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La confesión es puro jarabe de pico

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En mi relato “Confesión del día de ayer”  ya les había contado del padre Chema y la diablura que pensaba hacerle a la siguiente semana que me citó a confesión.  Pasaron más de tres meses para que yo volviera con él, y para entonces ya había juntado una buena carga de pecados, así que la broma (decirle que había subido unas fotos a Internet) quedaba pálida, pues lo que le confesé fue más fuerte. Aclaro que el padre tiene varios años en esa iglesia y nos conoce a casi todos los fieles que somos asiduos al templo. Él no pasa de sesenta años de edad y tiene el pelo canoso. Se ve pulcro, es delgado y tiene un gesto adusto.

–Ave María Purísima –me dijo a través de la rejilla lateral.

–Sin pecado concebido –contesté y de inmediato continué–. Soy Mar, padre, no me fue posible regresar cuando me lo pidió, por cuestiones de la pandemia, pero ahora, con todas las precauciones y las vacunas, aquí estoy, tratando de volver a la normalidad.

–Lo bueno es que ya estás aquí y deseo que la pandemia te haya hecho recapacitar y no hayas enviado más fotos o videos al hombre que lleva tu alma hacia el infierno– me advirtió antes de preguntarme por mis pecados.

–No, pero… –dije y me quedé callada pensando cómo despepitar mis pecados.

–¿No qué?, ¿Cuál es el “pero”? –preguntó en tono amonestativo, adivinando que continué con mi vida “desordenada”.

–Es que recibí un video y… –“¡Y qué!”, me espetó–. Que me gusto… –dije.

–¿Qué tenía el video? –preguntó interesado.

–Luis se estaba masturbando y volcando el semen sobre una foto mía –dije de corrido

–Luis… ¿Así se llama tu amante?

–No, Luis es un sujeto que vive en España, a quien no conozco personalmente –volví a hablar sin pausas.

–¿Cómo tenía Luis una fotografía tuya? ¿Qué tipo de foto era, cómo las que le mandas a tu amante? ¿Te la pidió y tú se la mandaste? –preguntó, suponiendo que yo se la había dado.

–No, él la bajó de Internet, donde mi amante y yo habíamos subido unas fotos mías de desnudos que él me tomó.

–¡Dios me libre! ¡Ya te conocen desnuda en Internet! ¿Qué harás cuando tu marido las vea? –preguntó alarmado.

–En las fotos no sale mi rostro, padre –contesté con seguridad.

–Pero lo demás sí, seguramente, y te puede reconocer por lunares, cicatrices, joyas, ¡qué sé yo…! –expresó esto último con pesar–. ¿Qué otros pecados tienes?

–Ya volví a ver a mi amante… –confesé esperando un severo regaño.

–¿Volviste a tener sexo con él?

–Sí, padre, ya no aguantaba más sin sus caricias de su boca en mi… vagina –iba a decir “panocha”, recordando cuando le dije a Bernabé, mi amante, que me mamara la panocha, pero encontré el nombre correcto–, ya era mucho tiempo y como mi marido no quiere...

–¡Mar, más respeto para tu esposo, a quien sólo debes de amar y obedecer! – ¿Qué otros pecados tienes? –preguntó con tono de desgano.

–Ninguno, más, padre –dije pensando en que ya me mandaría a cumplir los rezos de la penitencia.

–Los desnudos de tus fotos, ¿cómo son? –

–Estoy sin ropa –le contesto con sequedad.

–Ya lo sé, por eso son desnudos. Me refiero a que muestras los pezones o no –ejemplifica.

–Sí, se ven cuando estoy de frente, o cuando me agacho a tomar su miembro para… –me detengo buscando una expresión adecuada para “mamarle la verga” y él completa: “para chuparle el miembro” y contesto afirmativamente– Sí, para eso, porque su esposa no quiere hacérselo a él.

–¿Y a ti sí te gusta hacerlo? ¿Se lo haces a tu marido?

–Sí, mi marido me enseñó desde que éramos novios y con el tiempo me gustó mucho, hasta sacarle el semen y tomarlo.

–¿Y a tu amante también le gusta chuparte el sexo? –pregunta con voz temblorosa y comienzo a oír leves chasquidos de su prepucio y el roce de su mano en la ropa.

–Sí, padre, mucho. Aún más cuando mi marido me ha tomado antes y eyacula abundantemente en mí –escucho sus movimientos más acentuados y le imprimo “más colorido” a mi descripción– Me fascina sentir su lengua recorriendo mi interior y agradeciendo que nos amemos tanto.

–¡Eso no es amor, es sólo sexo! ¡Sólo debe ser amor cuando lo haces con tu esposo! –dice enérgicamente.

–A eso me refería, padre, él agradece que mi marido y yo nos amemos tanto porque llego muy mojada para que me chupe como le gusta –le retobo precisando.

–¿Y qué sientes tú cuando tu amante está chupándote? –pregunta con ansiedad.

–¡Lindo, padre, sea en el pecho, en la vagina o cuando me lame la entrepierna y todos los sitios donde mi marido me puso su lechita… –Vuelvo a escuchar que se jala rápidamente y me pongo más descriptiva –Mi amante me deja limpia y yo tengo muchos orgasmos con su boca… ¡Ahhh, es delicioso! –digo con tono cachondo porque lo recuerdo, y escucho que los jadeos bajan de tono y el ruido de los chasquidos se detiene para dejar paso a una respiración agitada que se calma pronto en un silencio mutuo que se prolonga por varios segundos.

–Basta ya, Mar, estoy muy consternado por tu reiterado proceder al buscar a tu amante y no te conformes con lo que te da tu esposo.

–Es que no puedo, padre, mi necesidad de esas caricias se hizo mayor con el encierro –trato de explicar, pero el padre ya escuchó lo que, por el momento, quería saber.

–Reza un “Yo pecador” y tres “Ave María”. Además, debes quitar las fotos que pusiste en Internet y dame la dirección de esa página, para verificar que hayas cumplido esta parte de la penitencia.

–No me la sé de memoria, padre, pero si me manda un correo, le respondo con la dirección –digo con la total verdad.

–¡Qué te voy a mandar un correo ni qué nada! Al rato me traes la dirección por escrito. Vete y arrepiéntete de tus malas obras.

–Sí padre, al rato le traigo la dirección de la página y vengo a rezar lo que me mandó.

Me levanté y fui a besarle la mano. Apenas tuvo tiempo de meterse en la manga el pañuelo con el que se había limpiado y olí el inconfundible tufo a semen, ¡rico!

Al rato volví con una hoja donde había impreso la dirección la imagen de la página y las instrucciones que les mando a quienes me piden saber dónde están mis fotos. Como él seguía atendiendo las confesiones, me senté en una banca cercana para que me viera rezando. Cuando me hizo la seña que me acercara, le besé la mano y le di la hoja doblada, la extendió y la volvió a doblar. “Sin falta, bórralas mañana”, dijo haciendo un ademán de que me retirara.

Al mes siguiente fui a confesarme nuevamente y escuché su primer reclamo.

–¿Por qué no has cumplido con la penitencia de eliminar las fotos que subiste?

–No pude, padre. Los únicos que pueden borrarlas son los administradores. Me comuniqué por correo y me contestaron que la única forma es que las fotos hayan sido tomadas sin mi consentimiento y que aparezca mi rostro o algún otro rasgo que me identifique. ¿Ya vio que no se ve mi cara? –le pregunté.

–Mmmh, no me fijé bien, yo sólo quería ver si las habías quitado cuando te lo ordené.

–Bueno, usted no me reconoció, ¿verdad? –volví a preguntar.

–Yo no, porque no te conozco desnuda, pero sí tu marido y él puede reconocerte.

–¿Vio algún lunar o marca? –insistí.

–Sólo uno, un rectángulo de color más oscuro que el resto, en un glúteo, eso sí lo conoce tu marido.

–Pero usted no, ni nadie más… Bueno, Bernabé también –precisé–. No voy a insistir, porque sí di mi consentimiento para las fotos y algunas yo las subí. Mejor, cámbieme la penitencia, por favor –le supliqué–, además, le prometo que nunca subiré alguna con mi rostro, ni tampoco donde se vea ese lunar o algún otro, porque Bernabé se los quita retocando la imagen.

–¡Qué cínica! En primer lugar, no subirás fotos así. Además, ¿qué fotos están retocadas? –preguntó el que dijo que “no se había fijado bien” y decidí refrescarle la memoria para divertirme un rato.

–¿Recuerda algunas donde hay acercamiento de mi vulva? –pregunté con sorna.

–Mhh, sí, las hay incluso rasurada –señaló con voz nerviosa.

–Todas esas, excepto una que se le pasó a Bernabé, están retocadas, principalmente donde estoy rasurada porque tengo un lunar. A qué nos se fijó en ese detalle – lo desafié.

–¿En qué lugar está el lunar? –preguntó cayendo en la trampa.

–En el labio exterior derecho. Yo no me había fijado, pero él sí porque me recorre la vagina con la lengua y me mira detenidamente, pero mi esposo no –dije categórica– ¿Por qué no se fijó usted en eso cuando vio mis fotos?

–Porque yo sólo miré si estaban o no, ya te dije. Aunque sí me pregunté por qué razón te habías rasurado. ¿Te lo pidió tu amante o tu esposo?, y ¿para qué? –preguntó con curiosidad.

–Ninguno de los dos, lo hice para que no se me vieran los pelos cuando iba a ir al balneario.

–¿Tu marido no te dijo nada?

–No, a él le dio lo mismo: me cogía igual –señalé enojada–, pero a Bernabé sí que lo impresioné, incluso temí que se molestara, pero no hubo molestia, al contrario, me dijo “De las dos maneras te ves bonita. A mí me gusta que tengas pelos porque se antojan más para chuparte cuando están pegados por el semen de Ramón, pero te disfrutaré lisita con la crema embarrada” y se puso a chuparme deliciosamente. ¡Claro que yo también sentí diferente su lengua! –le dije en tono cachondo porque me acordé de ese día y porque me llegó el olor a pene con presemen, ¡el padre ya se la estaba jalando!

–¿Qué sentiste distinto? –pregunto emitiendo tartamudeos que marcaban el ritmo de los tirones que le daba a su pellejo– Dime… –suplicó.

–Sentía mejor cómo me mojaba su saliva y cómo su lengua se resbalaba en el semen de Ramón que se me había salido cuando había acabado en mí, y ahora Bernabé lamía gustoso.

–¿Era más rico que con pelo? –preguntó, acelerando su masturbación.

–¡Sí, padre, me vine muy pronto!, pero le detuve la cabeza para que siguiera extrayendo el abundante flujo que me salía, restregué su cara una y otra vez y no lo solté hasta que quedé exhausta de venirme tanto. Al rato me fijé que Bernabé tenía el rostro lleno de mi flujo… –terminé de hablar cuando el padre se estaba viniendo y vino mi silencio mientras escuchaba cómo jalaba aire al terminar su orgasmo.

–¡Ay, Mar!, voy a tener que pensar bien en la penitencia que te voy a poner –exclamó en tono de queja–. Mañana hablamos en la mañana, compararé detenidamente tus fotos con tu persona para ver si no hay problema de dejarlas y te diré qué haremos. Por lo pronto retírate – Me dijo y me pasé al frente para besarle la mano al despedirme. ¡Olían a semen! y varias gotas brillaban aún en su manga... Una me humedeció la mejilla y antes de salir del templo probé el sabor débil de su leche.

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