Y Silvia con una mano en el medio de sus piernas, se apresuraba para llegar hasta el baño a limpiarse de mi copiosa corrida.
…
¡Vaya reencuentro con Rodrigo! Sentada en el bidet limpiando con pañitos húmedos mi enrojecida vagina, agradecí que entre los dos siguiera existiendo esa química tan especial que nos unía cuando hacíamos el amor con tanta pasión como esa noche. Si pelearnos por pequeñas estupideces nos separaba por algunas horas, perdonarnos y reafirmar nuestro amor teniendo ese sexo tan compenetrado e íntimo, era simplemente algo fenomenal.
Rodrigo esa noche bebió conmigo dos cervezas, compartimos un cigarrillo junto a la abierta ventana, prolongamos nuestros besos, unos cortos y otros bastante húmedos, sin olvidar por supuesto mil caricias, muchos te amos y abrazados nos cogió bien entrada la madrugada. Así que entre una y otra, nos enrollamos de nuevo hasta alcanzar otro orgasmo él y yo, al menos dos más.
El domingo fuimos despertados por dos pequeños terremotos y entre juegos en nuestra cama, cereal, fruta y leche al desayuno, decidimos ir al parque con nuestros hijos. Por almuerzo Rodrigo propuso hamburguesas y de postre yo, una caminata por el centro comercial y palomitas de maíz con coca cola en el cine, nuestros dos tesoros. Como familia, como siempre yo agradecida con la vida por mis pequeños y por el amor de Rodrigo.
—¡Buenos días chicas! ¿Qué tal su fin de semana? —Les pregunté tanto a Amanda como a Magdalena, tras encontrarnos ya en el piso decimo, justo a la entrada de la oficina para empezar labores esa nueva semana.
—Hola Silvia tesoro. ¿Cómo te acabó de ir con tu familia en el viaje? —Me preguntó Amanda, abrazándome y dándome dos besos por saludo.
—¿Y eso? ¿De qué viaje hablan? ¿Dónde estuviste corazón? —Esta vez fue Magdalena, quien se acercó para averiguar por mi fin de semana.
—Nahh, un paseo rápido con mi padrastro y mi madre, para llevar a mis hijos a unas hermosas piscinas naturales en un parque rodeado de una naturaleza impactante. —Le respondí a mi compañera.
—¿Y tú porque lo sabes pequeña? ¿Fuiste con Silvia acaso y no me avisaron? —Le preguntó Magda a nuestra tímida amiga.
—¡Jajaja, no. Este mundo que es un pañuelo! Fui con mi compañera de piso para que respirara aire puro y así se le pasaran las calenturas que tenía con un hombre casa… Bahh, no importa. Me encontré allí a Silvia y a sus niños. Muy hermosos. Pero mujer, deberías salir también con tu marido, no debes desampararlo, mira que hay muchas brujas que salen por las noches a cazar hombres, tan interesantes como él. —Y Amanda sonriendo se alejó hasta su escritorio.
—¡Buenos días! —Escuchamos la voz de nuestro jefe a nuestra espalda y como era lo usual, después de responder nosotras a su saludo, él siguió hasta su oficina para minutos después, llamarme por el interno para pedirme que la señora Dolores le preparara un café. Todo normal, como siempre.
—¿Don Hugo? —Pronuncié golpeando tres veces la puerta con mis nudillos y en la otra su taza de café.
—Adelante Silvia, siga por favor. —Y lo encontré de pie, en sus manos sostenía el retrato de sus dos hijos y su esposa junto a él.
Coloqué su café en el escritorio y me giré para salir de la oficina pero me detuvo, llamándome la atención al tomarme del antebrazo.
—Tienes una familia muy hermosa Silvia. Tu madre es una mujer encantadora y muy bella. Se nota a leguas de dónde has sacado tu hermosura.
—Gracias jefe, respondí un tanto apenada. Pero igualmente, sus padres son muy amables y los hijos suyos también son muy bellos. El pequeño es idéntico a usted y la niña, ella debe ser muy parecida a su madre. —Le terminé por decir. La sonrisa en su rostro admirando la fotografía la mantuvo, pero su dedo índice… Ese lo paseo por encima de la figura de su esposa, como si la acariciara.
Sentí pena por él y recordé las palabras de mi esposo. Si quería ayudar a mi jefe debía intentar reunirlos de nuevo, procurar que por fin hablaran y de ser posible que visitaran a un especialista en esos temas de parejas.
—Ehhh, y carraspee dos veces. —¿Jefe? Quizás a la salida podríamos hablar un rato. ¿Me aceptaría tomar un café por ahí? Ehhh, claro que… Sin que las muchachas se den cuenta. —Y don Hugo me miró extrañado por mi intempestiva propuesta.
—¿Me estas invitando a salir Silvia? —Me preguntó.
—Pues… Sí señor, pero que yo escojo el sitio esta vez. Y salí de allí, sonriéndole pero sin esperar su respuesta.
Nos mantuvimos ocupadas todo la mañana sin embargo muy puntual a las diez hablé con mi esposo, comunicándole que saldría con mi jefe a tomar un café a la salida y hablar como lo habíamos acordado. Sin embargo a la hora del almuerzo Magdalena emocionada me recordó la cita en el spa y por supuesto me turbé.
—Humm, lo siento Magda, pero hoy no va a poder ser. Mi madre tiene un compromiso esta tarde y debo recoger a mis hijos. ¿Podrías reprogramarla por favor? —Magdalena no hizo buena cara pero finalmente me comprendió y el resto de la tarde pasó sin contratiempos, las tres trabajando y don Hugo de vez en cuando subía al piso de la dirección general, se demoraba un poco y de nuevo regresaba. Yo entraba a su oficina con carpetas y folders en mis manos para que el revisara, firmara algunos documentos y luego cruzando miradas, sonreíamos como un par de cómplices, que ocultaban a los demás su próximo golpe. Amanda ocupada en los archivadores ni se daba cuenta y Magdalena de vez en cuando levantaba su mirada de la pantalla del ordenador y se sonreía, subiendo y bajando sus cejas de manera curiosa.
Media hora antes de la salida, me arreglé con rapidez y encaucé mis pasos hasta la oficina de mi jefe para decirle que saldría un poco antes y le enviaría la ubicación para encontrarnos sin ser observados por mis compañeras de oficina o alguien de la compañía. Le guiñé desde la puerta un ojo despidiéndome de él y posteriormente de Amanda y de la señora Dolores. A Magdalena no la vi por allí, tal vez se encontraba en el baño o en el piso superior. Y me fui fingiendo apuro.
Salí del edificio caminando hacia la esquina próxima para pasar a la otra acera. Tenía tiempo así que mientras esperaba a que pasaran los minutos, busqué una banca donde sentarme y encendí un cigarrillo. Necesitaba pensar en cómo iniciar el dialogo con mi jefe para que fluyera en él, la necesidad de recomponer la vida y la de su familia, también por el bien de su matrimonio y recuperar la confianza perdida en su mujer. De mis pensamientos me sacó la delicada voz de una mujer que se acercó a pedirme fuego, y así sin fijarme demasiado, tomé de mi bolso el encendedor y se lo entregué. Era una señora muy elegante, que vestía un traje sastre azul marino que combinaba muy bien con el color de sus zapatos de tacón y unas preciosas medias veladas color piel, enmalladas y adornadas con pedrería resplandeciente. El ovalado marco grueso y de lentes grandes muy oscuros me impidió ver directamente a sus ojos. Graciosamente me sonrió y entregándome el encendedor con delicadeza, se despidió dándome las gracias y lanzándome un beso por el aire, prosiguió su camino, ondeando tras de sí los extremos de la mascada de seda colorida que usaba en su cabeza a modo de diadema.
Me puse en pie después de acabar de fumar y me dirigí a un Starbucks cercano pero desafortunadamente estaba a tope de personas, por lo tanto caminé otras dos calles hasta ubicar otra cafetería algo menos concurrida. También las sillas estaban ocupadas pero me di cuenta de que una pareja de ancianos se levantaban de una de las pequeñas mesas que daban a una de las ventanas y con agilidad hice posesión de ella, golpeándome por apresurada, mi cabeza contra un extintor rojo que estaba a mi espalda.
Llevé mi mano derecha hasta la parte lastimada y me froté con ganas, obviamente con mucha pena con las personas que se habían dado cuenta por mi torpeza. Tomé mi móvil y envié un mensaje a don Hugo para indicarle mi ubicación. Una chica muy gentil se acercó para tomar mi pedido, de manera que mientras esperaba a mi jefe, le solicité un café.
Tras unos minutos de espera, dando pequeños sorbos a la caliente bebida, apareció mi jefe hablando por su teléfono, miró alrededor hasta que me ubicó. Sin embargo siguió con su móvil pegado a su oreja y finalmente sonriendo colgó.
—Hola Silvia, ehh… ¿No había un lugar más cercano? —Y sonriente tomó mi mano entre las suyas.
—Hola jefe, es que los demás sitios estaban congestionados de personas. —Sutilmente retiré mi mano de entre las suyas, acto que no le agradó.
Con su brazo en alto llamó la atención de una de las dependientas y al final, la muchacha que me había atendido se acercó. Él solicitó también un café y cuando la joven se había retirado me habló.
—Y bien Silvia… ¿A que debo el honor? —Sin saber por dónde comenzar tan solo le pregunté…
—Pues vera jefe, quería hablar con usted para pedirle un favor… —Pero él, acercándose a mí por encima de la pequeña mesa de madera, me miró con sus ojos grises bien abiertos y una expresión de picardía en su rostro, interrumpiéndome.
—Solo si tú me haces otro. Por favor cuando estemos juntos y solos, no te dirijas a mi como tu jefe. Aquí fuera para ti soy Hugo, simplemente Hugo. ¿Te parece? —Yo asentí, un poco intimidada.
—Bueno como le decía don H… Hugo. Como le decía, me agradó mucho verlo en compañía de sus padres y los niños. Y lo vi muy feliz, alegre disfrutando de su familia. Como yo. Eso me hizo pensar en la mía, con mi esposo, mis niños, lo felices que somos. —Mi jefe se acomodó de nuevo en su silla, recostándose contra el espaldar del sillón, prestándome toda su atención.
—Señor, su café. ¿Desean pedir algo más? —Y don Hugo me miró en espera de mi respuesta–. No señorita, respondí. Por ahora así estamos bien. Muy amable. —Y se retiró la joven, ella siempre con una sonrisa iluminando su rostro.
—Hugo, usted se ha portado muy bien conmigo y lo agradezco en verdad. Es un hombre inteligente y bueno, que se merece ser feliz y creo que puede serlo, si logra vencer su rencor y darle una oportunidad a su esposa para explicarse. Mire Hugo, se lo digo por experiencia. —Y bajando mi mirada debido a la amargura que sentía todavía al recordarlo, le conté un poco por encima mi historia pasada.
—Hace muchos años yo también le fallé al hombre de mi vida. Por mi infantil estupidez, por no saber comprender que a veces el esfuerzo por conseguir una meta, es justo valorarlo y acompañar esos sueños, apreciar la voluntad para salir adelante y no valoré la dedicación de mi novio en aquella época de estudios en la universidad, dejándome llevar por el aburrimiento, me confundí pensando que no era yo lo primero ni tan esencial para él y me dediqué a perder su amor, entre fiestas y con engañosas palabras. Lo dejé por otro más divertido pero vacío de principios y valores, casi lo pierdo para siempre. Lo busque, le pedí perdón y él, mi esposo me escuchó. —Le terminé de contar, percibiendo que unas lágrimas rodaban por mis mejillas hacia el mantel.
Mi jefe volvió a acercarse, recogió mi mano de nuevo pero con mayor fortaleza y con la otra levanto mi cara del mentón.
—Silvia, pero tú no eres como mi esposa, no le hiciste lo que ella a mí. La vi y eso me mató. Verla tan compenetrada con su amante teniendo sexo en la sala de mi propio hogar, eso fue desbastador para mí. No creo que pueda olvidarlo nunca. Ella no es como tú, mi esposa se convirtió en un demonio desatado, seducida a conciencia por la lujuria y tu Silvia, por el contrario te has convertido en esa mujer especial que me cuida y se preocupa de mi bienestar. Silvia no puedo dejar de pensar en ti, tu, Silvia tú eres mi ángel. —Y esas palabras me estremecieron, dispararon mis alarmas, pues mi jefe volvía por el mismo camino y yo necesitaba dirigirlo hacia el otro lado, el que lo conduciría hacia su mujer.
—Hugo, no quiero parecerle indiscreta pero… —Y en ese momento desplace mi silla para acercarme más a mi jefe y hablar con un poco más de intimidad, hablar en voz más baja.
—¿Hugo puedo ser muy sincera con usted? —Le pregunté y mi jefe asintió. Su rostro no denotaba aspaviento o extrañeza en mi comportamiento, así que proseguí fijando mi mirada en sus hermosos ojos grises para no perder detalle de sus gestos cuando le hiciera la pregunta indebida.
—Usted y su señora… ¿Tenían buen sexo? Es decir Hugo, se llevaban bien o tal vez, usted la tenía abandon… Es que usted con los continuos viajes, tantas reuniones hasta tarde… Hugo, puede que su esposa se sintiera como yo en aquel tiempo, sola, aburrida y desplazada y encima pues el sexo no era para usted tan importante y para ella sí. Disculpe si me entrometo. Y si quiere no me responda. —Y mi jefe sin apartar sus ojos de los míos, con seriedad me respondió…
—Silvia, pues la verdad no lo sé. Es muy posible que tengas razón. Me criaron bajo una férrea educación católica, siempre me dediqué al estudio, honestamente las salidas por ahí con los amigos a ligar, no eran para mi fundamentales y solo de vez en cuando lo hacía, más por agradar a mi madre, ya que mi padre era más rígido en esos aspectos, el solo quería que yo siguiera sus pasos y me hiciera cargo de la empresa familiar. Martha mi esposa, es la única mujer con la que he tenido sexo. La conocí en la universidad, nos ennoviamos y ambos pues… Se podría decir que perdimos la inocencia hasta la noche de bodas. Ni ella sabia y yo, mucho menos. Nuestras relaciones sexuales fueron normales, como todas las parejas supongo. La pasamos bien y lo hacíamos seguido antes de que llegaran los niños. Tú sabes, todo cambia cuando nacen tus hijos, ya el tiempo se comparte con ellos, se vuelven lo primordial y me dediqué a luchar por conseguir el dinero para que no les faltara nada, prever sus estudios a futuro y con mi esposa pues… Sí, el sexo pasó a segundo plano la verdad. —Se hizo silencio entre los dos. Pero nos mantuvimos cercanos, tanto que yo podía percibir la fragancia de su colonia el seguramente mi perfume. Posó su mano sobre mi pierna pero no muy arriba, un poco por encima de la rodilla, yo baje instintivamente mi mirada hacia su mano, temiendo que la fuera a subir.
—Silvia, tú… ¿Estas insinuando que yo soy culpable de todo esto? —Y yo por respuesta puse mi mano sobre la suya y la acaricié con suavidad, sin dejar de mirarlo a los ojos.
—Hugo, del uno al diez usted… ¿Qué tan bueno se considera al momento de dar placer a una mujer? ¿Qué tan bueno es usted en la cama? —¡Directa y al grano!
Tanto, que creí haber obrado mal, pues él de inmediato retiró su mano de mi rodilla. Se puso en pie y me asusté por haberlo presionado demasiado o tal vez ofendido sin querer. Don Hugo hizo un ademan con su mano y la muchacha se acercó hasta la mesa para preguntar que deseábamos más.
—¡Cancelar la cuenta! —Dijo mi jefe a la joven, quien de nuevo sonriente intentó darse vuelta para acercarse a la barra, sin embargo mi jefe le entregó un billete en su mano, la chica miró la denominación y don Hugo le dijo con seriedad… —Lo que sobre es para usted por su amable servicio–. Y feliz, la muchacha se marchó dejándonos solos nuevamente.
—Silvia, yo invito. Jamás dejaré que pagues, pero ahora tú y yo, nos vamos a otro lugar. Aquí no puedo ni quiero hablar de eso. —Me dijo con la seguridad y firmeza tan habitual en él, extendió su mano y me inquieté.
Continuará…