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Hay incestos que son inevitables

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Sonia era una morenaza de ojos negros, pelo largo y rizado, con labios gruesos y sensuales. Era guapa y lo sabía, tenía un cuerpo de escándalo y lo sabía. Sabía que levantaba pasiones y las provocaba detrás de la barra de un bar que era una de las tapaderas de un narco gallego. Le pagaban por eso, por atraer clientes y lo hacía a la perfección, aunque al llegar a ciertas horas de la noche acababa asqueada, ya que los clientes, casados y solteros, al estar mamados se creían los reyes del mambo siendo unos babosos.

Sonia solía cenar con los clientes que no se emborrachaban y después presumía enseñando las facturas desorbitadas del restaurante donde cenaban, que también era del narco.

Sé todo eso porque ese bar, que antes era una taberna, se abrió en mi pueblo, y quien lo llevaba era el padre de la esposa del narco.

Me enganchó desde un principio, y no por la morenaza, ya que era mi sobrina, me enganchó porque tenía una mesa de billar americano, y yo era el mejor jugando, más que nada porque los que otros no tenía ni pajolera idea.

Una tarde de verano fui a tomar una cerveza. No había clientes y Sonia estaba aburrida. Me senté en un taburete enfrente de la barra, le pedí una Heineken, me la puso delante con un vaso de tubo, cogió un papel debajo del mostrador, se inclinó delante de mí poniendo los codos sobre la barra y me enseñó el papel y la mitad de sus tetas, que asomaban en el escote de su camiseta blanca sin mangas.

-Mira, tío, langostinos y cigalas, 50 euros, lubina, 30 euros, filete de ternera con patatas fritas y ensalada, 20 euros, tarta, 10 euros, champán 60 euros y café 4 euros.

No sé dónde metiera todo aquello, ya que era flaca. Mirándole para las tetas, le dije:

-¿Y?

-Y me pagó la cena Claudio, el de la Barca.

-Ese siempre tuvo un punto de retraso. Sabiendo que nunca follas en la primera cita...

-Y no doy una segunda cita a nadie -se siguió haciendo la interesante.- Tengo más facturas. ¿Tienen todos un punto de retraso?

-Ya sé que las tienes deben estar desgastadas de tanto enseñarlas, y no, no tienen todos un punto de retraso, son todos unos retrasados. ¿Entra en tu contrato cenar con clientes?

-No, pero ceno bien y me llevo el cuarenta por ciento de las dolorosas.

-Trabajas a comisión.

-Sí, en la universidad además de la beca se necesita dinero.

Al oírla me di cuenta de lo rápido que pasa el tiempo.

-¡¿Ya entras en la universidad?!

-Después de C.O.U..., es lo que toca.

-¿Qué vas a estudiar, Sonia?

-Arquitectura.

-Debes ser muy lista.

-Más que alguno que yo me sé...

Pillé la indirecta volando y le iba a cambiar de tema.

-Muy listo no seré, pero no pagaría una cena de esas ni harto de vino.

No me creyó, pensaba que era irresistible y que todos iban a intentar follarla.

-¿Seguro?

-De lo único que estoy seguro es de que soy un inseguro.

-Ahora me vienes con juegos de palabras.

-¿Lo quieres más claro? Si quieres que te invite a cenar, pierdes el tiempo.

-Y si te dijera que un par de días antes de que me baje la regla me pica el coño una cosa mala.

-Te diría que lo rascaras.

Después de decirme lo de que le picaba el coño, pensé que no me podía sorprender más, pero estaba equivocado. Me dijo:

-Te voy a hacer una confesión. Me gustas, tío Enrique, me gustas tanto que sin tenerte ya te tuve.

Mi sobrina me acababa de decir que se había masturbado pensando en mí. Le seguí la corriente.

-¿Un dedo?

-Sí, te lo metí en el culo cuando te tuve sin tenerte.

Me dio la risa.

-Te pasaste tres pueblos, Sonia.

Tirando una caña de cerveza rubia, me dijo:

-No creas, solo te metí la mitad. ¿Te gustan mis tetas?

No conocía aquella faceta suya. Le iba la socarronería, le dije:

-¿Son naturales o las hinchaste con un bombín de bicicleta?

-¿Te gustan o no? Lo digo por qué no parabas de mirarlas.

No debí decírselo, pero se lo dije.

-Son bonitas.

-¿Hablamos de cenar?

-Me sentiría mal.

-¿Al pagar?

-No, al comerlas. Oye, ¿Cuántos días faltan para que te baje la regla?

-Eres más lento pensando que una tortuga caminando.

-Te faltan dos días.

Bebió un trago de cerveza, y me dijo:

-¡Premio para el caballero!

-Aunque quisiera hacerle esa putada a tu madre, tengo diez euros en el bolsillo

Debía ser cierto lo de las ganas, ya que me dijo:

-Te invito yo a cenar.

Traté de zafarme.

-¿Quién te dijo que tu tía y yo nos dimos un tiempo?

Se sentó en su taburete, y enfadada, me dijo:

-¡Vete a la mierda!

-Doce euros.

Me miró con cara de no entender nada.

-¡¿Qué?!

-Que eso deben cobrar en ese restaurante por un plato de mierda.

Ahora se carcajeó.

-Por eso me gustas, nunca sabe una por donde vas a salir.

Otra vez me metí en vereda, pero esta vez sin querer, queriendo.

-Ni por donde te entraría.

-¿Lo qué?

-Mi polla.

-¿Eres medio maricón?

-Algo de maricón tengo.

Entraron tres clientes y se acabó la conversación.

A las doce de la noche, antes de cerrar, cuando se fuera el jefe y quedamos solos, me preguntó:

-¿Te acompañas a casa, tío?

-Vas a piñón fijo.

-Si quisiera ir a piñón fijo se lo pediría a Juan que tiene una bicicleta y también vive solo.

-Sigue con la broma que puedes acabar llorando.

Estaba en plan torera.

-¿Tan grande la tienes?

-¡Y dale!

Salió de detrás de la barra y recogiendo las mesas vi su culo redondo marcado en su falda beige de círculo que le daba por encima de las rodillas, su cinturita, sus generosas caderas, sus piernas delgadas, y la mitad de sus tetas. Sabía que la estaba mirando y me preguntó:

-¿Te gustas lo que ves, tío?

Ya le di por el palo.

-Estas para comerte viva y repetir cinco veces.

Le echó la llave a la puerta. Vino a mi lado, me echó las manos al culo y me besó con aquella boca que todos deseaban comer y nadie podía saborear. Sentí sus duras tetas apretarse a mi cuerpo, su lengua en mi boca buscando la mía y mi polla reaccionó poniéndose firmes. Le levanté la falda. Le eché las manos a las bragas, se las bajé, tiré los tacos, el triángulo y la tiza al piso de baldosas y la eché encima de la mesa de billar americano. Saqué la polla, le subí la camiseta y le comí las tetas en un visto y no visto. Se la metí en el coño y la follé con furia. La veía sobre la mesa tan joven, tan hermosa y tan excitada que no pude aguantar. Le llené el coño con tanta leche que casi echó por fuera. Cuando la saqué quiso incorporarse, la empujé, me agaché la cogí por la cintura y lamí el coño. Dijo

-Eres -le metí la lengua dentro del coño-, un, un, un -lamí aprisa-, un, un guarro, oh, oh, ooooh ¡Encantadooor!

Se corrió como si los jugos de su coño fueran leche hirviendo. Echo todo por fuera de una vez, y suerte que la corrida paró en mi boca que si llega a parar en el tapete de la mesa de billar americano, quedaría inservible.

Al acabar de correrse se levantó, y poniéndose las bragas, me dijo:

-Sabía que tenías algo que los otros no tenían.

-¿Qué tengo?

-¿Y tú me lo preguntas, cochino?

Veinte minutos más tarde estábamos en mi casa. Yo había ido a la bodega a buscar vino. Apareció a mis espaldas, me tocó el culo, y me dijo:

-Quiero que me hagas algo que nunca le hiciste a la tía.

La jarra ya estaba llena de vino blanco. Le quité la camiseta, ella se quitó la falda, las bragas y las zapatillas y después me desnudó a mí. Cogí la jarra, le eché la cabeza hacia atrás y derramé vino en sus labios y en sus tetas. Llené la boca de vino, posé la jarra. Se arrimó con la espalda a un barril. La besé. Bebimos vino mientras nuestras lenguas se lamían y su mano acariciaba mi polla... Después le comí las tetas mientras mi dedo jugaba con su ojete. Al lamer sus pezones y sus areolas y al chupar las tetas sentía cómo se le abría y se le cerraba. Me agaché y le lamí el coño. Estaba mojada. Me dijo:

-Hazme correr de pie tío.

Me levanté y le dije:

-Cada cosa a su tiempo.

Hice que se diese la vuelta. Cogí la jarra y eché vino por la espalda. Luego lamí desde el coxis hasta la nuca, para a continuación lamer sus nalgas y su ojete. Lamiendo su ojete, abrió las piernas, echó las manos a la parte superior del barril y comenzó a gemir. Después de follar bien follado su culo con la lengua, le eché mano a uno de los muchos chorizos que colgaban de un cordel y le follé el culo con él. Follándoselo, dijo:

-Me gusta, me gusta mucho.

Al rato saqué el chorizo de su culo y le metí un mordisco, Sonia, me cogió la mano y le metió otro mordisco al chorizo. Luego cogió la jarra y bebió dejando caer por sus tetas cantidad de vino. Sin dejarme beber, me saltó encima, rodeó mi cuello con sus brazos y mi cuerpo con sus piernas y me metió la lengua en la boca. Cogí la polla la llevé a la entrada de su coño y se la clavé hasta las trancas, cogí otro chorizo y se lo metí en el culo. Arrimé su espalda a pared de la bodega y le di caña con los dos.

-¡Me encanta! ¡¡Dame duro!!

Le di caña de la buena por los dos orificios... Poco después sentí sus duras tetas temblar sobre mi pecho, sus piernas temblando en mi culo, su boca comiendo mi lengua y su coño apretando y bañando mi polla. Tuvo una de esas corridas que jamás se olvidan, por lo larga y por lo intensa que fue, ya que cuando estaba acabando de correrse, me corrí yo. Al sentir mi leche dentro su coño se le abrió y se le cerró varias veces seguidas y comenzó a correrse de nuevo.

Al ponerla en el cemento del piso de la bodega sacó al chorizo que tenía dentro del culo y lo comió.

-Tengo hambre -dijo.

Yo eché un trago de vino de la jarra y después la volví a llenar. No quise que se vistiera. Probablemente no volvería a ver un cuerpo tan bello en lo que me quedase de vida. Desnudos volvimos a mi casa.

En la cocina había una mesa larga con un mantel a cuadros. Sobre ella había follado a mi esposa, pero no del modo que se me pasó por la cabeza follarla a ella. Le pregunté:

-¿Quieres que te coma untada en mermelada?

Me echó la mano a la polla.

-¿Le echarás mermelada también a esta?

-Cada cosa a su tiempo.

La cogí por el culo y la eché sobre la mesa... Pillé en la alacena el bote de la mermelada y el pan de molde y en un cajón un cuchillo para untar. Tomándome mi tiempo le unté mermelada de fresa en la planta de los pies. En las rodillas, en los labios mayores, en el ombligo, en las palmas de las manos, en el juego del brazo, en las axilas, en las areolas y los pezones, y en mentón. Me dijo:

-Creo que me va a encantar lo que me vas a hacer.

Le cogí el pie izquierdo y tomándome mi tiempo de nuevo lamí su planta hasta dejarla limpia, luego le chupé los dedos, para acto seguido dejarle limpia la otra planta y chupar los dedos. Lamí la mermelada de sus rodillas, le levanté las piernas y lamí detrás de las rodillas, lamí los labios superiores... Me dijo:

-Come mi coño un poquito.

-Cada cosa a su tiempo.

Le pasé la puntita de la lengua de abajo a arriba por la raja y después lamí la mermelada de su ombligo. De ahí pasé a sus manos, lamí las palmas y le chupé os dedos, luego las uniones del brazo con el antebrazo y después sus sobacos. Acto seguido me fui a por sus tetas, lamiendo el pezón izquierdo y lamiendo y chupando la areola, me dijo:

-Estoy tan malita que seguramente me corra antes de que acabes de comerme las tetas.

Le cogí las tetas, redondas y duras como piedras y magreé, lamí y chupé hasta que con voz de quien se está derritiendo con el placer, me dijo:

-Para, para, para tío, para que me corro.

Le lamí la mermelada del mentón, y la besé, bueno, me comió la boca ella a mí. Al dejar de besarnos abrí el pan de molde, cogí una rebanada y se la pasé por el coño. Salió mojada. Le di un mordisco al pan mojado, Sonia se estremeció, y me dijo:

-Dame, dame, dame un poquito.

-Cada cosa a su tiempo.

Unté mi polla con mermelada y se la puse en los labios. Me cogió las pelotas, lamió, saboreó y mamó. Al sentir que me iba a correr se la quité de la boca. Iba a tirar de ella para poner el coño a tiro, cuando me dijo:

-Cómeme el coño. Quiero volver a correrme en tu boca.

No hizo falta que se lo comiera mucho tiempo, lamí de abajo a arriba diez o doce veces y ya salió su cascada de jugos. Esta vez no pude evitar que algunos me bajaran por la comisura de los labios y cayeran sobre la mesa, y no pude evitarlo porque se sacudió cómo si hubiera metido un dedo en el enchufe... A correrse chilló cómo una coneja al clavarla el conejo.

Empalmado cómo un burro esperé a que le volvieran las fuerzas. Tan pronto cómo pudo, bajó de la mesa, me cogió la polla, la metió en la boca, y masturbándome la mamo mientras uno de sus dedos se metió dentro de mi culo. Tampoco hizo falta que me la mamara mucho, al rato le llené la boca de leche. Fue una corrida brutal, si sería brutal que al acabar me quedaron las piernas tan tiesas cómo la polla y me costó trabajo dar dos pasos para sentarme en una silla. Ahora la que tuvo que esperar fue ella, pero no perdía el tiempo. Se puso a untar mermelada en cuatros rebanadas de pan, y mientras lo hacía, me dijo:

-¿No decías que tenías algo de maricón?

-¿Quieres que te la meta en el culo?

Cubrió las cuatro rebanadas untadas de mermelada con otras cuatro rebanadas, y cómo buena gallega me respondió con otra pregunta.

-¿Tú que crees?

Ya tenía las piernas bien y aquel culo se me antojaba delicioso.

-Date la vuelta que vas a saber lo que es bueno.

Cogió la jarra de vino blanco en la encimera y un vaso en la alacena, y me dijo:

-Cada cosa a su tiempo, tío, cada cosa a su tiempo.

Quique.

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