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Incesto en una noche de tormenta

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El temporal de agua y nieve había cortado el camino y el camión del butano no pudo llegar a la aldea. Se habían quedado sin butano para cocinar y para las estufas. Solo quedaba la bombona de la cocina y la necesitaban para hacer la comida. Cómo la casa estaba hecha de piedra el frío que hacía en ella era criminal. Claudia, su hija Nieves y su hijo Federico estaban sentados a la mesa de la cocina tomando unas copas de orujo. Un brasero bajo la mesa les daba calor. Les decía Claudia:

-¡Maldito sea el día en que quitamos la cocina de hierro para poner el butano!

Nieves, que era una veinteañera, casada, morena, gordita y con muchas curvas, después de tomar un trago de su copa de orujo, le dijo:

-El butano es más limpio.

-Pero no calienta la casa. No debí hacerle caso a Benito... Hablando de Benito. ¡Qué bien me vendría esta noche para calentar la cama!

-Y a mí Roberto, para calentar la cama y la otra cosa, pero están los dos muy lejos.

Benito y Roberto estaban trabajando en Suiza y ya iba para el año de la última vez que estuvieran de vacaciones. Claudia le habló en gallego a su hija.

-Non se di a outra cousa, dise a cona, filla, dise a cona. ¡Que fame de carallo pasamos! (No se dice la otra cosa, se dice el coño, hija, se dice el coño. ¡Qué hambre de polla pasamos!)

Federico bebía, escuchaba y callaba.

Madre e hija se estuvieron lamentando hasta que se fueron para cama, y al entrar en ella se lamentaron más, ya que las sábanas blancas de franela aún con el pijama puesto estaban más frías que la nieve que había fuera de la casa.

Federico al poco de meterse en la cama de su habitación volvió a salir de ella y se fue a la cama de su hermana. Se metió debajo de las sabanas y de las mantas, se puso en posición fetal, abrazó a su hermana y temblando de frío le dijo:

-Quiero dormir abrazadito a ti cómo cuando éramos niños.

Nieves encendió la luz.

-Ya no eres un niño, Federico, date la vuelta hacia el otro lado.

Se dio la vuelta y ahora fue Nieves la que lo abrazó cogiéndolo por la cintura. Cinco o seis minutos más tarde la mano derecha de Nieves dejó la cintura de Federico y se iba a posar en una de las piernas, pero en el camino se encontró con su polla empalmada. Se separó de su hermano y le dijo:

-¡Vuelve a tu cama!

-¿Quieres que coja una pulmonía? Estoy caliente...

-Ya sé que estás caliente. ¿Te la puso dura el calor?

Federico, que era un mocetón, moreno y bien parecido, le respondió:

-No, se me puso dura al sentir tus tetas en mi espalda.

Nieves parecía estar muy enfadada.

-¡Ahora la culpa va a ser mía por tener tetas!

Federico se puso boca arriba, le cogió la mano y se la llevó a la polla.

-¿No decías que necesitabas una polla?

Nieves instintivamente la apretó y vio que era muy gorda, después la soltó y le dijo:

-Vuelve a tu cama, descarado.

Federico le dio un beso. Nieves viera venir los labios y no apartara la cara.

-Tú no quieres que vuelva a mi cama, tú necesitas correrte.

-Sí que necesito correrme, pero no vas a ser tú quien me haga correr.

Federico le dio un beso con lengua. Nieves lo empujó.

-No puedo hacerlo contigo.

-¿Por qué soy tu hermano?

-No, por otra cosa.

-¿Por qué cosa?

-Porque podría quedar preñada.

-No hace falta meter, te podría hacer correr haciéndote una paja, o comiéndote el coño.

-¿Sabes cómo masturbar a una mujer y cómo comerle el coño y que se corra?

-Puedes apostar el culo a que sí. ¿Y tú sabes mamarla bien?

Le dio otro beso con lengua, Nieves se lo devolvió y se entregó al vicio... Le metió la mano dentro del pijama y del calzoncillo. Se encontró con la polla dura y calentita. Meneándola le dijo:

-La tienes gordita.

-¿Es más gorda que la polla tu marido?

-Tendría que meterla en la boca para saberlo.

Se metió debajo de las sábanas, le mamó la cabeza de la polla unas diez o doce veces y Federico le llenó la boca de leche a su hermana, leche que Nieves se tragó. Después de tragar, sacó la cabeza de debajo de las sábanas y le dijo:

-¡Qué calentita y que rica estaba! Ahora sí que entré en calor.

Federico le metió la mano dentro del pijama y de las bragas y se encontró con el coño encharcado.

-Estás empapada

-Es de hacerte correr.

. ¿Quieres que te haga la paja?

-Ya estás tardando.

Federico le metió dos dedos dentro del coño, los sacó, acaricio el clítoris y después volvió a meter y a sacar los dedos. Metiendo y sacando empezaron a besarse con lujuria... Federico con la otra mano debajo de la chaqueta del pijama le magreó las tetas y jugó sus pezones. Al rato, después de chuparle la lengua, le preguntó:

-¿Cuándo estés a punto de correrte quieres que te la saque con la lengua y que después te siga comiendo el coño hasta que te corras otra vez?

Rita no le contestó, bajó un poco el pantalón del pijama y las bragas y se echó boca abajo. Federico se metió debajo de las sábanas y le lamió el ojete a su hermana. Después de haberle comido el culo bien comido, Rita, se puso boca arriba y quitó el pijama y las bragas. Federico la besó en la boca, después le magreó y le comió las tetas, unas tetas gordas, con areolas negras y pezones grandes y duros. De las tetas bajó al coño, un coño rodeado por una gran mata de pelo negro y con unas pocas lamidas se corrió en la boca de su hermano.

Federico al acabar de correrse su hermana la volvió a besar para que probara los jugos de la corrida, después le puso la polla en la entrada del coño como pidiendo permiso. Rita le echó las manos a las nalgas, tiró hacia ella y metió la polla hasta el fondo de su coño. Federico le dijo:

-¡Qué coño más rico tienes, Rosa!

A Nieves ya no le preocupaba quedar preñada.

-Para rica tu polla, bandido.

Rita ya no sentía el frío. Subió encima de su hermano y destapada le dio caña... Sus tetas se movían de abajo a arriba y de arriba a abajo, su culo volaba de atrás hacia delante y de delante hacia atrás. Lo estaba follando con tanta fuerza que el polvo parecía un musical. Los muelles del metálico de la cama ponían la música y Rita con sus sensuales gemidos hacía de cantante. Cuando Rita sintió que se iba a correr se quedó quieta. Miró a los ojos a su hermano, echó las manos a las tetas, sacó la polla del coño, se lo puso en la boca y mientras los ojos se le iban cerrando, le dijo cómo en un susurro:

-Me corro, hermano, me corro en tu boca.

Federico la meneó y se corrió con la fuerza de un géiser.

Claudia había sentido los ruidos de los muelles y los gemidos de su hija, pero cómo ya no podía hacer nada para remediar lo que hicieran, dijo:

-Nunca debimos quitar la cocina de hierro.

Quique.

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