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La otra Marta, la historia continúa (V)

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Me desperté con un dolor de cabeza horrible y con la certeza de que no ha sido un sueño, que todo había sido real. Los recuerdos pasaban dentro de mi cabeza, ellas, Marta y Flora. Me incorporé de golpe al oír pasos por la habitación, Marta vestida al pie de la cama.

-Buenos días, no quería despertarte.

-No pasa nada ya era hora -dije mirándola mientras me desperezaba.

-Tengo que irme.

-Bien me visto y me voy yo también -Saltando de la cama, desnuda.

-Tranquila, no te estoy echando, tomate tu tiempo.

-¿Querrás que nos volvamos a ver? -.Me preguntó, supongo que sabiendo de antemano la respuesta.

-Sí, me encantaría -contesté.

Con pocas palabras, me comentó que estaría un cierto tiempo fuera, no sabía realmente cuando volvería, que me diera una buena ducha y me preparase un buen desayuno, más tarde una persona de su confianza pasaría a recogerme para llevarme a casa y que le dejase anotado mi mail y teléfono para poder contactar conmigo. Tiró de mí y me besó apasionadamente, casi sin respiración, jadeé cuando ella corto el beso de golpe y me dio una palmada en el trasero de despedida.

Cuando entre en el baño, me paré a pensar de nuevo en todo lo que había sucedido, estaba fascinada y a la vez atrapada. Estaba segura de que si había un futuro encuentro sería más fuerte, más morboso, más excitante. ¿Esperaría ansiosa el mail o la llamada?

Me estremecí cuando comprobé que aún tenía restos de cera sobre la piel de mis pechos y escozor en la piel de las nalgas, la temperatura del agua fue perfecta para relajar mis doloridos músculos. Seguro que el dolor me lo había provocado yo misma al luchar inútilmente por deshacerme de las ataduras. Tal vez ésa fuese una lección, para que otra vez no resistirme, simplemente dejar que pasase. Cerré los ojos y visualicé todo lo que había pasado mientras me enjabonaba. Di vueltas bajo el chorro de agua para que me llegase a todos los rincones de mi cuerpo. ¿Quién hubiese pensado que una sesión de sexo pudiese ser tan agotadora? No tenía respuesta pero dentro de mí alguna cosa había cambiado, algo se estaba despertando.

Salí de la ducha, busque en el armario de Marta y me apeteció ponerme una camiseta larga y una de sus braguitas. Apunto de empezar con el desayuno, sonó el interfono, en la pantalla un hombre de color, venía a recogerme de parte de Marta y pulse abrir.

Ante mis ojos, un hombre, alto, fornido, rapado de cabeza, de labios gruesos, de piel brillante, se identificó como Damm. Nada más entrar en la cocina y tenerlo enfrente, mi cuerpo reaccionó tensándose y poniéndose más caliente que la taza del desayuno que humeaba frente a mí. Como mujer amante del sexo, lo había hecho de todas formas tanto con hombres, como con mujeres alguna de ellas de color, pero nunca con un hombre de color y dentro de mis fantasías estaba con llegar a tenerlo, con uno alto, fornido, de labios gruesos y piel brillante.

Mientras ingería el desayuno lo miraba de reojo, él semisentado en un taburete, me observaba. Yo pensando para mis adentros que no me importaría ser su objeto sexual para satisfacer sus instintos animales.

-Parece que tienes hambre.

-Si.

-¿Siempre lo haces con tanta ansia? -.La manera como lo dijo, pasando a la vez sus manos por encima de su paquete, hizo que algo en mi interior se retorciese.

-Sí, siempre que hay algo que me apetece de verdad -.Contesté nerviosa.

-¿Hay algo que te apetezca más ahora que un simple desayuno?

No tuve palabras para responder aquella pregunta. Sentí una sed arrolladora y fue el tiempo justo para desabrocharle el cinturón y flexionar las piernas, tirar de los jeans, seguir con sus boxers. Y movido como un resorte, golpeó en mi cara una polla enorme y gruesa, altiva como un mástil. Me arrodillé y sin asirla siquiera, mi lengua la recorrió entera, desde la base hasta la punta. Tiré de la piel, haciendo emerger un rojizo capullo, poco a poco fui sumando dedos, hasta que con la consistencia suficiente para agarrarla con toda la mano.

Él se dejaba hacer, solo su magnífica polla, parecía tener vida mientras iba subiendo en tamaño, tras el pasar de mi lengua. Lo torturé, partía de sus huevos, recorría lentamente toda la longitud de su miembro y remataba con un chupetón a su capullo. Empecé con las manos a masturbarlo rítmicamente, con el glande preso entre mis labios. El calor de aquel pedazo de carne hizo que mis braguitas se mojasen en unos segundos. Resistía mis acelerones, las pausas, el filo de mis dientes mortificándole, le di un par de furiosos meneos, para que aquella estupenda polla se pusiese aún más dura.

Sin dudar empecé a introducírmela en la boca, abriendo los labios al máximo. Dado su calibre, me resultó difícil, pero pronto ya notaba su roce en mi paladar. Su mano me agarró del pelo y me castigó hundiéndomela hasta la arcada. Su polla saqueaba mi garganta una y otra vez, cortándome el suministro de aire. Enérgico y dominante, no se detuvo. Sin embargo, con cada empuje, con cada jadeo que pasaba, con cada nuevo lagrimeo de mis ojos, sentía más excitación, placer y deleite. Me gustaba tomar su polla, me encantaba que él estuviera disfrutando de mi boca. Podía sentir mi clítoris latiendo, el calor entre mis piernas cada vez más voraz.

Sus manos en mi nuca trataban de controlar el ritmo y la profundidad. En silencio, solo el sonido de su polla entrando y saliendo, respiraciones pesadas. De golpe hizo que parase y me aferré a sus piernas. Me apartó y empezó a masturbarse con prisas. Me senté sobre mis talones, cerré los ojos, abrí la boca y saqué la lengua, era consciente de lo que seguiría a continuación. Resopló y asistí al disparo del semen. El primer chorro siguió el surco de mi boca abierta, chorreando por mis labios mientras otras gotas sueltas mojaron la nariz, los párpados y mi frente. Volviendo hacia él, la introduje en mi boca, tragando desesperadamente todo lo que él me daba.

Me ayudó a levantarme y acercándose, me desprendió de la camiseta y agarrándome un pecho se puso a alternar, pellizcándome el pezón con chupaditas, besos o mordiéndolo. Yo de pie y quieta. Sin dejar de mamarme los pechos una de sus manos tomó una de la mías y la llevo hasta su miembro. Una bocanada de calor corrió mi cuerpo al notarle el miembro de nuevo duro y erguido.

-Buenas tetas tienes, perra. Ahora quítate las bragas -.Me ordenó con una voz fuerte.

Sumisa, me las quité y quedé completamente desnuda bajo su ardiente mirada. Él se giró y dirigiéndose al frigorífico sacó un pote de helado. Y, mirándome a los ojos.

-¿Dónde prefiere tomártelo?

-Sobre tu cuerpo -.Dudé de mi respuesta pero se lo solté.

-Sígueme -.Conocía el camino pues caminamos rápidos hacia el dormitorio

Tumbado en la cama empezó el juego, tomé en mis dedos una parte del helado y lo puse en sus pezones, noté que el frío se los excitaba y me decidí a lamerlos antes no se derritiera, después hice lo mismo, en su ombligo y en su pubis rasurado. Cogí entre mis dedos más helado y lo puse sobre su miembro, que a pesar del frio siguió activo, lamí glotonamente. Hasta aquí llegué, porque se levantó de la cama, me hizo un gesto invitándome a ocupar su lugar y una vez tumbada repartió otra parte del helado en mi cuerpo, puso el resto que quedaba entre mis piernas, sentí frío en el momento en que introdujo sus dedos en mi vagina colocando bien adentro el helado, se fundió con celeridad y no tardó en aparecer entre los labios vaginales. Apenas empezó a salir noté su lengua dura pero suave que tomaba el exquisito postre mezclado con espesos jugos, la lengua no se conformaba con lamer lo exterior sino que se introducía en el interior lamiendo las paredes vaginales, siguiendo después la línea que une la piel sensible que rodea el ano.

Sin reprimir los gritos, me corrí espectacularmente, temblaron las piernas, mis caderas y mi vientre se agitaron. Quedé desmadejada en la cama sin saber en qué posición estaba. Unos dedos me penetraban y hurgaban en mi interior, después esos mismos dedos tocaron mis labios dándome a saborear el mejor helado que había probado en mi vida.

-¿Quieres más, verdad?

-Si.

No sé lo que puedo y no puedo hacer. No sé qué te gustará.

-Simplemente hazlo. Haz lo que quieras -le dije, mirándole a los ojos.

Me hizo colocarme tumbada bocarriba en la cama. Una vez tendida, con la ropa de las almohadas me ató las muñecas a los postes del dosel, tras eso, me amordazó la boca con mis bragas mojadas. Se colocó a horcajadas entre mis piernas, me las abrió y metió su polla en mi coño. A pesar de su tamaño no le costó trabajo, estaba chorreante. Sus palabras soeces e insultantes me volvían loca, me habría completamente de piernas y que hiciera en mi sexo lo que quisiese. Me folló con fuerza y caí presa de un orgasmo feroz y aún con mi sexo palpitando, la sacó de golpe.

-Ahora viene lo mejor, te lo mereces.

Un estremecimiento me recorrió cuando alzó mis piernas por encima de sus hombros y apuntó a la entrada de mi culo, con sus manos jugaba con mis pechos. Yo quería sentir su pene adentro mío, pero me daba miedo ya que era enorme y muy ancha. Sus dos manos me sujetaron de las caderas. Empezó a entrar primero con delicadeza como si quisiera acostumbrarlo poco a poco, cuando la mitad estaba adentro, tuve una mezcla de sensaciones que iban desde el terror al dolor hasta la curiosidad de tenerla dentro.

Me daba la impresión que me estaba partiendo en dos, lo que me permitía la mordaza, intenté suplicarle y entre los gritos ahogados me la introducía lentamente. No era la primera vez que me lo follaban pero no con el tamaño y la dureza, él siguió penetrándome, hasta que sus testículos se pegaron a mis nalgas. Estaba todo dentro, no lo podía creer, se retiraba despacio, la sacaba entera, dejando sólo la punta caliente manteniendo abierto el esfínter, en mi interior se producía un vacío que cuando volvía a penetrar la succionaba para devolverla al lugar que la alojaba.

Sus manos se afianzaban en torno a las caderas y empujaba de nuevo, el dolor era manejable y el placer aumentaba. Cuando la sacó, con lágrimas en los ojos, me libró de la mordaza y las muñecas, con los ojos cerrados, grité y mi cabeza cayó hacia atrás. Estaba empezando a volverme loca, cuando su mano me palmeó rítmicamente los labios abiertos de mi coño. Me agarró de los tobillos y me arrastró hasta él, puse cierta resistencia, con mis puños cerrados golpeé sus hombros pero consiguió abrirme las piernas para follarme por el coño otra vez. Empezó a moverse con una furia que me infundía terror pero a la vez placer y excitada por aquella situación mi sexo emanaba abundante flujo lubrificando sus acometidas. Me hizo llegar como tres veces hasta que bramando como un toro, acabo sobre mi vientre y mis pechos dejándolos totalmente mojados.

La combinación de pasión, deseo, placer y dolor se habían combinado para llenar y vaciar mi mente, sucumbir a sus manos, su boca, absorbiendo la sensación de su polla empujando repetidamente dentro y fuera, inundándome por todas partes. Cerré los ojos y creí dormirme un poco, pues me despertó cuando me dijo que teníamos que marchar él ya estaba vestido.

Salimos de la casa, las calles estaban cubiertas por una ligera lluvia. Durante el trayecto no cruzamos palabra. Hice que me dejase pasadas unas manzanas de mi apartamento, seguía la lluvia, me gustaba y me sigue gustando caminar bajo la lluvia.

-¿Te pasa algo? -Me preguntó, aparentemente preocupado.

-Nada en absoluto -.Negué moviendo la cabeza. No estaba molesta, ni siquiera confundida, deseaba estar sola para procesar todo lo que acababa de suceder aquel fin de semana.

Entré en mi apartamento y me sorprendí al ver lo mojada que estaba. Me quité la ropa empapada y me apresuré a meterme en la ducha. Cerré los ojos y mientras me enjabonaba, se me hacía difícil imaginarme a mí misma entre tanta lujuria, pero los hechos ocurridos no me engañaba y pasaban frente a mis ojos cerrados como una película a cámara rápida. Dios, me estaba poniendo cachonda de nuevo, me sentía mojada y no precisamente por el agua. Consideré la posibilidad de satisfacer aquella urgencia yo misma, deslizarme una mano entre las piernas y acariciarme. Un simple roce y sólo necesitaría unos segundos para alcanzar el clímax. Pero me recreé con una mano pellizcándome un pezón y con la otra frotándome el clítoris entre los dedos. Me senté dentro de la bañera con el chorro de agua caliente, justo entre los muslos.

Tengo que añadir que durante una semana no pude sentarme cómodamente.

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