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Mi cuñada en navidad

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Les voy a contar como por fin pude cumplir mi fantasía. Desde los 18 me casé y les juro que amo a mi esposa Rocío. Tenemos la misma edad, novios desde la secundaria, ahora con 35 años de edad. Pero al paso de los años tuve que ver como su hermana Marcela crecía, se desarrollaba y se volvía para mí una obsesión.

Toda la familia de mi esposa es delgada, pero nalgonas. Por eso me casé, no podía dejar de saborear las caderas de Rocío, una locura como debajo de esa cintura ajustada vivían ese par de nalgas. Pero lo de Marcela fue diferente. Ambas son castañas y con una cara hermosa, labios gruesos y pechos pequeños, pero las nalgas de Marcela crecieron mucho más y al paso de los años se pusieron más redondas. Por una ruptura amorosa ahora ella vive con nosotros en la capital, sigue trabajando de secretaria así que usa ropa ajustada, pantalones y vestidos que lucen espectaculares con su cuerpo. Así que como salíamos a la misma hora al trabajo, yo salía detrás de ella en un largo pasillo con un par de escaleras para admirar el movimiento de sus nalgas, luego llegaron los benditos teléfonos inteligentes, así pude grabar casi a diario cada atuendo ajustado a ese culote.

—tu siempre viendo el teléfono -me decía, no sé si sospechaba.

—un ratito antes de trabajar no hace daño

—te vas a freír el cerebro –lo que me exprimía era la verga en el baño del trabajo, miraba sus videos para masturbarme y los eliminaba antes de llegar a casa.

Muchos me decían que si no me daban ganas de tocar esas nalgotas, obvio si, pero como les digo a todos. Amo a mi esposa. Algunas veces hasta cerré los ojos mientras tenía sexo con Roció e imaginaba que era su hermana. Así estuve durante meses. Hasta la noche previa a navidad.

Marcela tuvo la cena navideña en su trabajo, así que llegó un poco pasada de copas y muy contenta, tanto que no paro hasta que Roció aceptó tomarse unas copas con ella.

—vamos, tú nunca quieres tomar -le decía haciendo pucheros de niña.

—Mañana tengo que preparar la cena, vienen mis papás acuérdate

—solo una -le decía con insistencia

—Bueno… pero una y ya me dejas en paz

Para no interrumpir me metí a mi habitación a ver una película, escuchaba como reían como locas, al final me quedé dormido y ya de madrugada noté que mi esposa no estaba en la cama, salí y vi a ambas tiradas sobre los sillones, tres botellas de vino vacías y una más de tequila. Cargué a Rocío hasta la cama y regresé a la sala para hacer lo mismo con mi cuñada, pero me detuve en seco apenas estuve frente a ella. La belleza de 30 años que en mi mente saboreaba estaba tendida sobre el sillón con esos leggins que parecía reventarían con ese culo, moví una de sus piernas para ver si despertaba, pero no fue así, aunque ahora estaba con las piernas un poco separada y podía ver como su ropa interior se metía entre su panochita. Tal vez por instinto o para frenar los miles de pensamientos que tenía en la cabeza devolví su pierna al sillón, pero ahora con el movimiento se bajó un poco su pantalón y pude ver el encaje de esa tanga rosa pastel asomarse, mi verga estaba echa piedra, podía escuchar mi propia respiración y mi corazón martillaba a mil por hora.

Por fin tuve el valor de poner mi mano sobre sus nalgas, sentía la suavidad de ese culo y como esa tanga se perdía entre sus nalgas, me arrodillé para ver mejor sus tetas y podía sentir su aliento en mi mejilla, voltee y quede a centímetros de sus labios, pude haberla besado, pero preferí otra cosa.

Me levante, baje el cierre y acerque mi verga a la misma distancia, la recargué un poco con los nervios a tope y pude ver la punta rozar sus labios rojos, no pensé que se pudiera poner más dura pero así fue en cuanto sentí el aliento chocar con la cabeza de mi verga, la acomode un poco y pude hacer que entrara, su saliva mojo mi verga y ella respingó, solo se giró, con el movimiento bajo más su pantalón y ahora pude ver sus nalgas desnudas.

Bajé con suavidad su pantalón, si se despertaba no sabría qué hacer, aun así, seguí hasta que pude ver y oler su sexo. Detrás de ese pedazo de tanga estaban las arrugas de su ano y debajo veía como sus labios humedecían la tela. Pegué más nariz y me llené de su aroma. Luego con la yema de mis dedos rose un poco, me acomode y coloque mi verga sobre su panochita, sol quería sentir ese calor. Pero en cuanto logre colocarla resbaló y empuje hay estar bien dentro de ella.

Ahí en la obscuridad y en silencio, permanecí inmóvil esperando alguna reacción que no llegó y comencé a menearme entrando y saliendo suavemente de Marcela que roncaba sin parar, mi verga estaba envuelta en su humedad y no resistiría demasiado, tampoco podía terminar dentro de ella, todo eso pasasen mi cabeza mientras seguí cogiéndola de lo más rico, en cuanto sentí que no podía más saqué mi verga y vi mi semen chocar en sus enormes nalgas y escurrir sobre ellas.

Exprimí lo más que pude mi verga y luego con mi camiseta l limpie un poco, me levante y puse mi verga aún con restos de semen sobre sus labios dejando una gota sobre ellos. Fui al baño por toallas húmedas para terminar de limpiar su culo, pero en cuanto salí noté que ya no estaba ahí, escuché como se cerraba su puerta y tuve tanto miedo que apenas y pude dormir.

Al día siguiente con mis suegros en casa todo fue de lo más normal, Marcela me pidió que la acompañara por pan, no pude negarme y salí como siempre tras ella mirando su culo en esos pantalones entallados.

—¿qué milagro que no traes tu teléfono?

—aquí lo traigo nomás no tengo ganas de ver nada.

—yo hasta pensé que me grababas las nalgas –dijo girando un poco la cabeza para ver mi reacción.

—¿cómo crees cuñada? -dije casi ofendido

—No serías el primero ni el último, mínimo dime que no te desagrada –dijo soltando una carcajada.

—para nada cuñada, para nada.

—ya lo sé -dijo ella doblando a la izquierda para abordar un taxi y dejándome helado con mil ideas en la cabeza.

Hoy es fin de año y tanto Marcela como mi esposa están tomando, yo espero en la sombra de mi habitación a qué se repita lo de navidad.

Ya les contaré.

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