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Las hermanas de Camilo (Capítulo 1): Polvo de borrachera

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Me llamo David, tengo 31 años y vivo en Bogotá. Sin embargo, no quiero dar detalles ni hablar más sobre mí, pues lo único que me resta por contar es que me siento el hombre más afortunado del planeta. No es para menos, pues en los últimos diez años he venido follando con tres hermanas, las tres de diferentes edades, de diferentes personalidades; de diferentes gustos, hábitos y formas de vivir el sexo, pero las tres con el mismo hermano: mi parcero, mi mejor amigo.

Antes de que todo esto surgiera tuve un par de noviecitas, y ambas me hicieron mucho daño; me engañaron y me volvieron añicos. Tanto así que sufrí una especie de trauma con las mujeres, luego de esas relaciones me convertí en un putero de tiempo completo, no quería enamorarme ni sentir nada por nadie. Amaba ir de putas, pues era sexo sin compromiso, sin disgustos, sin peleas, sin obligaciones, sin sacrificios; solo había que pagar y disfrutar. Pero eso se me fue convirtiendo en un problema, pues poco a poco fui perdiendo habilidad para encarar mujeres, charlarlas y conquistarlas. Sin embargo, las hermanas de mi amigo, llamado Camilo, me iban a sacar del vicio de las putas. Vicio que me dejó también grandes vivencias y que espero en otra oportunidad podérselas contar.

Todo surgió de repente, pues yo, a pesar de fantasear con las hermanas de Camilo, no me atrevía a establecer con ellas algo más allá de una amistad; para mí y para Camilo, las hermanas, novias y exnovias eran sagradas; se puede decir que teníamos un juramento tácito de no meternos con ellas, por simple respeto y lealtad.

Camilo tiene tres hermanas: Katherine, Alexandra y Diana. Para la época en que esto empezó, Alexandra y Diana vivían con él en un bonito apartamento en Bogotá. Ellos venían de una ciudad cercana, motivados por el hecho de poder llevar a cabo sus estudios en universidades de acá; evidentemente porque en su ciudad no existía la suficiente oferta académica o no gustaban de las universidades de allí, como seguramente pasa en todos los centros urbanos de mayor población.

Camilo y yo nos conocimos en la universidad, ambos empezamos estudios para ser productores audiovisuales, y rápidamente nos hicimos amigos. Yo amaba ir a su apartamento, pues el ambiente era ideal para estudiar cuando había que hacerlo, pero además porque era un lugar ideal para unos jóvenes universitarios: hacíamos fiestas, bebíamos, nos drogábamos, nos servía de picadero, o por lo menos a Camilo, pues yo, como ya expliqué, estaba en una época en la que no me comía a nadie, y en líneas generales era un sitio para pasar el tiempo sin preocuparse, no había una figura de autoridad que prohibiera tal libertinaje.

Quizá Diana, que es su hermana mayor, era la figura de autoridad en ese lugar, pero incluso a veces ella se unía al desorden de dos universitarios fuera de control como nosotros. Diana, como ya mencioné, es la hermana mayor de Camilo, para mi gusto era la más buenorra de las tres: medía por ahí 1,65 o 1,70 m, su piel era blanca, sus piernas torneadas, bien formadas, sin ser muy gruesas ni muy delgadas; su culo era carnoso y redondo, sin exceder tamaño; sus senos eran de buen tamaño y de pezón rosado, lo supe muy temprano pues en casa acostumbraba a andar sin sostén y con prendas que permiten las transparencias; sus ojos negros, grandes y muy expresivos; sus labios carnosos y rosas. Era un monumento de mujer.

Pero con quien más compartí en ese apartamento, además de Camilo, fue con Alexandra, pues ella era quien más noches pasaba estudiando, y, como dije antes, muchas veces yo iba allí para estudiar o hacer trabajos que en mi casa no habría podido hacer por simple falta de concentración.

Alexandra, en ese entonces era estudiante de derecho y era muy aplicada con su estudio. Tenía aproximadamente la misma edad que yo y de Camilo. Tal vez era la menos agraciada de las tres hermanas, por lo menos para mí. Su estatura era la habitual entre la gran mayoría de las mujeres de este país, 1,60 o 1,65 calculo; su piel morena, su pelo era negro, largo y ondulado, sus ojos de un negro intenso, muy lindos realmente, pero quizás era su mayor atributo en el rostro, pues su nariz estaba un poco torcida, sin ser algo exagerado, y sus labios eran muy finos, delgados, no tan provocativos como si podían ser los de Diana. Sus senos eran pequeños, y quizá lucían más pequeños de lo que eran por su forma de vestir, pues Alexandra es de esas chichas que difícilmente usan un escote. Sin embargo, la gran virtud de Alexandra era su culo, al cual me permito llamar desde ya como un culazo en toda la dimensión de la palabra. Era macizo, carnoso, de buena forma, notorio incluso cuando usaba pantalones holgados: sudaderas, pijamas y demás. Era un culo espectacular, digno de contemplar durante largos minutos, obviamente con el disimulo necesario.

Recuerdo mucho una vez en la que yo estaba en el comedor de su apartamento, ella salió del baño sin saber que había alguien en casa, y en medio del apuro no había terminado de subir su ajustado pantalón, que se negaba a subir con facilidad por el grosor de semejante culo. Era realmente espectacular.

Pero yo, más allá de fantasear con su culo, no iba más allá. Primero por lo que ya expliqué antes, procurando un respeto hacia el código establecido con mi amigo de no meterse con hermanas o exnovias, y también porque Alexandra tenía su novio, del cual parecía estar enamorada rotundamente, pues era el único que había tenido en su vida y le había durado muchos años. Para ese entonces calculo que llevaban unos seis años de noviazgo. No parecía una chica dispuesta a arriesgar su idílica relación, por lo que intentar algo con ella parecía algo utópico.

Aunque debo decir que me equivoqué completamente. Alexandra iba a ser mi inducción en el mundo del sexo con las hermanas de mí amigo. Ocurrió una noche de fiesta en el apartamento de Camilo. Muchos de sus compañeros y compañeras de clase en la universidad fuimos a su hogar esa noche, pero solo sus amigos más cercanos nos quedamos a dormir.

En esa ocasión bebimos bastante, también fumamos hierba, que era uno de nuestros grandes pasatiempos en esa época de estudios universitarios, y los que consumían otro tipo de drogas no escatimaron en hacerlo. Sobre las dos de la mañana yo estaba perdido de tanto licor. Estaba entre el difícil dilema de vomitar para seguir bebiendo o simplemente dormir. Camilo y otro amigo decidieron que lo mejor era que durmiera, así que extendieron una colchoneta casi al lado de la entrada del apartamento, extraño lugar para hacerlo, y me acostaron allí. Alexandra, que también evidenciaba estar bastante ebria, empezó a jalarme de un brazo con la intención de no dejarme dormir. Camilo la detuvo y le pidió que me dejara en paz, pues yo estaba muy mal como para seguir en pie. Así lo hizo, me dejó tranquilo y yo entré en profundo sueño. No me di cuenta cuando el resto de la gente se fue, ni cuando apagaron las luces y la música, solo recuperé la consciencia una vez que Alexandra se acostó a mi lado.

No sabía por qué lo había hecho, no sabía cómo reaccionar, de hecho, no me lo creía, llegando a creer que era algo que estaba soñando o imaginando dado mi estado de ebriedad. Pero no, era real. Alexandra se había acostado a mi lado.

Empezó a besarme, su boca tenía un fuerte sabor a ron. Inicialmente sus besos eran tímidos, pues ella parecía estar tratando de averiguar si yo era consciente de lo que estaba pasando. Yo la correspondí, por lo que no tardó demasiado en notar que contaba con todo mi beneplácito. Sin contemplación alguna metió su mano bajo mi pantalón, empezó a masturbarme mientras nos besábamos. Yo todavía no daba crédito a lo que ocurría, aunque poco a poco fui aceptando que era verdad.

Quise meter mi mano bajo su pantalón, deseaba sentir su vagina con mis dedos, pero ella no me lo permitió. Bloqueó mi mano con la suya, con la que tenía libre. Decidí entonces tomarla de la cabeza y besarla apasionadamente. También la agarraba de sus nalgas, como empujándola hacia mí. Para ese momento era más que evidente mi intención de penetrarla. Pero las cosas buenas toman su tiempo.

Sentí el temor de ser descubierto por Camilo o por cualquiera de los otros que se habían quedado esa noche en su apartamento. Era una ansiedad apenas obvia, aunque a esa altura de la noche estaba dispuesto a afrontar lo que fuera, incluso si eso me costaba una merecida golpiza por parte de Camilo o la pérdida de su amistad. No era que no lo valorara, solo que estaba siendo completamente dominado por mis instintos más básicos. Afortunadamente para mí, eso no ocurrió.

Alexandra se dio vuelta, bajó ligeramente su pijama y dirigió mi pene hacia su coño. Fue lento ese momento en que se dio la penetración, pero una vez dentro de ella, era inminente su excitación; su coño ardía. La penetraba en posición de cucharita, sin hacer mucho ruido, pues los dos tratábamos de guardar cautela sabiendo que era una situación aventurada y ciertamente prohibida. Disfrutaba del lento ritmo que asumimos ambos en un comienzo. Mientras me movía lentamente, aprovechaba para besarle el cuello y ocasionalmente la boca, justamente cuando ella volteaba su rostro y lo permitía. Despacito, como quien no quiere la cosa, fui dirigiendo mi mano hacia su pubis, y entendí porque anteriormente no me había permitido tocarlo. Estaba sin depilar; completamente, es más, parecía que no lo hacía desde hace mucho tiempo. Sin embargo, tal era la excitación que esta vez no me prohibió hacerlo. La penetraba y le acariciaba su vagina, era el cielo para mí.

Alexandra es de esas personas que sesean, que no sé si todos saben lo que es el seseo, pero que a mí, en medio de sus tímidos y discretos sonidos, me excitaba escucharla arrastrar las “ese”. Me encantaba esa forma de decir “zi, ezo, azí…”.

Como su culo era un monumento, era más que obvio que tarde o temprano iba a querer follarla en cuatro. Y resultó siendo más temprano que tarde. La agarré de las caderas, la puse en cuatro y la penetré de nuevo muy despacio. Diría que casi cariñosamente, aunque no había nada de eso, solo era la intención de no pasar por precipitado, por no quedar como el típico violento desconsiderado. Pero luego eso se perdió, pues tratándose de una primera experiencia entre ambos, era más que válido un exceso de furor.

La penetré lento, sin apuro. Me agarré de sus nalgas y seguí deslizando mi pene entre su humanidad con total suavidad, sin parecer tener afán alguno. Para ese momento ella era silenciosa, pero su coño no tanto, gritaba de calor, y yo enloquecía con ello. La agarré de su pelo y traté de jalar su cara hacia mí. Besarla era de mi interés, pero quizá no tanto como tener su rostro cerca al mío para escuchar su deliciosa y tímida manera de disfrutar el sexo.

Eso fue excitándome cada vez más, con lo que aumentaba un poco mi entusiasmo al penetrarla. La agarré de sus hombros, la jalaba hacia mí, cada vez la iba penetrando a mayor velocidad. Veía sus nalgas rebotar con fuerza contra mi cuerpo.

Ver ese culo macizo temblando por la vehemencia de mis empellones, era motivación suficiente para querer terminar la faena con ese hermoso panorama. Pero traté de resistir por un rato más, pues sabía que debía disfrutar una situación como esa por todo el tiempo que me fuera posible.

Ver a Alexandra, sumisa, sometida a mis deseos, lejos de ser esa chica de apariencia de metalera ruda, habitual en ella; me hizo sentir poderoso, incluso llegué a creer que la borrachera era cosa del pasado, que dominaba completamente la situación, aunque quizá era solo una ilusión dado el éxtasis que me invadía. No sabía tampoco porque ella había terminado haciendo esto. No sé si era consecuencia de su ebriedad, o de una pelea con su novio. Lo cierto es que estaba ocurriendo y era algo exquisito, maravilloso.

Pero de todas formas todo tiene un final, y este polvo sensacional también iba a tenerlo. Me fue irresistible ver ese culo enorme, tenerlo entre mis manos, estrujarlo, manipularlo a mi antojo.

Se lo saqué y le arrojé el semen sobre su culo y un poco sobre su espalda, mientras ella seguía jadeando discretamente.

Alexandra se dejó caer sobre la colchoneta, parecía por fin lista para dormir, luego de un rato de sexo improvisado. Para mí había sido extraordinario. Llevaba un racha larga sin culear, y recobrar la noción de cómo se siente, me hizo alucinar; por lo menos de la forma como se había dado con Alexandra. Pensé que podía a quedarse a dormir ahí, junto a mí, y que podríamos repetirlo en un ratito, pero no fue así. Su tumbada en la cama había sido algo fugaz. Alexandra vivía allí, tenía su cuarto y un sinfín de razones para evitar ser descubierta allí conmigo, así que rápidamente me abandonó en la oscuridad del living de su apartamento. Me sentí algo estúpido al pensar que podía ser posible que ella pasara la noche ahí, conmigo. Había sido algo ingenuo. Quizás era efecto de la borrachera, sobre la cual, una vez más teniendo uso de razón, había comprendido que estaba bajo sus efectos.

De todas formas había sido un botín notable, un festín inolvidable, una noche para enmarcar. Pero ya no me quedaba más que dormir. Quizá soñar con que estaría entre las piernas de Alexandra hasta el amanecer, al fin y al cabo, la mente es muy ilusa.

Ese polvo iba a cambiar mi forma de relacionarme con Alexandra por un tiempo. Inicialmente fue confusión, por lo menos a la mañana siguiente.

Desperté con una insoportable resaca, pero con la fortuna de tener los recuerdos intactos. De todas formas no sabía cómo iba a mirar a Alexandra una vez que nos cruzáramos. Como sentía que se trataba de un polvo a causa del estado de ebriedad de ambos, seguramente ella sentía arrepentimiento, posiblemente no querría dirigirme la palabra o mirarme a la cara. Pero fueron simples suposiciones mías, pues para el momento en que nos cruzamos esa mañana, me saludó como si nada hubiese ocurrido, continuó su rutina.

Entendí que arrepentimiento no había, aunque tampoco parecía existir un deseo de repetir lo ocurrido, por lo menos de su parte. Salí de su apartamento y me dirigí a mi casa. Ese día, el siguiente a la noche de sexo con Alexandra, pasé las horas pensando en lo ocurrido, excitándome al recordar el suceso, y evidentemente tratando de revivirlo por mi cuenta: con mis manos y mi imaginación, pero evidentemente no iba a ser ni parecido.

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Capítulo 2: Mi reino por el culo de Alexandra

Desconocía que esto era el inicio de una serie de polvos que íbamos a echar Alexandra y yo, aunque debo reconocer que entre más lo repetíamos, más iba perdiendo el misticismo, el encanto de esa noche de primer encuentro entre ambos...

Twitter: @felodel2016

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