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Me cogí al esposo evangélico de mi amiga Tatiana
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Tiempo de lectura: 4 minutos

Conocí a Tatiana al ingresar a la universidad. Era una chica evangélica. Desde el primer instante nos dimos cuenta que era distinta. Faldas largas, sandalias, blusas. Era muy alta y muy guapa, pero siempre conservadora en su vestir, hablar y proceder. Las primeras semanas hubo un cierto distanciamiento entre el grupo y ella, pero con el tiempo nos conocimos mejor y nos hicimos todas buenas amigas.

Al principio no participaba de nuestras actividades. Pero con el tiempo empezó a acompañarnos. No bebía, no bailaba, pero estaba con nosotras y se divertía mucho. Los chicos aprendieron a aceptar su forma distinta de ser y al final, a pesar de sus peculiaridades, era una más del grupo.

Al terminar la universidad mantuvimos el contacto en Lima. Nos reuníamos una vez al mes o algo así. Luego se fue a vivir a Estados Unidos y le perdí un poco el rastro. Volvió casada. Con un gringo, George. Nos lo presentó en una reunión y, para ser sincera, todas la envidiamos. Que hombre para delicioso. De su misma religión. Agricultor. Por las fotos que nos enseñaban, vivían en una enorme casa de campo. Venía cada año al Perú a visitar a sus padres y hermanos. Mientras estaba acá nos reuníamos. Algunas veces con esposos y novios, otras solo salidas de chicas.

El Facebook hizo todo más fácil y el contacto se hizo fluido. En algún momento su esposo me envió una invitación y acepté. Por tiempo sólo me enviaba saludos por mi cumpleaños o me felicitaba por alguna publicación de mis logros o cualquier cosa que le resultara interesante.

Poco a poco fuimos tomando más confianza e intercambiábamos mensajes con más frecuencia. Nos hicimos amigos y la familiaridad se hizo mayor.

De pronto dejó de escribirme. No le di importancia. Pero como un mes después le escribí y le pregunté como estaba, si todo estaba bien.

Se soltó completamente. Creo necesitaba alguien con quien hablar. Me dijo que Tatiana lo había engañado. Que ya la había perdonado, pero que aún le dolía.

Me sorprendí muchísimo. No me imaginaba a Tatiana, tan conservadora, tan religiosa, tan seria y formal, engañando a su esposo.

Le dije que, si la había perdonado, para adelante y que olvide todo. Fueron semanas en las que fui su paño de lágrimas. Hasta me compartió fotos del “amante” de su esposa. Un tipo que me parecía muy feo. Sin gracia. Gringo también, pero de los gordos y maltrechos. Nada que ver con George, que era realmente lindo, absolutamente lindo.

Pasaron los meses y todo se tranquilizó. Me dijo que había perdonado y olvidado y dejamos de hablar del tema. Cuando les tocó venir a Perú me preguntó si un día podíamos salir a almorzar o tomar un café. Que quería agradecerme toda la buena vibra en sus días más difíciles. Le dije que por supuesto.

Estando ya por venir me pidió si podíamos salir sin que Tatiana supiera. Ella no sabía que yo había sido su confidente y paño de lágrimas. Me pareció razonable. Llegaron a Lima y, antes de verme con ella, salí a almorzar con George. El puso como pretexto que almorzaría con amigos misioneros de su iglesia (que era la misma que Tatiana) y yo simplemente salí. Justo Alonso estaba en un viaje de trabajo y todo en orden.

Fuimos a un restaurante en San Miguel. Algo lejos. No se como él había conseguido el dato. Estuvo todo rico y durante el almuerzo no podía dejar de pensar como Tatiana había podido engañar a un hombre tan encantador y lindo. Sobre todo, con el feo y gordo de las fotos.

Hacia el final del almuerzo, sentí que George se iba poniendo nervioso. Noté su incomodidad. Le pregunté que le pasaba. Me dijo que Tatiana había vuelto con su amante. Le repregunté sobre como sabía eso. Sacó su celular y me mostró fotos de Tatiana cogiendo con el tipo de las fotos que había visto antes. Fotos absolutamente explícitas, ella en perrito, ella chupando, fotos de ella cogiendo por el culo. Entre lágrimas me dijo que ella y él llegaron vírgenes al matrimonio.

Le pregunté como las había obtenido y me dijo que había hackeado el teléfono de Tatiana. En esas circunstancias no me pareció algo fuera de lo normal. Supongo hasta algo de derecho tenía. Estaba destrozado. Se puso a llorar en el restaurante. El momento se volvió incómodo. Le dije que mejor vayamos a seguir conversando a otro lado.

Salimos y el no podía parar de llorar. Pensé llevarlo a mi departamento, pero deseché la idea. Con su más de 190 cm era un ingreso absolutamente escandaloso al edificio y seguro seguido de habladurías de los vecinos. Caminamos unas cuadras y no paraba de llorar. Pasamos junto a un hostal y le pregunté si quería tomar una habitación para estar a solas y en calma.

Aceptó. Pero estaba tan perturbado que fui yo quien pago. Supongo el recepcionista pensó que era una pepera que había drogado a un turista y que le iba a robar. O una puta con un cliente extranjero. Sea lo que sea, pague y entramos a la habitación.

Me senté en la cama, apoyada en el respaldar. Él se sentó en una silla que había al lado. Seguía llorando. Me dijo que la amaba, que sin ella no podía vivir. Pero que no sabía que hacer. Me siguió enseñando fotos, de todo calibre. Me sorprendió ver a mi recatada amiga siendo tan puta.

Finalmente le pregunté el porque el creía que ella hacía eso. Me dijo que lo habían hablado. Que ella nunca gozaba con él. Que ella le había confesado que veía pornografía en internet y se masturbaba. Luego había conocido a su amante por un chat.

Le dije que era un hombre demasiado lindo. Que como ella no podía gozar con él. Que cualquier mujer estaría feliz y dichosa con él en la cama. Me miró y me dijo que eso no era cierto. Que le mentía para que no siguiera apenado.

El momento me empezó a ser caliente. Estaba en un hotel, con el demasiado guapo esposo de mi amiga. Él llorando por ella y yo allí consolándolo. Le dije que a mi me parecía un hombre muy atractivo. Le pedí que se siente a mi lado. Se levantó de la silla. Se sacó los zapatos y se sentó a mi lado en la cama. Seguía sollozando.

Decidí que era mi momento y le cogí el pene sobre el jean. Me miró sorprendido y le dije que cualquier mujer sería feliz con él en la cama. Sentí como se iba erectando. Le desabroché el jean, le bajé el cierre. Saqué su pene del boxer y encontré lo que esperaba, un enorme pene americano.

Se lo chupe hasta sentir que estaba completamente duro. Le pedí que se desvista. Me obedeció. Se puso boca arriba y lo cabalgué. No se movió. Me miraba hasta con miedo. No atinaba a nada. Lo cabalgué hasta mi primer orgasmo. Por la cara que puso, me resultó obvio que nunca había visto un orgasmo femenino, al menos, no con él. Decidí seguir disfrutándolo.

Me puse en perrito y le instruí como ponerse detrás de mi. Lo empecé a gozar como una puta. Él se movía en una forma absolutamente sosa. Pero yo igual gozaba con su tamaño y con el morbo de que era el esposo de mi amiga. Llegué. Le pedí que me la metiera por el culo. Me respondió que eso no se hacía.

Le dije “cógeme por el culo gringo cornudo”. Eso lo motivó y lo hizo. Violento. Sin saber cómo. Sin tino ni talento ni arte. Pero lo gocé. Tuve un tercer orgasmo anal y él se vino conmigo. Al terminar se puso a llorar de nuevo.

Le pedí que nos vistamos. Lo hicimos. Nos fuimos. Entendí porque Tatiana buscaba fuera lo que no encontraba en casa.

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