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Mi madre mi fetiche
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Tiempo de lectura: 4 minutos

Luego de coger a mi madre por primera vez, aprovechando que estaba ebria, tuve un domingo perturbador.  Por la mañana estuvimos solos en casa y ella no mencionó nada de lo ocurrido, pensé que no se había dado cuenta, lo que me tranquilizó un poco. A medio día llegaron mi padre y mis hermanos del viaje familiar, almorzamos todos juntos. No podía ni ver directamente a mi padre ni hablarle mucho. Al final de la tarde volví a la ciudad donde estudiaba la universidad. Tres horas en el bus, sin poder sacar de mis labios y lengua el sabor de su culo y de mi verga la humedad de su vagina. Al llegar a mi cuarto me masturbé pensando en ella. Dormí en paz. Al despertar me volví a masturbar, me duché y fui a clases.

El martes un par de amigos me dijo para ir, como de costumbre, al burdel de la ciudad. Acepté, pensando que tirarme una puta me quitaría ese deseo brutal que sentía por mi madre. Hacia las 7pm salimos. Como de costumbre fuimos al Siete y Medio, el burdel “caro y elegante”, lo pongo entre comillas pues un polvo (acto sexual) costaba en aquellos años el equivalente a US$ 4 o US$ 5 dólares, dependiendo de la puta y del tipo de servicio (anal incluido, un dólar más). Las putas eran relativamente jóvenes, seguro todas menores de 30 años, no lindas, pero algunas con cuerpos aceptables. No me sentí “en ambiente” y les dije a mis amigos que me iría al Siete, el otro burdel, a unos 300 metros de allí, caminando junto a la carretera. Se empezaron a reír y me jodieron por bizarro.

El Siete era el burdel “barato”, el acto sexual podría costar el equivalente unos US$ 2 o US$ 3. Casi todas las mujeres que atendían eran putas muy viejas, por encima de 40 años seguro, incluso de más de 50 años. Descuidadas, feas y bizarras. Iban allí normalmente los parroquianos más viejos, personas mayores de 60, 70 incluso más años y, muy eventualmente, algún joven sin dinero para gastar en el Siete y Medio.

El Siete era un burdel muy antiguo, de varios pabellones, absolutamente descuidado y con habitaciones en uso salpicadas entre muchas otras en ruinas. Di un par de vueltas y no encontré ninguna puta que me resultara siquiera apetecible. Cuando iba a volver al Siete y Medio, justo abrió la habitación frente a la que me encontraba, salió un señor de unos 60 años y pude ver a la puta que se instalaba en la puerta.

Era muy parecida a mi madre, en estatura, color y forma de cabello y peinado, color de piel, también tenía un cierto parecido en el rostro (aumentado por la oscuridad y mi deseo). No tenía el cuerpo trabajado de gym que presumía mi madre, pero tampoco era gorda. Salvo la edad, perfectamente podría trabajar en el Siete y Medio. Sin preguntar tarifa me metí a su cuarto. Una vez dentro me dijo el precio en soles (unos US$ 2.5 al cambio de esos años).

Estaba claramente sorprendida de tener un cliente tan joven. Incluso hasta satisfecha. No me hizo preguntas y me desnude mientras ella lo hacía. Cogió la palangana, la puso debajo de mi verga y la lavo, incluso los huevos, algo que nunca habían hecho. Mientras lo hacía, a pesar del frío del agua, mi verga se erecto violentamente. Dejó la palangana a un lado, se arrodillo delante de mí y comenzó a mamarla con unas ganas que jamás había sentido en una puta. Recorría con su lengua y labios tanto mi verga como mis huevos.

Al concluir, se acomodó en cuatro patas al borde de la cama y me dijo “cógeme hijo”, me puse de pie detrás de ella y comencé a cogerla con ansía, sin mayor indicación pasé rápidamente de su vagina a su culo, que siendo puta estaba absolutamente dilatado. Cambiamos de pose, unas cuatro o cinco veces, hasta que finalmente le llené el culo de semen.

Me iba a levantar de la cama, como es la costumbre al concluir el sexo en un cuarto de burdel, pero ella me dijo “si deseas, quédate unos minutos acostado”. Acepté sin dudarlo, se recostó a mi lado, puso su cabeza sobre mi pecho e instintivamente comencé a acariciar su cabello con algo de ternura.

– Sabes, hace muchos años que no tengo un cliente tan joven. Me sorprendió que vengas por acá y me sorprendió más que me escojas. No eres uno de los chicos misios (pobres) que eventualmente caminan por acá.

– Pues quise conocer este local. Sólo una mirada de paso, pero te vi y no pude contener el deseo de entrar, me gustaste mucho y me pareciste una mujer sensual.

– Y bueno, es extraño y no me quejo. Fue muy rico para mí, aunque no te diste cuenta, llegué al hacerlo contigo y eso no me ha pasado en muchos años. Supongo sentir tu piel joven me hizo sentirme bien y plena y disfrutarlo así.

Me quede sin palabras unos segundos, quizás un par de minutos. Ella igual. No decía nada, mientras tanto, sólo acariciaba su cabello. Continué.

– Para mí fue muy rico estar contigo. No imaginas lo bien que lo pasé. Siempre es como una obligación de la chica con la que estoy, pero ahora sentí que era más que eso.

– Si eras más que un cliente normal, eres joven y tras la sorpresa de que ingreses a mi cuarto, incluso sin preguntar el precio y aún sin haberme pagado, fue delicioso para mí.

Intente levantarme para pagarle. Ella se rio y me dijo, “no te voy a cobrar. Hace muchos años que no llego con un cliente y no voy a cobrarte ahora”. Siguió acostada sin decir nada, mientras yo continuaba acariciando su cabello.

Estuvimos así muchos minutos. Ella en paz, yo pensando en ella como si fuese mi madre. Finalmente, cuando salí de la habitación y busqué a mis amigos, ya se habían ido. Tomé el colectivo de regreso a la ciudad y me fui a acostar feliz.

Ese fin de semana no regresé a mi ciudad. El sábado me aventuré a ir solo al burdel. Tomé el colectivo donde siempre. Llegué y fui directo donde ella. Estaba parada en su puerta, me vio y sentí que sonreía. Ingresé, sin preguntar y cuando le quise pagar no aceptó. Volvimos a tener un sexo que fue delicioso para ambos. Ella podría ser mi madre y yo pensando lo era.

Al concluir. Nos volvimos a acostar e intercambiamos algunas palabras. Finalmente me dijo “lo he pensado mucho y me gustaría saber de verdad ¿Por qué me has escogido?”.

Titubee en mi respuesta. No sabía que inventar. No creía correcto decirle que se parecía a mi madre. Pero al final, en una de las mejores decisiones que he tenido en mi vida, le dije la verdad “porque te pareces a mi madre”.

Ella se sonrió, se quedó en silencio unos interminables minutos y finalmente me dijo “y tú te pareces mucho a mi hijo mayor, que me abandonó cuando se enteró que era una puta”. Seguimos acostados mucho rato, algunas horas, intercambiando caricias, sin sexo, sin besos.

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