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La primera experiencia lésbica no se olvida

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Hola a todos. Mi nombre es María. En ese entonces estaba por terminar la preparatoria, tenía 18 años, ya presentada unos pechos medianos y firmes, trasero grande y eso si unas piernas torneadas por el fútbol que antes practicaba.

Hasta ese día no me conocía el gusto por las mujeres, pero había una maestra que me inquietaba.

Su nombre es Karen. Piel blanca, pechos grandes y cadera grande, piernas bonitas. Se puede decir que un manjar de mujer y además de ser maestra de historia era auxiliar de la entrenadora.

Yo solo me conformaba con verla en los vestidores después del partido.

Podía contemplar su lindo cuerpo por horas. Cuando Karen se daba cuenta de que la miraba, lejos de molestarse o de sentir pena, o algo así, me sonreía.

Eso hacía que me inquietara más por ella.

Como dije antes. No pensaba en mujeres. Al contrario. Pensaba en la delicia de tener un pene dentro de mí.

Tremendo reventón que hicimos al ganar un campeonato Inter escolar y efectivamente fue en casa de Karen.

Animada por el alcohol y cada vez que mi maestra pasaba junto a mi o simplemente me sentaba a su lado para platicar con ella, aprovechaba para tocarle las piernas o rozar mi mano en sus glúteos.

Y como no hacerlo. Vestía una minifalda roja, un top negro, cosa que para mi se veía preciosa.

Como no estoy acostumbrada a las bebidas alcohólicas, una de mis amigas me llevó a una de las tres recámaras de la casa, pues ya estaba algo mal.

Al poco rato entró Karen para ver si estaba bien.

Al sentarse a un lado, pronto coloque una mano en su pierna. Y ella dijo:

–Acaso estás loca? Desde hace tiempo me miras con otros ojos y ahora haces lo posible por tocarme.

–Perdona. Es que estoy algo mareada por el alcohol.

–María no me vengas con ese cuento. Siéntate, te daré algo para que no estés mareada.

Ya sentada. Comenzó a darme un masaje en la espalda, sobaba cada parte de esta, incluso bajo el cierre de un vestido azul que traía, cosa que me comenzó a mojar al sentir sus manos en mi piel.

De sorpresa Karen daba tímidos besos en mi cuello. Yo cerraba los ojos y cada vez tocaba más arriba su pierna.

Sin decirnos nada, nos comenzamos a besar.

Era un sueño hecho realidad.

Su lengua hurgaba cada parte de mi boca, sus manos y las mías estrujaban los pechos de cada una.

Pronto me acostó en la cama para introducir su cara bajo mi vestido, podía sentir como olía mi entrepierna, para luego sacar mi bóxer y así darme mi primer y el más delicioso oral que una mujer pueda dar.

A cada lengüetazo en mi papaya, sentía como me escurría, gritaba de placer, mi clítoris ardía en cada mamada. Me sentía morir de tanto goce.

Volvió a sentarme par así quitarme la ropa y colgare de mis pezones.

Subí su cabeza para devorar su boca, dándole un beso con más experiencia.

Hicimos lo que sería mi primer 69. No sin antes pedirme que imitara lo que ella hacía en mi concha.

Su olor y su sabor me hacían perder el control de mi calentura; pues, casi le arrancaba su clítoris en cada chupada.

Cambiamos de posición, ahora quedaba mi vagina sobre su cara.

Supo calcular cuando iba llegar mi orgasmo, pues cuando llegó, aparte de sentir que me vaciaba, ella no paraba de tomar todos mis juegos.

Ahí yo aullaba de tanto placer; ese orgasmo fue el más grande y el primero que me sacaban con la boca.

Llegó el turno de Karen.

Que rico sabían sus líquidos, no quería que se acabarán nunca.

Ella se puso encima de mi, enredando nuestras lenguas, acariciando mutuamente nuestros cuerpos.

Me pidió que me pusiera como de lado, subiendo una pierna en su hombro y cuál fue mi sorpresa?

Que nuestras conchas se frotaban entre sí, haciendo que tanto Karen como yo gritáramos como dos gatas en celo.

El segundo orgasmo que mi maestra de historia me hizo sentir me dejó casi muerta.

Volvimos al 69, sólo para limpiarnos y así vestirnos.

–Ves como hice que se te quitara lo mareada? Te gustó?

–Mucho mi amor.

Le conteste al momento de besarnos otra vez.

Descansamos un poco y luego volvimos a la fiesta.

Karen nos llevó a nuestras casas, dejándome al último para despedirnos con otro candente beso.

–Esta será nuestra primera y última vez Karen?

–Habrá tantas como sea necesario.

Esa promesa me dejó toda ida por el resto de aquel semestre y que recordaré por siempre.

Vladimir escritor.

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