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Mi amiga y yo follamos con un madurito por dinero

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Paseando por las calles de Ibiza, mi amiga Alicia, de 26 años, y yo, de 22, compramos unos vestidos escandalosos. Vestidas con ellos, nos sentamos en una terraza y allí convencemos a un madurito para follar con las dos a cambio de dinero.

Hace diez días cumplí 22 años. Mi primo Nacho dijo que me haría un regalo muy especial. Me lo dio en extrañas circunstancias, a fin de cuentas, un intercambio de parejas. Mi primo y yo no somos pareja al uso, pero mantenemos relaciones sexuales desde hace un mes. Leo de 42 años y Alicia de 26 formaban la otra pareja. Pese a la diferencia de edad entre ambos, son un matrimonio feliz y liberal, que tanto se lleva hoy en día. Quedamos todos tan felices, que Leo y Alicia nos invitaron a pasar con ellos una semana en Ibiza, a bordo de un impresionante yate que poseen.

Llegamos a la capital ibicenca el día 1 de agosto. Lo más interesante ocurrió ayer, día 3.

Por la mañana, mientras ellos tomaban el sol en cubierta, Alicia vino a despertarme a mi camarote. Soy así de perezosa, siempre la última en levantarme. Entre que anoche lo pasamos de miedo los cuatro, o me quedé con ganas de hacer algo contigo, terminamos enrollándonos en mi cama. Fue mi primera experiencia lésbica; una de tantas para la impetuosa Alicia.

Las dos quedamos con una sonrisa de oreja a oreja y decidimos compartir nuestra alegría con el mundo. Leo nos llevó a puerto en la zodiac y regresó al barco. Nosotras paseamos por las zonas más concurridas. Al pasar delante de una conocida cadena de tiendas de moda, quedamos prendadas de un conjunto expuesto en el escaparate. Alicia propuso entrar y probar a ver cómo nos quedaba.

—Es como si lo hubieran diseñado para usted —dijo la dependienta a Alicia cuando se lo vio puesto en los probadores.

—¿Solo tienen este modelo? —preguntó Alicia.

—Hay otro igual, solo que cambia la combinación de colores —respondió la empleada.

Mi amiga se empeñó en que yo me probara el otro. Luego, al vernos juntas en el espejo, insistió en que los compráramos, argumentando que levantaríamos pasiones allá donde fuéramos. Ella vestía el modelo igual al del escaparate, minifalda blanca y un top granate que poco dejaba a la imaginación. El mío igual, pero con top blanco y minifalda granate.

—Yo no me lo puedo permitir —dije cuando vi el precio en las etiquetas.

—No te preocupes por eso, mi dulce Sandra, porque yo los pago —respondió Alicia—. Son solo para hoy. Mañana los devuelvo y me gasto el doble en algo que realmente me sea útil en el día a día. Cuando vean la tarjeta con la que pagaré, no pondrán objeciones.

Alicia y su marido no son multimillonarios, pero viven en Marbella y se ganan muy bien la vida. Él es dueño de una franquicia inmobiliaria que opera, principalmente, en la Costa del Sol. Su principal activo son las casas y mansiones de lujo. Ella tiene parte del negocio como esposa, pero, además, se gana buenas comisiones como vendedora.

Cuando Alicia pagaba en la caja, nos leyeron los códigos con la ropa puesta, porque se empeñó en que saliéramos así vestidas. No obstante, y dejando a un lado el ustedes, la empleada nos hizo una advertencia.

—Debéis tener mucho cuidado con la minifalda, porque es de estilo patinadora muy cortita. Más que nada porque, si subís escaleras o con la más mínima ráfaga de viento, se os verá todo.

—Esto no es problema —dijo Alicia—. Llevando tanga, enseñaremos el culo en todo su esplendor, y para eso lo tenemos de escándalo, para escandalizar —añadió con tono pícaro.

La empleada sonrió, dando la razón a mi amiga tras darnos un repaso visual.

—Si miras hacia atrás —me dijo Alicia—, verás como nos mira. Esta, fijo que es lesbiana.

Giré la cabeza cuando salíamos cogidas de la mano por la puerta, y efectivamente era así. Ella debió pensar lo mismo de nosotras.

Paseando de la mano por la calle, en dirección al paseo de la playa, la gente se giraba al cruzarse con nosotras, especialmente varones de todas las edades. Pensé que no se debía a la ropa en sí, sino al contraste.

En la playa nos sentamos en una terraza repleta de gente joven, con un alto porcentaje de féminas con cuerpos esculturales. Pedimos un Martini blanco con mucho hielo para cada una y Alicia me sorprendió.

—Este es un buen sitio para lo que buscamos —afirmó mientras tomaba un buen trago.

Antes de que yo preguntara, porque no buscaba nada concreto, ella desvió la atención.

—¿Te gusta aquel tipo? —Señaló a un hombre cercano a los cincuenta años con pinta de extranjero.

—De cara está bien. De cuerpo, un poco fondón, pero tiene un apaño —respondí recorriendo su anatomía con los ojos.

Alicia quedó pensativa, haciendo lo mismo que yo.

—¿Quieres que nos lo follemos entre las dos? —preguntó con una expresión maliciosa que me dio miedo.

—Está bueno, a pesar de la edad, pero tanto como para eso, no sé yo —respondí echa un manojo de nervios.

Alicia, que no precisaba más información por mi parte, se levantó y fue a sentarse con él. Hablaron animadamente durante unos diez minutos. Ella más que él, tomándose ciertas libertades propias de una fulana. La última me dejó boquiabierta, cuando le puso la mano en el paquete, justo antes de levantase y volver conmigo. La interrogué al respecto cuando estuvo sentada a mi lado y ella, con todo el descaro del mundo, respondió:

—Es alemán en viaje de negocios y se aloja en un hotel cercano. Tengo un alto nivel de inglés y así nos hemos entendido. Está casado y tiene 52 años. Le he dicho que nos parece muy atractivo y que nos gustaría follar las dos con él.

—Se te ha ido la cabeza, Alicia. Definitivamente se te ha ido —dije sin dar crédito a lo que escuchaba—. Pero, ya que estamos, ¿qué te ha dicho?

Es cierto que estaba perpleja, pero me corroía la curiosidad.

—Este es de los fáciles —respondió—, porque se sienta aquí para fantasear con las jovencitas, sabiendo que no tiene posibilidades. Aun así, me ha costado convencerle de que era cierto. Le he asegurado que no somos putas, pero que nos gusta follar con maduros por dinero; más que nada como una forma demostrar hasta qué punto le motivamos.

Yo jugaba al doble juego de sentirme sorprendida y curiosa después. Así le pregunté:

—¿Cuál ha sido su respuesta?

—Me ha ofrecido 50 euros por hacerlo conmigo, más que nada por economizar —manifestó Alicia—. Yo he dicho que no me vendo tan barata, que cualquier profesional le cobraría menos, pero pendiente de terminar lo antes posible. Por el contrario, nosotras somos dos, somos más jovencitas, estamos más ricas y le daremos la mejor experiencia de su vida, sin límite de tiempo y por donde quiera. Teniendo esto en cuenta, he fijado el precio en 300 euros por las dos. Ha respondido que era demasiado. Yo he replicado que esperaremos quince minutos antes de buscarnos a otro más dispuesto. Que, si es capaz de pagar la misma cantidad por día, solo por dormir en el hotel, que debe rondar este precio, follando con nosotras tendrá motivos para dormir feliz una buena temporada. Finalmente, le advertido que, pasados diez minutos, el precio sube a 400 euros. Han pasado apenas cinco minutos, y podemos darle un aliciente.

Sin esperarlo, Alicia me cogió por la nuca, me acercó a ella y, a mitad de camino, me comió la boca al tiempo que me sobaba el muslo, apartándome la minifalda lo justo para mostrarlo entero y buena parte del culo. Apenas nos separamos, ahuecó el top y se sopló los pechos, simulando que los tenía acalorados. El pobre germano no tardó en reclamarla con el dedo índice.

Nuevamente volvieron a charlar un ratito y regresó.

—Acepta con las dos por 300 euros —concretó Alicia—. Yo lo hubiese hecho gratis si no aceptaba. El caso es que tengo el nombre del hotel y número de habitación. Solo debemos seguirlo, entrar separados y subir a la cuarta planta.

—Definitivamente, algo no te funciona en el cerebro —le dije mientras caminábamos por la calle, sin asimilar del todo la situación, pero tan decidida como ella.

—No es la primera vez que hago esto —confesó como si tal cosa—. Me motiva presionar a este tipo de hombres, pero mucho más contárselo a mi marido. No veas el polvo que me echa mientras le doy todo tipo de detalles.

Me sorprendió que tuvieran una relación tan abierta; sin embargo, confesó que se casaron precisamente por esto, y que el otro era igual de golfo. Eso sí, siempre fuera de su ambiente habitual, por aquello de dar una buena imagen.

En la puerta de la habitación, llamamos y el tipo nos abrió al instante, con el rostro visiblemente feliz. Alicia puso la mano y esperó hasta que el otro depositó los billetes en ella. Entonces entramos.

—Yo no domino el inglés como tú —dije hecha un manojo de nervios a mi amiga—. Te pido que me traduzcas todo, por si algo se me pasa por alto.

—No te preocupes, mi adorada Sandra —respondió antes de darme un piquito—, porque este es de los que follan mucho y hablan poco. En todo caso, alguna que otra orden o sugerencias sobre lo que prefiere. Lo mejor de todo es que, al estar en un hotel, jamás se propasaría por miedo al escándalo.

Ya no me quedaba la menor duda de que Alicia era una mujer inteligente y calculadora. Entonces nos desnudamos, para que el hombre viera que el material merecía el precio pagado. Luego mi amiga le tomó de la mano y le llevó al cuarto de baño para que se duchara, haciéndome un gesto para que les siguiera. Yo lo hice primero y ellos juntos a continuación. Alicia regresó conmigo cinco minutos después.

—El pájaro ya está listo para darnos gusto —dijo sonriendo maliciosamente—. Con la ducha le ha bajado la erección, pero se la he chupado después de secarse y le he puesto un condón. Ahora la tiene más dura que el hormigón. Pero, debes saber que tú serás la primera. Para motivarlo, yo no sirvo porque sabe de primera mano que soy una golfa, le he dicho que eres tímida y debe sorprenderte. Por esto vendrá en un par de minutos, el tiempo justo para echarme en la cama y tú, poniéndote de espaldas al aseo, arrodillada y con el culo en alto, me comas el coño.

Me sentí objeto de experimentación, pero una tenía que ser la primera y acepté porque me percibía muy motivada.

Alicia se tumbó con las piernas abiertas y yo en la postura sugerida, justo en el borde de la cama. Mientras le comía el coño e introducía un par de dedos en él, sin prestar atención a nada más, supe que el alemán estaba detrás de mí cuando, abriéndose camino en mi coño, me penetró lentamente. Instintivamente, dejé de lamer, alcé el rostro y miré a mi amiga, con la boca y los ojos bien abiertos, al tiempo que lanzaba un gritito de asombro.

—No me digas que has podido meterte su polla en la boca —dije alucinada por el tamaño que debía tener lo que me follaba.

—Caída no parece tanto, pero erecta, es de las más gruesas que he visto —afirmó Alicia, sonriendo porque mis gemidos eran auténticos.

—Imagino que tendrás lubricante en el bolso —apunté con la voz quebrada—, porque no quiero imaginar cuando nos la meta por el culo.

Alicia soltó un par de carcajadas, afirmando con la cabeza.

—Pero tú sigue chupando —propuso alzando las piernas abiertas—, porque se hace mejor cuando te follan.

Así estuvimos unos cinco minutos, hasta que Alicia indicó al hombre que saliera de mí, para que nosotras intercambiáramos posiciones. El propósito principal, aparte de que ella disfrutara también, consistía en que el otro no se entusiasmara, y nos durase el mayor tiempo posible con breves y continuas interrupciones.

Entonces vi la polla morcillona y rápidamente me coloqué en la cama, igual que lo había estado ella, ansiosa por ver su rostro cuando le atravesaran el coño. Fue un espectáculo verla mover el culo, al tiempo que me daba una comida de lujo, interrumpida cada vez que ella, alzando la cabeza, le suplicaba que la follara más. El alemán, por su parte, apoyado con las manos en las nalgas de Alicia, bramaba como un toro cada vez que la penetraba una y otra vez. Entonces entendí que ella los prefiere casados y maduritos, porque sus esposas no les permiten ciertas perversiones.

—Tenemos que darle un descansito, no sea que perdamos al paciente —dijo Alicia bromeando—. Nos podemos colocar como estoy yo, demorándonos lo necesario, para que alterne entre las dos.

Ella propuso la idea al hombre y aceptó encantado.

Las dos nos colocamos juntas a cuatro, con las rodillas en el borde y los muslos semiabiertos, contorneándonos y gimiendo como dos verdaderas guarras. Yo fui la primera en recibirle, después de que me lamiera el coño varias veces. Le tomé la polla con la mano, forzando el brazo hacia atrás, pasé el capullo por toda la raja un par de veces, lo puse en la entrada y reculé para ensartármela yo misma.

—Vamos, campeón, fóllame —le dije en inglés. Esto era fácil para mí.

Retiré la mano, comenzó a penetrarme y mis gemidos de gusto no tardaron. Yo reculaba al tiempo que él embestía, subiendo y bajando levemente el culo, una y otra vez hasta que me vino el orgasmo, antes de lo que es habitual en mí.

Alicia repitió mi gesto cuando fue su turno. Propuso dirigirle la polla cada vez que nos tocara, como un modo extra de frenar el ímpetu del madurito. De este modo seguía en forma después de cinco rondas en unos diez minutos.

Nuevamente volvieron a hablar en inglés. No lo entendí todo, pero Alicia rellenó mis lagunas.

—Quiere que yo me ponga en la postura del misionero y tú a cuatro por encima de mí. Entiendo que pretende follarnos por turnos teniéndonos bien a tiro.

Yo quedé abierta de piernas con el culo en el borde de la cama. Entonces, sin esperar a que ella se colocara encima de mí, el tipo me la metió de un empujón y comenzó a follarme con energía. Alicia se sentó a horcajadas sobre mi vientre, mientras el otro me jodía bien jodida, no más de un minuto. Hizo lo mismo con ella, que arqueaba la espalda y me ponía los pezones para que se los chupara y mordiese.

—No veo la hora de contarle esto a mi maridito esta noche —dijo Alicia fuera de sí.

—Eres una auténtica zorra —añadí cuando me vi de nuevo atravesada por la polla morcillona—. Me obligas a contárselo a Nacho, porque Leo no se lo callará.

En un momento dado, Alicia introdujo la mano entre su vientre y el mío y comenzó a masturbarse. Entonces rogó al otro que se la metiera. Él obedeció al instante.

Después de un ratito dándose y recibiendo placer, continuó la conversación.

—Mejor que sea así, mi tierna putilla. Ya verás lo satisfechas que nos dejan, porque con este no tendré suficiente porrrr hoy —añadió cuando se corría y juraba en arameo.

—Imagino la escena —dije y besé sus labios para celebrar su orgasmo.

—Quiero otro —exigió Alicia como una niña caprichosa—. Ahora que estoy exhausta, el ano se relaja y entrará mejor la polla. No tardaré mucho cuando me dé por el culo.

Alicia y el germano conversaron por enésima vez y el otro acató encantado.

—Voy a ponerme igual que tú —propuso ella—. De este modo, podremos masturbarnos para que venga lo antes posible cuando nos encule.

Antes de hacerlo, tomó el botecito de lubricante anal, me puso una buena cantidad en el ano y luego en el suyo.

El tipo comenzó a clavármela muy despacio, tal y como Alicia le había advertido. Emití varios gritos antes de tenerla a medio camino. Luego fue menos doloroso mientras entraba y salía muy despacio. Masturbando el clítoris llegó el placer y le pedí que acelerase. Me estuvo dando de lo lindo unos minutos, hasta que me corrí y vencida relajé el cuerpo.

El tipo la sacó y se dispuso a entrar en ella. Ya estaba a punto debido a que se había estado masturbando mientras me sodomizaban.

—¿No te duele? —pregunté perpleja a mi amiga, porque no mostraba signos o quejas de dolor cuando se la metía.

—No es la primera de este tipo —respondió—. Hace un año me dio por el culo un negro en París, y era más gorda. Entonces, sí me dolió de lo lindo y creo que mi ano se quedó con el molde.

Mientras yo trataba de imaginar cómo sería la descomunal polla del francés, Alicia gritó de gusto en el momento de correrse. El madurito prosiguió un par de minutos más. Entonces habló entre bufidos y ella le respondió.

—Dice que quiere correrse en mi recto —Alicia confirmó lo que yo creí entender—. Le he dicho que no, pero tiene tantas ganas de algo extraordinario, que acepta terminar en la boca por 100 euros más.

Solté varias carcajadas, alucinada con sus ocurrencias, pensando que debería dirigir el sindicato de putas y fijar los precios. A falta de esto, propuso otra idea.

—Haremos una cosa, Sandra. Yo recibo la leche en la boca, pero no pienso tragarla como quiere él. Cuando termine, se la limpio con la lengua. Luego tú la coges y la chupas, ya limpia, mientras que yo aprovecho el despiste para escupir en la sábana y restregarlo. Como es blanca, igual que el semen, ya estaremos lejos cuando se dé cuenta.

El alemán soltó otros dos billetes de 50 euros, sin tiempo que perder mientras se masturbaba, Alicia engulló la polla y el tipo terminó dentro de la boca. Luego actuamos como ella había previsto.

Finalmente, nos vestimos apresuradamente, alegando que llegábamos tarde a una cita, y nos fuimos, dejando al madurito tumbado en la cama la mar de contento.

La penúltima sorpresa, porque Alicia me daría otra por la noche, vino cuando, caminando por la calle, sacó del bolso los 400 euros y me los entregó.

—¿Quieres que yo los guarde? —pregunté.

—Son todos para ti —respondió.

—No puedo aceptarlo —repuse—. Lo justo sería repartirlos.

—No quiero que lo tomes como una ofensa, querida amiga, pero a ti te hace más falta que a mí. —Tapó mi boca con la mano antes de que yo protestara. Así continuó con su argumentación—. Sé por Nacho que has dejado el trabajo de verano por venir a este viaje. Puede que tengas otras razones; sin embargo, me emocionó que nos tuvieras en cuenta, porque en pocos días te he tomado mucho cariño y presiento que seremos buenas amigas. Ahora, voy a quitarte la mano, y te suplico que no digas nada y lo guardes, porque lo hago con el corazón. No dije nada, pero se lo agradecí con un morreo, abrazadas en mitad de la calle y delante de cuantas personas había cerca. Obviamente, esto no es nada del otro mundo en una ciudad como Ibiza.

Lo mejor del día llegó después de cenar en el yate. Leo había dado permiso a los dos tripulantes hasta las tres de la madrugada y estábamos los cuatro solos. Entonces, demostrando que Alicia es la reina entre las zorras, tomó su teléfono, lo conectó inalámbricamente al televisor y reprodujo un vídeo donde se veía todo lo que hicimos con el maduro.

—Ponlo en pausa, Alicia, porque no lo entiendo —le ordené, ella obedeció y yo pregunté con cara de idiota—. ¿Cómo coño has hecho para grabarlo?

Ella reía a carcajadas. Respondió, orgullosa por su hazaña, cuando dejó de reír.

—No te has dado cuenta, mi dulce y adorada Sandra. Ibas tan caliente y nerviosa al entrar en la habitación, que no te has fijado en que yo llevaba gafas puestas. Las he dejado en el mueble, junto al bolso, apenas hemos entrado. Pues bien, son unas gafas que tienen camuflada una cámara diminuta y graban cuando pulso un botoncito. Los vídeos son de pocos minutos, uno detrás de otro, y los he editado para que se reproduzcan seguidos.

Nos mostró las gafas a mi primo y a mí, —Leo ya sabía de su existencia—, y todos reímos a gusto. Comenzó la reproducción desde el principio y pasamos un rato entretenidos. Luego nos dimos un festín sexual entre los cuatro en el camarote tipo suite, donde duermen Leo y Alicia, antes del regreso de los dos tripulantes.

Procuro no imaginar las locuras con que me sorprenda este demonio, llamado Alicia, en días sucesivos.

Fin

(9,57)