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Encuentro furtivo

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Había estado esperando hace más o menos quince minutos, era el momento perfecto. El pasillo de la escuela era un desierto, o más bien, era eso lo que quería imaginar. Ese día estaba muy caliente y hace mucho tiempo que estaba planeando este encuentro con Rocío. El punto de encuentro: la oficina del centro de alumnos donde formaba parte. Rocío era una compañera de curso. Según la opinión de mis compañeros de clase, ella era fea, pero a mí no me importaba, yo la encontraba linda y su cuerpo era espectacular (espero que lo siga siendo, pues, hace mucho tiempo que no tengo contacto con ella): una tetas medianas y simétricas, pezones rosados, levantados, una guatita plana que era como un desierto con un color vivo, apetecible. Me encantaba recorrer ese vientre con mis besos. Pero, sin duda, lo mejor, lo que más me calentaba, lo que más me ponía como bestia, era su culo; un círculo perfecto y proporcionado, marcado siempre con un pantalón ajustado que lo aumentaba aún más.

No podía más de la calentura, tenía demasiadas ganas de coronar esa cacha con Rocío, no quería satisfacer mi lascivia perversa con una paja. Rocío tenía que cumplir, por favor tenía que hacerlo.

Mirando hacia el patio del liceo desde la ventana de la oficina, pensaba en cosas calenturientas; me tocaba el pene, intentaba manosearme sutilmente. En palabras toscas, en esos momentos no era más que un adolescente con exceso de testosterona.

En esa situación, me sorprende la puerta con tres diminutos golpecitos. Sin vacilar ni un segundo, me dirigí a la puerta y la abrí. Ahí estaba ella… una sutil sonrisa me dejaba ver el espacio entre sus dientes; un detalle de Rocío que me encantaba.

Le di un beso y cerré la puerta. Puse el seguro.

-Pedí permiso para ir al baño -me dijo.

-Tenemos como media hora, cuando suene el recreo, las chiquillas llegarán a la oficina, siempre hacemos lo mismo.

Una de las ventajas cuando eres el secretario del centro de alumnos, es la disposición que tienes de los espacios, en este caso, la oficina del CGE era la guarida perfecta para actos fuera de la ley, un lugar que emanaba olor a sexo y cigarrillo; muchos y muchas lo aprovechamos, todos en ese CGE éramos cómplices.

Así nos empezamos a calentar con Rocío: nos besábamos apasionadamente, besaba su cuello, recorría sus senos con mis manos, su redondo culo. Ella, por su parte, manoseaba mi pene por encima del pantalón.

-Ay… me tení caliente, no sabí lo caliente que me tení (...) -me decía Rocío con una voz entorpecida por sus gemidos.

-A mí igual, estuve a punto masturbarme aquí mismo pensando en esto -le respondía en el mismo tono de calentura.

-¿En serio? -riendo.

-Sipo, mira como me tení -haciendo referencia a mi abultada erección.

-Ay… perdóneme entonces po' señor (...) no lo quería hacer sufrir.

Mientras me decía esto último, Rocío abría lentamente el cierre de mi pantalón, acto seguido, escarbaba en mi bóxer para liberar mi centro de placer.

Como ya la tenía lo suficientemente dura, no hizo falta hacer una introducción; se arrodilló y comenzó a chuparla con velocidad, Rocío era una experta en el arte del oral y ella lo sabía, yo lo sabía. En más o menos unas cuatro o cinco ocasiones, fui el afortunado de recibir unas mamadas que me dejaban extasiado.

En esa situación, bajé mi pantalón hasta los tobillos y apoyé mi culo sobre el escritorio de la oficina, Rocío también se acomodó a mi posición; podía ver como devoraba mi miembro ayudada con una mano, mientras que con la otra, masajeaba su vagina.

-Ya, quiero que me la metai.

-¿Cómo? -le respondí torpemente, aún alucinado por el placer de su boca

-¡Que me la metai! -me respondió fuerte.

Rocío se quitó el chaleco, arrancó su camisa y sostén, y bajó sus pantalones. Yo también hice lo mismo. En esa oficina, siempre nos dejábamos los pantalones entre los tobillos, donde siempre terminaban manchados discretamente por nuestros fluidos.

Me puse el condón. Ahí estaba yo… frente a mis ojos el mejor culo del liceo, redondo y proporcionado; unos granitos acompañaban ese monumento grande y pálido, justo como lo quería, justo como lo ansiaba, nuevamente, frente a mí.

Muy rápidamente entró mi pene en esa vagina sin flores. Un grito de placer salió de su boca. Se la tapé con una mano.

Penetraba con alevosía, me encantaba el contorno de su cintura, ya que me permitía moverme actitud. Estaba gozando de lo mejor; las cuatro paredes de esa oficina hacían más fuerte el sonido jugoso de la penetración. Me sentía superior, me comparaba con todos los demás en ese liceo, mientras yo me encontraba aquí; teniendo sexo.

-Me encanta tu pico, tu pico me encanta -Rocío siempre me decía eso cuando tirábamos, cuando me la chupaba y por chat también.

-A mí me encanta tu vagina, se siente tan rica… me aprieta tan rico -le respondía las primeras cosas morbosas que llegaban a mi mente.

-Ay… que rico como me la metí, sigue así… si… ¿Te gusta?... ¿Te gusta mucho cierto? Dime… dime como te caliento porfi.

-Si… me gusta, me gusta mucho… me calentai demasiado Rocío… demasiado de verdad… tu vagina es muy rica, calentita, resbalosa.

Con Rocío éramos unos animales pervertidos en el sexo. Eso me encantaba de ella, la confianza de comportarnos como bestias en celo a la hora de satisfacer nuestro instinto primario.

Seguía penetrando con pasión, ella empujaba su cola hacia mí para aumentar la fuerza de las estocadas. Estaba en el cielo, nuevamente, los dos lo estábamos. “Otra cachita más para recordar” pensaba fugazmente.

Mordía su hombro… eso la ponía a mil. Mordía su oreja… eso la ponía a cien mil. Al oído le decía lo mucho que me calentaba… eso la ponía a un millón.

Cuando los gritos de Rocío subían de tono; tenía que tapar su boca, esta vez, con mis dedos para que simulara otra cosa.

De vez en cuando se me salía el pene. Inmediatamente, lo volvía a meter. Sin embargo, en una de esas muchas estocadas fallidas, esperé un poco, y me quedé viendo su tremendo culo todo para mí.

-¿Qué pasa (…)? -me preguntó con una voz cansada y a la vez tierna.

-Quiero ver -respondí a secas.

-¿Qué quieres ver? Vuelve a meterla otra vez, te lo ordeno.

Esta vez no fui complaciente. Me agaché y abrí sus nalgas para observar su hermoso y oloroso espectáculo; su vagina dilatada, rosada y llena de jugos, estaba toda para mí. Se la besé un tiempo y a ella le gusto, introducía mis dedos para mantenerla como hace un momento. Rocío movía su cola en círculos para sentir más placer. Mientras pasaba lengua; ella con sus manos abría su cola. Fue en un momento en que tomé una bocanada de aire, cuando me percaté de su agujero, que, hasta el momento, era un secreto para mí. Un hermoso anillo también rosado por dentro. Se notaba y se podía inferir que otros fueron privilegiados de sentir esa cosita. ¡Ay! Como me encantaba su culo.

Comencé a pasar lengua; me encanta sentir el sabor de un ano femenino, siempre limpio, siempre seco; a veces, no importa.

-Yapo... no pierdas el tiempo, te he dicho mil veces que por ahí no puedes -me decía Rocío con ofuscación, pero aun así se podía notar su tono lascivo.

-Ay Rocío pero porqué no… desde el día que te conocí y vi tu tremenda colita que sueño por poder meterla ahí.

-Pero si te he dicho que por ahí solo puede (...) es un pacto que hice con él. Lo siento, no puedo.

-Pero si no se va a enterar nunca… como nunca se va a enterar de esto. El pololeo también es una tradición, y mira como estamos ahora… te estoy saboreando el ano Rocío ¿Qué tan grave puede ser? Aparte, no sabes lo rico que podríamos hacerlo.

-¿Por qué siempre me sales con este temita? ¿Acaso no te conformo con lo que hacemos? ¿Acaso no te caliento lo suficiente?

-No es eso… nada que ver, solo es para experimentar cosas nuevas entre nosotros… ¿Para qué te reprimes? ¿Para qué? Hemos hablado mucho acerca de las normas que nos imponemos... todas, en el fondo, son absurdas… ¿Qué es eso de que solo puedo tener sexo anal con mi pololo?… Por favor Rocío.

Rocío no respondió. Aprovechando la situación, me acerque a su rostro y la besé mientras acariciaba su cabello; esos hermosos chochos siempre humedecidos… humedecidos como su vagina. Ella puso una cara tierna mientras me regalaba otra sonrisa. Ahora, era consentida a mis caricias.

Aunque nuestra relación se basada en sexo casual y sin ningún tipo de compromiso, nos dábamos el tiempo suficiente como para ser regalones el uno con el otro. En el fondo, los dos éramos espíritus sensibles, los dos escondíamos nuestra ternura con falsa frialdad sin saber el porqué. En ese sentido, con Rocío éramos iguales, por eso nos encontramos y coincidimos. Casi en todo, casi.

En ese momento pensaba que la había convencido, mis lecturas acerca de la futilidad de nuestras convenciones morales parece que habían servido para algo. Entre besos y caricias, Rocío había notado que mi erección se apagaba y comenzó a masturbarme lentamente, mientras me decía palabras melosas en relación a mí y a mi pene. Me volví a excitar. No tardé mucho en volver a estar a tope. Rocío bajó y me la empezó a chupar otra vez. Cuando dejó de chupármela; escupió y esparció su saliva por mi pene rodeando casi por completo el condón. Se apoyó de espaldas a mí sobre el escritorio y abrió sus nalgas con las manos. Su ano se abría entregándome toda disposición. Era una vista hermosa, caliente y mórbida: lo suficiente como para calentar a una psicología como la mía. Fisiología tal vez.

-Primero, métela despacio. Para que me vaya adaptando a tu pico. Cuando te diga, dame duro.

-Tranqui señorita (...) -a veces nos llamábamos por nuestros apellidos -se como se hace esto. No pienses que no lo hecho antes.

-Buena po' … a veces te poní agrandadito sin que te lo pidan -mientras me decía esto último, ella y yo reíamos.

Comencé a introducir lentamente mi pene No costó demasiado. La cabeza un poco, pero un poco nada más. La lubricación de su saliva había facilitado, pero creo que no hacía falta, pues, como dije antes; era un agujerito que exudaba experiencia.

Cuando entró la cabeza, metí fuertemente el resto. Rocío soltó un grito de placer considerable. De nuevo le tape su boca con mi mano.

-Te dije que la metierai despacito po' -me decía en un tono calenturiento de plena cacha.

-Lo siento… es que me vuelves loco po' Rocío, no soy capaz de controlarme en estas cosas, menos contigo.

-Bueno… ya… sigue, sigue no más.

Comencé a bombear su retaguardia. El placer que sentía era intenso. De momentos, podía meter casi por completo mi pene dentro de ella, ya que con sus manos abría sus glúteos entregándome todo el camino. Era calentito, estrecho, resbaloso; si no daba la presión necesaria, su ano podía expulsar mi pene sin problemas.

-Dame duro… dame duro hueón te digo.

Rocío dio la orden. Acaté. Ella arqueó su cuerpo y apoyó su abdomen y tetas sobre el escritorio. Una lapicera y el mouse del PC cayeron a piso. No importó. Como ya no importaba el ruido de la lujuria.

Penetraba fuerte y duro. Rocío era una leona, yo, un obrero. Comencé la infaltable, las nalgadas siempre son efectivas para ayudar a la mujer en el orgasmo. Rocío respondía con gritos de placer a cada una de ellas.

Penetraba y penetraba. Estuve así por lo menos dos minutos y sentí que ya no podía aguantar más. En cualquier momento iba a acabar.

-Ay… ay… me voy a venir, me voy a venir -gritaba Rocío.

En ese momento, ella comenzó a mover su culo con movimientos circulares, como los que comúnmente realiza cuando tiramos, causándome un pequeño dolor que no manifesté. Fue en uno de esos movimientos en que mi pene salió de su ano; Rocío soltó nuevamente un grito de placer a raíz de esto. Pude notar que el condón tenía unas ligeras manchas de feca. Si se preguntan si me dio un poco de asco; todo lo contrario, me calentó aún más. Y no solo eso, fue ahí cuando cometí un error que ya volveré a repetir en mi vida: me quité el condón sin avisar. Volví a meter mi pene en su ano y Rocío no notó lo que había hecho. Debo reconocer eso si, que el placer de sentir mi pene descubierto dentro de ella, aumentó mucho más. Su interior apretaba mi miembro y esa sensación de roce me provocaba una excitación brutal. Ya estaba a punto.

Levante a Rocío y volvimos a estar parados, la comodidad de la penetración se complicó un poco, pero no iba a impedir mi inminente orgasmo.

-Me voy a venir, me voy a venir Rocío -le decía.

-Ya, vente… vente rico no más… yo ya me vine una vez -me respondía ella entre jadeos

-Que rico… cosita rica… me calientas demasiado… ya… ya… me vengo… me vengo

-Ya… ya… vente… vente… ¿Si?... ¿Si?

Una sensación avanzó por toda mi espina dorsal... era el momento de la eyaculación. Rocío acompañó todo mi orgasmo con gritos de satisfacción. Todavía puedo sentir como mi pene palpitaba dentro de ella. Estaba en el cielo… si podemos sentir ese nivel de placer, es porque somos algo más que simples animales. Era perfecto, era dichoso, era satisfactorio; desde ese día podía sentirme algo más tranquilo por tener en mis recuerdos semejante encuentro en la furtividad de esa oficina.

Rocío apoyó su cabeza en mi pecho evidenciando su cansancio y su satisfacción. Aproveche su postura para besar su cuello y acariciar sutilmente su cuerpo, sus senos y su vagina, mientras mi pene aún se encontraba dentro de ella, languideciendo después de laboriosa actividad. Unos restos de semen cayeron al piso. Era el momento de dejar la guarida.

-Parece que se rompió el condón -me dijo ella al percatarse de que mi líquido se deslizaba a través de sus muslos.

-No -le dije muy tranquilamente -lo que pasa es que me lo quité para sentirte un poquito más natural.

-Mira... hueón aprovechador… -respondió en tono de broma -no me molesta, pero para la otra avísame, mira que igual una se siente rara después de que acaban por ahí.

Rocío me pidió algo para limpiarse, le pasé una toalla algo sucia de un casillero. Se limpió sus muslos, manos y ano; pudiendo escuchar los sonidos de la mucosidad. Subió sus pantalones y me preguntó si había restos de semen en él. Había dos pequeñas manchas fácilmente disimulables. Le di una palmada, la besé y nos abrazamos un tiempo. En esos momentos post cacha, siempre había algo de sentimiento, algo más que simple contención sexual.

Antes de llegar a la puerta y despedirse, Rocío me dijo lo de siempre:

-Me encantó… estuvo rico, muy rico ¿Cierto?

-A mí también me encantó, no sabes cuánto me encantó -la volví a besar.

-Me gustó que me la metieras por ahí (…), pero no te acostumbres mucho ¿Bueno?

-Uff… con lo rico que estuvo, no sé.

-Ya chao… nos vemos -me dijo esto mientras le daba golpecitos a mi pecho.

-Nos vemos después.

Rocío partió por el pasillo, moviendo esa cola fascinante que me calentaba. De súbito, quise decirle algo último

-¡Oye!

Ella dio media vuelta, y yo, sin decir una palabra, pero con un lenguaje claro de labios le comuniqué otra vez: "me-en-can-tas." Rocío me respondió con una sonrisa coqueta, esa que deja ver el espacio entre sus dientes.

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