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Encuentro en un café

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—Y bueno —dijo mientras le daba un ligero sorbo a su Coca-Cola y me miraba con curiosidad— ¿cómo has acabado tú aquí? Cuéntame algo de ti.

—Bueno es una historia complicada, no sé si te apetece oírla... —dije con desinterés mientras miraba los ojos marrones de Carlos (o así me dijo que se llamaba).

—¡Oh, por supuesto que me interesa! ¿Para qué sino estoy aquí? Ja, ja, ja.

—Vaya... yo creí que... para otra cosa. Debo haberme informado mal —dije yo con socarronería, y luego le sonreí.

—Bueno sí, ya —dijo Carlos ruborizándose (¡ajá!, es tímido)— pero por algo hay que empezar. Por lo menos a mí me gustaría conocerte un poco antes de...— dejó la frase en suspenso.

—¿Follar?— dije yo y me reí, con ganas.

Carlos miró nervioso a su alrededor por ver si alguien nos miraba, pero nadie se había dado cuenta, pues yo ya había tenido suficiente cuidado para no decirlo tan alto que se pudiera oír desde las otras mesas.

—Tranquilo hombre, nadie me ha oído. Sólo parecemos dos colegas que quedan a tomar algo en una cafetería. Además, ¿conoces a alguien aquí?, o ¿hay alguien que te conozca?— le tranquilicé.

—No, ya, pero ten más cuidado, por favor. Es que... no quiero tener disgustos. Ya sabes— se disculpó.

Carlos era un chico de 30 años que aparentaba 25. Pelo moreno corto con flequillo largo, ojos marrones de mirada penetrante y dientes perfectos. Era delgado pero no escuálido, aunque tampoco fornido. Tenía un cierto aire femenino, pero no mucho, y eso sí, nada de plumas, detesto eso (si hubiese sido así me hubiese ido nada más entrar). Vestía vaqueros azules y una camisa de cuadros de manga corta que le quedaba ceñida al cuerpo, y llevaba unas gafas de sol de espejo sobre la cabeza. Era guapo, o a mi me lo parecía.

—Bueno dije, está bien — dije— te contaré algo de mi vida, pero no todo, jajaja, no te vayas a enamorar —se rio al oírlo—. Me acabó de separar de mi mujer, así que...

—Pero yo creía que...— dijo con cara de sorpresa.

—Sí, sí, tranqui, también me gustan lo hombres, soy bi— le tranquilicé—. De hecho para serte sincero, me gustan más las mujeres, los tíos solo me gustan unos pocos, de un tipo muy concreto, no cualquiera. No me gustan los machotes, ni tampoco los afeminados, en fin solo algunos,... como tú.

— Vaya me siento alagado— dijo con una sonrisa.

—La cuestión— seguí— es que después de 4 años casado, tenía muchas ganas de estar con un chico, así que por eso me apunté a la web. ¿Y tú, cuál es tu historia?

—Bueno yo estoy sólo. He sido gay toda la vida, pero soy muy tímido para salir por ahí a conocer gente, y se me hacía más fácil a través de internet. No sé...

—Te entiendo. Me gustan los chicos tímidos. Y dime, ¿has tenido pareja alguna vez?— pregunté curioso— Bueno, contéstame si quieres, si te resulta embarazoso o no quieres intimar tanto... lo entiendo.

—No, no, yo fui el que quiso intimar, así que... jeje. Pues no, pareja estable no, solo un par de rolletes, sólo sexo. La mayoría de los tíos no quiere más. A mi la verdad no me hubiera importado intentar algo un poco más serio, pero no ha surgido.

—A lo mejor yo soy el amor de tu vida— bromeé.

—Tal vez— rio él.

—Yo descubrí que me gustaban los chicos en la universidad. En la residencia de estudiantes conocí a un chico un año menor que yo, que me gustaba muchísimo. Me quedé bastante pillado por él, pero nunca pasó nada porque no se lo dije, a pesar de que estoy seguro de que era gay.

—Qué lástima, ¿no?— la mirada de Carlos era sincera, era un chico sensible.

—Pues sí, me he arrepentido toda la vida— confesé—. Además he de confesarte, que nunca antes he estado con un chico, esta es la primera vez...

—No jodas...— exclamó sorprendido, y ahora sí, los de la mesa de al lado se giraron para mirar que pasaba.

—Espero que no sea un problema...— le susurré, mientras los vecinos volvían a lo suyo.

—No, es sólo que no me lo esperaba. Será un placer ser el primero, jajaja. Tendré cuidado contigo— dijo paternal.

—Gracias —dije, y en ese momento nos quedamos callados unos segundos mirándonos. No fue un silencio incomodo, pero si extraño.

—Bueno— dije yo— entonces ¿qué? ¿Follamos o no?— murmuré.

—Caray que directo... — rio cortado.

—Es que no te veo muy echado para alante, y veo que vamos a estar aquí toda la tarde jajaja.— le pinché.

—Bueno, pero antes dime,... ¿qué vas a hacerme?— preguntó con una sonrisa traviesa.

—¡Ah!, que quieres un anticipo... No creo que le convenga a un tipo tímido como tú levantarse en medio de una cafetería llena de gente, con una tremenda erección, o, peor aún, con los pantalones mojados.

—¡Vaya fanfarrón!— dijo con presunta indignación— ¿crees que tu relato es tan excitante, como para conseguir eso?

—¿Que te apuestas?— dije seguro de mi mismo.

—Dejaré que me hagas lo que quieras... — soltó.— Lo que quieras...

—Tú lo has querido— dije— Iremos a tu casa. Mientras subimos por el ascensor, quizás te acaricie el brazo o, quien sabe, tal vez el cuello. Abrirás la puerta de casa atropelladamente y me ofrecerás algo de beber, y yo te diré que lo único que quiero beberme es tu polla. Te empezaré a besar el cuello, recorriéndolo con la lengua de arriba abajo, entreteniéndome en el lóbulo de tu oreja cuando pase cerca. Se te erizará el bello de los brazos cuando te toque la espalda por debajo de la camisa. Te iré empujando hacia la habitación mientras te quito la camisa, botón a botón.— me detuve en mi relato y le acaricié la mano que tenía junto a su bebida. Tragó saliva.— Te quitaré la camisa y empezaré a deslizar mi lengua por todo tu torso, lamiendo tus duros pezones, mientras mi mano se acerca lentamente a tu paquete, y empieza a palpar el pene que pide a gritos ser liberado. Tú gemirás levemente. Desabrocharé el botón de tu pantalón y bajaré la cremallera, para luego liberar tu deliciosa polla de la prisión de los bóxer que llevas puestos. Comenzaré a frotarla con suavidad mientras mi boca ya se encuentra a la altura de tu ombligo; me acerco. Tú querrás que vaya más rápido, pero yo te haré sufrir. Recorreré con mi lengua tus ingles, y la base de tu babeante pollita. La tendrás dura como una piedra. Lentamente, en un agónico paseo triunfal recorreré toda la longitud del falo con la punta de mi lengua, por debajo, desde el escroto hasta la punta del glande. Una vez allí, como una montaña rusa que termina su lenta subida, descenderé introduciendo todo tu pene en mi boca, arrancando un brutal gemido de tu garganta. Sellaré mis labios alrededor de la base y sentiré las palpitaciones de tu verga en mi boca. Te la chuparé como no te la han chupado jamás, subiendo y bajando lenta pero enérgicamente, con cambios de ritmo, introduciéndomela de tanto en cuando, tan profundo, que estaré al borde de las náuseas, mientras tu pones tus manos en mi nuca y te deshaces de placer gimiendo como si fueras a morir. Entonces subiré hasta tu glande y me entretendré alli, chupando y lamiendo tu brillante glande, que pedirá a gritos descargar su pesada carga. Pero aún no. No te dejaré. Entonces con mi lengua jugaré con tu frenillo, recorriéndolo de arriba abajo, metiendo la puntita de la lengua por la uretra, mientras con la mano te hago una vigorosa paja. En ese momento, cuando tu ya no puedas aguantar más, me meteré tu glande en la boca y lo apretaré con mi lengua contra el paladar, para inmediatamente volver a metérmela toda en la boca hasta el fondo. Sentiré como entre las convulsiones de tu pene, el semen se abre paso hacia arriba, al tiempo que me aprietas la cabeza forzando un poco más tu polla dentro de mi garganta, hasta que tengo una arcada. Yo sentiré tu caliente esperma derramándose en el interior de mi boca como lava de un volcán incontenible. Me retiraré entonces lentamente con la boca bien llena de tu semen, para liberar tu exhausta verga, para, con un sencillo movimiento, tragármelo todo mientras te miro a los ojos.

Carlos estaba congelado en su silla mientras me miraba con los ojos muy abiertos.

— ¿Estas bien?— murmuré preocupado tras unos segundos.

—Vámonos a mi casa— dijo cogiéndome de la mano y levantándose decidido de la mesa, sin parase a pensar en la tremenda erección que abultaba sus vaqueros y que no pasó desapercibida para casi nadie en el bar, donde la gente se giró para mirarnos entre risitas y susurros, y alguna que otra cara de desaprobación. Me importaba muy poco, iba a follarme a Carlos, y a quedarme bien a gusto.

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