Esa noche durmieron plácidamente. La lluvia había cesado cuando despertaron, y lucía el sol entre las nubes. Fue un despertar agradable para los dos. Se habían dormido acurrucados uno contra el otro, y ese contacto de la piel los acercó más por la mañana. Sahara le dio un beso tierno en los labios y los dos se incorporaron para recoger los enseres. Tenían que aprovechar el día para llegar a la aldea donde vivía Anatol. Volvieron al sendero tirando de la mula y continuaron el curso del río. No siempre era fácil, era una zona poco transitada y a veces se perdía la senda llena de matorrales y hierbas altas. Los árboles eran altos y frondosos. La abundancia de agua permitía crecer todo de una manera desmesurada. Oyeron ruido, como cuando se quiebra las ramas al pisarlas y decidieron alejarse del sendero. Se acurrucaron en una zona frondosa donde no se les podía ver desde el estrecho y angosto camino y vieron pasar, algo despistados, a un hombre de unos cuarenta años, fornido, con una espesa barba tirando de un burro. Le acompañaban una mujer algo menor y un muchacho de unos dieciocho años. Decidieron hablar con ellos pues parecían buena gente. Se acercaron los dos con cautela, pero haciéndose notar para que no se asustaran.
– Hola buena gente! Dijo Dentel.
El hombre levantó una mano en forma de saludo con el ceño algo fruncido.
– Nos dirigimos a Irenat! Dijo Sahara sonriendo.
– Podrían decirnos cuánto queda? Los tres se miraron, todavía con desconfianza.
– Nosotros también vamos allí! Dijo la mujer devolviéndole la sonrisa.
– Pero creo que nos hemos perdido!
– Creo que si! Hablo ahora Dentel. Vais en dirección contraria.
– Eso me parecía a mí! Dijo Teodon el joven que iba con ellos.
– Debemos haber andado en círculo. Comentó Jonás, el hombre con la gran barba.
– No se cuánto quedará, pero podemos seguir el viaje juntos! Dijo Sira, y aprovechó para hacer las presentaciones. – Este es mi marido, Jonás, y este es nuestro hijo, Teodon. Yo soy Sira. Venimos del oeste. El hermano de Jonás nos invitó a venir a Irenat, nos dijo que había tierras libres para sembrar y poder vivir tranquilos y con comodidad.
– Nosotros también pensamos instalarnos allí. Mi primo, Anatol, también nos dijo que era una aldea prospera. Teodon miraba a Sahara con una sonrisa tímida. Ella se dio cuenta y le devolvió la sonrisa.
– Vale, pues pongámonos en marcha. No conocemos esta zona y no sabemos que nos podemos encontrar. Dijo Sahara tirando de la mula. A las pocas horas el sol estaba en lo más alto. Jonás decidió parar para comer algo. Se alejaron unos metros del camino y encendieron un pequeño fuego. Prepararon algo de comida caliente y la compartieron. Teodon miraba a Sahara cada vez que tenía ocasión con una sonrisa tímida. Ella se daba cuenta y se la devolvía con disimulo sin que se dieran cuenta el resto. Terminaron de comer y continuaron el camino hasta que se puso el sol. La espesura del bosque apenas les dejaba avanzar.
– Creo que este es buen sitio para pasar la noche. Dijo Jonás mirando entre unos árboles. Había una zona de piedras grandes a unos veinte metros del camino. – Estas grandes piedras nos cubrirán de la brisa del río y tampoco nos verá nadie, en el caso de que pase alguien por aquí!
– Buena idea! Replicó Dentel. Ataron a la mula y el burro a un árbol donde el suelo estaba bien cubierto de hierba. Y sacaron los atuendos para preparar algo de comida.
– Sahara al verlo se intentó disculpar.
– A nosotros apenas nos queda comida. Hemos tenido que salir deprisa del sitio donde vivíamos.
– No te preocupes hija! Nosotros tenemos de sobra. Dijo Sira
– Gracias, sois muy amables! Contestó Sahara. Cenaron casi en silencio. A ninguno le apetecía hablar demasiado. Se veían retazos de claridad cuando la luna, casi entera, aparecía entre las nubes. Recogieron los cacharros que habían utilizado y Jonás le dijo a Sira.
– Vamos a dar un paseo. La noche está agradable. La mujer no dijo nada. Salió andando tras su marido y a los pocos metros se habían perdido entre la maleza. Jonás se dio la vuelta y se cercioró de que ya no los veían. Miró a su alrededor y le señaló una piedra a Sira que le llegaba a la cintura.
– Pero Jonás, estamos muy cerca para esto!
– Calla, y ponte ahí! Ella se inclinó sobre la piedra y apoyo su cuerpo sobre ella. Apenas lo hizo, Jonás le subió la tela del vestido dejándole las piernas y el culo al descubierto. Desabrochó sus pantalones y sacó el miembro semiduro y comenzó a restregarlo entre las piernas de la mujer. Al momento ya estaba duro y tieso. Puso el capullo entre los carnosos labios del coño de Sira y empujó lentamente hasta hundir toda su polla en el. La mujer dio un grito ahogado.
– Calla mujer! Tapate la boca si no puedes estar callada! Dijo él susurrando pero con autoridad.
Ella sacó un pañuelo del bolsillo y se lo metió en la boca. Jonás comenzó a mover sus caderas haciendo que la polla entrara y saliera a un buen ritmo. Sira emitía sonidos ahogados que el pañuelo amortiguaba. En un par de minutos, Jonás comenzó a jadear más sonoramente y Sira sintió como su coño se llenaba de leche caliente y densa. Jonás sacó su polla y se la limpió con la mano. Después paso la mano por la abundante hierba para limpiarla. Sira lo hizo con la tela interior del vestido antes de bajárselo. Regresaron al pequeño campamento que habían improvisado y ya estaban Sahara y Dentel sentados sobre una de las mantas que habían extendido y habían colocado otra sobre sus piernas. Teodon se había sentado sobre otra manta a unos tres metros y conversaba con ellos sobre el sitio de donde venía. Jonás cogió otra manta del serón del burro y se separó unos metros resguardándose tras una roca. Sira también cogió otra manta y se sentó junto a Teodon. El fuego se fue extinguiendo mientras hablaban hasta convertirse en unas suaves brasas y decidieron dormir. Sira colocó otra manta sobre ella y su hijo y se tumbaron sobre la mullida hierba. Sahara y Dentel hicieron lo mismo. Al momento notaron que la mujer y el chico se removían bajo la manta. Con la luz de la luna, cuando salía entre las nubes, Sahara pudo llegar a ver cómo Sira movía su mano bajo la manta. Rápidamente interpretó que estaba manoseando el miembro de Teodon por los gestos que veía en la cara del chico. Sahara sintió cierta excitación por el morbo de la situación. Notó como su cuerpo se calentaba. Llevo la mano entre sus piernas de una forma instintiva. Teodon puso una mano sobre la cabeza de su madre y la obligó a ir bajando. La cabeza de Sira desapareció bajo la manta y comenzó a ascender y descender. Sahara movió el hombro de Dentel con su mano y le hizo señas con la cabeza para que mirara. Dentel abrió los ojos y miró hacia donde Sahara le señalaba. La madre había retirado la manta porque no la dejaba respirar, y ahora se podía ver como entraba y salía de su boca el duro miembro del muchacho. Él la sujetaba la cabeza con una mano y con la otra manoseaba sus tetas. El calor del cuerpo de Sahara aumentaba y llevó su mano hasta el miembro de Dentel. Lo manoseó unos segundos y al instante ya estaba duro y tieso como una estaca. Sahara se colocó de lado bajo la manta y llevo con la mano el duro miembro entre sus piernas. El capullo hinchado penetro entre sus ardientes labios cuando Dentel se acoplo contra su culo. Sahara veía como la mujer movía sus labios con delicadeza haciendo que la polla del muchacho entrara entera en su boca. Dentel comenzó a mover su cuerpo y Sahara sintió como su dura polla penetraba dentro de ella. Los movimientos de Dentel eran algo bruscos y ella le freno. – Despacio! Despacio! Le susurró. Dentel relajó sus movimientos mientras le abría el culo con una mano y con la otra la sujetaba del hombro. El miembro de Dentel entraba profundamente y volvía a salir despacio, como le había indicado Sahara. Ella miraba a la pareja, la madre chupándomela a su hijo, y eso la ponía como el fuego de una fragua. Le recordaba al tiempo que tuvo que pasar con Iván. Odiaba a ese hombre, pero reconocía que había despertado en ella la fiera que llevaba dentro. El deseo y el sexo casi la dominaban, y por ese motivo, odiaba más a Iván. Recordaba todo desde el principio, como nada más llevarla a su aldea, la ató a un poste con una cuerda al cuello y las manos a la espalda como si fuera una perra. Como cada noche la pasaba a su casa de piedra y la enseñaba un plato con comida mientras se abría los pantalones y la mostraba su miembro duro. – Si quieres comer, tendrás que ganártelo! Le decía con una sonrisa maléfica. El hambre, después de todo el día sin comer, la invadía todo el cuerpo. Sabía que ese cabron no la daría ni un trozo de pan si no accedía a sus deseos y su prioridad en ese momento, era sobrevivir. Solo pudo aguantar dos días sin comer, al tercero se acercó al bárbaro sentado en su silla de madera cochambrosa. Sabía lo que quería, y con las manos atadas a su espalda, se inclinó hasta la polla erecta del hombre. El sujetaba una navaja de gran tamaño en una mano y en la otra una corta vara de fresno.
– Si lo haces bien, comerás ricos alimentos. Si lo haces mal, solo comerás pan!
Sahara recordaba como abrió su boca esa primera vez, como el asco y la rabia la invadieron, pero necesitaba comer. Era la primera vez que le iba a chupar el miembro a un hombre, y no sabía muy bien como hacerlo. Comenzó a pasar su lengua tímidamente por el glande hinchado y duro. Él se dio cuenta que no sabía.
– Es tu primera vez? Ella dejó de lamer y asintió con la cabeza.
– No te preocupes, aprenderás! Jajaja! Recordaba su risa estruendosa y desagradable.
– Tienes que metértela en la boca y chupar como si fuera la ubre de una vaca! Jajaja!
Sahara necesitaba comer ya, y no se lo pensó más. Abrió la boca y se metió el hinchado capullo. Comenzó a succionar.
– Despacio, pequeña zorra! No quiero que me saques la leche tan rápido!
Rigió el bárbaro mientras le daba unos azotes en el culo con la vara de fresno. Ella se quejó, pero siguió chupando al sentir que una mano de Iván se había puesto sobre su cabeza y no la dejaba retirar la boca.
– Vamos pequeña, en tu linda boca cabe más!
Le dijo Iván mientras le apretaba la cabeza contra su polla. Logró introducir la mitad en la boca de Sahara hasta producirle un par de arcadas
– Vamos cerda! Sigue y comerás!
Le gritó él. Ella comenzó a sacar y meter la parte del miembro que le cabía en su boca a más velocidad, mientras succionaba con sus labios como podía. No sabe cuánto tiempo pasó, pero se le hizo largo hasta que sintió como un líquido espeso y algo ácido llenaba su boca. Notó como Iván sujetaba su cabeza para que no la retirara. Tuvo que empezar a tragar la leche espesa para no atragantarse hasta que Iván soltó su cabeza.
– Para ser la primera vez, lo has hecho bien! Te has ganado una buena comida! Mañana probaremos otras cosas! Jajaja! Le desató las manos.
– Ahí tienes agua para lavarte! Creo que me has ordeñado bien! Jajaja!
Todos estos pensamientos se agolpaban en la cabeza de Sahara mientras miraba como esa buena madre consolaba a su hijo. Desde luego, sabía hacerlo bien. Podía ver cómo se tragaba todo el miembro y lo volvía a sacar de su boca. Estaba ya muy caliente cuando notó como la polla de Dentel derramaba la leche en su coño sin que ella hubiera llegado a correrse. La madre abnegada siguió chupando la polla de su hijo durante varios minutos más hasta que el joven muchacho dio unos suaves jadeos. Ella no paro, y siguió chupando. Sahara sabía que le estaba sacando hasta la última gota. Quería dejarle totalmente satisfecho. Mientras Dentel retiraba la polla de su coño empapado, pensó en lo que había tardado el joven muchacho en correrse. La madre se la había chupado con maestría, pero tardó varios minutos en conseguirlo. Pensó que Dentel apenas duraba, y ella no llegaba a ese punto tan delicioso. Se taparon con la manta y cerraron los ojos.