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La mucama de Punta Cana
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Tiempo de lectura: 4 minutos

Estaba en cuestiones de trabajo y la compañía para la que trabajaba como consultor me había enviado a Punta Cana en la República Dominicana. Era mi quinto día en este lugar turístico y ya para este momento había cruzado algunas palabras con la mucama del hotel. Era una chica baja de estatura… quizá un metro y sesenta y no más de 120 libras. En el recuerdo le calculo unos 23, pero no más de 27 años. Tenía un rostro redondo y ojos achinados; cabello corto ondulado, de labios gruesos y nariz pequeña. Con su blusa de uniforme no se le miraba que tuviera grandes pechos, pero con su pantalón negro, se podía apreciar una cola simétricamente sensual y bien acorde a su bonito y pequeño cuerpo.

El día que me llegó esa idea de follármela fue cuando ella se sorprendió encontrarme en la terraza del hotel y donde yo solo vestía un bikini de baño. Se disculpó, pues me dijo que había tocado la puerta y que había pasado al no escuchar respuesta. Vi como no dejaba de mirarme mi paquete y aunque intentaba disimularlo le sorprendía la vista de vez en cuando divagando en dirección a mi entrepierna. Sabía que se sentía incómoda, pero también tenía la certeza que estaba excitada.

La invité a un coctel de mariscos que me habían llevado minutos antes y a lo cual se negó con la excusa que no estaba apropiado para ella convivir con los clientes del hotel. Le dije que nadie se enteraría y que no tenía que limpiar nada y que disfrutara del coctel con alguna bebida. Aceptó sin decir “si”, pues la convencí de que esa media hora que le tomaba limpiar mi suite, era el tiempo que podría disfrutar de un descanso.

Estaba seguro de que no se había quedado por el coctel, más bien ella estaba disfrutando en verme en ese traje de baño y donde mi paquete estaba comprimido. A estas instancias de mi vida sé que era cuestión de atreverme e ir directo al grano, pues no sabía si ella estaría allí el siguiente día y tener otra oportunidad. Y le pregunté:

-Me gustaría invitarte a cenar esta noche… ¿puedes?

-¡No creo! Soy una mujer casada.

-¡Perdón! De todas maneras, no pensaba buscar a tu marido para hacerle saber que habías salido conmigo. -ella sonrió.

-¿Y a dónde pensaba invitarme? Dígame… ¿que realmente busca?

-Honestamente… Un momento especial para llevármelo de recuerdo.

-Mire… voy a ir a hacer lo que tengo que hacer. No se lo prometo, pero si salen bien las cosas, estaré aquí antes que termine mi turno. ¿Le parece?

-¡Esta bien! Aquí te espero.

En ese momento no sabía si era la salida perfecta para ella salir de mi habitación o sí realmente regresaría más tarde. Me dijo que le tomaría hacer todo en hora y media y la vi salir y sentí que se iba a dar algo pues esta chica cuya viñeta decía llamarse Xioma, me dio un beso en los labios de despedida y yo le correspondí y paseé mi mano por sobre su trasero.

A las cuatro de la tarde estaba tocando la puerta. No me pude contener y tan solo entró la tomé entre mis brazos y la levanté para darle otro beso. Ella me dijo apresurada:

-Tengo solo una hora pues a las cinco debo salir.

Le desabotoné la blusa a prisa y descubrí unos pechos redondos de mediano tamaño comprimidos en un sostén adecuado a ellos. Se los mamé empujado por la prisa de la que ella hablaba y solo escuché sus gemidos cuando mi boca comenzó a mamarlos. Sus pezones tomaron otra dimensión y los halaba y los chupaba desde su areola oscura. Le bajé los pantalones negros y llevaba unos pantis normales de color rosa y descubrí que llevaba una toalla de las que se ocupan cuando les baja su periodo. Xioma me dijo que la esperaba en cualquier momento.

Tenía una conchita pequeña y bien depilada… la toalla era de esas olorosas y ese perfume estaba saturado en la concha de Xioma. Después de mamarle los pechos quise bajar a su monte venus y Xioma me dijo que no se sentía cómoda en recibir sexo oral, debido que sentía que había sudado consecuencia de su trabajo. La convencí de que eso no me desagradaba, que en todo caso me excitaba.

Su conchita estaba húmeda de la excitación y se la mamé por unos diez minutos, lo suficiente para luego introducirle mis 22 centímetros. Pensaba penetrarla tan pronto terminara de chuparle su clítoris, pero ella insistió que quería mamarme la verga. Me la mamó deliciosamente y esta chica sí que disfruta mamando. Creo que lo disfruta igual, si mama o la maman. Luego la puse en posición de misionero y encorvando mi cuerpo, le mamaba sus tetas mientras le hundía mi verga hasta el fondo de su vientre. Su conchita se sentía bien apretada y me sorprendió pues, aunque estaba bien lubricada dio un gemido de dolor cuando se la dejé ir toda hasta el fondo. Ella solo dijo:

-¡Con cuidado… tienes una verga grande!

Comencé a pompearla y ella correspondía con ese vaivén frenético de sus ansias y luego casi en la misma posición, la puse en la orilla de la cama y elevé sus piernas mientras le taladraba su concha sin misericordia. Ella comenzó a gemir de placer y en esa posición comencé a masajear su clítoris con mis dedos y a la vez le dejaba ir constantes embestidas hasta que toco el cielo. En su acento dominicano me dijo:

-¡Que rico… me estoy corriendo… dame, dame, dame papito… me vengo, me vengo, me vengo.

Vi como cerró sus ojos y no paré hasta que le llené su vagina con una espectacular corrida. Me besó cuando recuperamos una respiración normal y me dijo: ¡Que follada más rica me has dado!

Se lavó la panochita y salió en minutos con la promesa que lo repetiríamos el siguiente día con más tiempo, pues era su día libre y buscaría la excusa para con su marido y quien, según él, debería estar trabajando mientras en realidad su mujer estaría culeando y literalmente culeando donde le sangré el culo a Xioma, pero se fue feliz al disfrutar algunos cuantos orgasmos. Follamos por lo menos una vez al día los siguientes cinco días que me faltaban en Punta Cana.

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