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Mi prima se viste de novia (Capítulo 15)
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Tiempo de lectura: 14 minutos

Así fue que me dispuse a dormir con la pija metida en el culito recién desvirgado de mi prima.

Todavía con la bombacha que estaba destinada a su noche de bodas corrida hacia un costado. Sin siquiera limpiarle los restos de sangre seca que recorrían sus muslos formando diferentes caminos hacia el colchón. No eran ni tenebrosos, ni impactantes, ni mucho menos causaban esa impresión capaz de bajarle la presión a cualquier persona que no quiera ni mirarla, ni saber nada con esa clase de fluidos. A mí me resultaban sumamente sexy, con esa sensualidad que dejan las huellas de un momento inolvidable. Eran la marca de una colita por primera vez hecha. Las marcas perversamente prohibidas del culo roto de mi prima.

Todavía sintiendo el calor de su ano reconciliándose con el grosor de mi verga que, hasta ese momento e incluso luego de haberme dado el orgasmo más largo y placentero que jamás había sentido, seguía sin querer achicarse del todo, volví a sentirme completo.

Los únicos movimientos eran los de nuestra respiración y algún que otro espasmo que me daba el esfínter de Julia, para intentar sanarse después de la semejante rotura que había sufrido. Apenas mis recuerdos y pensamientos me hacían crecer la pija un poco, ya mi prima sentía el dolor ante una nueva dilatación. Aunque su reacción estaba seriamente comprometida por el poder del alcohol y la pesadez de su sueño, sólo podía disfrutar de sentirla adentro. Inmóvil. Intentando no quitarla, ni que crezca de golpe. Sólo recibiendo el abrazo apretado del culo y como propina alguna que otra contracción involuntaria.

Cuando el sol comenzó a molestarme, me estiré con cuidado para alcanzar la cortina y cerrarla de un manotazo.

-Rojo, rojo -dijo mi prima, casi inconsciente, como hablando dormida, cuando sin querer la chota avanzo más profundo debido a aquel movimiento. Luego se quedó dormida otra vez, sin llegar siquiera a pronunciar la última “o”.

Ya con la habitación completamente a oscuras, decidí que era momento de dormirme yo también. Sabiendo que al despertar, la cola de Julia recibiría una segunda vuelta. Y una tercera. Y una cuarta y todas las vueltas que quisiese.

Esa sensación de plenitud, de confort inagotable, me acompañó toda la velada. Dormir abrazado a mi prima de esa forma, era realmente tan maravilloso como un cuento de hadas. Rodearle la cintura con el brazo, mi codo en su cadera y el resto de mi miembro superior acariciando su piel hasta apretarle una teta con la mano, fue por lejos mi posición favorita. Súmenle la pija adentro del culo, achicándose y agrandándose conforme pasaban los minutos y las ideas en mi mente y entenderán mejor si les digo que era mejor que poder volar, o tener cualquier poder de cualquier superhéroe. Eso era, y en ese momento la tuve en toda el alma, la felicidad.

Cada tanto me despertaba y si se había salido, volvía a metérsela. Incluso dormida mi prima empinaba la colita cuando sentía el glande salirse de su ano. O querer entrar. Incluso en sus sueños no paraba de ser mi putita. Corría el culo hacia mi cuerpo y luego lo meneaba para hacerme más fácil el culearla toda la noche. Todo el día. Felicidad. Sin dudas, era felicidad extrema. Tan extrema que hasta me sentía un verdadero ignorante recordando cuando me creía tan inteligente al afirmar que eso no existía.

Supe ahí mismo que esas cosas no existen, hasta que lo hacen. Ahora mismo puedo animarlos a nunca dudar de esto. Créanme si les digo que no importa si nunca antes fueron felices. Jamás cometan el error que cometí yo al creer que si algo nunca había ocurrido, directamente no era real, nunca iba a suceder.

Como aquella vieja historia del niño que se asombraba al ver que el elefante, el animal más grande que había en el circo, solo tenía una pata atada a un cordón sujeta a un palo clavado en el piso. Tan sólo eso lo separaba de su libertad. Ni una jaula, ni una gruesa cadena. Sólo un simple cordón. El niño entonces preguntó al cuidador, por qué carajos no se iba. Por qué mierda no pateaba todo y se liberaba de una buena vez.

Bueno, no lo habrá hecho con esas palabras, pero más o menos esa era la idea.

Lo importante fue la respuesta que recibió. “El elefante es un animal de excelente memoria” dijo el tipo “Y está en este circo desde chiquito” continuó luego, ya medio hinchado las pelotas porque quería entrar a Cuento Relatos para leer una buena historia de sexo prohibido, pero en vez de eso debía estar respondiendo pelotudeces.

“Está aquí desde tan chiquito que cuando le pusimos el cordón, era suficiente. Por supuesto que intentó e intentó quitárselo, romperlo y escaparse; pero en aquel entonces no tenía la fuerza suficiente, hasta que se cansó”.

En una de las tantas veces que me desperté para volver a ponerle el pito en el culo, pensé en todas aquellas veces que fui como el elefante. Ojala ustedes, queridos lectores y lectoras, no sean nunca, pero nunca como el elefante. Que luego creció, pero su mente le decía que intentar liberarse sería en vano. Que como ya había intentado tantas veces, volver a hacerlo sería al pedo.

Ojala sepan que ya crecieron. Que ahora son más fuertes, aunque tal vez ni lo noten o ni lo sientan. Pero lo son. Esta es la magia de la humanidad, que no necesito ni siquiera conocerlos. Porque todos, aunque no lo sepamos, somos más fuertes que cuando lo intentamos antes.

Y que sepan también que siempre vale la pena pelear para liberarse, crecer, mejorar. No solo para romperle la cola a Julia. En el trabajo, en las relaciones habituales, en una carrera: llegará un momento en el que, a pesar de haberlo intentado mil veces antes y fracasado, alguna vez lo lograrán. Que eso que no existía, ahora sí. Y no importa el tiempo invertido: habrán conocido la felicidad real. No solo vale la pena. ¡Vale la vida!

Pero no quiero que me recuerden como el usuario que pensaba en elefantes mientras le hacia la cola a su prima, por lo que continuaré, sin más interrupciones, con el relato que nos compete.

Dormirme, despertarme, penetrarla, dormirme, despertarme, bombearle el orto un par de veces, dormirme. Era una rutina fantástica. Que terminó cuando evidentemente me quedé dormido con mayor profundidad porque a la próxima vez que me desperté ya ni estaba en la misma posición. Ahora me encontraba boca arriba y al segundó de esta nueva vigilia sentí los labios de mi prima chupándome la pija.

Simplemente me relajé. Respiré y suspiré tranquilamente, pero cuando la verga se me puso dura completamente, Julia se dio cuenta que ya estaba despierto.

La quitó de su boca y como si la habría pescado haciendo algo indebido, escondió su cara entre mis testículos. Como esta vez estaba arrodillada al pie de la cama, pudo ocultarse entre mis piernas con más facilidad.

-No rompí ninguna regla. No rompí ninguna regla. –dijo como anticipándose a algún posible reto de mi parte.– Tiene gusto a cola, así que técnicamente es parte de la fiesta del culo. –Agregó luego, simulando un tono de inocente que le dio un escalofrío extra a mi excitación.– Te la estoy limpiando nomás.

Le sonreí como respuesta y le hice un gesto de “más o menos” con la mano que entendió de inmediato.

Julia se puso de pie y se tiró encima de mí. Como si ya estaría completamente renovada de su cansancio y su borrachera anterior.

-Vos tenés la culpa. ¿Cómo vas a dormir boca arriba y con el pito tan cerca de mi boquita? -me preguntó sin esperar respuesta– ¡Si ya te dije que no puedo dejar de chupártelo!

Me apretó los cachetes y me dio un beso, con el entusiasmo que a esta altura sospechaba que sólo ella era capaz de demostrar con el culito recién roto. Después abrió sus piernas y tras un segundo de dudar entre si ponérsela en la concha de una buena vez por todas o seguir con la fiesta al pie de la letra, se acomodó mi verga entre sus labios vaginales y se empezó a mover suavecito.

-¿La fiesta del culo es solo por el culo? –preguntó cuándo ya no podía aguantarse más las ganas de tenerla adentro.

Era lógico. Hacía ya dos días que no la sentía adentro de su almeja. Se la había pasado peteando y entregando la colita, casi ignorando su vagina por completo. Se sentía hasta en su aliento que no podía aguantarse más. Pero le dije que sí. Que era sólo por el culo. Aguantándome las ganas yo también de rozarle el útero con la cabeza del pito. Al fin y al cabo, era sólo cuestión de tiempo.

Se dedicó entonces a disfrutar del suave roce de mi glande con su clítoris, gimiendo y agradeciéndome cada tanto con un nuevo beso el hecho de que le permita aunque sea hacer eso.

Aunque había decidido para mis adentros dejarla que tenga su orgasmo tranquila, mi prima me sorprendió cuando interrumpió el acto antes de lograrlo. A penas se separaron nuestros genitales, sentí que iba yo a tener el mío al sentir sus flujos empapándome la chota. Hasta pude percibir cómo un par de puentes creados por sus fluidos pegajosos se formaban, se estiraban y se rompían entre su concha y mi pija, por las lentas apoyadas que me seguía dando.

Pero Julia, como ya les dije, parecía estar siempre atenta y antes de que le manche la empanadita con leche, dejó de moverse.

Haciendo palanca con sus brazos sobre mis hombros, deslizó su cuerpo más hacia arriba. Luego llevó una mano hacia atrás, me agarro la poronga y ella sola la llevó hacia su ano.

-Ay. Ayy… –gritó cuando se dejó caer para que le entrara la cabeza del pene.- Ahh.

Al sentirla por la mitad, volvió a sentir el dolor de un desgarro. Apoyó sus tetas en mi pecho y se quedó quieta, para ver si lograba bancársela.

-¿Te gusta cómo se sienta tu prima en el pelado? –preguntó fuera de sí, lamiéndome la oreja y gimiendo a penas.– La putita de tu prima se sienta en el pito. Se rompe el culo sola, la culoroto de tu prima. ¿Te gusta?

Le dije que sí, entrando a ese maravilloso lugar que ya conocía con absoluta nitidez. La tomé de las caderas y comencé a bombearle el orto una vez más. Pero no pude ni empezar a darle rienda suelta a mi deseo, que se quejó nuevamente del dolor.

Ya sabía cómo era, no se iba a rendir tan fácil.

-Le falta lubricación –y como solución volvió a acomodarse para darme una flor de chupada ensalivada. Otra vez se la metía hasta el fondo de la garganta y dejaba caer su saliva para desparramármela por toda la pija con la mano.– Tiene gusto a concha y culo, ahora. Está riquísima. –dijo en cuanto pudo usar la boca para hablar.

Le dije que cualquier excusa le venía bien para petear y petear. Que no podía ser tan chupapija. Que no podía creer lo puta que era. Lo desesperada que estaba por mamarme la verga a cada rato.

Julia interrumpió el pete poniendo cara de ofendida.

-¿Te parece bien, a vos, decir esas cosas de tu prima? –me retó.– Ya te dije que es tu culpa. Te quedaste sin pete ahora. –y volvió a sentarse encima de mí, dejándome la pija entre sus labios vaginales.

“El boludo se quedó sin pete”, “La prima le quería comer la pija y por boludo se lo perdió”, “Hasta la garganta quería pija, la prima, pero el tarado la insultó”. Repetía dándome suaves cachetazos en la cara. De vez en cuando dejaba de reírse para poner cara de enojada. Me estaba volviendo loco de la ternura y de la calentura que me provocaba.

-Es tu culpa –dijo una vez más.– ¡Habrase visto! ¡Dormir boca arriba y con el pito parado! Y la culpa es mía si me la mando a la boca… –soltó al aire, como explicándole otra vez a alguien que no estaba.– ¡Date vuelta entonces!

Me lo repitió varias veces, pero la última vez que lo hizo me dio un cachetazo que retumbo en toda la habitación. Al darse cuenta que se le había ido la mano con la brutalidad, se llevó la mano a la boca, pensando si pedirme disculpas o no. Se ve que decidió que no, porque me dio otro. Y luego otro más.

-¡Date vuelta te dije! –me ordenó.

Era evidente que el personaje de sumisa le salía mejor que el de dominante. Pero aunque su actuación daba lástima de lo mala que era, la obedecí para escuchar su risa una vez más.

-La boluda se quedó sin pija ahora. –dije al aire cuando sentí el colchón en la poronga, rotando mi cuerpo todavía entre sus piernas.

Pero no me contestó. Julia salió de arriba mío y se quedó en silencio. Estaba por recomendarle que para dar órdenes, primero tenía que pensarlas, pero no me dejó.

Nuevamente fui preso de un escalofrío indescriptible recorriéndome el cuerpo al sentir las manos de mi prima abrirme los cachetes del culo, para poner su lengua sobre mi ano y comenzar a lamerlo.

No me lo esperaba. Jamás me habían hecho un beso negro, y este parecía ser el mejor de todos. Disculpen que les insista, pero incluso sin poder respirar del todo bien, confirmé que eso era “Felicidad”.

Julia recorría la raya del orto con su lengua de arriba hacia abajo, y de abajo hacia arriba. Se detenía en el esfínter y presionaba como queriendo penetrarme. Podía escuchar los sonidos que emitía su boca casi sin querer, como si deglutiese o estuviese comiendo velozmente todo lo que tenía a su paso. A veces lograba meter la punta, para sacarla y volver a meterla de golpe. Varias veces. Algunas rápido, otras lento, para volver a lamerme el ano en forma circular. Hasta el calorcito que tenía su saliva me hacía ver las estrellas. Era una sensación completamente nueva, cargada tan hermosamente de morbosidad que creí llegar a otro nivel de relajación. Y ella, mientras yo disfrutaba, seguía chupándome el culo como si nada. Sabiendo que me estaba volviendo loco. Volviéndose ella también una esclava de la perversión del incesto y los sabores nuevos.

-¡Mirá las cosas que me haces hacer! –me recriminó, suspirando antes de continuar con su trabajo.

Sentir la pija creciendo incómodamente sobre el colchón me regalaba una especie de dolor que me excitaba aún más. Mi prima se mantuvo con la cara pegada al culo por lo menos quince o veinte minutos. Solo retiraba la lengua para escupirme el agujero del ano y luego volver a lamerlo, jugar a penetrarlo con su boca, dejarme la punta lo más profundo que podía para volver a escupirlo, todo al unísono con los sonidos que producían su saliva, sus gemidos y los míos.

Volvió a treparse por mi cuerpo hasta apoyarme las tetas en la espalda y la concha en el culo, moviéndose como si me estuviese montando dado vuelta. Esta vez sus fluidos vaginales los sentí recorrerme las nalgas y cuando con sus manos me separaba los cachetes y me apoyaba con fuerza, los sentí entibiándome hasta el orto. Otra vez los puentes pegajosos que se rompían e incluso sin poder verla supe que la almeja de mi prima estaba que chorreaba de tanta calentura. Sus gemidos en mi oído apoyaban esa teoría y una vez más sentí que iba a acabar, sin siquiera poder acariciarme un poco la verga.

-¿No habrás pensado que tu culito no estaba invitado a la fiesta? –Me preguntó, esta vez con una actuación mucho más convincente.- ¿Te parece lindo a vos? ¡Hacerle la cola a tu prima toda la noche mientras duerme! –Continuó retándome, como hacían los grandes cuando nuestras travesuras de niños eran descubiertas- ¡Pendejo pajero! –agregó al final.

Llevó una mano hacia su conchita e introdujo un poquito de su dedo índice adentro de mi ano, el pulgar se lo metió dentro de su concha y así, penetrados ambos por sus dedos, nuevamente volvió a moverse como si estuviese ella cogiéndome a mí. Pero se detuvo antes de llegar al orgasmo.

Al sentir su respiración, que se detenía y suspiraba con esfuerzo, pensé en que ya no podría aguantar ni un minuto más sin volver a romperle el culo. Allí mismo, ahí nomás, deseaba con toda el alma sentir de nuevo el culo de mi prima rodeándome la pija hasta la raíz.

Julia lo presintió de inmediato, se puso de pie para dejarme parar también a mí y cuando lo hice, ella misma se puso en cuatro sobre la cama, esta vez de forma más exagerada, entregándome el culo, ahora desnudo y un poco menos apretado que aquella primera vez.

Sin poder resistirme, ignoré las suplicas de la pija por entrar hasta el fondo de aquel hermoso orificio y me dediqué yo también a probarlo con la boca. Era una exquisitez. Comerle el culo a mi propia prima, era una nueva adicción. Recorrerlo con los labios y mi lengua, darle un tierno beso cada tanto justo en el centro del orto, escuchar sus gemidos incrementarse cada vez más. Una zarpada adicción perversa. Muy zarpada. Muy, pero muy perversa.

Otra vez sentí a mi poronga latir sin ningún contacto cercano. Y otra vez más, antes de eyacular definitivamente, se la metí de golpe hasta el fondo del orto. Ahora el ardor la volvía loca a ella. Aunque estaba más abierto y lubricado que la noche anterior, mi prima no paraba de mezclar sus gemidos de placer con sus gritos de dolor.

A los pocos minutos, estallé dentro del ojete de mi prima. Tantas veces, tantos lechazos creí dejarle en el intestino que hasta a mí me sorprendía cuando venía otro. Era acabar, llenar la pija, acabar y acabar y acabar. Y cuando pensaba que ya tenía los testículos vacíos, aparecía el lugar para otro lechazo más. Y otro. Y otro. Esta vez realmente sentí que le había llenado el orto de leche, literalmente. Y ella también.

Cayó rendida sobre la cama recién cuando el pito comenzó a achicarse y pareció soltarse del culo.

Charlamos unos minutos abrazados, todavía traspirados de tanto morbo. Me dijo que nunca le habían dado un beso negro, ni mucho menos lo había hecho ella. Le dije que yo tampoco. Cuando me aclaró que nunca jamás se lo haría a otro hombre, que sería sólo un regalo para mí, ya presentía que la chota volvería a despertarse en cualquier momento.

Finalmente se puso como un fierro al escucharla decir que tampoco iba a entregarle el culo a otro tipo. Que también sería solo para mí. No tuve otra cosa más que decirle que entonces había que aprovechar el tiempo.

Volví a romperle el culo en cuatro, boca abajo, ella montándome a mí. Me encantó hacerle la cola de parado. O sentado y ella encima de mí. Cada vez el orto parecía más abierto, es cierto, pero me encantaba también no dejar de sentir su reciente virginidad perderse del todo. Su dolor y el verlo cerrarse lentamente al retirar mi pija, me incentivaba a volver a culearla. Sabiendo, ambos, que luego de cada eyaculación, la rotura de cola sería más larga que la anterior.

La mente se resignaba a ser invadida por la perversión, una vez tras otra, al ver a mi prima caminando con cierta dificultad, desnuda por la habitación. Todo era incentivo para volver a meterle la pija en la cola. Y así lo hicimos.

El último lechazo me lo pidió en la boca. Y aunque verla relamerse con el poquito semen que salió del pito, que a su vez recién salía de su culo, era un incentivo enorme para cogérmela por el orto una vez más, Julia supo que ya eran las doce de la noche y se fue a bañar para ponerle punto final a la fiesta del culo. Una fiesta que jamás olvidaríamos ninguno de los dos. No importaba lo que pasase, tanto ella como yo sabíamos que no existía forma alguna de olvidarnos de ese día.

Sabíamos, también, que volver a la normalidad, al pisar nuestra amada tierra Argentina, sería muchísimo más difícil de lo que habíamos imaginado. Dudando incluso, si queríamos realmente esa normalidad. Estoy seguro que si en ese momento alguno de los dos proponía mudarnos de país, abandonar todo. Amigos, familiares, trabajo. Todo. Para vivir por siempre en nuestro pecado, al menos lo habríamos pensado. Pero ninguno lo hizo. No porque no nos animamos, ni por falta de coraje. Ninguno de los dos lo propuso, porque no queríamos pensar.

Al salir de la ducha, se agachó para mostrarme el culo una vez más, antes de ponerse la bombacha. O al menos eso creí.

-Parece que me dejaste sorda de tanto romperme el orto, pendejito. –me dijo y tiró con cierta violencia dos tarjetitas sobre la cama que cayeron en mi pecho.

-O dejaste sordo al chinito de tanto gritar como putita –respondí. Sorprendido porque si en verdad había golpeado la puerta, no estuve ni cerca de haberlo escuchado.

Julia sonrió de esa forma que me volvía loco, busco un shortcito y todavía en tetas y rengueando un poco, se sentó a mi lado.

-Nos invitaron a otra fiesta, pero seguro que no querés ir. –dijo algo resignada mientras se peinaba.

Pero le dije que sí. Que vayamos. Que deberíamos comer algo antes, pero que vayamos a disfrutar un poco del barco. Unas horas no harían la diferencia, ni tampoco le devolverían la virginidad al culo. Además nos vendría bien salir de la melancolía que había comenzado a sentirse en la habitación.

Cuando se quitó el shortcito para vestirse mejor, me fui a bañar. Le di una nalgueadita al paso y le aconsejé que se vista bien trola, que había viejitos que la estaban esperando para la paja.

Esta vez comimos como dos verdaderos muertos de hambre, mucho pero rápido. A los pocos minutos nos sentamos en una mesa del bar donde se hacía la fiesta. Julia se había puesto una musculosa, una camperita de cuero y un jean ajustado que le marcaba más la concha que la cola. Le quedaba pintado. Cuando se sentó a mi lado y no enfrente, yo solo abrí las piernas porque ya entendía lo que iba a hacer.

-Me encantó que me cojas dormida. –Me dijo cuando su mano ya había abierto la bragueta de mi pantalón y estaba bien cómoda para acariciarme la pija sobre el bóxer.– Iba a elegir la fiesta del clonazepam. –continúo, recordándome que, si había fiesta después de la del culo, le tocaba elegir a ella.

Aunque me estaba comiendo la cabeza pensar en tenerla drogada a mi merced, para hacerle lo que quisiese mientras estaba inconsciente, le dije que me daba un poco de miedo dormirla con pastillas. Pero ella me ignoró por completo.

-Ya sé que fiesta quiero. La de la concha. –aunque su mirada estaba perdida en la pista del baile, pude ver que me guiñaba un ojo como buscando complicidad.– Eso quiero. La fiesta de la concha. –y me quitó la mano de la verga para estirarla sobre el aire, como imaginándose un cartel con sus palabras.

Le respondí que me parecía perfecto. Que cuando quiera volver al camarote, que simplemente me avise y la comenzábamos. Y soltó una risa malvada al escucharme decir que me estaba muriendo de ganas de chuparle la concha todo el día.

-No de esta concha, boludo –dijo señalándose la entrepierna.– Aquella concha. –Y con la cabeza me señalo a una rubiecita que bailaba en pollerita, con el papá.– Quiero comerme aquella concha.

La miré fijo para saber si hablaba en serio. Y si, lo hacía. La miré luego como diciéndole que no quería ir preso. Ni que ella caiga en cana. Julia me captó el gesto en el acto.

-La vi en la barra. Le pidieron documento para darle un trago, es mayor de edad. Tranqui.

Todavía con curiosidad, volví a mirarla. La verdad que mi prima tenía un muy buen gusto. La pendeja se partía sola. Rubia, flaquita, con una carita tímida y una pollera tableada que amenazaba a mostrar el orto en cada vueltita que daba. Parecía recién salida del colegio o la facultad.

Pero estaba con el papá. Y tenía una pinta bárbara de brasilera. ¿Y se suponía que me la tenía que ir a encarar yo, en otro idioma y para que se enfieste conmigo y con mi prima? Era complicado. Muy.

“Pero por mi prima, lo que sea” pensé, mientras le afirmaba con la cabeza que lo iba a intentar.

A penas me levanté, apareció Fabián. Todavía vestido de la misma manera. Desalineado como si habría estado naufragando. La barba y el pelo le habían crecido increíblemente en solo unos días. Llevaba una postura que cualquiera hubiese dicho que era por estar completamente borracho, aunque no lo estaba. Era más bien parecido a un indigente. O un loco.

-July, por favor, tenemos que hablar. –Le dijo, ignorándome.– Por favor, hablemos que no aguanto más, amor. –suplicó luego.

Con una crueldad que nunca le había visto antes, mi prima le respondió que ya le había dicho que hablaban en Buenos Aires. Sin siquiera mirarlo. Siguiendo con la vista solamente los movimientos de la rubiecita a la que quería chuparle la almeja.

-Amor. Por favor, te lo pido. Hablemos, nada más. Tengo el corazón roto. –insistió el pelotudo. Sin saber que, Julia, tenía otros planes en la cabeza en ese momento. Ni que su novia lo que tenía roto, era el culito.

Cuando volvió a repetírselo, le toqué el hombro y le dije que se vaya. Que no joda. Que no me haga enojar al pedo. Que no arme quilombo y que ni se le ocurra volver a molestar a mi prima. Hice énfasis al explicarle que si no se iba, esto iba a terminar muy mal.

-¡Dejame, Rodrigo! Dejame que estoy hablando con mi novia, no con vos. –me respondió, esnifando aire y sin mirarme, como un completo esquizofrénico. O un flaco abandonado, perdiendo al amor de su vida.– No te metas, que no te interesa.

Pero si me interesaba. La felicidad de Julia me interesaba más que cualquier cosa en la vida. Una vez más, ya perdiendo la paciencia, le insistí para que se vaya, para que deje de romper las pelotas.

Pero no pude terminar ni siquiera la primera oración. Fabián me dio un puñetazo en la cara, con la mala suerte de que uno de sus nudillos me llegó a golpear el ojo.

Mientras tenía la percepción de un flash en la pupila, recordé un viejo pensamiento que tenía en la adolescencia: si alguien, alguna vez me golpeaba primero, ojalá que me deje tumbado, inconsciente, o directamente muerto. Porque sabía bien que si lograba levantarme y recuperarme del golpe, el que terminaría muerto sería él. Me conocía demasiado bien a mí mismo cómo para saber que sería imposible contenerme de molerlo a trompadas, de no frenar hasta, al menos, desfigurarle la cara.

Luego sentí que todo el bar se quedaba quieto, incluso hasta tuve la sensación de que la música había sido apagada de repente. Que todos estaban mirando lo que ocurría y Julia no podía cerrar la boca del asombro. A veces, cuando me devoraba un monstruo negro, una locura homicida, sentía lo mismo.

El puñetazo de Fabián me dolió, no puedo negárselos. Pero no me noqueó.

Es más: no tardé ni dos segundos en recuperarme.

Continuará…

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