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Ella se inició con un desconocido

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En la búsqueda de experiencias que satisfagan nuestras inquietudes y curiosidades sexuales, se presentan situaciones inesperadas y bastante extrañas. Sin embargo, todas estas circunstancias resultaron excitantes y fueron placenteras. Esto nos sucedió hace algún tiempo y aprovecho este espacio para relatarlo.

En nuestra inquietud de explorar aventuras sexuales con terceros, fuera del matrimonio, junto a mi esposa iniciamos una serie de encuentros para conocer muchachos, muchachas o parejas que estuvieran interesadas en el tema y aceptaran ser parte de nuestros deseos. Cuando hablábamos sobre el tema, el interés recurrente se centraba en saber si ella podía disfrutar del sexo con otro hombre que no fuera su marido, que, si acaso ella pudiera tener alguna experiencia con otra mujer, que cómo sería atreverse a tener sexo con dos hombres, que a ella le atraían mucho los hombres de color y que cómo sería tener sexo con uno de ellos. Y así, especulábamos sobre tales posibilidades, pero sin pretender llevarlas a la práctica.

Con el paso del tiempo, sin embargo, la curiosidad por conocer cómo vivían otras parejas ese tipo de experiencias, conocer sitios swinger y lugares similares, avivó nuestro interés y planteamos el objetivo de ver si podíamos llevar a cabo tales fantasías, pues no era nada malo y más de una pareja lo había experimentado. Con ese propósito en mente habíamos establecido algunos contactos a través de sitios web en el Internet y realizado varios encuentros con posibles candidatos, que habían terminado en nada. Ella siempre tenía una excusa para evitar ir más allá y concretar aquello de lo que tanto habíamos hablado en nuestra alcoba. Siempre, a la hora de concretar ese algo, surgían miedos y prevenciones.

En un nuevo intento, después de algunas llamadas, nos contactamos con un muchacho llamado Carlos, bien parecido y según él con alguna experiencia en encuentros con parejas. Como había sido costumbre anteriormente con otros muchachos, nos reunimos con él para charlar y conocerle. Tras algunos minutos de conversación, donde le confesamos que estábamos apenas iniciándonos en este tipo de aventuras y que desconocíamos cómo proceder en estos casos, él, que parecía tener alguna experiencia, nos invitó a visitar un bar swinger que quedaba cerca del lugar donde nos encontrábamos y del cual no teníamos idea, a pesar de estar cerca a nuestro lugar de residencia. Mire a mi esposa, indagando por su aprobación, y estuvo de acuerdo en ir a aquel lugar, solo para conocer.

Llegamos al lugar, un sitio algo apartado y oscuro, que no nos gustó en principio pero que, dadas las circunstancias y acompañado por nuestro guía, nos despertaba curiosidad por saber lo que allí sucedía. Al entrar, encontramos unas 10 o 12 parejas reunidas, algunas bailando al compás de una música bastante animada. Apenas nos habíamos acomodado, cuando observamos que una mujer del público salió sola a la pista de baile. Ella se fue desnudando al ritmo de la música, por lo cual las otras parejas se fueron sentando en sus mesas a observar. De pronto, ella se dirigió a un muchacho ubicado en una de las mesas, lo tomó de la mano y lo invitó a que le acompañara al centro de la pista.

Estando allí, empezaron a bailar. Ella, vestida únicamente con sus zapatos de tacón alto, sus collares y pulseras, y él, aun vestido. Ella se mostraba muy insinuante, coqueta y, poco a poco, mientras bailaban, empezó a desnudar lentamente a su pareja de baile; primero la corbata, luego su chaqueta, después su camisa, su camiseta, dejándole su torso desnudo. A continuación, de repente y sin previo aviso, ella se puso en posición de cuclillas, siguiendo el ritmo del baile, desabrocho la cremallera de su pantalón, metió su mano dentro y sacó un miembro erecto y bastante grande, que de inmediato empezó a acariciar con su lengua, con gran devoción. El, no se resistió y permitió que ella lo hiciera. Luego, ella se dedicó a mamar aquel miembro mientras el muchacho le miraba, entre admirado y complacido, pues creo que jamás se esperó que eso le fuera a pasar estando a la vista de todos.

En nuestra mesa, Carlos, mientras tanto, nos comentaba que conocía a aquella mujer, de nombre Nelly, quien periódicamente se prestaba para hacer ese tipo de show. También nos indicó que, cuando ella se lo proponía, llevaba a esos muchachos al cuarto de fantasías y allí tenía sexo con ellos. Nos contaba que algunas veces el marido, que estaba en la mesa, al parecer sin prestarle mucha atención, le acompañaba, pero que la mayoría de las veces dejaba que ella fuera sola e hiciera de las suyas. Y, con esa conversación y los detalles de lo que él conocía, y relatos de otros sucesos en aquel sitio, el ambiente se fue calentando y nos fuimos familiarizando con el lugar.

Mientras tanto Nelly hacía que la verga de aquel despidiera chorros de esperma a diestra y siniestra, a la vista de todos nosotros. Fue algo inesperado pero muy excitante, la verdad. Y ella, como si nada, siguió mamando el miembro de aquel afortunado. Al terminar de limpiarle hasta la última gota, amablemente agradeció al muchacho su colaboración, y bailando, como al inicio, desnuda, fue recogiendo su ropa, desparramada por la sala, y volvió a la mesa donde se encontraba su marido.

Entonces, Carlos, más animado y caliente, invitó a mi esposa a bailar. Ella aceptó y ambos se dirigieron a la pista de baile. Pude ver que aquel muchacho no perdía el tiempo, pues rápidamente abrazó a mi esposa, acercó su mejilla

a su rostro para hablarle al oído y empezó a acariciar sus nalgas sin ningún escrúpulo. Me daba cierto morbo ver cómo sus manos amasaban las nalgas de mi mujer sin que ella se resistiera de alguna manera. También pude ver que apretujaba su cintura contra la cadera de mi mujer, por lo que supuse que le estaba dando a conocer el tamaño y dureza de su herramienta. Y en ese coqueteo permanecieron en la pista durante varias tandas de baile…

De pronto, aprovechando que mi esposa se había dirigido al baño, Carlos vino hacia mí y me pidió permiso para ir más allá. Me dijo que ella le había dicho que se atrevía a acompañarle, sólo si yo estaba presente. Le dije al muchacho que entendiera que era su primera vez, que en otras ocasiones no habíamos pasado de la charla protocolaria en el café y que la idea era ir hasta donde ella lo permitiera, así que por mí no había inconveniente y que estaría presente en lo que fuera a suceder, si ella así lo quería. De manera que la esperó, volvieron a bailar, pero rápidamente la condujo a una sala posterior, algo más oscura, llena de espejos y en ese momento vacía.

Yo me fui detrás de ellos, pero me quedé a la entrada de la sala espiando lo que iba a suceder. Una vez allí, Carlos se sentó en un amplio sofá, e hizo que mi esposa se arrodillara frente a él. Sus cabezas estaban unidas y vi cómo él empezó a dirigir las manos de ella hacia su miembro, por encima del pantalón. Al parecer él le instruía para que se lo sacara. Vi como soltó el cinturón del pantalón de Carlos, bajo la cremallera, metió su mano allí y sacó su miembro, que podía verse grande y erecto. Empezó a acariciarlo, frotándolo de arriba abajo y, de cuando en vez, lamiendo el glande con la punta de su lengua.

Ella, al parecer, seguía instrucciones de Carlos y se dejaba guiar, por lo que creí entender que se estaba excitando, pero no pasaba nada más. Carlos seguía hablándole, quizá para que ella respondiera a sus propósitos. Y tal vez se lo tuvo que decir, porque poco a poco, tal vez presa de la curiosidad y la excitación que pudiera estar sintiendo, ella empezó a meterse aquel miembro en su boca, muy cautelosa y delicadamente. El colocó una mano sobre su cabeza y empezó a guiarla para que ella fuera arriba y abajo sobre su pene, con más ritmo. Al hacer esto, quizá ella se sintió presionada, pues no es lo que acostumbrábamos hacer en nuestra intimidad, y se detuvo, aunque siguió moviendo su mano arriba y abajo sobre el tallo de aquel duro y grande miembro que tenía en su poder.

El, seguía hablándole, mientras llevaba sus manos al pantalón que tenía puesto mi mujer, lo desabotonó sin resistencia y trató de bajárselo. Ella, en un principio se resistió, pero algo tuvo que insinuarle Carlos, que poco a poco fue permitiendo que aquel continuara con su tarea. Ella se levantó, pues estaba de rodillas frente a él. Y, en esa posición, él continuó bajándole el pantalón hasta que llegó completamente al piso. Ella, entonces, saco sus pies de las mangas del pantalón, quedando ahora parada frente a él, vestida con su sweater, pantimedias negras y sus zapatos de tacón.

Carlos pudo ahora ver y acariciar las piernas de mi esposa, concentrando su atención en su entrepierna y su vagina, mientras intentaba besarle. Y luego, viendo que ella estaba colaborando, deslizó sus manos por debajo del sweater para acariciarle su espalda y, poco a poco, pasar a masajear sus senos, por encima del sujetador. Ella lo permitió y no lo rechazó, pero no dejó que la desnudara totalmente.

Mientras sus rostros permanecían unidos en un continuo beso, él fue bajando sus pantis y ella no se resistió. Ahora sus caderas y piernas quedaron expuestas, al natural, y él siguió acariciando su entrepierna. Vi como Carlos llevaba su mano al sexo de mi mujer, quizá introduciendo sus dedos en su vagina húmeda y procurando mantener elevado su nivel de excitación. Su verga continuaba erecta, tiesa, y él tomó a mi esposa por las caderas, guiándola para que ella se aproximara a él y se sentara sobre su miembro.

Ella lo hizo, y yo de verdad me sorprendí, porque aquel estaba sin condón y ella es muy escrupulosa al respecto, así que supuse que había podido más la curiosidad que la cautela y que su grado de excitación era tal, que omitía por completo las precauciones de las que tanto habíamos hablado. La desconocía por completo en ese tipo de situaciones. Y tal sería su calentura, que se acomodó sobre aquel, facilitando que aquel pene la penetrara sin dificultad. Creo que ella misma se sorprendió de la facilidad con la que aquello se dio y por eso se permitió seguir adelante, así que al poco rato ya se movía arriba y abajo sobre ese miembro a su entera voluntad.

Ella estaba encantada en esa posición. Ambos se miraban; Carlos le decía algo, pero ella parecía no hacer caso o no entender, ya que la música en aquel lugar sonaba a un volumen alto. Así que ella seguía moviéndose encima de él a entero placer. Poco después, ella se levantó. El, también lo hizo y la dirigió para que ella se colocara en posición de perrito, apoyando sus manos en el respaldo del gran sofá, quedando de espaldas a él. En esa posición él, que seguía vestido, solo con sus pantalones abajo, asalto a mi mujer desde atrás, tomó sus caderas y la penetró. Al principio fue delicado y entró en ella lentamente mientras le acariciaba sus nalgas y metía las manos por debajo de su sweater, para masajear sus senos, pero poco a poco empezó a acelerar el ritmo de sus embestidas y a empujar con fuerza contra ella.

Ella tenía la cabeza agachada, así que yo no veía qué estaba pasando, pero por la postura de su cuerpo podía adivinar que aquello le gustaba, tanto que no se movía y seguía permitiendo que él la penetrara, duro, como a mí me parecía que aquel lo estaba haciendo. El, embestía y embestía hasta que alcanzó su clímax, viniéndose dentro de su vagina. No queríamos que fuera así, por aquello de los riesgos de embarazo, pero no habíamos hablado con Carlos sobre el particular y ella lo había permitido. Cuando eso pasó, él retuvo sus caderas hasta que descargó totalmente su provisión, quedándose allí, unido a ella, por un rato. Luego sacó su miembro, ya flácido. Algo le dijo a mi esposa y ambos, por separado, se dirigieron al baño. Creo que ninguno de los dos reparó en mí, así que yo me dirigí a la mesa.

Al poco rato llegaron ellos, ya arreglados, como si no hubiera pasado nada. Conversamos un rato, pero nadie hizo referencia a lo que había pasado. Yo le pregunté al muchacho que cómo la había pasado y me dijo que bien. No hubo detalles, ni halagos, ni referencias a lo que se esperaba de aquel momento o sugerencias para hacerlo mejor en otra ocasión, ya que bien sabía él que hasta ahora estábamos empezando en eso. Nada. Nos tomamos dos o tres tragos y, en vista de la hora, Carlos se despidió alegando que debía trabajar temprano al día siguiente y que todavía faltaba camino para llegar a su casa, así que nos despedimos y después de aquello no le volvimos a ver.

Mi esposa siempre ha sido una mujer de poca expresividad al referirse a su intimidad, pero al quedarnos solos quise preguntarle qué la había decidido a seguir adelante con aquel muchacho. Me dijo, entonces, que aquella mujer, Nelly, la del show, le había servido de modelo, y que, si esa mujer podía hacerlo, ¿Por qué ella no? Después me comentó que tenía prevenciones, porque para ella el sexo sólo era permitido disfrutarlo con la pareja, con el esposo en este caso, de manera que se había sorprendido de sentir excitación al tener el pene de otro hombre en sus manos y experimentar cierto control y poder sobre el hombre al comprobar como el miembro de ese muchacho se iba agrandando y endureciendo dentro de su boca.

Me costaba creer que ella, mi recatada y recelosa esposa, me estuviera confesando aquello. No podía entender cómo se mostraba recatada conmigo, incluso para mamármelo, y ahora mencionaba aquello de la excitación al sentir que el miembro de aquel muchacho iba creciendo dentro de su boca. También me confesó que dudó cuando Carlos empezó a desvestirla, porque ella ya suponía para dónde iba la cosa, así que, ya entrados en gastos, lo más conveniente era terminar lo que ya había comenzado y que, además, qué iría a pensar aquel si ella se negaba después de haber llegado hasta ese punto.

Le pregunté si había disfrutado cabalgándolo y me dijo que había estado bien, que en esa posición la sensación era muy profunda y que lo había disfrutado. Quise saber si le había gustado cuando él la había penetrado por detrás y me dijo que, aquello había estado súper; que había valido la pena superar tantas prevenciones. Yo, la verdad, oía sus razonamientos y me quedaba incrédulo escuchándola, así que le pregunté si quería repetir la experiencia con Carlos, ya que quizá, sabiendo ahora cómo era la cosa y cómo actuaba él, de pronto se soltaba más en otra ocasión. Me dijo, no forcemos las cosas. El muchacho estaba bien, pero quizá haya muchos mejores.

No volvimos a tocar el tema y regresamos a casa, en silencio, sumido cada uno en sus pensamientos, quizá repasando mentalmente lo que se había vivido. Y fue así, de esa manera, como mi esposa se inició en la aventura de tener sexo con otros hombres y yo, de complacerla en sus gustos y compartir sus experiencias. De eso ya hace algunos años, pero quedan vivos los recuerdos.

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