Una tarde de sábado, iba a salir a pasear en la moto, solo y cuando la prendí en el garaje, salió corriendo Ana y me preguntó que para donde iba. Le dije que a pasear y me preguntó si podía ir conmigo, acompañarme.
– Claro, Anestesia, sí. Ve a ponerte tu bluejean más ajustado, tus botas y chaqueta, que yo te busco el casco, las antiparras y los guantes. Te pones provocativa, porque mira que no salgo con feas.
Enseguida bajó embutida en sus mejores bluejean, con sus botas vaqueras y su chaqueta de cuero. Pero me fijé que llevaba una blusa blanca transparente y no se le notaba sostén. Mi madre, se veía rompedora. De cojones, digo. Se colocó el casco, la mascarilla, las antiparras y los guantes y salimos a rodar.
Ella me abrazaba muy sutilmente, para sostenerse, pero iba hurgando en mi pecho, bajando el cierre de la chaqueta y metiendo su traviesa mano derecha por dentro de mi camisa.
Así, de ese tenor, continuamos rodando sin rumbo, ella me llevaba embobado, cuando de pronto y sin haberlo pensado antes me encontré con la salida de la autopista para el Hospital Pérez Carreño. Tomé la salida y enfilé hacia la carretera de El Junquito. Por esa ruta llegamos a la entrada de un famoso motel de enamorados, me paré un poco más arriba y volteé a mirarla. Se levantó las antiparras y se bajó la mascarilla. Sus ojos eran un poema, una mirada incitadora y se mordía el labio inferior con ese gesto que me derretía de siempre en ella. Le dije:
– ¿Estás segura?
– Si.
– Pero tienes que hacer algo antes, es necesario.
– Si, lo sé. Quiero ser tuya. Va una vez. Deseo que me hagas tuya. Van dos. Me muero por ser tu mujer. Van tres. ¿Satisfecho?
– Esto es algo que hemos pospuesto demasiadas veces, pero creo que ya va siendo hora. – le respondí.
Le di vuelta a la moto y entramos en el motel. Pedimos una cabaña, entramos, dejando la moto en la puerta, encadenadas las ruedas y nos quedamos parados uno delante del otro, mirándonos, midiéndonos. En un momento dado, atiné a decirle que debíamos quitarnos toda la perolera motociclística. Ella se rio y empezamos a quitarnos cascos, antiparras, mascarillas, guantes y chaquetas. Ana se detuvo, mientras ya yo me estaba quitando las botas. Entonces la miré de pies a cabeza. Ya sin la chaqueta, pude disfrutar de la visión de su cuerpo con esa blusa transparente que mostraba sus perfectos senos, turgentes y deliciosos, esperando a que yo los atacara. Su trasero, embutido en ese bluejean me aceleró el pulso. Entonces, ya desbocado, la tomé por la cintura, la acerqué a mi cuerpo y la besé en los labios. Pude degustar la dulzura de esa boca, luego su lengua. En el pasado, luego de bailar en alguna fiesta y bajo los efectos de algunos tragos, ya nos habíamos besado varias veces en la boca, brevemente, antes de imponer tranquilidad. Yo fui quien la enseñó a besar, cuando teníamos ella 12 y yo 14. Pero ahora, allí, no habría nada de eso, de tranquilidad. Ahora sería mía. Lo habíamos pospuesto ya demasiado tiempo. Ella me deseaba y yo a ella, intensamente. Era algo que ya no podríamos detener.
Esa tarde hicimos el amor como dos enamorados. Ella gemía y suspiraba con tanta dulzura que me derretía. Acabó cuatro veces antes de yo derramarme, porque no sé debido a que y por cual razón, yo logré prolongar el momento más que nunca antes. ¿Sería algún sortilegio que mi bella hermana me había lanzado? Porque yo sabía que Sugey debía ser bruja, porque se enteraba de todo y su hija, por tanto, no sería menos. Calculo que pasé de la media hora. Ella no se quejaba, al contrario me demostraba que lo estaba disfrutando, con sus gemidos, suspiros y sollozos. En un momento dado la miré a la cara, justo después de eyacular copiosamente y le vi el rostro lleno de lágrimas y me asusté. Entonces ella me besó y me dijo:
– No te asustes, mi amor, estoy llorando, pero de alegría. Me has hecho muy feliz, eres un amante muy tierno y gentil. Y esa maravilla que me metiste, no te atrevas a sacarla de dentro de mí, porque te pego. Eso es mío, ahora.
– Creí que te había lastimado, me asusté.
– No, mi cielito, tú no serías capaz de hacerme daño. Sé muy bien cuanto me amas. Claro, tu animal es muy poderoso, no sé cómo logré aceptarlo, pero tú lo hiciste con paciencia y cariño. Da gusto, no como mis anteriores experiencias. Aquellos idiotas me cogieron, tú me hiciste el amor. Eres muy lindo, te amo.
– Y yo a ti, mi amor. Creo que éste es el mejor momento de toda mi vida sexual. He hecho el amor con una de las dos personas más importantes de mi vida, mi hermanita bella. Si solo Sugey me aceptara, yo sería el ser humano más feliz de la tierra, de la historia, hasta del espacio sideral. Porque ustedes dos son mi vida. – me confesé con ella.
– Y tú eres la nuestra, eso te lo aseguro porque Sugey te ama con locura, con furia. Desde que tú la estas enamorando no para de sonreír. ¿No has notado su cambio? Y yo, pues ya sabes, serás mi hermano, pero te amo tanto que más bien te considero mi novio y desde ahora mi amante, porque ya eres mío ¿Cierto? Definitivamente somos unos pervertidos. Bueno, yo creo que ya debemos ir bajando, porque no me gustaría que nos agarrara la lluvia que vimos que venía. – me dijo muy risueña…
– Pero… yo pensaba que podíamos dar una segunda ronda, ya sabes… – le solté.
– No, mi amor. Estuvo delicioso, pero esa cosa tuya, esa culebra es demasiado poderosa y no estoy acostumbrada a tanta carne. Creo que deberemos ir poco a poco. Yo solo he estado con pichas cortas, como dices tú.
– Está bien, te entiendo, pero tenemos que repetir.
– Si, pero así como hoy, fuera de casa, porque no quiero que mamá lo sepa aún. Yo te avisaré cuando, porque no estoy preparada para enfrentarla. Recuerda que soy tuya, pero con tranquilidad, sin cometer tonterías. Sugey no nos perdonaría. Recuerda que tú eres de ella, le perteneces.
– ¿Cómo así? ¿Por qué dices que le pertenezco? Oye, ella dijo que era asunto nuestro y que ella no iba a intervenir, así me dijo esa noche, en su cama, allá en Macuto.
– Si, lo sé, pero no estoy preparada, cosas de mujeres, ya sabes, o no sabes, no importa. Compláceme, por favor. Y si aún no sabes que le perteneces, entonces olvídalo. Vives en las nubes, mi amor.
– De acuerdo, pero tarde o temprano se lo diremos. Sin secretos entre nosotros tres. Y quiero que me expliques esa vaina…
Al regresar a casa, nos encontramos con mamá, sentada en la terraza, disfrutando de una copa de vino y un cigarrillo. La saludamos con cariño y subimos a ducharnos y cambiarnos, para cenar.
Apenas bajé, me senté a su lado y la abracé cariñosamente, como siempre, pero ella se revolvió y me lanzó a la cara:
– Olías a sexo, inconfundiblemente. ¿Dónde andaban ustedes y que estaban haciendo? No me mientas, sabes que siempre te descubro.
– No se a que te refieres, deben ser los aromas del camino que te hacen creer que son olores sexuales… estábamos paseando por Caracas, estuvimos recorriendo avenidas y autopista, de este a oeste, eso es todo.
– Si, claro y yo me chupo el dedo, ¿verdad? Yo sé reconocer el olor a sexo, para mí es algo que no se puede disfrazar con nada, solo se elimina con agua y jabón. Ahora que te bañaste, ya no hueles. Solo a limpio, pero cuando llegaron, los dos olían a totona y a semen. Mírame a la cara y no me mientas. – me arrinconó.
– No te puedo decir nada más. Es la verdad y si no me crees, allá tú. Y sí te miro a la cara, porque sabes que soy un caballero y que nunca te diría algo que comprometiera el honor y la tranquilidad de una dama. Y Ana, para mí, es toda una dama. Además, es mi hermana y la adoro, casi tanto como a ti. Y te dejo, porque a veces te pones insoportable, celosa.
Cuando Ana bajó, mamá la interrogó de igual manera y obtuvo lo mismo, una rotunda negativa. Le dijo que cuando eso ocurriera, porque seguro que ocurriría algún día, se lo diríamos de frente. Pero que por ahora, dejara de molestar con el tema.
Continuará…
Eso si es un incesto romántico. Además el tener una relación plena primero con tu hermana es una delicia que no se olvida nunca.