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Él sí sabe cogerla

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Definitivamente sí. Es evidente cuando ella empieza sentir las ganas de ser complacida por un verdadero macho, alguien que la haga estallar de excitación y placer. Y se nota en ella cuando el recuerdo de aquel hombre le hace humedecer de inmediato su vagina. En ese estado, anhela de nuevo ser llenada y poseída por esa gran polla, y experimentar los orgasmos más deliciosos del universo cuando este hombre la aborda para su propio disfrute y, por supuesto, para deleite de ella, también.

Esa semana andaba especialmente inquieta e intranquila, pero para nada expresaba el motivo que la tenía así. A ratos parecía insinuarse sexualmente ante la presencia de hombres en sus proximidades, pero también parecía que era una manera de sentirse querida y deseada por ellos, sin que necesariamente fuera a terminar con alguno de ellos en la cama. Pero, sin embargo, había alguien que le detonaba las pasiones más intensas y ante quien no podía resistirse y negarse.

Desafortunadamente, el objeto de sus pasiones no estaba disponible para satisfacer sus deseos a todas horas, así que aquellos arranques de calentura por lo general debía calmarse y esperar a que se diera la oportunidad. Aquello era bueno para él, porque cada vez que se encontraban la hallaba muy dispuesta y entusiasta para follar con él, una y otra vez. Con la sola idea de estar poseída por este hombre, la postura de su cuerpo cambia y sus gestos la delatan. Tiene ganas…

Era un miércoles, tal vez, cuando se mostró especialmente activa, vistiéndose y maquillándose de manera provocativa. Nada usual, pues lo normal es que esas aventuras se den los fines de semana. Pero seguramente el deseo era tan grande que la satisfacción de la necesidad no podía esperar. Cuando su lencería está a la vista, yo ya sé lo que significa. La hembra está en celo y necesita un macho para mitigar su calor.

Caía la tarde cuando me dijo que tenía ganas de que saliéramos un rato. ¿A dónde le fije? A dar una vuelta y tomarnos algo por ahí, me contestó. Así que le seguí la idea, pero lo comenté que los miércoles el ambiente no estaba tan activo como los fines de semana. Me dijo, no importa. La verdad es que estoy un tanto aburrida con el encierro y una salida a cualquier parte sirve para despejarme y cambiar de rutina. Está bien, dije yo, ¡vamos!

Cuando subimos al carro, la pose de sus piernas y su actitud lo decía todo, ya se estaba imaginando enfrente de aquel hombre, abriendo sus piernas para recibir su miembro en su cálida y dispuesta vagina. Era evidente. Pero yo seguí como si anda, ignorando las señales que enviaba y que cualquier otro hombre pudiera descifrar de inmediato.

Acudimos a uno de tantos bares que hay en proximidades de las discotecas y moteles, pero el ambiente estaba extrañamente tranquilo y pagado, pese al intenso calor y deseo que ella experimentaba a esas alturas, anhelando tener sexo con el hombre que la satisfacía plenamente. Nos tomamos unos tragos, y hablábamos de todo y de nada, bailábamos un rato, hasta que, en medio de aquel silencio expresivo, me atreví a preguntar, estás esperando a alguien acaso. No, ¿por qué? Respondió ella. Pues porque te noto extraña, como si esperaras que apareciera alguien o esperaras a alguien. No, para nada, me dijo ella, no sé qué te estas imaginando. Yo más bien diría, ¿qué te estas imaginando tú? Y me contestó con una sonrisita nerviosa.

Y es que, acaso, ¿qué te estás imaginando tú? Preguntó ella. Yo no me imagino nada, solo trato de interpretar lo que estoy viendo. Y ¿qué estás viendo? Pues que estás como inquieta e insinuante. Con la posibilidad de equivocarme, diría que tienes ganas de estar con alguien, que la idea te está rondando en la cabeza desde hace días y que el pretexto de salir era para ver si esa idea tuya de alguna manera se hacía realidad. Si… puede ser, me contestó.

Y si puede ser, porque mejor no lo expresabas desde el principio y no le das tantas vueltas al asunto. Al fin y al cabo, no será la primera ni la última vez que deseas follar con un tipo y terminas saliéndote con la tuya. Bueno, es que no estaba tan segura. ¿Y lo estás ahora? Si. Bien, y ¿Qué tienes en mente? Pues estar con alguien. ¿Y ya tienes algo acordado? No, me dijo. Entonces, ¿cuál es la propuesta? Pues, no sé, busquemos a alguien.

Ya eran como las diez de la noche, y en aquel lugar, aparte de nosotros, solo había dos parejas más, al parecer en el mismo plan que el nuestro, así que le dije, pero ¿no te parece un poco tarde para empezar a buscar? Bueno, no sé, me dijo ella, podríamos llamar a Wilson. ¡Bingo! Tardó tiempo en expresar que tenía ganas inmensas de estar y disfrutar de aquel hombre, tanto como ya lo había hecho en el pasado. Pero ¿si será que está disponible a esta hora?, pregunté yo haciéndome el incrédulo. Pues, intentemos. Y si no, pues no pasa nada.

¿No pasa nada? ¡Mentira! Es puro cuento. Si ya hemos llegado hasta aquí, lo más seguro es que insista para que él venga, así esté en otro asunto, más aun pensando en la hora que era. Bueno, pues llámalo, dije yo. Ella, de inmediato tomó su celular y empezó a marcar. Hola, Wilson, te habla Laura. ¿Cómo has estado? Te he llamado para saber si tienes tiempo para que estemos un rato ¿Te parece? Bueno, te espero, entonces. Estamos por el sector de siempre. Yo te aviso donde vamos a estar. Nos vemos en un rato. Chao. Y colgó. ¿En qué quedaron?, pregunté. Ya viene para acá, que estaba cerca y llega en unos veinte minutos.

Bueno… y ¿dónde quedaste de esperarlo? Pues yo creo que nos vamos acomodando en alguna parte y lo esperamos allá, porque ya es tarde y de pronto te toca madrugar. Tan considerada, pensé yo y me reí. Y ¿por qué no estabas preocupada con mi probable madrugada antes? Pero es que, la verdad, ya es tarde, replicó ella. Si, dije, pero para lo que tienes en mente si no es tarde ¿verdad? No te preocupes, dijo riendo, yo le dije que la idea era no demorarnos mucho porque tú tenías que madrugar. Y ¿por qué me metes a mí en el cuento? No es cuento, es la verdad, dijo ella. Bueno, ¡vamos!, dije yo.

Caminamos unas tres cuadras al motel de siempre. Afortunadamente había habitaciones disponibles y no fue problema alquilar un cuarto e instalarnos. Es un lugar que se caracteriza por decorar sus instalaciones con diferentes temáticas, de modo que la ubicación se da por el tema asignado. Una vez allí, ella volvió a llamarlo… ¿por dónde vas? Preguntó. Estamos en el cuarto chino, en el primer piso. Está fácil llegar. Bueno, te estoy esperando.

Ya está llegando me dijo. Y era cierto, pues no acababa de decirme aquello cuando sonó el teléfono de la habitación. Yo contesté. Llegó un Señor Wilson y dice que va para allá. Si, dije, por favor déjelo pasar. Lo estamos esperando. Bueno señor. Y casi de inmediato, después de colgar, tocaron a la puerta. Era él. Yo abrí, Llegó rápido fue mi saludo. Si, dijo él, estaba por acá cerca y no fue difícil el desplazamiento. Bueno, joven, toda suya, dije yo.

Ella estaba sentada en el borde de la cama, vestida, con sus piernas abiertas. Él se acercó, la saludó de beso en la boca, pero permaneció de pie, en frente de ella, en medio de sus piernas abiertas. Y ella, sin preámbulo alguno, acarició sus muslos por encima de la ropa y fue subiendo sus manos hasta llegar a su cintura, procediendo a desabrocha el cinturón de su pantalón.

Al parecer, aquello de que no se iban a demorar mucho era cierto, porque él le ayudó a soltar su cinturón y se apresuró a quitarse la ropa, quedando totalmente desnudo frente a ella, para deleite de mi mujer, que ya miraba con gusto y deseo aquel pene que caía en medio de sus piernas. Y no dudó para nada, lo acarició con ambas manos, sintiendo como crecía y se endurecía con cada una de sus caricias, no tardando en llevárselo a la boca y empezar a mamarlo con especial dedicación.

Su boca estaba concentrada en lamer aquel miembro mientras sus manos se repartían entre acariciar sus muslos y sus testículos. Por otra parte, aquel muchacho guiaba con sus manos los movimientos de la cabeza de mi esposa para controlar el ritmo de sus mamadas, a su gusto. Ella siguió en la tarea por varios minutos hasta que aquel le insinuó que se acostará.

Ella, así lo hizo, pero estaba totalmente vestida, de modo que aquel se tomó el trabajo de abrir la cremallera de su falda y retirarla de su cuerpo, quedando ella tendida en la cama, con toda su lencería y sus zapatos puestos, solo que sin la falda. Y así, tal como estaba, aquel hombre la embistió. Movió su tanga para un lado, acomodó su miembro a la entrada de su vagina y suave y delicadamente la penetró. Y ella lo estaba esperando, porque no más hacerlo, gimió de placer y apretó sus nalgas con las manos, invitándole a que fuera más profundo dentro de ella.

Aquel ya sabe los gustos sexuales de mi mujer, así que empezó a empujar lentamente, sacando y metiendo su miembro con extremo cuidado, como si se fuera a lastimar en cada embestida. Esas primeras aproximaciones van a acompañadas de una sutil conversación, en voz baja, donde él pregunta si le gusta lo que está sintiendo, si deseaba que él viniera, si le encanta tener su verga en su coño, si le gustó mamársela y si quiere que la coja rico, como a ella le gusta, a todo lo que ella contesta afirmativamente, si, con una vocecita aguda, a manera de gemido. Pero poco a poco, en medio de ese cortejo, empieza a mover su cadera más y más rápido.

Cuando él empieza sentirse muy excitado, le gusta besar a mi esposa y mover la lengua en su boca rítmicamente, al compás de las embestidas de su pene. A ella le gusta esto, porque estira sus brazos por encima dela cabeza y se entrega a las sensaciones que las maniobras de aquel muchacho de ébano le proporciona. La excitación en ella se hace evidente cuando abre sus piernas al máximo y empieza a responder con empujes de su cadera a los embates del hombre, viéndose desde la distancia un tira y afloje de ambos cuerpos.

Hay una posición especialmente excitante para ella y ello sabe, así que, sin sacar su miembro de la vagina de mi adorable y excitada esposa, pasa un de sus piernas por el frente de su pecho y la coloca a ella de costado, continuando ahora la penetración como si estuviera colocado detrás de ella. Esto le da libertada para maniobrar y mover su pene en diferentes direcciones dentro de su vagina, lo cual eleva al máximo los niveles de excitación de ella y empieza a gemir con cada embestida, como si en cada golpe le produjera un dolor, pero al parecer una sensación agradable, porque ella tira con sus manos de las piernas de aquel para que siga concentrado en ese movimiento.

Las embestidas van y vienen, y ahora él decide que ella se apoye en las rodillas sobre la cama, de modo que la sigue penetrando, pero ahora en la posición de perrito, donde él puede acariciar el cuerpo de ella a su antojo y retirarle la chaqueta, que hasta ese momento aún no se la había quitado. Ella sigue vestida, ahora solo con su lencería, pero eso no impide que aquel siga y siga bombeando dentro de la húmeda y ansiosa vagina de mi deseosa y puta esposa.

Lo que sigue ahora es otro cambio de posición y, sin sacársela, el vuelve a llevar a mi esposa a recostarse de espaldas en la cama, asumiendo el la posición dominante del misionero, momento para el cual ella está más que excitada, de modo que aquel, dándose cuenta, empieza a bombear más rápido y con más vigor, hasta que llega al máximo y se retira, chorreando su semen en la cara de mi esposa, mientras ella aun gime de placer, y que, sin dudarlo, toma aquel miembro en su boca y lame con placer los restos que quedan en ese inmenso y palpitante glande. Él se levanta, ahora, y se va al baño, dejándola a ella con sus piernas abiertas y todavía temblorosas, su coño húmedo y palpitante, y con la vagina totalmente roja por los embates interminables de aquel.

Al rato vuelve, se recuesta a su lado, la besa, y empieza el mismo ritual de preguntas que al principio. ¿Te gustó? Si, dice ella. Te sentí más caliente esta vez, seña de que me estabas deseando, ¿cierto? Si, dice ella. ¿Qué es lo que más te gusta cuando te penetro? Que la sensación es muy intensa, dice ella. Es que lo haces con mucho vigor. No sé, me gusta. ¿Y quieres más? Pregunta él. ¿No tienes que trabajar mañana? Replica ella. No importa. Esto no pasa todos los días. Si quieres amanecemos. ¿Por qué no? Dice ella. Porque yo tengo que madrugar, replico. Y ambos sueltan una carcajada.

¿Qué es lo que más te gusta de mi verga? Está bien, dice ella. No sé, me excita cuando esta dura. Me llena. Se siente rico cuando está dentro de mí. Bueno, ¿y cuando la penetro por detrás? Súper, dice ella. Todo está bien, no te preocupes. ¿Por qué preguntas? Solo curiosidad, responde él. Quiero complacerla y me gustaría saber qué es lo que más le gusta. Todo me gusta, no te preocupes.

Estando recostados, uno al lado del otro, en medio de esa conversación, el empieza a acariciar las piernas de mi mujer, y ella de inmediato echa mano de su miembro y lo empieza a frotar. Y siguen hablando… ¿ya le están dando ganas otra vez? Pregunta él. Si, dice ella. ¿No estás cansado? No, dice él, pero me tiene que ayudar a recuperarme. ¿Qué tengo que hacer? Pregunta ella. Solo excitarme para entrar de nuevo en acción. Ah, bueno, dice ella, y continúa frotando su pene, que al parecer tarda en despertar.

Entonces decide ponerse en posición inversa a la de él, y empieza a mamar su miembro. Él se deleita un rato acariciando las nalgas y las piernas de mi mujer mientras ella continúa intentando despertar ese miembro adormecido. El, al rato, decide devolverle los favores que ella le procura, pasa una de las piernas a uno de sus costados y se instala en medio de sus piernas para tener acceso a su sexo, el cual empieza a lamer con especial intensidad. Han terminado en un delicioso 69 que se ve muy atractivo y excitante.

Ella, en medio de su trabajo con aquel pene, empieza a gemir. Wilson no sólo sabe manejar su virtuosa verga sino que también se las arregla para que su lengua estimule y excite el clítoris de mi mujer. En esa maniobra su pene vuelve a cobrar vida, se endurece y empieza a palpitar nuevamente. Mi mujer se incorpora, se retira y se recuesta a un lado de él. El mensaje está claro, no quiere perder más tiempo y ser penetrada nuevamente. Aquel no lo duda, se acomoda en medio de ella y la vuelve a embestir.

Más temprano que tarde mi esposa empieza a contorsionar su cuerpo debajo de él, a gesticular y a gemir. Al parecer la lengua de Wilson maravillas y la puso a punto, de modo que no se tuvo que esforzar mucho para que ella llegará al punto máximo en poco tiempo. Vuelve y la coloca de costado, pero permaneciendo ahora frente a frente, y continúa empujando. La besa ahora, con pasión, volviendo al juego de mover su lengua y su pene al mismo ritmo, lo cual la vuelve loca.

Vuelve a la posición del misionero y ambos empujan ahora, uno contra el otro, procurando que la sensación sea a cada instante más intensa, hasta que llega el clímax y ambos parecen recibir una descarga de electricidad. Aquel se contorsiona sobre el cuerpo de mi mujer, aferrando y atrayendo con sus manos las nalgas de ella, mientras ella se abraza a su cuello reteniéndole para que no se retire aún. Esta vez no lo hace. Se vino dentro de ella, lo cual no estaba programado, y permanecen así, unidos el uno al otro, hasta que la flacidez del miembro de aquel da para que este se retire y se coloque a un costado de ella, permaneciendo así por un rato largo hasta que ella se incorpora. Y asunto terminado.

Como ella estaba prácticamente vestida, lo único que hace es colocarse su falda y chaqueta, arreglarse un poco la cabellera y decirme, bueno, amor, ya estoy lista, vámonos, mañana hay que madrugar. Me sorprende un poco con esto. Wilson si tiene que vestirse; esperamos a que lo haga y salimos los tres de la habitación. Nos despedimos a la salida del motel y quedamos de encontrarnos en otro momento. Hasta luego, Wilson, dice ella. La pasé muy bien le dice él a mi esposa, mientras se despide de ella con un beso en la mejilla. Estamos en contacto, llámeme cuando quiera.

Subimos al carro y se siente en el ambiente el olor a sexo, el olor a macho, el aroma de él. Te dieron una buena cogida hoy, le dije. Si, estuvo bien dice ella. Me pareció que fuiste y volviste a las estrellas, entonces por qué dices tan solo que estuvo bien. No estuvo mal, lo disfruté, pero otras veces ha sido más intenso y ha estado mejor. Pero, y entonces, porqué le decías que súper, que todo bien, que esto y que aquello. Pues, porque si le digo algo que no le guste se desmotiva y ahí sí, ni para adelante ni para atrás.

¡Quien lo creyera! Que salga ella con ese cuento después de esa excitante faena. Pero, al fin y al cabo, fue otra noche en que ella se salió con la suya y tuvo sexo como quiso. Y no es secreto que ese Wilson, diga ella lo que diga, si la sabe coger.

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