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La mala samaritana
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Tiempo de lectura: 10 minutos

Mi esposa y yo habíamos tenido una discusión muy gorda y se había ido para la casa de su madre. Yo reía delante de mis amigos y familia pero la procesión iba por dentro. Esa tarde había quedado sin tabaco y fui a la casa de enfrente a pedir un cigarrillo. En esa casa vivía una tía de mi esposa y sus primos. Al primero que encontré fue a Julio, un muchacho rubio de dieciocho años, más delgado que yo, de mi estatura y a su hermana Conchi, una chavala de diecinueve años. Les pedí un cigarrillo, Julio me dio un Lark, Conchi, me preguntó:

-¿Cómo llevas lo de la prima?

Después de encender el cigarrillo y echar una calada, le dije la verdad.

-Mal.

-Ya hace más de un mes que se fue. Tienes que darle celos para que vuelva -me miró de abajo arriba-, pero así no vas a ninguna parte, tienes que cambiar el corte de pelo y cambiar de indumentaria.

-Al no tener trabajo no estoy para gastos.

Julio, que estaba fumando otro pitillo, hizo una o con el humo, y después me dijo:

-Eso tiene solución.

La tenía, Conchi, que era morena, delgada y con buenas tetas y mejor culo y que estaba aprendiendo para peluquera, me cortó el pelo, y Julio me dejó un pantalón claro de pana fina y una camiseta blanca sin mangas. Cuando salí de su habitación y me vio Conchi marcando paquete en aquel pantalón ceñido al cuerpo y mostrando mis bíceps y tríceps (hacía ejercicios físicos), sonrió cómo una tonta. Y al darme la vuelta y ver mi culo redondo marcado en el pantalón, me dijo:

-Si no tuviera novio, te dejaba los ojos en blanco.

-¿No era solo darle celos?

Con el reverso del dedo medio me quitó una mota de no sé que de la camiseta, y después me dijo:

-Hombre, de paso que se los das aprovecha.

-La verdad es que si no tuvieras novio…

Me miró con un aire de coqueta que tiraba para atrás.

-Bueno, tampoco soy la purísima Concepción.

Julio, que estaba fumando otro cigarrillo y que seguía con su vicio de hacer oes con el canuto, nos dijo:

-Yo me voy a la tienda, si eso, ya sois grandecitos.

Vimos venir hacia casa a la madre de Julio y de Conchi. Traía una bañera en la cabeza. Regresaba de lavar la ropa del río. Y el “si eso”, se quedó en eso.

Al caer la noche y quedarme solo me entró de nuevo el bajón. Cogí mi Seat 1430 y por variar no fui a la tienda, fui a un bar de una tía de mi mujer que nadie hablaba de ella, por ser la oveja negra de la familia. Sentado en un taburete, frente a la barra, y con un rioja delante, mientras sonaba en la máquina de discos: “Vivir Así es Morir de Amor”, confirmaba todo lo que me habían dicho mis amigos, que Laura, la tía de mi mujer, era rubia teñida, que tenía unos cuarenta años, media melena a lo Marilyn, que llevaba pintura hasta en el culo, que tenía unas tetazas y un culazo, que era un bicharraco de mujer (si no medía un metro ochenta poco le faltaba), y que detrás de la barra tenía tabaco rubio de contrabando y chocolate para la venta…

Tanto lo uno cómo lo otro lo compraban policías, guardias civiles, guardias de tráfico, chatarreros, porretas, las chicas de alterne que traían clientes al bar (no iban a comisión con la dueña). Lo compraba cualquiera que tuviera dinero. Yo veía el mercadeo y me importaba una mierda, estaba a lo mío, eso sí, pagando cada vino después de haberme servido, por si me emborrachaba y quedaba sin dinero. No quería líos con aquel mujerón, pero lío lo iba a tener igual… No sé si tuvisteis alguna vez la sensación de que os miran para el culo, pues yo tuve esa sensación la primera vez que fui al servicio a orinar.

En fin, puede que estuviera equivocado, en lo que no estaba equivocado era donde ponían los ojos las mujeres al regresar del servicio. A uno de los tipos no le sentó nada bien que su novia, esposa, chica de alterne, o lo que fuera, mirara para mi paquete. Al llegar a la barra me dijo la tía de mi mujer:

-Ten cuidado. Vas a tener problemas con el de la máquina de discos.

Miré para la máquina de discos y vi cómo un tipo alto y fuerte ponía una moneda en ella, marcaba y se oía: “You Are The One that I Want.” Me di la vuelta y esperé acontecimientos… Sentí que me tocaban en el hombro, me giré y vi al tipo de la máquina de discos. Serio cómo un palo y con voz grave, me dijo:

-Ponte a bailar, Travolta.

Yo nunca me achanté ante nadie, y aquella noche no iba a ser una excepción. Le dije:

-Estoy cansado, Olivia.

Dio dos pasos atrás, y me dijo:

-¡Dime eso en la calle si tienes cojones!

Me levanté y fui hacia la puerta. Sentí un ruido seco y otro cómo el de un fardo al caerse. Miré para atrás y vi al tipo tirado en el suelo. La tía de mi mujer le había dado con una porra que tenía en la mano, sonriendo, me dijo:

-No iba a dejar viuda a mi sobrina.

Se ve que el tipo me quiso dar un golpe a traición y que ella sabía quien era yo. Me volví a sentar, y le dije:

-Gracias.

-No hay de qué.

Dos guardias civiles de paisano arrastraron al tipo del local y lo echaron a la calle. Su acompañante, una morena gordita, fue detrás de ellos.

Desde ese momento ya tuve con quien hablar. La tía de mi mujer, Laura, que llevaba un perfume muy agradable, con los codos apoyados en la barra y mostrándome el canalillo de sus tetas me fue preguntando cosas de mi vida y acabamos hablando de todo un poco, cuando no tenía que servir, y cómo había despedido esa misma tarde a la chica que la ayudaba, acabó por preguntarme:

-¿Quieres trabajar aquí mientras no encuentras algo mejor?

Saqué un cigarrillo del paquete y lo puse en la boca, Laura sacó un clipper de detrás de la barra y me lo encendió, le respondí:

-¿Cuándo empiezo?

-Esta noche. Me ayudarás a recoger, a barrer y a limpiar. ¿O tienes algo mejor que hacer?

-No.

Era la una de la madrugada. Ya Laura echara el cierre. Yo estaba colocando las sillas sobre las mesas para barrer cuando sentí su mano tocar mi culo, me giré y vi que Laura tenía una botella de rioja y dos vasos en la mano, sonrió, y me dijo:

-Deja la mesa cómo está y hablemos un poco.

Yo llevaba más de un mes sin follar. La vi venir y lo mejor era ponérselo difícil para que me cogiera con más ganas, por eso le dije:

-Siento desilusionarte pero no estoy para líos de faldas.

-Solo quiero hablar. Hace mucho tiempo que no tengo una charla con nadie.

No sabía mentir. Su tono de voz, apagado, me decía que lo que llevaba era mucho tiempo sin follar, le dije:

-No me chupo el dedo, Laura.

Se sentó a la mesa, y quitando el corcho de la botella de Viña Alcorta, me espetó:

-¡Siéntate que no te voy a comer!

Seguí de pie. Su tono de voz autoritario me lo pasé por el forro de los cojones.

-Ya te dije que no me chupo el dedo.

Descubrió sus cartas.

-Yo sí, y después de haberlo metido en el culo de mis amantes… Soy una mujer muy especial para esas cosas.

Seguí haciéndome el difícil.

-Mira, Laura, eres una mujer muy apetecible, y en otras circunstancias te follaría hasta que no pudieras más, pero estoy demasiado decaído para pasar la noche contigo.

Su tono de voz volvió a ser amable.

-Quiero saber más cosas de ti. Si vas a trabajar para mí… -me volvió a echar otra mirada descarada al paquete-. ¡Y siéntate de una puta vez, coño! No me gusta que me miren desde arriba si no es follando.

Me senté. Echando dos vinos, siguió hablando:

-¿Cuál fue tú último trabajo?

-En el puerto, en las descargas, pero ya hace semanas que no me llama el listero, primero van los que le regalan jamones.

-Sí, ya tengo oído esas historias. Aquí no vas a ganar 5000 pesetas diarias, ganarás 1.000, -llenó dos vasos de vino-, a no ser que quieras ganar 1O.000 por una descarga de tabaco o 50.000 por una de chocolate.

Lo que menos esperaba era que me saliera con el tema del contrabando. La cosa se ponía interesante.

-¿Podrás conseguirme curros de esos?

-Puedo, y no correrás ningún peligro porque la guardia civil saca tajada de las descargas.

-Consígueme uno aunque sea de tabaco. Ando canino.

Sabía lo que quería y fue a por ello. Yo para ella era solo una mercancía, me dijo:

-Llevo seis meses sin más sexo que el que me dan mis dedos.

-Será porque no quieres follar. Vi cómo te miraban los hombres, y algunas mujeres.

-Lo sé, yo tampoco me chupo el dedo, pero es que soy una mujer muy especial. No me vale cualquiera.

-¿Especial en qué? ¿Te pones lencería con diamantes?

-No, con encajes y me gusta beber con mi amante una copa de champán antes de entrar en materia.

-Eres una romántica.

-De romántica, nada. Soy una cerda. Me gusta que me huelan el coño, que me arranquen las bragas. Que me aten. Que pasen mucho tiempo en mis tetas, lamiendo, mamado, magreando, jugando con mis pezones, que antes de follarme por detrás me coman el culo, que me lo azoten con las palmas de las manos, que me jalen el pelo, que me digan guarradas, que se corran dentro de mi coño y que no la saquen… Me gusta sentir cómo se les va poniendo dura hasta que se corren otra vez dentro.

Me estaba diciendo cómo quería que la follara, le dije:

-Se ve que disfrutas el sexo.

Siguió al ataque.

-¿Alguna vez te cubrieron con chocolate derretido y te comieron vivo?

Tome un trago de vino, y le respondí:

-No

-¿Hiciste algún trío?

-¿Quieres saber mi currículo laboral o el sexual?

-Lo quiero saber todo. ¿Tuviste alguna experiencia homosexual?

-La respuesta es no a lo primero y no a lo segundo.

-Yo hice tríos y tuve varias experiencias lésbicas. ¿Te follase a algún animal?

-A una gallina portuguesa.

La había sorprendido.

-¡Coñooo! Cuenta.

-Pues era hija de portugueses, tenía una cresta en la cabeza, un pendiente en el pico, dos en las orejas y vestía de cuero negro. ¿Quieres más detalles?

-Esa gallina me late que no ponía huevos.

-No, los lamía y los chupaba.

-Cuéntame qué le haces a tu mujer al echarle un polvo.

-Me da pereza ponerme a contar cómo lo hago.

-Mañana por la noche hay una descarga de chocolate. ¿Quieres ganar 50.000 pesetas?

Me estaba comprando. Me dejé comprar.

-¡¿Dónde hay que firmar?!

-No hay nada que firmar. Cuenta. ¿Qué es lo qué le hacías a tu mujer cuando follabas con ella?

-¿Por qué ella?

-Porque me da morbo.

Tenía que darle la estocada final, le dije:

-Me gustaba comer sus tetas cómo si fueran pasteles, y apretar sus pezones hasta que le doliera, me gustaba que me la mamara hasta correrme y que guardara el semen en la boca y me besara para tragarlo con ella. Me gustaba lamerle y follarle el culo con la punta de la lengua antes de clavarle mi polla dentro y no parar hasta que se corriera. Correrme dentro y después comerle el coño mientras salía mi leche hasta que se volviera a correr Me gustaba follar su coño y parar cada vez que se iba a correr, hasta que después de 10 paradas, o más, se corría sola. Me gustaba darle algún orgasmo anal. Otras veces me gustaba follarla a romper y dejarle el coño a arder antes de correrse. Me gustaba hacer esas cosas y muchas más al pasar toda una noche con ella. ¿Dónde está la escoba para barrer?

Me miró media abobada.

-¿Qué?

No lo había pillado.

-¿Qué dónde está la escoba?

Me miraba con cara de no haber entendido nada.

-¿Para qué?

-Para barrer. ¿Para qué iba a ser?

-En el trastero….

-¿Y el trastero dónde está?

-¡Me cago en todo! ¿Después de ponerme cachonda no me irás a dejar así? Tengo los pelos del coño tan tiesos cómo mis pezones.

-¿Aguantarás toda la noche?

-Esa no es la cuestión, la cuestión es si la aguantarás tú.

-Por mi no hay problema, pero, ¿quién te abre el bar mañana?

-Mañana el bar estará cerrado por defunción. Quiero que me mates a polvos.

La habitación de Laura tenía la cama y los muebles de estilo victoriano, papel pintado en las paredes y alfombra roja en el piso. Los muebles eran una imitación, creo, pero parecía la cámara de una reina, hasta en el techo tenía una lámpara de araña antigua. La verdad es que me dejó boquiabierto tanto lujo.

Laura, que entrara detrás de mí, me tocó el culo de nuevo. Me di la vuelta, sus brazos rodearon mi cuello, le cogí el culo y nos besamos largamente. Yo era de empalme rápido y el beso ya me puso burro. Laura la sintió y le gustó, eso le demostraba que me gustaba cómo mujer. Me quitó la camiseta sin mangas, yo le quité el vestido. Por debajo llevaba un corsé de color negro cómo sus medias, unas medias sujetas por unas ligas rojas y negras. La derecha sujetaba una 22 mm. La quitó y la puso en un cajón de un aparador victoriano con espejo. Para eso tuvo que darse la vuelta.

Le eché las dos manos al culo y después le mordí las bragas, tire, se las rompí y se las arranqué. La empotré contra el aparador. Se apoyó con las manos en él y abrió las piernas. Le lamí el coño y el culo, y después profané su ojete con mi lengua mientras la nalgeaba. Laura ya gemía cómo una veinteañera. Al dejar de profanar su ojete saqué la polla y se la clavé en el coño. Ya estaba mojada y entró cómo una centella. Le jalé el cabello, le hice en el cuello un chupón estilo Drácula. Follándola fuerte y hasta el fondo, le dije:

-¡Te voy a reventar el coño, perra!

Laura, mirando nuestro reflejo en el espejo, me dijo:

-¡Mas quisieras, cabrón!

Le jalé el cabello con fuerza, le azoté el culo con la otra mano y le di a romper… Cada vez que paraba, me follaba ella con el culo… Le giré la cabeza para comerla la boca. La cabrona me escupió en la cara y me dijo:

-¡Perro!

Le devolví el escupitajo y después casi nos cargamos las lenguas. Luego la follé cómo lo haría un lobo, a toda hostia… La follé así hasta que se corrió gritando cómo una loca. Seguí con la misma intensidad al acabar de correrse. Mi polla hacía que sus jugos salpicaran dentro de su coño al llegar al fondo… En nada se volvió a correr. Cuando acabó, le seguí dando hasta que sentí que se iba a correr otra vez. Con la polla clavada hasta el fondo, me corrí dentro de ella. Me dijo:

-¡¿Qué haces, maricón?! ¡Me iba a correr!

-¡Calla, tortillera!

Le tapé la boca con una mano. Acabé de correrme, Se dio la vuelta, me agaché delante de ella y comencé a comerle el coño. Se puso zorra perdida. Agarró mi cabeza con las dos manos, la apretó contra ella, y dijo:

-¡Traga tu leche, cerdo, traga!

Metí mi lengua entre los pelos de aquel coño peludo (el pelo era negro) y sin sacarla de dentro le lamí el clítoris. Movió la pelvis de abajo a arriba, de arriba abajo, hacia los lados… Al ratito se puso tensa. De los gemidos paso al silencio. Dejó de respirar… Estaba guardando el aire, sí, lo guardaba. Sus piernas comenzaron a temblar. Sentí los flujos calentitos de su corrida en mi lengua y oí como soltaba todo el aire guardado, en un:

-¡¡¡Dios!!!

El placer que sintió fue bestial, lo sé porque se quedó con dos mechones de mi cabello en sus manos.

Cuando la dejé libre, se dio la vuelta, y me dijo:

-Realmente eres un guarro de cojones.

-Los cojones los tengo limpios.

-Tú ya me entiendes.

Se quitó el corsé y los zapatos, después, mientras yo me desnudaba del todo, apartó un cuadro, abrió una caja fuerte y sacó de ella una botella de Dom Pérignon, dos copas y una papelina.

No hice preguntas, pero creo que la tenía la caja fuerte allí para despistar si la robaban. ¡A saber dónde guardaba el dinero! El caso era que el champán se mantenía frío.

En mi puta vida había probado la coca. No era amigo de las drogas, aunque por aparentar me había fumado unos cuantos porros con mis colegas. Después de esnifar ella, esnifé yo. ¡¡Coñooo!! Me dio un subidón que me puse en la punta de los pies para parecer tan alto como ella, y le dije:

-¡Te voy a comer viva, pequeña!

Le entró la risa floja. Me dio una copa de champán, y me dijo:

-El culo me vas a comer.

Mandé la copa de un trago. Le cogí el culo con las dos manos y antes de besarla, le dije:

-¡El culo te lo voy a reventar, cachonda!

Nos morreamos, me agaché y le comí las tetas, unas tetas grandes, blandas, con areolas marrones e inmensas, y unos pezones gordos cómo dedos. Mi lengua y mis labios les dieron un repaso, que cuando acabé con ellas, las areolas las tenía chiquitas y los pezones duros cómo astas de toro, después le dije:

-¡Tira para cama y ponte a cuatro patas!

Obedeció cómo una perrita. Al tenerla en posición me puse detrás de ella. Tenía un culo grandioso. Le cogí las tetas y comencé a lamer desde el coño hasta su nuca subiendo por la columna vertebral, besando y lamiendo, y besando y lamiendo volví a bajar, luego lamí su periné varias veces, acto seguido le escupí en el ojete y se lo lamí, para seguir metiendo y sacando la punta de él. Ya Laura volvía a gemir cómo una veinteañera cuando le froté mi polla en el ojete. Echó el culo hacia atrás para meter la polla dentro, la ayudé, empujé y le entró el glande. Apretándole los pezones se la clavé hasta el fondo y después le di caña… Tiempo después mientras metía y sacaba, las piernas le comenzaron a temblar, su ojete se quería abrir y cerrar, pero al tener la polla dentro lo que hacía era apretarla, de su coño salió flujo acuoso que caía sobre la cama. Jadeaba como una perra y se corrió como tal.

No me corrí. Tenía otros planes. Salí de la cama, y le dije:

-¡Ven aquí, guarra!

Al llegar a mi lado la besé, después le puse las manos en los hombros, empujé hacia abajo, y le dije:

-¡Mama, zorra!

De rodillas cogió mi polla y le frotó la corona cómo frotaban en la prehistoria los palos para hacer fuego, luego la mamó mientras la masturbaba y me lamía y chupaba los cojones al tiempo que con un dedo jugaba con mi ojete. La muy puta también sabía lo que hacía. Le dije:

-Cuando me corra no se te ocurra tragarla. La leche es mía y quiero que me la des de vuelta.

Por hablar me metió un dedo en el culo. Lo sentía entrar y la polla se me puso tiesa, tiesa, tiesa. Apretó la cabeza con la lengua, mamó cada vez más aprisa y logró lo que buscaba, que me corriera en su boca. Al acabar de descargar, se levantó, me besó con lengua y me llenó la boca de leche, leche que me tragué. Las piernas me quedaran tan tiesas cómo la polla. Pero la corrida fuera genial.

Laura abriendo la botella de Dom Perignon, me dijo:

-A ver si ahora me dejas tomar el champán.

Eché otras dos copas y me ofreció una. Quise caminar pero tenía las piernas agarrotadas. Le dije:

-Esto va a ser de la coca.

-Eso es de la corrida, no eres el primero al que le dejó así las piernas.

Me cogió de una mano y me llevó hasta la cama. En el paseo las piernas volvieron a su estado normal. Me senté en el borde de la cama, y al darme la espalda para coger el champán y ver sus nalgas ir de un lado al otro, le dije:

-¡Qué buena estás, zorrilla!

Laura se tomó un sorbito de champán, sonrió, y me dijo:

-Lo sé.

Quedaba mucha noche por delante, pero no quiero aburrir.

Quique.

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2 COMENTARIOS

  1. Fantástico. Cómo lo disfruté, hermano. Un excelente relato, y muy bien narrado. Las descripciones de todo me resultaron tan vívidas que me absorbió la historia. Sentí deseo por Laura. Y quedé con ganas de conocer si el prota volvería con su esposa. 👌🙌 Excelente, de veras. Un saludo.

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