La tensión sexual que había entre mi hermano Fabio y yo no tardaría en romperse, habían pasado muchos meses de deseo reprimido, miradas lujuriosas, manoseos, pues, siempre que podía, Fabio me jugaba bromas y terminábamos discutiendo entre risas y él abalanzándome sobre mi para hacerme cosquillas, aprovechándose de la situación para meter sus manos en donde no debía sabiendo que yo me dejaría hacer.
«Era un simple juego, solo eran las manos de mi hermano pasándose por todo mi cuerpo en busca de hacerme reír hasta más no poder». Mentira. Nos deseábamos, esa es la incestuosa verdad, para qué nos vamos a engañar, ¿verdad, lectores?
Fue así entonces que entre risas y manoseos en ausencia de nuestros padres llegó ese domingo perfecto en el que ellos habían salido y no recuerdo exactamente a dónde habían ido, lo único que recuerdo es que llegaron casi anocheciendo. Si hubiésemos sabido que papá y mamá se iban a pasar todo el domingo fuera probablemente habríamos disfrutado más de lo que disfrutamos ese día.
Me acababa de duchar y como de costumbre, siempre me aparecía por la sala de estar, a disfrutar de las miradas y piropos que me echaba mi hermano siempre que me veía desfilar por el apartamento en toalla.
De la sala de estar pasé a la cocina y Fabio se levantó para ir hacia donde yo estaba. Empezamos a conversar de varias cosas y entre charla y risas sucedió lo que tantas veces pudo darse pero no se concretaba. Estaba colocando un vaso en el organizador cuando siento a Fabio detrás de mi besar mis hombros húmedos.
Su cálida lengua fue como un paralizador, pues, me quedé ahí como una estatua y él siguió con sus besos.
—Quiero hacerte mía, mami —recuerdo exactamente esa frase. ¿Cómo olvidarla?
—Yo quiero —le respondí con la voz ahogada
Me volteé quedando frente a él y nuestras miradas lo decían todo. Nos deseábamos.
—¿Y papá y mamá? —pregunté, como adelantándome a los acontecimientos, sabiéndome desvirgada, adivinando que dentro de unos minutos muy probablemente iba a estar sufriendo y gimiendo al mismo tiempo la perdida de mi himen, experimentando por primera vez lo delicioso y adictivo que es el sexo.
Fabio me tranquilizó mientras me llevaba cargada en sus brazos a su habitación asegurándome que teníamos bastante tiempo para tener sexo.
Me recostó a su cama de sábanas blancas, despojándome de lo único que cubría mi desnudez: la toalla. Esta vez su cara no estaba risueña como solía estarlo, le notaba emocionado, enfocado en hacerme vivir una deliciosa experiencia que recordaremos de por vida.
Quedé recostada de forma vertical en su cama individual, con mis pies tocando la alfombra. Fabio se inclinó, me jaló un poco hacia adelante y empezó a lamer mis muslos para luego levantarse un poco, ir hacia mi y besarme. Significaban nuestros primeros besos y estuvimos un buen rato comiéndonos nuestros labios, era evidente que ya ambos sabíamos besar.
Abandonó mi boca y se deslizó nuevamente hacia abajo, me chupó los pezones, pero no se detuvo en ellos sino que continuó hasta volver a quedar frente a mi vulva totalmente depilada para el momento. Yo me quedé inclinada reposando mis codos sobre la cama, quería ver a Fabio comiéndose mi sexo. Alcé mis piernas y las flexioné quedando estas en el aire o a veces apoyadas en los hombros de Fabio que se encontraba concentrado chupándome toda la zona genital.
No nos decíamos nada, él estaba concentrado en mi vulva, yo observando con detenimiento todo lo que me hacía. Pasaba su lengua como si de una copa de helado de barquilla se tratase. Luego golpeaba con su lengua mi himen y clítoris haciéndome gemir.
Me llevó más hacia el borde de la cama y me puso de ladito, quedando mis piernas juntas y en esa posición me lamió también el ano. Me dieron ganas de reír ya que no me lo esperaba, pero me aguanté. No podía creerlo, Fabio me lamía toda la zona con tal dedicación. Me pregunté por un momento a cuántas ya se lo había hecho y en lugar de que ese detalle trastornara el momento solo incrementó el morbo, el hecho de saber que mi hermano ya tenía experiencia me tranquilizaba un poco y me excitaba en gran manera.
Metió su lengua en la entrada de mi culito repetidas veces tanto que pensé que me la iba a meter por ahí. Se sentía tan rico todo lo que me hacía Fabio.
Había llevado una de sus manos a mis senos, pero yo la tomé y me la llevé a mi boca, empecé a chuparle los dedos mientras él me chupaba el alma por fuera, pues aún me faltaba experimentar qué era eso de sentir a un hombre dentro de mi.
De repente se levantó y me dijo:
—Te la voy a meter
Y rápidamente se volteó a cerrar la puerta de la habitación y al volver se desnudó en cuestión de segundos.
Se metió a la cama conmigo y quedamos en la posición de misionero en la que volvimos a besarnos como dice una canción popular: «Completamente enamorados, alucinando, sintiendo morbo aunque no por primera vez aunque sí por primera vez tocándonos».
No íbamos a cometer incesto por primera vez, ya lo habíamos cometido deseándonos durante meses, fantaseando en nuestros sueños, dedicándonos masturbadas, cada quien en su habitación. Sí, Fabio me contaría luego sobre las veces que se masturbó imaginando que "me cogía" así que lo que íbamos era a volver a cometer incesto, esta vez en cuerpo y alma.
Yo sabía que perder mi virginidad iba a dolerme, pues, algunas veces al masturbarme había hecho presión sobre mi himen y la resistencia de este a mis dedos me ocasionaba dolor, lo que no sabía era cuánto dolor me ocasionaría un pene.
Le pregunté a Fabio si me iba a doler a lo que respondió sinceramente que si pero que sería poquito, que confiara en él.
Ya estando en la posición antes mencionada me pidió extendiera un poco las piernas para facilitar la penetración al mismo tiempo que sentía la cabezota rosada de su pene rozar la entrada de mi vagina.
Estuvo empujando con delicadeza su pene hacia mi humedecida vagina. Era placentero sentir la calidez de su miembro golpear la telita que significa para él mi pureza como mujer. Aquella fricción me ayudó a relajarme un poco ya que no sentía dolor.
Pero todo cambiaría en un santiamén, pues Fabio empujó de golpe su pene con rudeza y brusquedad haciéndome pegar un grito que debió oírse en todo el departamento. Me tapó la boca con una mano susurrándome que ya todo había pasado.
Me salían lágrimas de los ojos, pues, el pinchazo me había dolido aunque no sé si lloraba por el dolor, por la forma en la que Fabio me penetró con violencia o por el momento vivido. Fabio volvió a penetrarme con fuerza y de nuevo sentí dolor aunque en menor grado y una sensación mezclada entre el dolor y el placer me hizo estremecer.
El muy morboso me dijo que mi cuquita era demasiada apretada, que su pene estaba muy oprimido y que no tardaría en eyacular
Continuó penetrándome pero esta vez se sentía distinto, dolía un poco menos pero el saberme llena de su pene me brindó un delicioso momento de placer y dolor combinados que disfruté a plenitud.
La virginidad está en la mente. He oído de mujeres que siguen teniendo dolor después de la primera vez, otras un dolor muy leve y otras tantas no experimentaron ningún tipo de molestia.
Yo les cuento mi experiencia tal cual. Me dolió cuando Fabio entró de golpe en mi, grité y lloré y luego el dolor disminuyó, las próximas veces que cogimos no sentí ningún tipo de dolor relacionado a mi virginidad, ya había quedado en el pasado.
Fabio no pudo más y eyaculó de forma abundante quedándose recostado a mi sufriendo el delicioso orgasmo que yo le había proporcionado. Se quedó ahí pegado a mi un momento, dedicándome todo tipo de halagos, pero lo callé con besos candentes y apasionados, sabiéndome pecadora, incestuosa, sintiéndome culpable, sin dudar de que la que provocó ese incestuoso momento había sido yo y no él.