—Son las diez de la mañana y nuestro «ogro» no ha llegado. ¿Sabes algo de él, corazón? — Preguntó desde su escritorio Magdalena, girándose en su silla y colocándose de pie, se acercó hasta uno de los archivadores para buscar alguna carpeta, sin dejar de observarme.
—Pues nada la verdad. No ha dado señales de vida. Tal vez esté de compras, preparándose para el viaje o reunido con su familia. —Le respondí completamente desinteresada.
Hasta esa hora de la mañana no había reparado en mi jefe. Pero la pregunta de mi compañera de oficina, despertó en mí el interés por saber si él habría cumplido con su promesa. Pero no hice el intento de llamarlo. ¡Para qué molestarlo! Mejor me dirigí hasta la cocina y preparándome un café, realicé la rutinaria llamada a Rodrigo.
—¡Hola mi amor! ¿Cómo te ha ido esta mañana? —Lo saludé y le pregunté a continuación como se encontraba.
—Mi vida… ¡Pero qué milagro! Jajaja. Yo bien, ando un poco apurado con los documentos para el préstamo de la empresa aquella que visité en Cercedilla. Debo tramitarlo con la gerente del banco cuanto antes; necesitamos que salga esa comisión para el otro mes, que sabes bien cómo andamos, con los bolsillos tan ajustados. ¿Y tú? ¿Todo bien en tu oficina? ¿Qué tal con tu jefecito? —Otro que estaba interesado por tener noticias. —Ya éramos tres–.
—Pues Cielo, ni idea. —Y me aparté del mesón con mi taza en la mano, buscando un espacio lejos de los oídos de la señora Dolores, y qué me otorgara la intimidad necesaria para conversar con Rodrigo–. Hasta el momento no ha llegado y no tengo razón ni chica ni grande de cómo le habrá ido con su esposa. Esperemos que bien. ¿Y tú amiguita Paola?…
—Hoy no trabaja mi amor. Tiene un día de compensatorio, por haber trabajado el fin de semana. Pero si tú quieres, la busco después en su hotel para darle tus saludos. ¡Jajaja! —Me respondió tan gracioso y despreocupado que entendí que mis dudas, sobre la relación de esa mujer y mi esposo, eran totalmente infundadas. O bueno, eso creí. Entre cosas… ¿Cuál hotel?
Y sin mucho más por contarnos, nos despedimos los dos, con un beso, un te amo y un ¡Hasta más tarde! Tan esperanzador como amoroso. Trabajé muy concentrada, empeñada en tener todo en orden para la visita a las oficinas en Turín, compilando datos, facturas y documentos, diagramas y presentaciones, todo lo necesario para realizar nuestra financiera evaluación. Lo guardé todo en dos memorias USB, una para mi jefe y la otra de respaldo para mí.
Ya en la hora del almuerzo, Amanda emocionada por mi viaje, me comentó que ya había realizado las reservas de vuelo y estadía en un hotel en el centro de aquella ciudad, muy cerca de las nuevas oficinas. Magdalena se sobresaltó acordándose de algo y de inmediato metió su mano al bolso negro y del interior, tomó una bolsa pequeña de regalo y me lo entregó.
—Silvia, tesoro. Mira, casi lo olvido por completo. Ayer pasé por el almacén y escogí estos pendientes para complementar tu vestuario. Es que mujer… ¡Vas a lucir espectacular! Y quiero fotos, muchas fotos de los lugares que visites. Y de paso por supuesto de esos bombones italianos tan apuestos que te vas a encontrar por allí. Claro está, si nuestro «ogro» te desampara en algún momento. ¡Jajaja! —Me dijo muy sonriente y yo mirando el contenido del empaque, no pude más que darle un gran abrazo y un par de besos en señal de agradecimiento. Amanda aplaudió aquel gesto nuestro con efusividad.
—Y Magda, ¡por Dios! Seré yo la que no me apartaré de don Hugo. ¿Te imaginas? ¿Yo sola andando por ahí? ¡No, no, para nada mujer! Con el sentido de orientación tan pésimo que tengo, soy capaz de perderme dando una vuelta a la manzana. Mejor siempre acompañada en esas calles o guardada en las oficinas trabajando. Quizás… ¡Ni salga de ese hotel! —Le respondí a ambas con honestidad y sí, aunque se me escuchara a broma, detrás persistía mi honesta prevención a estar sola y en un lugar extraño, sin el refugio que me brindaba mi esposo.
—Bueno, bueno. A ver tesoro, hoy si no te me puedes escapar. Nos vamos de compras y luego al spa esta tarde niñas. ¡Uhuuu! —Gritó Magdalena de improviso. Oops, eso también se me había pasado por alto, pero era cierto, así que ni modos.
Tome mi móvil y le envié un mensaje a Rodrigo, comunicándole mi salida con las chicas hasta la peluquería y que de nuevo estuviera pendiente de los niños. Lo suavicé con caritas apenadas, otras enviándole besitos y un gran corazón purpura finalizando el escueto texto.
…
—Hola Almudena, buenos días.
—¡Rocky tesoro!… Qué alegría saber de ti. ¿Va todo bien?
—Gracias a ti, todo marcha sobre ruedas. Ya hablé con tu amigo, me parece una persona muy correcta y amable. Ya concertamos una cita para este jueves.
—No es nada corazón, solo que una que es muy atenta y ajustando bien mis antenas, me entero de cositas por ahí y quien mejor que tú para asesorarlo con esa compra. ¿Se citaron en su casa o en la oficina?
—En su oficina por supuesto. Creo que no le interesa para nada que su esposa sospeche. Oye… Y de Martha… ¿Ya has hablado con ella?
—Rocky, no solo con ella, también con su esposo. Los dos decidieron acudir a una terapia de pareja… ¡Conmigo! Pero ni creas que te contaré, eso va en contra de la ética profesional como comprenderás. ¡Jajaja!
—Lo entiendo. En verdad me alegra que todo se le solucione a Martha.
—Pues ojala tengas razón. Deben estar por llegar a consulta. Debo dejarte y prepararlo todo. Ha sido grato saludarte. Un besote tesoro mío y espero que no pierdas tu compostura cuando conozcas esa oficina. Hasta pronto corazón.
Me sentí contento y tranquilo al saber que la conversación con mi esposa había fructificado y que ese beso entre ellos dos, aunque no me agradara, consiguió finalmente su objetivo. Y me dediqué a buscar nuevos negocios, en el lugar que pocos solían mirar… Los periódicos y las noticias económicas. Sonriente sobre mi escritorio abrí las páginas de la sección que me interesaba, ya dejaría que Almudena se encargara de recomponerles el camino.
…
Miré hacia la pared, a la izquierda de mi escritorio, justo encima de la fotocopiadora el circular reloj de tablero negro y números plateados. Quince minutos faltaban para la hora de salida y yo sin saber de él. Ni llamadas, tampoco mensajes. Estaba inquieta y deseosa de hablar con mi jefe, conocer por su boca los motivos de su ausencia.
Amanda recibió una llamada y sí, por sus gestos apresurados y nervioso tartamudeo en sus respuestas, comprendí que era don Hugo. ¿Por qué a ella sí y a mí no? Mi compañera se dirigió hasta la oficina de nuestro jefe, permaneció poco tiempo dentro y regresó de nuevo, ya más calmada y con su móvil en la mano. Y yo muriéndome de ganas por saber de qué se trataba y de que habían hablado. Estuve a punto de preguntarle, cuando Magdalena se acercó a mi escritorio hablando con alguien por su teléfono y mirándome, tan solo le escuché que confirmaba nuestra cita en aquel spa.
—Señora Silvia… ¿Necesita usted algo más o ya me puedo retirar? —Me preguntó desde la puerta de la pequeña cocina la señora Dolores, ella siempre tan puntual, tan correcta y aun con su inmaculado delantal blanco sobre su uniforme gris.
—Tranquila Dolores, ya te puedes cambiar e irte a descansar. Muchas gracias por todo y nos veremos mañana si Dios nos lo permite. —Le respondí a lo cual ella, sonriendo tomó su bolso y se dirigió hacia el baño.
—Bueno muchachas, el jefe no se apareció hoy, así que creo que podremos salir unos cinco minuticos antes y así ganamos tiempo, que quiero llegar al piso y poner en orden la cocina que esta mañana no alcancé. ¡Rodrigo ayer cocino! — Y levantando mis hombros con mi gesto de resignación, les mencioné a mis dos compañeras, quienes sonrientes se dieron a la tarea de apagar sus equipos y organizar sus escritorios al igual que yo.
Sobre las siete y media, al abrir el portón de nuestro piso, me encontré con mi esposo tirado en la alfombra de la sala, a cuatro patas con mi niño sobre su espalda y debajo de el a mi hija, suplicando por socorro entre carcajadas y gritos de auxilio…
—¡Mami, mamitaaa! Ayudaaa… ¡Ayudaaa por favor! —Me suplicaba apoyo mi princesita.
Mi pequeño descabalgó con premura, la humanidad de mi esposo y corrió a mi encuentro, yo alcancé a dejar en el piso mi bolso y los paquetes de las compras, para acogerlo entre mis brazos; y mi niña por fin pudo evadir los ataques de los dedos de Rodrigo, causando mil cosquillas, escabulléndose por entre sus piernas para buscar en mí, su ansiado amparo y Rodrigo, sonriente y rojo como un tomate por el esfuerzo, de rodillas también vino hacia mí y me rodeó las piernas con sus brazos, besando mi vientre y un poquitín más abajo.
Esos recibimientos ciertamente eran la mejor manera de agradecer a la vida por mi familia y su amor hacía mí, aunque poco después de cambiarme la ropa y colocarme el pijama, tuviera que salir yo a recoger la montaña de sus juguetes, levantar el desorden de crayolas, rotuladores y hojas sueltas; revisar con ellos posteriormente sus deberes. Mientras mi esposo adecentaba el mesón de la cocina, lavaba la vajilla y luego se acomodaba en el comedor para con documentos en mano, sumergirse en su ordenador y alistar algunas propuestas comerciales para los próximos días.
—Bueno mi vida… ¿Y cómo te fue hoy? —Le pregunté después de cenar y acostar a los niños, quedándonos por fin solos, yo recostada en el sofá revisando en mi móvil las redes sociales y Rodrigo sentado a la mesa, absorto en su portátil.
—¡Todo normal! —Me respondió sin levantar la mirada de la pantalla y nos quedamos en silencio, disfrutando de una noche despejada y el ambiente entre los dos en calma.
Al parecer, Rodrigo estaba tan concentrado en sus quehaceres que no reparó en mi nuevo peinado, ni en el dorado color de mi piel, lo cual ciertamente me molestó un poco. Mucho menos me dijo nada acerca de verme llegar con dos paquetes adicionales. Revisando las redes sociales pude ver una solicitud de amistad nueva de una mujer que yo no conocía, por supuesto no le di importancia y la dejé pasar. Me interesaba más averiguar por el estado de mi jefe, pero aquella noche también seguí sin mensajes ni notas de voz de su parte. Me aburría, por lo cual era mejor ponerme manos a la obra.
—Voy a alistar la ropa para el viaje. ¿Quieres venir a ayudarme a escoger? —Le hablé a mi esposo cariñosamente, pero Rodrigo tal vez no me escuchó, por lo tanto alcé mis hombros en señal de resignada queja, y obviamente tampoco mi marido se percató de ello. O sencillamente no le importó.
En silencio me dirigí a la habitación para luego de abrir las puertas del armario, sentarme en la cama y pensar que ropa sería más adecuada y me fijé en el vestido plateado, el que mi amiga Magdalena había dicho que me quedaría genial para la inauguración y que yo creía que era demasiado sensual para esa celebración. ¡Dudé!
Haciendo un esfuerzo, me puse en puntas de pie y alcancé de la parte superior el trolley mediano para empacar allí mis cosas. Sola y en silencio, abrí los cajones, escogí con detenimiento mi ropa interior, tres bragas casi nuevas, también un par de tangas brasileras, dos sostenes blancos de encaje y de una de las bolsas, el juego de lencería nuevo que Magdalena me había regalado para la ocasión. De color negro el conjunto, transparencias y encajes muy sexys lo adornaban. Ese también lo guardé en el maletín de viaje. Y el vestido nuevo, que venía en la segunda bolsa, ese lo colgué. Y de mi esposo nada. No escuchaba ni un suspiro, lo imaginaba allí en el comedor solo, y con sus dedos, el teclear en su computadora.
«Buenos días amor, tengo que salir ya. Voy a hacer una correría fuera de la ciudad. Visitaré algunas industrias y no quiero que me coja la tarde. Antes de que preguntes… ¡No! en esta ocasión voy solo, sin compañías. Que tengas bonito día y más tarde hablamos. Te amo. Besitos a los niños. Por cierto, quedaste preciosa con ese tono dorado en tu piel».
Eso fue todo, una nota escrita sujetada de la puerta del refrigerador. Ni lo sentí acostarse y mucho menos levantarse a la madrugada. ¿Tan cansada estaba? ¡Se marchó sin darme yo cuenta! Pero Rodrigo si puntualizó, el cambio en mi color.
…
Un nuevo día comenzaba, un miércoles diferente sin ir a la reunión de ventas, pero acordado anticipadamente con mi jefe, ya que me apremiaba sentirme sin negocios y ver como se vaciaban de a pocos mis bolsillos. Unas nuevas instalaciones lecheras de una fábrica en expansión, dos empresas de construcción iniciando proyectos de vivienda en una población cercana y medio tanque de combustible en mi Mazda, que esperaba yo y me alcanzara para el recorrido.
Dormí apenas cuatro horas la noche anterior, preocupado por redactar bien las tres ofertas, presupuestos y formas de pago diversas, catálogos listos, mi mejor traje de paño para la batalla de las preguntas, las objeciones, los «No lo necesito» o los «Ya tengo de esos». Todas esas frases tan acostumbradas y a las que ya estaba tan familiarizado. Debatir, argumentar y crear las necesidades. Un ¡No! después de entrar y recibido con una sonrisa de mi parte, era una puerta a medio abrir para mí. ¡Y sí! Cómo me lo había recalcado Silvia, con el tema de aquel beso que a ella no le supo a nada, cargaba yo encima con mis suvenires, para conseguir al menos una risita y un… ¡De pronto más adelante! Sombrillas, gorras, llaveros, bolígrafos, etc. Todo listo para una nueva aventura comercial e intentar cerrar los tratos.
Cuarenta y cinco minutos a buen ritmo, música de Toto, Sting, Aerosmith, The Cranberries y por supuesto, «Don’t Let it End» de Styx, cantándola casi entre susurros para antes de llegar a Las Vegas, al sureste de Madrid detenerme unos momentos y por desayuno, solicitar un café en la primera gasolinera que encontré, poco antes de llegar a la población. Obviamente acompañado de un cigarrillo y a esperar una hora más adecuada. «Al que madruga, Dios le ayuda». Reza el dicho popular. Y de paso pensar un poco en Paola, recordar la sorpresa de aquél primer beso, en el disfrute apasionado del segundo, como no. Y si yo, como hombre ante una mujer hermosa lo sentí, con seguridad el jefecito también disfrutó de los labios suaves y tiernos de mi esposa. Pero… ¿Y Silvia? Hummm, no lo sabría hasta tiempo después.
Pasada una media hora, me apostaba ante la primera puerta en espera de lograr atrapar aquella mañana, la inicial de las presas.
…
Apurada oprimí el botón del décimo piso, temprano aún, me hallé sola en aquellos escasos y claustrofóbicos metros cuadrados, que en su suave ascender, me causaban como era lo usual en mí, un poco de vértigo. Las puertas se abrieron y allí como siempre ya me esperaba la señora Dolores.
—Buenos días señora Silvia. —Buenos días tenga usted, Dolores. ¿Si descansó bien? Y le di un abrazo, para proceder a desactivar la alarma y abrir la puerta para comenzar la matinal jornada.
—Le voy a ir preparando su té y el café para don Hugo. Me dijo amablemente, ingresando ella a la cocina y yo, retirándome el abrigo y colgándolo de la percha junto a mi mediano bolso.
A los cinco minutos llegaron ellas, Amanda y Magdalena, sonrientes y casi enseguida, un elegante y formal «ogro», quien saludando cordial a las allí presentes, me dirigió una mirada con la que comprendí que necesitaba hablar conmigo, en privado.
—Buenos días Don Hugo, ya le están preparando su café. En un momento se lo lleva la señora Dolores. —Le dije en frente de mis compañeras, –disimulando mis ganas de enterarme el motivo de su ausencia el día anterior– para luego dirigirse él, muy orondo hacia su oficina, sin responder.
Algunos minutos pasaron y ya tenía sobre mi escritorio mi taza de humeante té verde, lo que suponía que mi jefe en el suyo, tendría ya su café. No me llamaba por el interno ni a los gritos, aunque le podía escuchar hacer varias llamadas y posteriormente, salir de su oficina para dirigirse por el pasillo hasta los elevadores, pero tomó por las escaleras para ir al piso de la dirección general. Actuaba muy extraño conmigo. ¿O era solo mi impresión?
En fin, que a media mañana cerca de las diez, poco antes de llamarle, recibí varios mensajes de texto. Eran de Rodrigo avisándome que terminaba de realizar su primera entrevista y que desafortunadamente no había conseguido nada. Adjuntó dos o tres fotos del lugar donde estaba y en el penúltimo texto, me confirmaba que en breve, saldría para otro lugar distante una hora aproximadamente, una fábrica en Toledo. Finalizaba el siguiente con «Te quedó precioso el cabello con ese alisado. Te hace un rostro más juvenil» y luego un gran corazón rojo con un… ¡Te amo mi vida! Qué alegró mi corazón.
—Silvia tesoro… ¿Por qué tan risueña, si se puede saber? —Me preguntó resuelta Magdalena y de inmediato Amanda también se giró en su silla, pendiente de mi respuesta.
—¡Solamente el amor, niñas! La fortuna de tener a mi lado a un hombre tan especial. —Y les conté que por la noche mi esposo no había reparado en mi cambio de look, y por ese motivo me había sentido contrariada, pero que hoy me había piropeado, vanagloriando mi belleza, o sea que sí, que lo había notado y solo por estar muy ocupado, se le había olvidado comentarlo. Y les sonreí muy dichosa, dándoles la espalda para continuar con mis labores.
Sobre el medio día, minutos antes de salir con mis amigas, regresó don Hugo a la oficina y en un tono serio me dijo delante de ellas que me invitaba a almorzar para ultimar los detalles del viaje. Magdalena, moviendo su mano derecha con sus dedos agitándolos en el aire, se despidió en un sonriente silencio, arrastrando consigo del antebrazo a una sorprendida Amanda. Se adelantaron a mi jefe y a mí, tomando con rapidez uno de los elevadores que abrieron sus puertas como por arte de magia, casi colmado de personas que también saldrían de la torre en busca de algo que comer.
—Y bien je… Hugo, perdón. ¿A dónde me piensa llevar esta vez? —Le dije mientras me abrochaba el cinturón de seguridad y dejaba en el piso a la izquierda de mis pies, mi bolso.
—La verdad que no muy lejos, tengo una cita en la tarde, la segunda entrevista con la terapeuta. —Me respondió.
—¡Qué bien! Entonces qué le parece si almorzamos algo rápido, como un buen sándwich de atún o de pollo, de pronto se antoje usted de un wrap de pavo y vegetales frescos. Claro que también podríamos pedir unas patatas horneadas que son una delicia. Y queda un local por aquí cerca a escasos minutos en auto. ¿Le parece? Le comenté mi opción y mi jefe para nada se opuso, sonriéndome por primera vez ese día. Nos atendieron afortunadamente con rapidez y pedimos para llevar, metiéndonos entre risas dentro de su auto con nuestros almuerzos, y allí en el parking empecé con el interrogatorio.
—A ver Hugo, me ha ignorado toda la mañana y de ayer ni hablemos. Me tiene enojada. —Le dije dándole luego, la primer mordida al sándwich de tocino y salsa BBQ.
—¡Estás que te mueres por saber! ¿No es verdad? —Me respondió sereno pero sus labios se fueron estirando, formando un leve arco que terminó en una amplia sonrisa.
—¡Jajaja! ¿Tanto se me nota? —Le contesté, metiendo en mi boca la mitad de una patata horneada.
—Te lo voy a contar pero después de almorzar. Tengo mucha hambre. —Y mi jefe abrió su boca cual tiburón dispuesto dar la gran mordida, dejándome completamente en ascuas.
Terminamos a la par y con las botellas de refresco en las manos, descendimos del auto, y me ubiqué recostada sobre la cajuela tomando un cigarrillo y don Hugo, presto a mi necesidad, tomó de mi mano el rosado encendedor y él me ofreció fuego, para posteriormente decidirse a hablar.
—Haber, como te lo prometí, al llegar a casa le dije a Martha que debíamos hablar. Con tus palabras en mi mente, le dejé que ella se expresara y lo primero que hizo, fue pedirme de nuevo perdón. Honestamente le dije que sería difícil para mí olvidarlo todo, hacer como si no hubiese sucedido nada y que tal vez deberíamos acudir a algún especialista, si queríamos salvar nuestro matrimonio. Se puso feliz, mucho. Habló con su amiga la divorciada, que es una reputada terapeuta. —Y me reí.
—¡Jajaja! Espere, espere Hugo. ¿Me está diciendo que lo va a tratar una mujer que es especializada en temas de parejas pero que no fue capaz de sostener su propio matrimonio y para rematar es amiga de su esposa? Jejeje. ¡Pero por Dios!… ¿Está usted tomándome del pelo? ¡Es una broma! ¿Cierto Hugo? —Pero mi jefe solo levantó sus hombros y negó con su cabeza de izquierda a derecha.
—Para nada mi ángel. Todo lo que te digo es verdad. Almudena es una amiga de mi mujer desde hace muchos años. Pero tienes razón en que es muy raro tener que hablar de… Mis cosas con ella. Es absurdo, lo sé. Pero al menos ayer pude expresarle a ella y a mi esposa, todo lo que siento, lo que Martha me hizo sufrir. Siempre contigo en mi mente, continuamente con tus palabras presentes, hablé de frente, y creo que me sirvió. Pero no puedo decirte mucho más, lo lamento. —Y me quedé pensando en lo difícil que habría debido ser para mi jefe, explicar su temor para volver a la intimidad con su esposa y por supuesto en ese… «Siempre contigo en mi mente».
—¿Y ya durmieron juntos? —Me dio por preguntarle y pude observar como esquivaba mi mirada y agachando su cabeza me respondió con algo de timidez.
—Sí, pero no es como lo imaginas. Yo… Dormimos en la misma cama pero sin ningún tipo de contacto o alguna clase de acercamiento por parte de mi esposa. Más que nada lo acordamos para no afectar a nuestros hijos. —Bueno Hugo, me alegra. Le respondí. Y a continuación le expresé… «Algo es algo y peor es nada», decía mi abuelo.
—Es un comienzo y en serio que me alegro por usted y su señora. Y por sus pequeños ya que se merecen tener una familia feliz y completa. Entonces Hugo… ¿Tiene usted otra sesión esta tarde? —Le pregunté finalmente.
—Así es Silvia. Debo recoger a Martha en el gimnasio y de allí salimos hacia el consultorio. Pero mañana pasaré a recogerte temprano, para irnos al aeropuerto y tomar el vuelo. Ya Amanda tiene coordinado todo. No se te olvide solicitarle la información y realizar el Check-in en la aerolínea esta tarde, y que Magdalena tramite con la administrativa los viáticos. Ahhh, Silvia… ¿Tú necesitas algo de dinero para hacer compras? Pídeme lo que necesites, con tranquilidad. —Me manifestó, apostando sus fuertes manos sobre mis hombros y esa vez sí, sin dejar de mirarme con el apacible gris de sus ojos.
…
Fatigado arribé al piso, mi esposa Silvia se encontraba duchando a mis dos pequeños y debido tal vez a su algarabía, no escucharon ni el chirrido de las bisagras ni mis pasos sobre el piso laminado. Encima del mesón de la cocina dejé la bolsa de papel con los cinco aguacates Hass que había adquirido en la nueva tienda de frutas. Sobre la mesa del comedor un plato pando de cerámica, cubría boca abajo a su similar y al levantarlo, –caliente aún– una buena porción de arroz chino. A su lado la agridulce salsa roja y un tenedor de madera.
—¡Hola mi amor! La sorprendí, abrazándola por detrás. ¿Y mis terremotos cómo están? ¿Muchas aventuras hoy? —Los saludé con un beso en sus mejillas y a mi mujer con uno algo casto en su boca.
Ayudé a Silvia a secarlos e ir colocándoles sus pijamas y luego en su habitación luego de leerles una corta fabula de Rafael Pombo, los fui dejando a cada uno, plácidamente dormidos. Silvia organizaba la cocina y yo cansado, opté por una reparadora ducha. Al salir del baño, la encontré trasteando nuestro trolley plateado hasta la sala y sentí un vacío en la boca del estómago.
—¡Mi amor! Estaré bien, no te preocupes. —Me dijo ella al verme parado bajo el arco del pasillo que conducía a las habitaciones. Y yo… ¿Yo me quedaría bien y tranquilo?
—¿Por qué no has comido? No tienes hambre o… Lo siento precioso, pero no tuve tiempo ni ganas de preparar comida. Estoy muy nerviosa cariño. —Me dijo mientras me abrazaba y recostaba su cabeza sobre mi hombro izquierdo.
—Creo que me siento igual que tú y he perdido el apetito. ¿Quieres un traguito de aguardiente o una cerveza? Y así me acompañas, que tengo deseos de fumar en el balcón para calmar los nervios. —Le pregunté y Silvia amorosa, me besó en el cuello y acariciándome la espalda se separó de mí, caminó hasta la cocina y abriendo el refrigerador, tomó la botella de aguardiente que estaba a medias.
Del estante superior, agarró dos copas pequeñas de cristal y sobre la mesa del comedor, las llenó casi hasta desbordar el cristalino y frio líquido.
—¡Te amo mucho! ¿Lo sabes, no es verdad? —Me lo dijo con mucha suavidad, pero a su vez con pasos firmes se posicionó a mi costado, retirando de mi boca el cigarrillo y entregándome una de las copas. Y bebimos haciendo sonar antes, suavemente el cristal al chocar las copas como si festejáramos su partida.
—Lo sé, mi amor. Me vas a hacer mucha falta y a los niños también. ¿Quieres que te lleve al aeropuerto?—Le pregunté con algo de tristeza en el tono de mi voz.
—¡Y ustedes a mí también! Y no mi amor, no es necesario. Don Hugo pasará a recogerme muy temprano. No pongas esa carita mi vida, que me duele. Sé bien que me echaras de menos, pero el sábado mi cielo, antes del atardecer ya estaré por aquí. —Y acariciando mi mentón, posó su boca sobre la mía y sin dejar de mirarnos, nos fundimos los dos en un beso intenso, demostrándonos nuestro gran amor, pero los dos al tiempo, inevitablemente, temblábamos por dentro.
—¡Vamos adentro ya, mi vida! Ven y hazme el amor. —Me dijo con intranquila seducción y yo dócil ante su propuesta, espanté el humo azul abanicando el aire con mi mano y engatillando mi dedo medio contra el pulgar, disparé la colilla hacia el vacío, en la profunda oscuridad de aquella noche madrileña.
…
—Mi amor, ya llegó a recogerme. Cuídate mucho y a mis chiquitines también. ¡Los amo! ¡Te adoro! Y te echaré de menos. ¡Llámame amor!… Llámame siempre cuando quieras, cuando yo te haga falta, que no importa lo que esté haciendo, te responderé. Quédate tranquilo, y confía en mí, que yo también confiaré en ti. Eso sí mi vida, ya sabes… ¡Tu pórtate bien! Jajaja. Si necesitas algo con urgencia, habla con mi madre. ¡Te amo mucho!
Y con un beso, culminé mi despedida e hice rodar el trolley sobre el piso de cerámica del pasillo hasta el ascensor y desde allí pude ver como Rodrigo, de pie junto a la puerta, miraba hacia la entrada con una mezcla de tristeza y preocupación, donde el auto negro de mi jefe estacionado, me esperaba.
—¿Nerviosa? —Me preguntó don Hugo al ingresar al blanco avión.
—¡Y como no estarlo! le respondí mientras le seguía por el pasillo. —Si dentro de poco voy a estar sufriendo con este vuelo. No sé cómo acepte venir, en serio. ¡Soy una estúpida!
Y él prestando atención, buscó con su mirada de plenilunio nuestras sillas, que para fortuna mía, se hallaban en el centro de la cabina bien alejadas de las ventanillas, en la sección de Business Class de aquel 737-800. A pesar de que se veían sumamente cómodas, la forma en «V» se me hizo demasiada intima por la cercanía entre mis piernas y las suyas. Sin embargo una delgada división a la altura de los hombros, lograba en parte ofrecer algo de privacidad con respecto a mi jefe. La sección nuestra no estaba al completo y solamente a mi izquierda, viajaba una pareja de jóvenes. Ella muy rubia y el muchacho, bien moreno.
A la derecha de mi jefe, nadie ocupaba las dos plazas. Por equipaje de mano no llevaba encima más que mi bolso grande de charol y el maletín con el portátil y dos folders con alguna información. Los acomodé en el mueble que tenía frente a mí, debajo de la apagada pantalla. El movimiento del avión sobre la pista, el atronador bramido de los motores más la inclinación súbita y el cabeceo de la cabina, me produjo la tan acostumbrada sensación de vértigo y el pánico se apoderó de mí, provocando que cerrara mis ojos y con fuerza me aferrara de la mano izquierda de don Hugo, lastimándolo sin querer por el largo de mis uñas.
—No temas, esto pasará como en un suspiro, mi ángel. ¡Ya lo veras! —Con sus palabras pretendía darme valor pero yo ni le presté atención hasta que sentí como nos inclinábamos y el avión elevándome junto a él del suelo, tomaba distancia alejándome de mis amores.
—¿Te encuentras bien? ¿Deseas tomar algo? ¿Agua? ¿O tal vez un poco de licor? —Muy atento y cordial, don Hugo intentó calmarme, lo que después de unos minutos sucedió.
—Agua podría ser, muchas gracias. —Y cuando la azafata se aproximó, mi jefe le informó sobre mi nervioso estado y la necesidad de beber un poco de agua.
Amanda me había informado de la duración de aquel vuelo, poco más de dos horas si no sucedía nada anormal. Don Hugo recibió la botellita de agua mineral y me la entregó colaborándome en destaparla. Bebí y le ofrecí. El también dio dos sorbos y luego la cerró. Le miré y sonreí agradecida.
Aprovechando la calma en las alturas, portátil en mano debatimos la estrategia de marketing para encausar las diferentes líneas de comunicación y mercadeo entre las diversas compañías del holding. Don Hugo presentaría ante los socios en Turín, algunas estrategias y nuevos caminos para consolidarlas y ejercer un mejor control y rendimiento financiero. Se harían algunos cambios, reacomodando actividades en el personal y evitando en lo posible, la pérdida de puestos de trabajo. Por el contrario, nuestras propuestas incentivarían la generación de empleos tanto directos y por supuesto, varios indirectos. Teníamos mucho trabajo por desarrollar entre tan variados frentes de trabajo. Refacciones para autos, navíos y también el sector agroindustrial, sin olvidar las empresas vinícolas y una curiosa inversión por parte del padre de Francesco, que de manera privada nos había encomendado revisar.
Nuevamente la azafata se acerca a nosotros dos, se le ilumina su bonito rostro con una sonrisa y nos indica que estamos listos para aterrizar. Organizamos todo de nuevo y pensé en como «vuela el tiempo», cuándo la mente se ocupa. Y de nuevo ajusté mi cuerpo contra el mullido sillón con el cinturón y de regreso yo, a mi temido suplicio. Me encomendé a Dios y a la Virgen, por supuesto también miré a don Hugo y con honesta necesidad, le pedí que estrechara mi mano con fuerza. El de manera cariñosa y atenta, la acarició y aprovechó de paso para darme un beso paternal en mi frente. Vibraciones, movimientos bruscos. ¡Agacho mi cabeza! Un golpe seco que se escucha y aprieto con mayor fuerza la mano que me auxilia y mis piernas, rodilla contra rodilla, aguantando mis repentinas ganas de orinar. Otro golpe después y en un instante todo cesó. ¡Turín, estoy aquí por fin! Me hablé a mí misma, agradecida por estar de nuevo en tierra. Y mi jefe… ¡Feliz! Sin privarme de su tibieza, no retiró ni un segundo, mi mano de la suya hasta que finalmente se detuvo aquel «Unicornio Volador».
Recorrimos sin premura, los amplios pasillos del aeropuerto, maravillada yo de tanta tranquilidad pues a esas tempranas horas, no ese encontraba muy concurrido. Una mujer de cabello negro y muy lacio, joven y elegante, agitaba un cartel con el nombre de mi jefe y sus apellidos en el hall de llegadas. Miraba en varias direcciones hasta que por sorpresa don Hugo a su costado, la saludó en un correcto italiano.
La joven italiana después de asimilar su sobresalto, sonriente le estrechó la mano y se presentó hablando en un esmerado español, aunque con algo de acento al final que se me antojo muy dulce y tierno.
—Buenos días señor Bárcenas y Esguerra. ¿Señoraaa?… —Silvia, preciosa. ¡Simplemente Silvia! Me apresuré a presentarme.
Le di un rápido vistazo a la bella joven. Rostro ovalado, primorosamente maquillada, ojos avellanas preciosos y vivaces, cejas perfectamente delineadas y ligeramente arqueadas. Rectilínea y perfilada su nariz y boca no muy grande, con labios gruesos y brillantes por el carmín de su pintalabios. Sus dientes perlados y bien alineados, los exhibía abiertamente con su juvenil sonrisa. Varios centímetros más alta que yo, destacaba en su mano derecha un tatuaje de una colorida rosa, con gotitas rojas alrededor y un brazalete dorado, ancho y forjado. Falda de un solo tono azul petróleo de polyester y acampanada hasta una cuarta por encima de sus rodillas, con elástico en la cintura.
La blusa blanca con delgadas franjas transversales rojas que permitían al buen observador, detectar por debajo de aquella suave tela, el estilo de su delicado brassier de encaje, sin privarle para nada de la libertad de movimiento de unos senos de mediana talla y un blazer rojo tipo sastre con solapas, bolsillos verticales y por cierre un solo botón. Unos preciosos botines de piel negros con cremallera al lado, lustrosos tanto que, al contraste de la luz artificial, mostraba visos rojos y naranjas en las formas geométricas de la imitación de piel de cocodrilo. Cintura estrecha, vientre plano y de amplias caderas, toda su piel tan blanca como la mía; obviamente seriamos muy parecidas, casi pasaríamos por familiares, pero ella no tenía como yo, el dorado canela que me habían otorgado las dos sesiones de tanning en el spa.
—Encantada, mi nombre es Antonella y seré su asistente señora Silvia. Bienvenida a Turín. Lo que necesite me lo pide y lo obtendrá. Y obviamente para usted señor… —Y mi jefe sonriéndole y retirando su mano, de la blanca y delicada de la joven mujer, se le adelantó al igual que yo.
—¡Hugo! Solamente llámeme Hugo. —Le respondió mi jefe y después de aquel recibimiento, Antonella tomó mi equipaje y se adelantó unos pasos por delante de nosotros, dirigiéndose hacia la salida.
Fuera nos esperaba un auto de cuatro puertas y color rojo bermellón, con los vidrios bastante oscurecidos. Ella, control en mano, abrió la cajuela y depositó mi trolley y el equipaje de mi jefe también. Abrió las puertas traseras y de manera muy cordial, me ayudó a subir al coche. Don Hugo lo hizo por el lado contrario y Antonella, subiéndose en el puesto del piloto, nos preguntó mirándonos por el espejo retrovisor con sus hermosos ojos avellana…
—¿Al hotel primero? La reunión será en hora y media. Tal vez deseen darse una ducha y dejar sus cosas allí. —Don Hugo observó la hora en su Rolex dorado y le respondió con seriedad…
—Mejor directo a las oficinas y después miramos lo del hotel. Debemos preparar la presentación y los informes para los socios. —Y Antonella, de manera diligente, puso en marcha el motor y guiñándome un ojo, le respondió a mi jefe…
—«Come desidera, signore». Señora Silvia, aquí está mi currículo para que por favor lo revise y si considera realizarme alguna entrevista, solo avíseme por favor. —Y me alcanzó un sobre amarillo para luego emprender el recorrido por la avenida. Miré asombrada a mi jefe y él solo atinó a alzar sus hombros y sonreírse. Aproveché el corto viaje, para tomar mi teléfono móvil y enviar un mensaje a mi esposo, avisándole de mi arribo a Turín e informándole de que todo estaba bajo control, para que Rodrigo pudiera trabajar en paz.
Minutos después, nos encontramos en medio del tráfico de las céntricas calles de esa encantadora ciudad y como niña curiosa, observaba para uno y otro lado, preguntando fascinada y Antonella mi asistente, me respondía enseguida aclarando mis inquietudes. Turín con sus adoquinadas plazas, casas de fachadas con piedra caliza, antiguas y muy divinas, edificios de poca altura, cuatro, cinco, seis pisos tal vez, y catedrales plenas de antigua belleza arquitectónica, simplemente me convidaba a dejar el trabajo y salir a pasear. Emocionada, recordé la solicitud de Magdalena y con el móvil capturaba imágenes a diestra y siniestra, de todo aquello que me rodeaba. Las compartiría más tarde, pensé, cuando tuviera algún momento de relax, quizás en la habitación del hotel.
Llegamos a un edificio bastante alto de con su fachada de cristal y descendimos por el subterráneo hasta el cuarto nivel. Y con maletín en mano y mi bolso colgado de mi hombro, seguimos los pasos de Antonella hasta la zona de los elevadores. Piso octavo y de nuevo la sensación de vacío en mi estómago. Se abrieron las compuertas del ascensor y nos recibió un amplio ambiente aromatizado, lavanda y alguno que otro cítrico, mandarina tal vez. De inmediato el personal dirigió la atención hacia nosotros, los recién llegados. Pero con igual rapidez prosiguieron en sus labores y nosotros hacia la derecha siguiendo la figura grácil de Antonella.
—Por aquí está su oficina señora Silvia. —Me dijo la bella italiana, sorprendiéndome de nuevo, pues siempre se dirigía a mí, obviando a mi jefe. Me causó gran curiosidad pero después a solas con ella, saldría de mis dudas.
La oficina tenía un gran ventanal que me regalaba la hermosa panorámica de la ciudad, los techos de las casas muy por debajo y hacia el horizonte más allá, las hermosas cumbres nevadas de los Alpes. Dos amplios escritorios de translucido acrílico, con sus respectivos computadores de pantallas anchas y planas. Cómodas sillas de tapizado gris y ribetes rojos, alfombra del piso de pared a pared, de color cereza y la luz del techo proveniente de tres circulares plafones blancos de luz led. ¡Y mi teléfono sonó y vibró¡ Y me hizo sentir muy feliz.
—¿Amor? Mi vida preciosa… ¿Cómo estás? ¿Andas ocupada ya? —Rodrigo amoroso y pendiente de mi llegada y yo, agradecida por su llamada.
—Aun no, apenas llegamos a las oficinas. ¡Mi vida, esto es muy hermoso! Y la vista que tiene la oficina es sencillamente espectacular. Le tomaré unas fotografías y te las enviaré. Vamos a organizar todo para la reunión con los directivos y después nos iremos para el hotel.
—Genial mi amor, disfrútalo mucho y lúcete en esa reunión, como siempre. ¡Eres la mejor! Te adoro vida mía. ¡Cuídate mucho!
—Gracias, precioso mío. Tenemos que venir aquí como sea con los niños. Todo es hermoso y afortunadamente el vuelo no estuvo tan agitado. Todo marcha sobre ruedas mi vida. ¿Sabes una cosa?… Hasta tengo una asistente italiana muy preciosa y atenta, que no me va a desamparar. Después te la presento si puedo… ¡Y habla español! ¿Mi amor?… Tengo que dejarte pero más tarde, te llamo. Un beso y que tengas bonito día. ¡Te amo!
Cuando me giré, don Hugo que me observaba mientras yo hablaba, esquivó rápidamente mi mirada, pero en su rostro algo pude percibir. Quizás… ¿Envidia? Y de pronto casi a los gritos, a la oficina ingresó Francesco saludándonos efusivamente, junto a otro joven, más apuesto que él.
—¡Señora Silvia!… ¡Hugo! Que alegría tenerlos ya por aquí. Les presento a Doménico, mi novio. —¡Dios mío!… Pero que desperdicio, pensé.
Continuará…