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Mar rojo

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Era verano, mi mamá, su novio y yo, íbamos de camino a la playa. Estaba muy contenta, me encantaban los días de sol, arena y mar.

Era la primera vez que salíamos de vacaciones desde que mis padres se separarán cuatro años atrás. Mi madre no se había animado a salir de su estado depresivo hasta que conociese a su ahora amante, y seguramente, su futuro esposo.

Claro, quien no se iba a enamorar de un hombre así, es muy guapo, fornido, apuesto, tiene un cuerpo como para comérselo a besos, unos ojos que te enamoras, y la sonrisa más hermosa del mundo.

Señales

Sé que casi me dobla la edad, pero debo confesar que me gustaba muchísimo. Segura estaba que él también lo sabía. No he podido contenerme a insinuarle en un par de ocasiones. Aunque se le nota que está bien encaminado por mi madre, también resulta evidente que no le parezco mala opción, a manera de complemento.

Ya en más de una ocasión le he coqueteado con ropa ajustada, tops diminutos y faldas cortas que me acentúan mi lozano cuerpo delgado, cintura estrecha, pechos pequeños y mi colita colegial.

Ese día, de camino a la playa, no podía dejar de verlo desde el asiento trasero en el autobús. Platicaba con mi madre todo el trayecto. Me encantaba su sonrisa, es tan natural, tan sincera y fresca, que me perdía en ella.

En un principio el bus estaba completamente lleno, pero a medida que nos acercábamos a la costa, los asientos poco a poco quedaban más vacíos en cada estación antes de arribar a la terminal camionera de la ruta.

Y las caricias subían de tono. Se notaba que se traían unas buenas ganas de follar. Mi padrastro se agasajaba con el exuberante cuerpo de mi madre; tocando su cintura, caderas, piernas y seguramente sus nalgas mientras se besaban cada vez con más furor.

Ahora con el camión más vacío, no tenían el más pequeño pudor. Y yo les miraba desde su derecha, a una fila detrás. Nada más de verlos ya me estaban calentando. Cómo me moría de envidia por ser mi madre. No había nada que quisiese más que encarnarme en su cuerpo en ese mismo instante. Quería sentir esos grandes y fornidos brazos de su novio en mi pequeño cuerpo. Cuando los miraba perdiéndose en sus carisias, viendo a mi madre dejarse agasajar cual ramera en club privado.

Y no pude más. Aprovechando también de la escasa muchedumbre, me recosté en el asiendo doble, ahora solo para mí. Con la espalda a la ventanilla separé mis piernas y deslicé mi mano por debajo de mi minifalda hasta tocarme por encima de las bragas cuales ya tenía completamente mojadas.

No podía creer lo excitada que estaba, realmente me habían puesto caliente como la mismísima playa a la cual arribábamos, mientras miraba a mi madre y a su apuesto compañero comiéndose a besos como si estuviesen a punto de follar ahí mismo.

Mi mente volaba, recreando cientos de fantasías, en todas ellas follando con mi padrastro. Imaginaba su pene, seguramente enorme y musculoso como el resto de su cuerpo, cuando mi cuerpo sucumbía a mi imaginación y mis carisias, dándome placer con los delgados y largos dedos de mi mano estrujando mi mojada vagina bajo mis calzoncillos blancos.

Y es que, a mis diecinueve años, aún no había tenido mi primera vez, y no había nada que deseara más que desvirgarme cuanto antes. Qué mejor que con ese musculoso y encantador hombre, quien se deleitaba con el cuerpo de mi madre, al mismo tiempo excitándome más y más.

Sentía mis estrechos labios vaginales estremecer, al llenarse del poderoso flujo sanguíneo bombeando fuerte desde mi enérgico corazón. Enseguida, deslicé mi mano por debajo de mi ropa interior, buscando con desesperación mi ardiente parte íntima con mis flacos dedos hasta lograr introducir un par de ellos en mi ardiente sexo, sintiendo como se llenaban de mis dulces jugos escurriendo por toda mi tierna conchita.

Pero entonces el autobús se detenía, esta vez había arribado a su parada final. Rápidamente me saqué la mano de mis bragas, me acomodé la falda y cerré las piernas, mirando al resto de pasajeros alistándose para descender, limpiándome la mano húmeda de mis secreciones sexuales.

En mis delgadas redes

Desde que habíamos llegado, los tres ya estábamos bien calientes y excitados. Pero cuál sería nuestra suerte que en el hotel solo había una habitación doble, pues las que supuestamente teníamos reservadas ya habían sido ocupadas. La culpa la tiene mi madre por no querer pagar la reserva completa. Con las ganas que tenía de masturbarme a solas en mi habitación y seguramente ellos de coger en la suya. Ahora compartiríamos cuarto y adiós a la privacidad. Gracias mami.

En fin, esa noche casi ni pudimos dormir. En parte por el calor del clima tropical, pero en mayor tajo por la calentura interna que los tres nos cargábamos. Así pasamos la noche, resistiendo las ganas de follar, o en mi parte de toquetearme como tanto quería y necesitaba.

Al día siguiente nos fuimos a la playa y ahí estuvimos casi todo el tiempo. A mi madre le encanta tumbarse en la arena cual costal de papas bajo el sol. Mi papi, es decir, su novio, la acompañaba de cerca, untándole bronceador y regocijándose con sus curvas; masajeando su espalda, piernas y nalgas con todo descaro. A ella le fascina que le haga eso, seguro que eso la prende al cien.

Por mi parte decidí meterme un momento al mar, me gusta mucho nadar, aunque sinceramente no soy muy buena. Aun así, es mejor eso que mirar con extrema tortura como ese hombre tan perfecto y hermoso le da placer a mi madre y no a mí. Pero eso estaba a punto de cambiar.

Ya por la tarde, mi mamá se había adelantado al restaurante para pedirnos el desayuno, pero yo bien sabía que en realidad había ido nuevamente a recepción a pelear por las reservaciones que no nos respetaron. Bien la conocía, le gusta armar bulla donde sea.

Su amante se había quedado en el cuarto, arreglando algunas cosas de su trabajo en su portátil, y yo, me disponía a darme una ducha después de haberme pasado casi todo el día en el mar.

Por fin solos. Finalmente me había quedado a solas con mi padrastro, con el guapo hombre de mi madre, quien ahora sería mío. Entonces me paré a un lado de mi ropa, y sin más, comencé a quitarme mi pijama. Primero la parte de arriba, desnudando mi torso pues no vestía nada debajo. Sin mirar a mi padrastro me bajé la parte inferior de mi conjunto de noche dándole la espalda para pararle mis blancas pompitas juveniles en su cara, y me metí al baño con tolla en mano.

Sabía que me había visto, y segura estaba que lo volvía loco. No había hombre en el planeta que se pudiese resistir a la tentación de una lolita como yo.

Así, salía del baño solo con mi toalla envuelta en mi desnudo cuerpo. Estaba realmente caliente, me sentía en vedad excitada mientras me paseaba delante de su cama, donde mi padrastro intentaba concentrarse en su ordenador portátil posado sobre su regazo. Ahí, dejé caer mi toalla con todo descaro frente a él.

Sin decir palabra comencé a untarme mi crema humectante con extrema seducción por todo mi esbelto cuerpo, exponiendo toda mi piel blanca, mis pezones rosados, y mi sexo velludito. Entonces me acerqué a su cama, y sin titubeos le pedí que me ayudara a ponerme la crema en el resto de mi cuerpo.

Incrédulo, el novio de mi madre se quitó la computadora de sus piernas, haciéndola a un lado, al mismo tiempo develándome su tremenda y enorme polla completamente parada debajo de sus bermudas. Aquella visión me excitó tanto que comencé a temblar de ansiedad. No había otra cosa que más quisiera que ver ese descomunal pene, tocarlo, chuparlo, mamarlo y por su puesto probarlo dentro de mí.

Sentía sus manos viriles y fuertes recorriendo mi delicada y femenina piel. Gozaba con sus caricias entregándome por completo, cuando sus palmas llegaban a mi espalda baja. Entonces le paré el trasero como insinuando, o más bien suplicando que lo atendiese, así como disfrutaba de tentar las nalgas de mi madre, ahora lo hiciese con las mías.

Y lo entendió. No pudo resistirse más y finalmente me tocaba mis nalgas, cada glúteo, sobándome con descaro mis redondeados y suaves músculos; por arriba, por debajo, entre mi rayita y alrededor hasta mis piernas. Y yo encantada, disfrutando al fin de su atención, de sus manos y sus caricias.

Entonces me giré para quedar de frente. De inmediato posaba sus grandes dedos sobre mis pequeñas y tiernas tetillas. Me encantaba, dejaba que recurriese cada centímetro de mi piel, era suya, podía hacer lo que quisiese con migo. Estaba tan excitada que sentía mi entrepierna completamente mojada, y caliente como nunca. Me di vuelta de nuevo, esta vez recargándome un poco en el borde de la cama, levantándole mi colita para que abusara de ella como le placiera.

Lo dudó, sabía lo que quería, pero aún no sucumbía a sus bajos instintos. –Dámelo. –Le dije, desanudando mi garganta cerrada de lo excitada como zorrita que estaba. –No, no es correcto. –Me respondía balbuceando de nervios. –No es nada. Ya tengo la edad, si es lo que te preocupa. –Le insistía, ahora rogándole, intentado convencerlo de que desatara sus deseos carnales en mí.

Entonces lo sentí, pude ver como se bajaba sus bermudas, sacándose su gran, largo y endurecido tronco bestial. Tenía mucho miedo, sabía que me dolería mucho, pero no me importaba tener mi primera experiencia sexual con él, de hecho, no había otro hombre con quien quisiese hacerlo.

Lentamente sentía como se aproximaba su descomunal pene entre mis tiernas nalguitas. Lo sentía caliente, húmedo y duro como bate de baseball. Ahí, comenzaba a abrirse paso entre mis delicados pliegues vaginales. Podía palpar perfectamente su enrome glande lubricado con sus previas eyaculaciones involuntarias, pero aun así no podía metérmelo. A las fronteras de mi pequeña y virgen cavidad, se detenía. Tan solo había podido introducirme la pura cabeza. Simplemente tenía la polla muy grande y yo la vagina muy estrecha, por lo que me dolió mucho.

-Para, para. Espera. Ya no. –Le decía, al sentir un extremo dolor de su bestial miembro intentando abusar de mí. Entonces sonó su el móvil, y de inmediato se apresuró a responder. Era mi madre, nos llamaba para avisarnos que el desayuno estaba listo.

Momento que aproveché para salir huyendo de sus garras y vestirme rápidamente. Estaba muy asustada y sobresaltada, no creía que fuese así. Me sentía muy mal, como fracasada, triste, sin propósito, frustrada y todavía muy caliente.

Bajo las sabanas

Así terminaba ese día, me la pasé muy mal, estaba enfadada con migo misma y me sentía una cobarde por no haber resistido el dolor.

Esa noche el ambiente estaba diferente, se sentía un aire de tención y dramatismo. Mis padres se habían pasado toda la mañana y tarde toqueteándose en la playa, seguro que ambos se habían puesto tan fogosos dentro de su cuerpo como el mismísimo sol impregnado en su piel.

Ya estábamos los tres acostados, ellos se habían desvelado viendo una película, yo estaba tan deprimida y avergonzada que me había quedado dormida desde muy temprano. Al menos, hasta que algo me despertó.

Escuché ruidos. Siempre he sido de sueño ligero, así que reaccioné en seguida. No me alarmé, sabía que no estaba sola, pero aquellos sonidos me parecían muy peculiares. De inmediato supe que mi madre se besaba apasionadamente con su amante, seguramente creyendo que yo aún estaba dormida.

Eso me hizo sentir aún peor, no podía creer que lo estaban haciendo en mis propias narices. Pero al mismo tiempo, también me estaba excitando mucho. Entonces me giré con extrema lentitud para no hacer ruido y poder espiarlos. Ahí estaban, mi padrastro encima de mi madre, penetrándola duro y profundo, como casi lo hace con migo. Se movía con mucha lentitud, evitando que la cama rechinase y que el colchón los delatase, pero se podía ver claramente como se estaba cogiendo a mi madre.

Mi corazón palpitaba con furor, lo sentía resonando en mi pecho a punto de explotar. Sudaba por todas partes, temblaba y titilaba. Estaba realmente excitada y mi cuerpo deseoso de mi padrastro. Entonces comencé a tocarme las tetas, me alaba los pezones con fuerza, lo que hacía que todo mi cuerpo se estremeciera en un poderoso escalofrío cada vez que los pellizcaba. Enseguida bajé mi mano por dentro de mi pijama para estrujarme mi vagina, cual añoraba ser satisfecha con el pene de mi padrastro o como fuese.

Pero en ese momento, mi madre, quien permanecía perdida, sumergida en las cobijas mientras gozaba del musculoso miembro viril de su amante embistiéndola profundamente, ahora se rebelaba girándose para darle la espalda.

De inmediato cerré los ojos para fingir que dormía. Pero no hacía falta hacerlo, los dos estaban completamente perdidos en su placer, gozando como locos de todas esas ganas que se tenían desde hacía tiempo. Me ignoraban, y yo lo aprovechaba espiándolos a un costado, viendo como follaban como película porno en vivo, mientras me masturbaba por debajo de las sabanas, masajeándome el coño con extremo placer, embarrándome todas mis secreciones tibias en los dedos medios de mi mano, penetrándome con ellos tan profundo como podía, anhelando por ser yo la que fuera abusada por ese hombre tan, pero tan buenazo.

Estaba tan estimulada que me sentía a punto de venirme. Mi corrida estaba al borde, mis dedos estrujaban y violentaban con rudeza todo mi sexo mojado y ardiente como nuca, manchando de mis pegajosos sudores íntimos en todos mis labios carnosos externos, empujando con fuerza mis dedos medios y estimulando mi erecto clítoris, completamente fuera de su escondite rosado. Sentía que me venía, estaba a punto, pero entonces mi padrastro me sorprendió.

Por un momento nos miramos directamente a los ojos en medio de las penumbras, me había pillado, no había duda. Pero no dijo nada. Estaba igual de excitado que yo, y no pudo parar. Entonces me volví loca. Me quité las cobijas que me cubrían para dejarle verme como me masturbaba. Le miré con seducción y perversión, estaba en el auge de mi goce. Me relamía los labios insinuantemente, me tocaba mis pequeños senos levantándome la parte de arriba del pijama para dejarle vérmelos, debelando mi blanca piel iluminada por la luz de la luna que entraba por la ventana, mientras recorría mis manos sensualmente por todo mi delgado abdomen hasta mi cintura, y ahí, afiancé el resorte de mi short para dormir y lo deslicé hasta quitármelo.

El miraba atentamente, incapaz de quitarme la vista mientras se cogía a mi madre por detrás, al mismo tiempo haciéndola gozar casi tanto como yo lo hacía tocándome para él, mostrándole mi estrecha rajita mojadita, brillando con mis jugos escurriendo entre las sombras de la noche.

Los sonidos del coño de mi madre sucumbiendo ante las profundas embestidas de su amante, y los ecos del mío estimulado con extremo placer por el voyerismo y exhibicionismo, se fundían en un solo acuoso acorde, evidenciando el muto orgasmo que experimentábamos en ese momento. Entre chapoteos explotando nuestras vaginas; la de mi madre entre el pene de su novio, y la mía frente a él, asiéndome venir con mis inocentes caricias, mojándome toda la mano y las sabanas ante su atónita mirada, quien a su vez, también sucumbía ante todo ese placer, eyaculando en toda la concha de mi madre.

Las aguas turbias se tiñen de rojo

Aquella habría sido la mejor masturbada que me había acomodado en mi vida. Al día siguiente los tres despertamos con toda la actitud, llenos de alegría y con una sonrisa de oreja a oreja que no nos la quitaba ni dios.

Como sería nuestro último día de vacaciones, lo aprovecharíamos al máximo, y lo pasaríamos en la playa tanto como pudiésemos. Por ello, desde muy temprano ya estábamos bajo los rayos del sol; mi madre untándose bronceador y mi padrastro toqueteándole como siempre. En tanto, yo me la pasaba intentado perfeccionar mi nado adentrándome un poco entre las olas del mar.

Poco más tarde, me percaté que mi padrastro dejaba a mi madre y comenzaba a acercarse directo a mí. -¿Aprendido a nadar? –Me preguntaba con su siempre encantadora sonrisa, al llegar hasta donde estaba. Y me enamoré. –Ya sé nadar, pero no soy muy buena. –Le respondía mientras sonreía como estúpida colegiala, cual soy.

-Ben. Te ayudo. –Me ofrecía al tiempo que se posaba detrás de mí, sujetándome con sus fornidos brazos. Y me perdí en su cuerpo. El sentirlo a mis espaldas me puso a su merced. Podía sentir todo su pene restregándose en mis pequeñas nalguitas con todo descaro, ocultándose con las olas del mar.

Seguimos jugando con nuestros cuerpos, frotándonos el uno con el otro, provocando que comenzara a ponerme en un estado de euforia que me ponía completamente susceptible, al mismo tiempo, estimulando su gruesa y larga tranca con mi delgado y endeble cuerpo hasta endurecerlo, inflamándolo a su máximo, haciendo que me picoteara todas mis nalguitas bajo el agua.

Ya puesta a punto, lista y dispuesta a todo, metí mi mano bajo sus bermudas y le agarré su falo intentando apretarlo fuertemente con mis pequeñas y débiles manos. Jugueteábamos risueños, fingiendo que me enseñaba a nadar, cuando en realidad estaba a punto de darme la más dolorosa lección de mi vida.

Completamente apasionada, le bajé su ropa luchando por sacarle aquel descomunal pene, mientras nos escondíamos de mi madre, quien parecía estar dormida recostada espalda al cielo, sin embargo, con mucho cuidado de no ser descubiertos.

Seguí divirtiéndome un poco con él. Lo estrujaba, la zarandeaba, jalonaba y estimulaba sin poderme dar abasto ni con ambas manos. Ya encaminada, me trepé en su torso rodeando su cuello con mis manos, y me enredé en sus caderas abrazando su cintura con mis piernas. Ahí, podía sentir su gruesa cabeza picándome en mi pequeña colita como queriendo violentarla con todo y mi bañador.

Entonces, me sujetó la prenda con su mano y sin permiso alguno aló de ella para apartarla y dejar mi conchita al desnudo. No dije nada. Era lo que quería. No hacía falta que lo pidiese. Sabía lo que sucedería, y esta vez no me acobardaría por mucho que me doliera, quizá nunca tendría una mejor oportunidad.

Decidida, me armé de valor y me acomode para que su enorme follón quedara entre mis piernas ayudándome con las olas del mar, mientras pendía de su cuello cual collar. Y ahí, me clavé en su tranca. Sin embargo no pude. Tan solo restregaba su enorme cabeza en mi pequeña conchita, sin lograr que entrase ni un poquito.

Pero estaba decidida. Quería saber que se sentía tener ese descomunal miembro dentro de mí. Lo había visto muchas veces en videos porno, y me excitaba mucho. Entonces bajé una de mis manos hasta mi vagina, y me abrí mis tiernos labios, logrando que su glande se deslizara tan solo un poco más.

Sabía que lo conseguiría, en verdad quería hacerlo así aunque fuese milímetro a milímetro. Meneaba las caderas al rimo de las olas, embarrándome su glande en mi pequeña almejita dilatándola poco a poco, abriéndole paso al grueso y largo falo de mi padrastro.

Pero en ese momento, completamente excitado y loco, mi papi me empujaba sus cadera, embistiendo su tosco miembro con violencia dentro, mientras me sujetaba fuertemente por la cintura con sus bestiales manos, sin dejarme hacer nada para evitar que me penetrará profundamente, desgarrando mi virgen oquedad con brutalidad, produciéndome el peor dolor que he experimentado jamás en la vida.

Me dolió tanto que me arrepentí de todo. Ya no quería más. Quería salir huyendo de nuevo, sin importarme parecer una cobarde. –Ya. Para. Detente. Por favor. ¡YA! –Le suplicaba con lágrimas en los ojos, intentando con desesperación empujarlo para alejarlo de mí y sacarle su grotesco falo de mi desquebrajada colita.

Pero no se apartaba, ahora era caza de sus enromes brazos que me afianzaban firmemente por mi delgada cintura, rodeándola casi por completo, regresándome a su enorme tranca cada vez que intentaba desacoplarme de ella, produciendo un vaivén que se enfatizaba con las embestidas del mar.

Yo estaba totalmente destruida y sumisa ante él, sintiendo con extremo dolor su entrometida polla empujando cada vez más profundo en mi estrecha cosita ultrajada. Siendo penetrada sin piedad por mi musculoso padrastro. Arrancándome dolosos alaridos. Bañada en llanto, ahora gimoteando desconsolada abrazada a su cuello, resignada a mi martirio. Sollozándole a su oído. –No. Ya no. (Sollozo) -Para. (Gimoteo) Por favor. –Le suplicaba inútilmente.

Lo que en un inicio tanto aclamaba, ahora no le veía el fin. Solo quería que terminara aquella tortura. Renunciada, relajaba mi cuerpo, dejando que la marea y los fuertes brazos de mi padrastro me estrecharan a él, sintiendo con desgarrador sufrimiento como su engrandecida tranca me violaba más y más profundo, obligando a mi pequeña cavidad a dilatarse de sobremanera para darle cabida.

Y no podía más, estaba sufriendo como nunca. Cerré los ojos y me concentré en satisfacer a mi padrastro, a ese hombre que tanto deseaba, a ese macho que se aferraba a mi delgadez, embistiéndome con crueldad, duro y profundo a todo lo largo de su gruesa polla, cual no cabía, pero de alguna manera ensanchaba mi endeble partecita, abrazando su duro y ardiente miembro para abrirle paso hasta las profundidades de mi virgen cuerpecillo adolecente.

Así, hasta que finalmente estallaba su pene dentro de mí, penetrándome una última vez, todavía más rudo y más profundo, provocándome un dolor tal, que me hacía gritar a todo pulmón en su oreja izquierda, ahogándome con mi propia saliva, expresando sufrimiento en mi inocente rostro. Al mismo tiempo arrancándole un entrañable orgasmo al novio de mi madre, haciéndole explotar su gigantesco cañón dentro de mí, llenándome la almejita de toda su leche.

Solo hasta entonces, mi padrastro me sacó finalmente su brutal pene, asustado de ser descubierto por su amante, quien se despertaba de su letargo tumbada en la playa. Y por fin pude descansar. Mi pequeño culito dilatado y al extremo, se contraía de nuevo, secretando aún, una mezcla de líquidos, entre mis fluidos vaginales, la eyaculación de mi padrastro y una estremecedora nube de sangre que se esparcía y difuminaba por todo el ancho mar, tiñéndolo de rojo.

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Me encanta leer tus comentarios.

Quisiera saber qué más habrías hecho de ser aquel afortunado padrastro.

Cuéntame cómo fue tu primera vez.

Que tengas Felices Fantasías.

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