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Improvisando con mi compañera de piso

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Llevaba ya dos meses en esta ciudad y empezaba a pensar que no había sido buena idea venir. Apenas había hecho amigos y aunque mi compañera de piso parecía maja, no habíamos hablado mucho. Ella se pasaba el día de aquí para allá, trayendo chicos a casa noche si y noche también. Yo, sin embargo, no salía mucho.

Era viernes y de nuevo no tenía un gran plan. Unos compañeros del trabajo, aún empeñados en integrarme, me habían invitado a tomar algo, pero yo lo había rechazado. Realmente era culpa mía no socializar, creo que me auto-boicoteaba para tener una excusa para volver a casa.

Me puse un jersey viejo, me tumbe en mi cama y encendí el portátil dispuesta a encontrar alguna peli que ver. No encontré nada de mi gusto y la estampa no podía ser más triste. Ahí estaba yo, sola, un viernes, en la cama aburrida. Mi compañera había salido con unos amigos, así que tenía el piso para mí, y decidí darme un capricho. Cerré la tapa del portátil y lo deje en el suelo. Apagué la luz del techo y dejé encendida una pequeña lamparita situada en mi mesilla de noche. Me deslicé por la cama para tumbarme y metí el brazo derecho por las sábanas, bajando lentamente por mi cuerpo hasta llegar a mi entrepierna. Hacía mucho tiempo que no estaba con nadie, rompí con mi novio mucho antes de mudarme, y aquí no había tenido ningún tipo de acción, así que no tardé nada en ponerme a tono.

Pase mi mano acariciando mi sexo de arriba a abajo varias veces, hasta que me vi lista para meter la mano por la braga y comencé a acariciar los labios. Mi respiración comenzó a entrecortarse, lo cual me animaba a jugar más con mis dedos. Prácticamente mojada sabía que no podía tardar mucho más en introducirlos en mi vagina. 

La puerta entonces se abrió y vi a mi compañera de piso allí, inmóvil, mirándome. Claramente yo me había equivocado y no había salido, pues llevaba puesta una camiseta negra, sin pantalones, solo acompañada de unas finas bragas blancas. Al verla sentí una enorme vergüenza porque me hubiese encontrado en esa situación, pero estaba demasiado encendida como para parar. Sin embargo ella no parecía incómoda ni sorprendida, se acercó a mi, levantó la sábana y me susurró que continuase. Aquello logró excitarme aún más, y sin dudarlo introduje dos dedos en mi vagina y comencé a moverlos en círculos dentro de mí. Eso provocó unos leves gemidos que parecieron provocar a mi compañera. 

El deseo se veía reflejado en su cara, y mientras me veía masturbarme se mordía el labio inferior con intensidad. No entendía muy bien que estaba pasando, pero su gesto solo provocarme. Cada vez más mojada, mis dedos se movían a una gran velocidad, jugando con mis labios, saliendo y entrando de manera apresurada. 

Sin aguantar más, mi compañera me apartó la mano y metió ella misma sus dedos en mí, rozando suavemente el clítoris. Dentro y fuera de manera lenta pero intensa, conseguían sacar de mí unos gemidos nada discretos. Por fin decidió que era hora de introducir su lengua. Separó bien mis piernas y comenzó a besarme desde la rodilla hasta el muslo hasta llegar a mi sexo ya bien empapado. Saboreó el exterior con su lengua primero para pasar a jugar con el clítoris, que alternaba con jueguecitos por los labios. De vez en cuando subía un poco la cabeza para mirarme fijamente, excitándome mucho más. Su lengua se deslizaba por todo mi sexo mientras sus dedos se movían en círculos cerca del clítoris, consiguiendo sacar de mi un grito ahogado. 

Subió mi cabeza hasta ponerse en frente mía, me beso, y se alzó colocando sus pechos sobre mi cara. No dude y enseguida empecé a chuparlos. Los acariciaba con mis manos, pasaba mi lengua por ellos, mordisqueaba sus pezones. Aquello era un manjar y no quería parar.

Excitada al máximo, me incorporé y la tumbe en mi cama, abrí sus piernas, agarré aquellas braguitas blancas y las bajé hasta la altura de los tobillos, y metí mi cabeza en su entrepierna. Saqué la lengua y empecé a rozar su sexo con mucha delicadeza. Nunca había estado tan cerca de las partes íntimas de otra mujer, ni siquiera me lo había planteado, pero aquello me estaba poniendo a mil. Paseaba mi lengua de arriba a abajo, con suavidad, alargando el momento todo lo posible. Ella estaba empapada, e introduje mi dedo índice en ella, lentamente. Sus jadeos me provocaban y comencé a estimular su clítoris. Los jadeos dieron paso a unos gemidos desmedidos, que solo lograron excitarme aún más. Me centré en su clítoris, succionando hasta que logre que se corriese.

Levanté la cabeza para ver el espectáculo. Me incorporé y fui directa a su boca. Bese sus labios mientras ella acariciaba mi pelo. 

Se levantó, se puso la camiseta negra y las bragas blancas, y con una sonrisa pícara de marchó de la habitación.

No sabía si aquello se volvería a repetir, pero tenía claro que mi estancia allí había mejorado considerablemente. 

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