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Ernesto no quiso

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Soy la chica de la inmobiliaria. Me encargo de las visitas a los pisos. Exclusivamente de esto. No he venido aquí para darte ni obtener placer. Como me preguntaste si era cómoda la cama, me he tumbado en ella para que veas que sí. Pero ven, túmbate tú también, verás qué cómoda es. Ahora me das un beso. Te dije antes cuál era mi función. Sí, realmente da placer comprar una casa, tienes razón. Ven. Ahora me mordisqueas los labios. Tu lengua me perfora. ¿Me quitas la camisa? Vaya, son mis tetas las que besas. Bien. Muy bien. Muy muy bien. Mi falda. Me la quitas. Y mis braguitas. Qué me haces. Metes los dedos en mi pobre coñito, pobre y desconsolado. Tu brazo es fuerte. Metes tus dedos... Te veo. Estás sobre mi y te veo, el tórax, los hombros, la guapa cara. Te veo. Estás en mí. En mí. Ah. Dentro. Ah. Más dentro. Ah, ah, ah. Qué. Ah. Empuja. Ahí me tienes. Venga. Venga. Ven-te.

Tuve suerte al conocerla aquella tarde. ¿Quién me lo iba a decir a mí? Ha sido, es la mujer de mi vida. Cintia, la chica de la inmobiliaria. Me repitió varias veces que su función era mostrarme el piso, sólo eso. Yo le gusté. Por eso. Cuando, después de desnudarla, vi mi polla entrando y saliendo de su coño, yo no lo podía creer. Cintia. Tan buena como estaba, y está. Con esas tetas blancas y carnosas de areolas sonrosadas, esas caderas anchas, ese chocho tan bien perfilado por su vello púbico. Gemía lánguidamente Cintia mientras la follaba. Me susurraba: "Venga, venga", en cada embestida. Me dijo: "Vente", para que me corriera. "Vente, vente en mí, ven-te". Y me corrí largamente sintiendo un cosquilleo de placer en el capullo.

"Qué", me dice. "Nada", digo. Lleva un pijama de dos piezas. Yo también. "Sigues sin follarme, me estoy hartando", dice. "Cintia, tengo depresión"; "Eso es lo que dicen todos, ayer me tuve que follar al repartidor de pizzas"; "No te oí"; "Lo hicimos en la entradita, tú dormías"; "¿Te gustó?"; "¿Tú qué crees?". Se giró y se fue al cuarto de baño. Luego oí el ruido del agua en la ducha.

No te vas a creer lo que me sucedió ayer por la noche, fui a repartir unas pizzas a una casa y me recibió una mujer madurita con las tetas al aire, bien hermosas las tenía, y me dijo que dejara las pizzas en una silla que había en la entrada y que me fuese sacando la polla porque íbamos a follar, sí, a follar, y me saqué la polla, y ella se quitó el pareo que llevaba y me atrajo, levantó una pierna que yo sujeté con una mano bajo su muslo y me atrajo más, me empalmé y ella se metió mi polla en el coño, y le di, le di, poco pero le di, poco porque me corrí pronto, aunque, oyendo sus gritos, supongo que le gustó, ya sabes pizzero, soy un follador, no como tú, dale que dale a la masa.

"Qué", me dice. "Nada", digo. "Pero ¿nada?", dice; "Nada de nada", digo.

Cintia se sienta en la butaca. Lleva la bata de andar por casa muy abierta. Me fijo en sus tetas, que casi las lleva al descubierto. Pero no me empalmo. "Le he pedido un aumento a mi jefe y me lo ha dado", dice Cintia; "¿Nos hace falta?"; "Ya no trabajas".

Una empleada me pidió un aumento de sueldo, y le dije que ya sabía lo que debía hacer para obtenerlo, estaba muy sexy con la blusa blanca y la faldita negra, la verdad, fue un acierto haberla contratado, ya sabes, a lo que iba, entonces ella se arrodilló delante de mí, me sacó la polla del pantalón y se la metió en la boca, entera, mi polla, yo ni la veía, entera en su boca, y empezó a chupármela, qué glotona, sus jóvenes labios se deslizaban, adelante, atrás, adelante, atrás, se paró un momento, escupió mi polla y luego empezó a darme besos en el glande mientras se iba quitando la blusa y el sujetador, empuñó entonces mi polla y se la pasó por entre las tetas unas cuantas veces mirándome a la cara suciamente, qué puta era, yo, con un golpe de cadera, recoloqué mi polla entre sus labios para que me terminara, y vaya si me terminó, eché todo el semen en su boca, luego ella alzó la cabeza y se lo tragó, ya sabes, a mí mis empleadas me la maman, no como a ti, que te denuncian por acoso, ¡acosador!

"Cintia, eres mi mujer"; "Y tú mi marido, pero no ejerces"; "¿Te acuerdas cuando nos conocimos?"; "Sí, yo te enseñaba un piso que tú querías comprar, este piso"; "¿Qué nos ha pasado, Cintia?"; "Fácil, que no follamos, y así es como esto acaba"; "¿Así?, no, no, no, ¿no te vas a tirar al lechero?"; "Ya no hay lecheros"; "Bueno, Cintia, al cartero"; "No, mejor me voy a tirar a tu amigo Ernesto, que está muy bueno"; "Oh, Ernesto, qué suerte, Ernesto".

Que sí, la esposa de uno de mis mejores amigos vino a verme, que sí, mujer, que no pasó nada entre nosotros dos, estate tranquila que nuestro matrimonio está a salvo.

Ernesto no quiso.

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