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Esperábamos algo más

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Llegó a nuestros oídos, que había un lugar, en el centro de la ciudad, que era frecuentado por parejas que buscaban tener experiencias sexuales con otras parejas. No sabíamos bien de qué se trataba, pero nos dimos a la tarea de averiguar dónde quedaba el sitio e irlo a visitar para echar una mirada. Y, preguntando aquí y allá, finalmente, conseguimos una dirección y, después de pensarlo una y otra vez, por fin decidimos ir allí para ver con qué nos encontrábamos.

Cuando llegamos al sitio, nos encontramos con un edificio de apartamentos. Al ingresar, en el primer piso, había una especie de recepción, adaptado a manera de bar, donde las parejas se reunían y, después de tomar unos tragos, charlar y ponerse de acuerdo, pagaban por una habitación para dar rienda suelta a sus aventuras. Aquel viernes, cuando llegamos allí, tan solo había tres parejas en lugar. Dos de ellas compartían una mesa y otra, situada distante de las anteriores, parecía estar sola en el mismo plan nuestro, o sea, a la expectativa de enganchar con alguna otra pareja.

Nos sentamos en la barra, pedimos unos cocteles y nos dedicamos a chequear lo que allí pasaba, que, en aquel momento, no era mucho. Las dos parejas que estaban reunidas, charlaban, reían estruendosamente y parecía que la estaban pasando muy bien. La otra pareja, continuaba sola en una mesa y, nosotros, situados en la barra del bar, veíamos lo que pasaba a nuestro alrededor y escuchábamos la música que ambientaba el sitio.

Serían las diez de la noche o un poco más, cuando las dos parejas, con alboroto y muy efusivas, se levantaron de la mesa y subieron las escaleras, quizá dirigiéndose hacia la habitación que les alojaría para desatar sus deseos. Nosotros, por el contrario, estábamos muy callados, tan solo expectantes de los acontecimientos. Poco después que las parejas habían salido de allí, la mujer que hacía parte de la única pareja en el recinto, se acercó a nosotros y entabló conversación con mi mujer.

Después de presentarse, le preguntó a ella ¿qué hacíamos allí? Vinimos a conocer, dijo mi esposa. Nos enteramos que este lugar es frecuentado por parejas que buscan compartir sexualmente con otras parejas, así que nos asaltó la curiosidad y vinimos para saber cómo funciona el asunto. ¿Están esperando a alguien? preguntó aquella mujer. No, dijo mi esposa. Pensamos que, siendo viernes, el lugar estaría más concurrido. Tal vez, por la hora, todavía está un poco sólo, dijo la mujer. Y ustedes, preguntó mi esposa, ¿esperan a alguien? No, dijo ella, al igual que ustedes, vinimos a echar una mirada.

¿Les gustaría acompañarnos? preguntó ella. Pues, sí, ¿por qué no? Contestó mi esposa. Reunámonos entonces, dijo la mujer. Y, diciendo y haciendo, la seguimos hasta la mesa donde estaban sentados. Y, por supuesto, vinieron las presentaciones. Buenas noches, gusto en conocerlos. Yo soy Fernando y ella es Laura, les dijimos. Buenas noches, ella es Magda y yo soy Alberto. Siéntense, por favor. Y así, después de aquello, entablamos conversación.

Pedimos bebidas para todos y empezamos a conversar. ¿Qué los trajo por aquí? preguntó Alberto. Pura curiosidad, contesté yo. Hemos visitado algunos sitios swingers y, hemos comprobado, por ejemplo, que las cosas no son como uno escucha que son. Al menos no lo han sido para nosotros. Algunas veces hemos llegado dispuestos a lo que sea, pero por alguna razón los hombres al verme con ella, parecen no interesarse en el asunto. Para que a ella le caigan, he tenido que dejarla sola. Y funciona. Pero no es igual para mí. He tratado de enganchar alguna mujer en aquellos sitios, pero no he tenido suerte.

En alguna ocasión, una pareja, conformada por un médico y su esposa, nos invitaron a compartir con ellos. Los acompañamos a la habitación donde, ellos, la pareja, empezaron a tener sexo en frente de nosotros, pero, cuando el hombre quiso echar mano de mi esposa, y le mostró su pene erecto, listo para entrar en acción, ella optó por abandonar el lugar, dejándonos solos. Yo me quedé, acaricié el cuerpo de aquella mujer, y me calenté de verdad, pero, cuando quise hacer algo más, la mujer elegantemente me rechazó, diciendo que ellos eran exhibicionistas y que les gustaba que la gente los viera teniendo sexo, pero no más. Bueno, no se preocupe, lo hacen muy bien. Y también, elegantemente, les dejé solos argumentando que iba en busca de mi mujer.

Y ¿por qué saliste del lugar? le preguntó Alberto a mi mujer. La verdad, contestó, el tipo no me gustaba, y no me sentía cómoda si él llegaba a ponerme la mano encima. Pero, ¿acaso no fueron allí buscando ese tipo de aventura? Sí, respondí yo. Pero una cosa es decir que a uno le provoca hacer esto o aquello, y otra distinta que los hechos se den en realidad. Del dicho al hecho hay mucho trecho, dice el refrán.

Al rato, el médico y su esposa aparecieron, y se sentaron a charlar con nosotros. Lo mismo que usted preguntó ahora, le preguntó el médico a mi esposa en aquella ocasión. Y ella le respondió que no se había sentido cómoda y que le había dado miedo. La entiendo le dijo él a ella en esa ocasión. La verdad es que se necesita estar muy seguro para involucrarse uno en estas aventuras. A nosotros nos ha costado algo de trabajo al principio, pero creo que ya lo manejamos mejor, y miró a su esposa, quien asintió con la cabeza. Bueno, pero, ¿quién es el exhibicionista? pregunté yo. El, se apresuró a contestar su esposa. Uuuyyy, doctor, lo pusieron en evidencia. Si, se nota que ella es muy solidaria ¿no? No hay duda, contesté.

Bueno, y a ustedes, ¿qué los trae por aquí? Nosotros venimos seguido, dijo él. ¿Son pareja? pregunté. Tan solo somos amigos, dijo Magda, pero tenemos los mismos gustos y nos gusta compartir este tipo de vida. Entiendo, respondí. Y ¿cuál es el tipo de vida? Bueno, dijo ella, que podemos compartir los dos, y podemos compartir con otras personas sin rollo alguno. Si él tiene algún programita, yo lo acompaño, e igual él conmigo. Yo no sirvo para enfrentarme sola a este tipo de situaciones, así que él me apoya y me acompaña. Él siempre está ahí, por si algo llegara a presentarse.

Y ustedes, siendo casados, ¿por qué necesitan buscar este tipo de aventuras? Bueno, dije yo, nos casamos muy jóvenes y creo que dejamos de vivir experiencias que ahora queremos, o nos llama la atención explorar. Por ejemplo, verificar que podemos relacionarnos sexualmente con otros sin que eso signifique, necesariamente, que nuestro matrimonio ande mal o que no nos entendamos, o que a ella le falte algo. Quizá también para ganar más seguridad y conocer cómo reaccionamos en esos temas, pues al haber evitado esas experiencias en la juventud y tener hijos siendo muy jóvenes, de alguna manera nos restringimos y dejamos de experimentar, de algún modo. Al final, calmar fiebre y hacer lo que todo el mundo ha hecho.

¿Cómo qué? preguntó Alberto. Bueno, pues tener sexo con personas diferentes a la pareja habitual, por ejemplo, o tener el valor para compartir sexualmente con amigos de confianza, explorar el sexo hombre-mujer-hombre, mujer-hombre-mujer, experimentar una orgía y qué se yo qué cosas más. A ella le atraen los hombres de color, por ejemplo, y, de alguna manera, dar el primer paso costó un poco de trabajo. Y ¿por qué? preguntó él. No sé, respondió ella. Siempre me he sentido atraída por los hombres de color, pero a la hora de escoger pareja, jamás pensé en uno de ellos como novio o esposo.

Ella solo los busca para tener sexo, apunté yo. Pues sí, dijo ella. Y ¿qué te gusta de ellos? preguntó Magda. Los encuentro muy vigorosos y activos. No sé, con ellos he tenido sensaciones únicas y ha sido muy especial. Son aguantadores y, si estas con ellos, de seguro vas a tener sexo dos, tres o más veces en cada encuentro. O sea que yo no te daría la talla, dijo Alberto. No he dicho eso. Ustedes preguntaron y yo contesté. Cada situación es diferente. Y ¿cómo enganchas con ellos? Bailando, respondió ella. Con el solo hecho de ver la coordinación en sus movimientos, el ritmo que llevan y su expresión corporal, yo ya sé si valen la pena como pareja.

Y así, hablando de esto y de lo otro, pasaron los minutos. Las mujeres se retiraron con la excusa de ir al baño y nos dejaron solos por un rato. Alberto me contó que Magda era una buena mujer, muy abierta y espontánea, que eran amigos y trataban de comprometerse como pareja, pero que se estaban dando tiempo para calmar todas sus inquietudes y que, más adelante, si las cosas se daban, ya se conocieran bien el uno al otro.

Al rato llegaron ellas, muy animadas, y sin derecho a réplica, nos informaron que ya había una habitación disponible y que, en lugar de hablar tanta cháchara, lo mejor era que nos conociéramos un poco más. Yo estoy de acuerdo, dijo Alberto. Bueno, pues yo también, dije, ¿acaso tengo elección? Así que nos levantamos de la mesa y las seguimos, pues ellas no habían ido al baño como habían dicho, sino que habían ido a inspeccionar las habitaciones para seleccionar la que más les gustara. Y no dudo, también, que hayan conversado sobre lo que cada una de sus parejas hombres esperarían de aquella experiencia.

Cuando llegamos a la habitación, Alberto se sentó en un sillón ubicado al lado de una gran cama y, abriendo sus piernas, dijo, bueno niñas, somos todos suyos. A ver, ¡sorpréndannos! La situación estuvo un tanto ambigua, porque nadie se atrevía a tomar la iniciativa. Mi esposa y yo, ciertamente éramos mayores que ellos, y quizá se sentían un poco en desventaja ante nuestra supuesta experiencia. Lo cierto es que, dichas aquellas palabras, Ni Laura, Ni Magda ni yo, tomamos la iniciativa para iniciar algo.

Yo le hice un gesto a mi esposa, como insinuándole que empezara. Creo que lo entendió, porque se colocó de rodillas frente a Alberto, en medio de sus piernas abiertas, y con una calma pasmosa, poco a poco, fue soltando el cinturón, desabotonando su pantalón y bajando su cremallera, para exponer su miembro fuera de sus pantaloncillos. Laura, Magda y yo pudimos ver como el pene de Alberto hacia su presentación en sociedad, erecto, duro y medianamente grande, tal vez igual al mío. Yo pensé que Magda iba a seguir el ejemplo, pero no fue así. Ella estaba ensimismada, viendo lo que hacía mi esposa.

Laura se apresuró a llevar a su boca aquel erecto miembro y frotar su tallo arriba y abajo con especial dedicación. Alberto echó su cabeza hacia atrás, recostado en aquel sillón, y permitió que ella lo atendiera como quisiera. Ella, ante nuestra vista, chupaba con gusto aquel pene mientras Magda estaba atenta a todos sus movimientos. Pasado un rato, mi esposa se levantó, se despojó de sus bragas, sin quitarse la ropa, se colocó de espaldas a él y se sentó sobre su miembro para ser penetrada desde atrás.

Alberto no desperdició el gesto de ella y, tomándola de sus caderas, dirigió los movimientos de ella, arriba y abajo, sobre su pene. Al parecer lo disfrutaba, y al parecer Magda y yo estábamos muy cómodos observando la escena, pues ni ella iniciaba algo conmigo, ni yo con ella. El, pronto empezó a despojar a mi esposa de la ropa y ella, moviendo se como estaba sobre aquel pene, le ayudó quitándose las prendas, poco a poco, una a una, hasta quedar vestida únicamente con sus medias y zapatos.

Alberto estaba gozando de mi esposa. Magda y yo, tan solo seguíamos atentos a la escena como simples espectadores. Después de mover su cuerpo de diferentes maneras mientras era penetrada por Alberto, Laura se incorporó y le dijo a aquel, ¿no te parece que estaríamos mejor en la cama? Seguro, dijo él. Se levantó del sillón, rápidamente se desvistió y procedió a acostarse boca arriba sobre la gran cama. Mi esposa procedió a montarse sobre él, dándole la cara y acomodando nuevamente su miembro dentro de su húmeda y expectante vagina. Ella estaba controlando el encuentro.

Yo, por mi parte, ya estaba excitado observando la escena que mi esposa y Alberto nos brindaban, así que me acerqué a Magda para desnudarla, cosa que hizo sin reparo alguno y, ya desnuda, le pedí que se sentara en el sillón que hacía un rato ocupaba su pareja. Ella lo hizo y, al igual que Alberto, extendió y abrió sus piernas, dejándome expuesto su sexo. Yo me desnude, me arrodille en frente de ella, en medio de sus piernas, y me dispuse a besar su vagina, la cual no estaba excitada como esperaba. Tuve que esforzarme para que Magda entrara en calor y me diera muestras de aceptación y entrega al momento.

Laura seguía encima de aquel, empujando su cuerpo adelante y atrás, sentada sobre su pene, pero Alberto no tomaba iniciativa alguna y dejaba que mi esposa llevara la voz cantante. Magda no dejaba de mirar lo que pasaba entre Alberto y mi esposa. Ella observaba con atención cada movimiento de su pareja que, encantado como estaba, no dejaba de acariciar los senos, las piernas y las nalgas de mi mujer. Le faltaban manos para tocar todo su cuerpo hasta el último rincón.

Yo, por mi parte, veía que Magda estaba más interesada en ver qué pasaba entre su Alberto y Laura, que lo que a ella misma le pudiera interesar, así que, dejando de chupar su sexo, me incorporé y le propuse que se arrodillara en aquel sillón, de espaldas a mí, de modo que pudiera seguir viendo lo que sucedía con aquellos dos mientras yo la penetraba desde atrás. En esa posición, Magda no dejó de ver a su pareja retozando con mi mujer y llegué a pensar que no era cierto que ellos tuvieran más experiencia participando en este tipo de eventos.

Y fue Alberto, precisamente, quién le propuso a Magda que nos pasáramos a la cama. Yo me retiré y ella así lo hizo. Se acostó de espaldas a su lado, abrió nuevamente sus piernas y permitió que la penetrara en la posición de misionero. Ahora, Laura y yo, cabalgábamos, lado a lado, sobre aquellos dos, quienes, muy dóciles, dejaban que nosotros hiciéramos lo que fuera, que no era nada diferente a mantener el contacto de nuestros sexos con los de aquellos, pero de manera mecánica, como por cumplir.

Laura dejó de moverse, se retiró y se sentó en el sillón, al lado de la cama. Curiosamente, Alberto no la siguió y permaneció acostado, ahora tendido de medio lado, observando cómo yo penetraba a Magda. Ambos no dejaban de mirarse, así que supuse que era momento para ellos dos, de modo que me retiré y le dije a él, suya la máquina, maestro. El ocupó mi lugar y éramos ahora, Laura y yo, los observadores de la faena que aquella pareja se prodigaba.

Laura, desnuda como estaba, se dedicó a posar frente a un gran espejo vertical situado a un lado de la cama y, así como estaba, se retocó el maquillaje. Alberto, dejó a Magda y fue hacia mi esposa, que estaba parada frente al espejo, con pose altiva, con sus piernas abiertas, y la abrazó desde atrás, restregado su pene contra las nalgas de mi mujer. Y ella, en un acto reflejo, inclinó su cuerpo hacia adelante, apoyando sus brazos en el espaldar del sillón, ofreciéndoles sus nalgas para ser penetrada desde atrás. El, rápidamente, lo entendió, y la empezó a penetrar. Al mirar de costado, ambos podían ver reflejada en el espejo la escena que estaban generando.

Magda, por su parte, bajó de la cama y se dispuso a sentarse sobre mí pene, estando sentado en el sillón. Y, la verdad, no nos pudimos acomodar. Así que le insinué que me dejara acostar en la cama y que allí nos iría mejor. Y así lo hicimos. Yo me acosté boca arriba en la cama y dejé que Magda me cabalgara. Pero, al igual que la vez anterior, ella estaba más atenta de lo que hacía su pareja con mi esposa que de lo que ella estaba haciendo. Me apreció muy indiferente. Me propuse, entonces, hacer mi parte hasta eyacular y dar por terminada aquella aventura con Magda.

Alberto, por su parte, seguía empujando su miembro dentro de la vagina de Laura, pero parecía que ella tampoco lo estaba disfrutado mucho, así que entendí que era momento de hacer algo y facilitar una salida fácil para aquella situación. Una vez me separé de Magda, miré el reloj y dije, cómo pasa el tiempo, ya se ha hecho tarde y mañana tengo que madrugar. Voy a vestirme y voy por el carro, así que los dejo para que se diviertan otro ratico. No, dijo ella, yo te acompaño.

Ambos nos vestimos y dirigiéndonos a aquellos, que seguían conectados, moviendo sus cuerpos, uno contra el otro, les dijimos que íbamos a recoger el carro y que no demorábamos. No dijeron nada, así que supuse que aquello era una aceptación y que, a lo mejor, si Magda y yo no estábamos presentes, quizá ambos se iban a soltar y comportarse de otra manera. De modo que abandonamos el lugar dejándolos solos.

Tardaríamos unos treinta minutos en regresar. Y, cuando volvimos, los encontramos aún desnudos, ella sentada en el sillón y el sobre la cama, charlando animadamente. Yo solo atiné a decir, bueno, lamento dañarles el rato, pero mañana tenemos compromisos y tenemos que dejarlos. No hay problema, dijo Alberto, nosotros también tenemos cosas que hacer y más vale ir a descansar un rato. Los acercamos a algún sitio. No gracias, ustedes van para un lado y nosotros para otro. No se preocupen. Y así, una vez vestidos aquellos dos, abandonamos la habitación, bajamos acompañados al primer piso y ahí nos despedimos. Nunca más les volvimos a ver.

Cuando ya estuvimos instalados en el carro pregunté a Laura cómo la había pasado. Nada que ver con los otros encuentros. ¿Cómo así? interrogué. Pues, la verdad, yo no disfruté mucho. Nada que ver con lo que pasa cuando nos encontramos con otra gente. Con tus negros, querrás decir, comenté yo. Si, con ellos, replicó ella; nada que ver. Bueno, dije, ya sabemos cómo funciona la cosa; no se trata de tener sexo por tener, sino que debe haber una motivación ¿cierto? Si, dijo ella, me parece que así es. Si quieres vamos a algún lugar para que completes la faena. No hace falta, dijo ella, vamos a casa.

Y así acabó aquella noche. Tuvimos curiosidad para saber cómo funcionaría aquello, pero la experiencia no nos dejó satisfechos, porque quizá, en medio de nuestras fantasías, esperábamos algo más. Y, sea como haya sido, vivimos una nueva experiencia. Quizá lo que venga se disfrute de otra manera. Hoy no hubo morenos en el menú para mi esposa y la velada resultó tan pálida como nuestros amigos de aventura. Entonces, habrá que revaluar, qué es lo que realmente queremos en una próxima ocasión. Otra vez será…

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