Hace años en mi pueblo paraba yo en una taberna para jugar la partida a las cartas con los amigos y tomar unos vinos, era la taberna del Rojo, así le llamaban al dueño porque era comunista. La taberna tenía los asientos hechos con troncos de eucalipto y las mesas con tablas sacadas de pinos, lo mismo que la barra. Era un sitio pequeño, no tendía más de diez metros de largo por seis de ancho y tenía una ventana que daba a la carretera.
El Rojo era hermano de mi esposa y era un bicharraco, muy alto, tan alto cómo feo, era feo de cojones, y de cara. Su mujer, Marta, era guapa, cómo guapa era la hija, Maricarmen, la apodaban la Larguirucha, porque medía un metro setenta y cinco. Maricarmen era morena, de ojos color avellana, tenía media melena y un tipazo. Vestía casi siempre pantalones vaqueros tan ceñidos que parecía que cualquier día su prieto culo los iba a reventar, y cuando llevaba camiseta, siempre, pero siempre, se le marcaban los pezones en ella, unos pezones que eran cómo garbanzos. No era de extrañar que la tienda siempre estuviera petada de hombres. El Rojo usaba a su hija cómo gancho, y ella se hinchaba cómo un pavo al ver cómo los hombres la miraban con lujuria, todos menos yo. Yo iba a lo mío y sí, la miraba al entrar, pero después me olvidaba de ella, incluso cuando iba a la barra a pedir un vino, se lo pedía a mi cuñada, ya que el Rojo se sentaba con los clientes a jugar la partida a las cartas.
Mi historia con Maricarmen empezó un día en que andaban en España con la campaña electoral de 1989. Llegué a taberna por la tarde para tomar un vino. La taberna estaba desierta, solo estaba Maricarmen, sentada detrás del mostrador. Mi cuñado y mi cuñada andaban de campaña.
Se levantó, y con una sonrisa en los labios, y sin yo pedirle nada, me puso un vino tinto. Eché mano al bolsillo para pagarle, y me dijo:
-Deja, hoy invito yo, tío.
De pie, delante del mostrador, mirándola a los ojos, le pregunté:
-¿Y eso?
-Me apetecía hacerlo. ¿Te puedo hacer una pregunta?
-Claro que sí.
-¿Por qué no me miras cómo me miran los otros hombres?
-Una porque estoy casado, y dos, porque eres mi sobrina.
-No hay lazos de sangre entre tú y yo.
-Cada uno es cómo es.
-¿No te gusto?
-No es cuestión de gustos, es cuestión de ética
-Entiendo. Si cambias de opinión el sábado voy a estar en la discoteca del Ramal.
-No sé bailar.
-Yo creo que sí, creo que tienes experiencia suficiente para ponerme a bailar.
Me tomé el vino antes de irme para coger mi Seat 1430 que tenía aparcado enfrente de la taberna, le dije:
-Eres una cabeza loca, Maricarmen.
-¿Vendrás?
-No.
Esto ocurrió en viernes, al día siguiente, a las once de la noche entré en la discoteca, costaba 1000 pesetas. Yo tenía derecho a una consumición y ellos a romperme la cabeza con el volumen de la música. Fui a la barra y pedí un cubata de ron. Aún no me lo había servido el barman cuando sentí una voz a mi espalda que me decía:
-Has venido.
Me giré y vi a Maricarmen. Vestía con unos pantalones vaqueros y una blusa blanca escotada que dejaba ver el comienzo de unas grandes tetas. Calzaba unos zapatos de tacón alto que aún la hacían más alta de lo que era, le dije:
-La tentación era muy grande. ¿Quieres tomar algo?
-No, acaba que nos vamos.
La muchacha tenía prisa. De dos tragos acabé el cubata y nos fuimos. En el auto, le pregunté:
-¿A dónde quieres que vayamos?
-Sorpréndeme.
Ya había hecho mis planes. Si las cosas salían cómo las pensara la llevaría a Xiabre, un monte que estaba a unos cinco kilómetros de allí. Encendí el coche para llevarla a un sitio del monte donde fuera a merendar varias veces con mi esposa. En él había un pequeño campo de hierba y un pequeño embalse.
Por el camino me fue metiendo mano. Sin llegar a quitar la polla del pantalón me la puso dura cómo una piedra.
Nada más parar el auto en el monte le metí un morreo que la dejé sin aliento. Sentí al besarla cómo temblaba ella y cómo le temblaban los labios. Estaba cómo asustada. Abrió la puerta del auto, y sonriendo con nerviosismo, me dijo:
-Bañémonos en el embalse.
Bajé del auto. Maricarmen se quitó la blusa y cómo no llevaba sujetador vi sus tetas grandes y redondas, con areolas casi negras y gordos pezones. Al quitar el pantalón y las bragas blancas con flores azules vi el bosque de vello negro que rodeaba su coño… Desnudos, nos metimos en el pequeño embalse por el lado que no cubría. Riendo, comenzó a chapotear en el agua para salpicarme. Me acerqué a ella con idea de follarla allí mismo. La besé de nuevo. Mi polla se metió entre sus piernas y rozó su coño calentito y mojado de jugos mientras la besaba, mejor dicho, mientras me besaba ella a mí bajando la cabeza, ya que era más alta que yo. Al rato le comí las tetas, unas tetas que estaban cómo mi polla, duras a no poder más. Maricarmen gemía. Estaba caliente, caliente es poco, estaba hirviendo. Cuando la quise penetrar se separó de mí, y me dijo:
-Sin meter, solo besos y caricias.
Sentí cantar al chotacabras mientras veía su cuerpo de ninfa bajo la luz de la luna. Si no podía follarla la saborearía. Me agaché y lamí su coño. Abrió las piernas y no tuve que hacer mucho… Con la lengua entrando y saliendo de su coño y lamiendo su clítoris, descargó una corrida espectacular. Caían sus jugos mucosos cómo en una pequeña cascada cae el agua. Sus piernas temblaban. Yo estaba cómo en un sueño, cuando me dijo:
-Lo siento, tío.
Al acabar de correrse, bajó la cabeza. Estaba avergonzada. Sin decir palabra echó a andar hacia el coche. Fui tras ella. Sentados en los asientos, abrí la guantera y saqué una botella de vino tinto y dos vasos.
Maricarmen, al ver que se me había bajado la polla, se sintió mal.
-Lo siento, debí decirte que quería jugar solo con besos y caricias.
Serví dos vasos, le di uno, y le dije:
-Tranquila. ¿Sabes hacer una mamada?
-No, nunca antes había estado con un hombre, pero me gustaría aprender a hacerla.
-Yo te enseño.
Bebimos los vinos. Salimos del auto, cogí una manta en el maletero y la eché sobre la hierba. Me eché boca arriba sobre ella, y le dije:
-Ven.
La polla la tenía baja. Se echó a mi lado.
-¿Qué hago?
-Cógela, métela en la boca y chupa.
Hizo lo que le dije y al ratito la polla estaba tiesa. Solo podía meter en la boca la mitad. Le dije:
-Lame mis pelotas, aprieta la polla y mueve las manos de arriba a abajo y de abajo a arriba.
Aprendía rápido y le estaba gustando, ya que al salir aguadilla del meato gemía cómo si se la estuviera comiendo a ella. Poco después, le dije:
-Mete la polla entre tus tetas y fóllamela con ellas.
Maricarmen se sentó sobre mí y después me hizo la cubana más dulce de mi vida, no porque la supiera hacer sino porque su coño mojado sobre una de mis piernas se movía al compás que yo le marcaba con mi polla aprisionada entre sus tetas. Acabó soltando las tetas y derrumbándose sobre mí mientras su coño volvía a desbordar, esta vez sobre mi pierna izquierda. Volvió a decir, esta vez a mi oído:
-Lo siento.
Al acabar de correrse, me dijo:
-Métame la puntita, tío.
Tampoco quería que lo hiciera a contra gusto. Le pregunté:
-¿Estás segura?
-Sí, tío, aunque después me arrepienta.
Siempre fui un goloso respecto a las corridas de las mujeres, y si eran copiosas cómo las de mi sobrina me volvían loco, por eso le dije:
-Antes me gustaría volver a beber de ti. ¿Quieres correrte en mi boca de nuevo?
-Sí, tío, me encantaría.
Le di la vuelta y le volví a comer el coño. Mi sobrina, fuera por la novedad, o por lo que fuera, en nada se volvió a venir. Esta vez, sí dijo:
-¡¡Me corro!!
Al acabar la dejé descansar. Ya sabía que me dejaba meter y me lo tomé con calma. Fui al coche y cogí la botella de vino, sin vasos ni hostias. Me senté sobre la toalla y a morro le mandé un trago. Se la ofrecí y le mando otro trago bastante generoso. Puso la botella sobre la hierba y me preguntó:
-¿Qué te parezco cómo mujer?
-De lo más sexy, si no lo más sexy que me he encontrado.
Se le dibujó una sonrisa en los labios.
-¡¿De verdad?!
-Tan cierto como que hay día y noche.
La besé y le comí las tetas, bien comidas, tan bien comidas que cuando dejé de comérselas tenía los pezones que parecían pitones.
Al meterle la cabeza de la polla en el coño se quejó:
-¡Ay! Me duele.
La saqué y le lamí por vez primera el periné y el coño. Sin decirle nada se dio la vuelta y se puso a cuatro patas.
Le lamí y le follé el ojete con la punta de la lengua. Volvieron los gemidos, y las ganas de ser penetrada.
-Métela un poquito.
Le volví a meter la cabeza. Ya no le dolió tanto. La saqué y jugué con la cabeza de mi polla en la entrada de su ojete. Me sorprendió al decirme:
-Métemela un poquito en el culo.
Le metí la cabeza y le volvió a doler.
-¡Ay! Saca, saca.
Se la saqué. Le comí el coño y el culo. La puse perra, perra, perra. Tanto como para decirme:
-¡Métemela donde quieras, pero métemela!
Le metí la cabeza en el coño, se la quité y se la metí en el culo. Después se la metí en el coño hasta la mitad. Entraba apretadísima, pero ya no se quejaba. Acabé por clavársela hasta el fondo. Gemía, pero sus gemidos no eran de pre orgasmo. Dejé de acariciar sus nalgas y de coger sus caderas y llevé mis manos a sus tetas. Me volvió a sorprender.
-Sácala y métemela en el culo.
-¿Hasta el fondo?
-Hasta el fondo.
Apretando sus tetas se la fui clavando en el culo. No sé si le dolía o no, lo que sé es que después de llegar al fondo, en el momento que empecé a sacársela le comenzaron a temblar las piernas y de su coño volvió a salir una pequeña cascada de jugos mucosos. Había tenido un orgasmo anal. No acabara de correrse y se la clavé en el coño… Le acabó un orgasmo y le comenzó otro, y otra vez a desbordar. No pude aguantar más, la saqué, le di la vuelta y se la metí en la boca. Maricarmen, temblando se fue tragando mi leche pastosa y calentita.
Ahí tuve que descansar yo. Pero había despertado el monstruo sexual que llevaba dentro mi sobrina… Hasta las dos de la madrugada se corrió tantas veces que la última vez que se corrió casi no soltó jugos. La había dejado seca.
No se arrepintió de haber follado conmigo. De hecho repitió varias veces, incluso después de echar novio y después de casada.
Quique.