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Estrené con su jefe la lencería que me regaló mi esposo
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Tiempo de lectura: 3 minutos

Desde que éramos novios, mi esposo me compra casi toda la lencería que uso. Le encanta hacerlo, comprarme tangas, hilos o cacheteros, también brasieres. Confío plenamente en sus gustos, diría que conoce mi cuerpo mejor que yo y que siempre compra lo que mejor me queda.

Les he comentado a varios de mis amigos ocasionales que la lencería que uso, me ha sido regalada por mi esposo, a todos les ha dado mucho morbo eso. Para ser sincera, a mí también. Me pone decir cosas como “esta tanga me la regaló mi esposo y la estoy estrenando contigo”.

Quizás el momento más excitante que he vivido respecto a la lencería que uso en mis encuentros fue inesperado. Ascendieron a mi esposo. Quiso celebrarlo. Organizó una cena en casa con su jefe y su esposa. Algo que a todas luces sería sólo una cena, con un catering que reservamos (no puedo cocinar una cena elegante y mi esposo lo sabe) y dos buenos vinos que mi esposo pidió seleccionar a un amigo sommelier que tiene. Como era su costumbre para cada reunión importante, me compró un juego de tanga y brasiere, de Leonisa, que es mi marca favorita. Ambas prendas negras, muy simples pero muy elegantes, algo seguro caro.

El viernes que era la cena me duché, me puse la lencería de estreno y me puse encima un lindo vestido negro que también estrenaba. Simple, corto y coqueto, que estoy segura me queda muy bien.

Poco antes de las 9 pm, llegó el catering y el vino. A las 9 en punto estaba la mesa lista, exactamente a esa hora sonó el timbre. La puntualidad del jefe de mi esposo es famosa y no fue la excepción. Llegó elegantemente vestido, en un atuendo con jean, camisa y un saco sport que le quedaba muy bien. Lo había visto algunas veces, pero sin mayor atención. Esa noche me pareció muy guapo y seductor, de cuerpo firme, cabello entrecano pero, por sobre todo, su actitud segura y ganadora. Su esposa era varios años menor que él, quizás recién pasados los 30s, linda, pero muy seria y poco amable.

La cena estuvo deliciosa. No pude presumir que yo cociné, era obvio que era producto de un experto. La pasamos súper bien mi esposo, su jefe y yo. La anodina pero linda esposa de su jefe, apenas articuló palabra y se pasó la cena entera con cara de aburrida, picando sólo un poco de comida. Más de una vez pesqué miradas del jefe de mi esposo, pero no les di mayor importancia.

Tras la cena nos sentamos en el sofá y terminamos la segunda botella de vino. Al terminarla mi esposo propuso ir por otra, su jefe aceptó y ofreció acompañarlo a comprarla. En ese momento su esposa dijo que quería volver a su casa, que “se sentía indispuesta”. Supongo su esposo ya la conoce. Ellos viven a unas pocas cuadras del departamento donde vivimos y finalmente mi esposo se ofreció a llevarla y de retorno comprar el vino. Parecía una solución razonable. Unos 20 minutos entre ida y vuelta a lo sumo.

Cuando quedamos solos, nos sentamos juntos en el sofá. El jefe de mi esposo fue directo “Marta, eres una mujer muy linda y sensual. Te he visto en algunas reuniones y siempre me has parecido muy atractiva”. Me quedé un segundo sin responder, pero luego le dije que él me parecía atractivo y que tenía una esposa muy linda.

– Linda sí, pero sosa y aburrida.

– No seas malo con ella, una mala noche la tenemos todos.

– Así como la viste hoy es siempre, en todo.

– ¿en todo?

– Si, en todo. Y en la cama es peor.

– Que desperdicio, con un hombre como tú.

Tras decir eso, sentí que me había mandado. Él se dio cuenta. Cogió mi muslo y me dijo al oído “tenemos menos de 15 minutos”. Me dejé besar. Respondí. Sus besos apasionados más el vino me hicieron calentarme muy rápido. Le pedí que se baje el pantalón. Me obedeció. Tenía ya erecto un pene (como todos) más grande que el de mi esposo, pero tampoco un mástil.

Me excitaba el momento. Todo era perfecto. Desde la oportuna salida de mi esposo y la esposa de su jefe hasta el vino que había tomado.

Me saqué los zapatos y la tanga y sin pensarlo mucho, con el vestido tirado hacia mi vientre me monté sobre él. La estrené esa noche y nadie le prestó atención. Con mis manos acomodé su pene en mi coño húmedo y me dejé caer. Fueron unos minutos deliciosos, en los que él prácticamente no se movía y yo era quien definía el ritmo, con movimientos de mi cadera disfrutaba cada centímetro de su pene dentro de mí.

Cuando estuve a punto de llegar le dije “quiero ser tu perra”. Me levanté y me acomodé como perrita en el otro sofá. Se puso detrás de mí y comenzó a darme con todas sus fuerzas, hasta con violencia diría. Se soltó y en ese momento era él quien se movía y yo quien aguantaba. Comenzó a acelerarse y decirme “que puta que eres Marta, que puta que eres, una reverenda puta eres”. Cuando yo estaba a punto de terminar, él se vino dentro de mí, eso completo mi proceso y me vine casi instantáneamente.

La cordura se impuso y nos separamos casi al instante. Se subió el pantalón. Fui al baño a limpiarme. Un par de minutos después llegó mi esposo. Yo aún estaba en el baño. Al salir lo besé y le dije “amor, porque demoraste tanto”. Nos sentamos, bebimos los tres la última botella de vino. Fue una velada perfecta.

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