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Mi prima se viste de novia (Capítulo 6)
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Tiempo de lectura: 8 minutos

Las chicas, finalmente, usurparon mi cama. Yo estaba recién peteado, así que no puse mucha resistencia a tirarme en el piso. Pero aunque estaba cansado, no lograba dormirme.

Me colgué reflexionando sobre lo que había ocurrido y no hizo falta analizar mucho para darme cuenta de lo beneficioso que había sido, para mí, toda la reciente situación.

Por un lado, le había mostrado a mi prima que, en mi libido, ella no estaba sola. Era mentira, por supuesto, no había otra cosa más en mi mente que mis deseos de cogerla. Pero ella tenía pruebas suficientes, ahora, para creer que no era así. Y me venía al pelo.

“Nunca debo mostrarme desesperado”. “Nunca debo mostrarle que puede tenerme a sus pies”. ”Debe crecer en su cabeza la idea de que esta chance de cojer con su primo, puede ser la única”. Tres puntos claves de mi táctica se habían reforzado cuando le llené la garganta de leche a la prima de Fabián.

Por otro lado le había devuelto la moneda. Había equilibrado la balanza en los hechos fácticos. Yo la había visto petear al novio. Ella me había visto ponerle la pija en la boca a su amiga. Y si yo me había calentado enormemente con esa escena, ella seguro que también.

Darle motivos para que se toque pensando en mí era otro punto clave.

Pasaban las horas y crecía mi desvelo. En medio del silencio sepulcral que rondaba en el departamento, no tardó en llegar luego mi erección al recordar la cara de putita de mi prima cuando me miraba y se tocaba la concha con el pijama puesto. Si a esa imagen le sumamos la alegría que tenía por sentir que estaba ganando este juego, era más fácil entender por qué tenía la verga como fierro nuevamente. Pero aunque iba a ser difícil, sabía también que no era conveniente masturbarme. Necesitaba de esa excitación para pensar mejor y más claro.

Me levanté y fui al baño. Y sentí un deja vu al ver otra vez las gotas espesas cayendo de la poronga en los últimos chorros de meada, que se hizo más profundo cuándo en el cesto de ropa sucia vi otra vez la tanguita blanca. En ese momento debía tener un sanguchito de flujos: primero los de ella, luego mi semen y otra vez los suyos. No pude ni siquiera pensarlo: la tome y la llevé hacia mi nariz. Ese olor a concha, más intenso esta vez, me enloqueció por completo. Lamí nuevamente la parte donde se apoya la concha y no me pude resistir a rodear mi pija con la prenda. La bombacha de mi prima parecía que ya no iba a servir más que para mis pajas.

Pero me frené cuando estaba a punto de acabar porque tuve una revelación: no le había devuelto la moneda. Le había dado solo una moneda de menor valor y tenía la chance ahí nomás para desequilibrar la balanza, esta vez a mi favor.

Dejé la tanga en el cesto y abrí la puerta de la habitación con el mayor de los cuidados. Las chicas dormían tranquilamente, destapadas por el calor, mirando para el mismo lado, como haciendo cucharita, pero separadas. Una en cada punta. Julia con el pijama rosa con corazones blancos y la pibita en bombacha. Para mi asombro no usaba tanga, traía puesto un culotte negro con rayas verdes que se le pegaba al culito hermoso que tenía.

Ahí estaba la moneda grande, en realidad un poco más adelante, pero daba igual: Julia sería testigo, sin posibilidad de tocarse, ni moverse, ni hacer un solo ruido, de cómo su primo le chupaba la concha a su mejor amiga, acostada a su lado.

Me arrodille y le miré la cola de cerca. Sin tocarla le di un beso en una nalga y como la pibita todavía no se despertaba, le pase la lengua por el culo, llenándole de saliva la bombacha. La chica seguía dormida y entonces llevé mi lengua hacia sus pies, volví a llegar a la nalga subiendo despacito, mitad a los besos y mitad a lengüetazos, y cuando otra vez mi cara quedó a la altura del orto, el pito me pareció estallar de la calentura adentro del bóxer.

Le recorrí con la lengua la raja del culo, haciendo presión a la altura del ano, como queriendo romperle la cola con la boca por encima de la bombachita. Ya no daba más. Me quería comer esa almeja como sea. Ya no era sólo una moneda. La conchita que tenía servida casi en bandeja, se parecía a un tesoro entero.

Entre tanto puntearle el ojete con la lengua, la pibita se despertó. Llevó una mano hacia atrás y la puso en mi cabeza presionándome aún más la cara contra su culo. Cuando me soltó un poco para dejarme respirar, pude ver que su otra mano estaba dentro de su bombacha, masajeándose suavemente la concha.

Julia, creo que todavía dormida, giró su cuerpo y quedó, ahora, apuntando su cabeza para nuestro lado. La pendeja se asustó y empujó mi cabeza hacia atrás. Yo sabía que no podía dejar que le gane el miedo por lo que me acomodé, todavía arrodillado, para quedar a centímetros de su oído.

– La chupada de concha que te voy a pegar también va a ser la de tu vida. – le susurré – Pero quédate callada, pendeja. Que esto tiene que quedar entre nosotros – le mentí al final.

La pibita volvió a mover la mano que tenía en la bombacha y para mí fue suficiente para relajarme y saber que mi apetito iba a ser saciado.

– Date vuelta y baja el orto hasta el pie de la cama. – le indiqué – Despacito y sin hacer ruido, rubia. Que vamos todos presos.

La posición que le había exigido era estratégica. Allí iba a estar cómodo para comerle la vagina, ella podría abrir bien las piernas y si Julia se despertaba, solo yo iba a poder verla.

La pibita siguió mis instrucciones al pie de la letra y apenas me ubiqué, vi que en la bombacha, a la altura de la conchita, tenía el escudo de Nueva Chicago. Eso me excitó aún más: siempre me calentó la ropa interior con referencias futboleras. Me hacía imaginar a las minas más guarras, más loquitas, yendo a la cancha a abrazarse con cualquiera, dejando que la apoyen y le manoseen el culo entre varios, para festejar un gol de su equipo. Esta parecía ser así.

Aunque ese escudito me había comido el cerebro un poco más, lo arrugué por completo cuando estiré la bombacha a un lado y luego, sin poder contenerme ni un segundo para apreciar la vista, metí mi cara de lleno contra la almeja, que al simple contacto me enchastró desde la nariz hasta el mentón con los flujos que ya había soltado.

La pibita me agarró la cabeza con las dos manos y se retorcía de placer cada vez que mi lengua se detenía en su clítoris. Se la pasaba de arriba abajo y me quedaba succionando y lamiendo unos segundos extras en esa zona que le daba casi descargas eléctricas. Cuando me iba hacia la entrada de la almeja para querer penetrarla con la lengua, me tiraba con fuerza del cabello. El flujo que quedaba entre los pocos pelos que tenía en la concha, hacía que el olor y el sabor sean más intensos. Me volvía loco.

Yo apenas podía ver para arriba, pero se notaba que estaba mordiendo la almohada para no emitir sonido alguno. A su lado, Julia seguía durmiendo o simulaba estarlo.

Un buen rato después, me dediqué a hacerla acabar de una vez. Me lamí dos dedos y sin previo aviso se los metí hasta el fondo. No encontraron ningún obstáculo para hacerlo. Aunque era de esas conchitas apretadas, chiquitas como si siempre estuviesen nuevas, esa almeja estaba tan mojada que hasta se deslizaron solos. Así jugando con los dedos dentro de ella y mi lengua presionando y lengüeteando rápidamente sobre su clítoris, la pendeja acabo enseguida. Lo supe porque en medio de las convulsiones no pudo evitar largar un gemido que se debe haber sentido hasta en la terraza.

– Estamos a mano, linda – le susurré al oído, todavía con la boca empapada por el jugo de su conchita. Ella me asintió con la cabeza mientras recuperaba la respiración, todavía con la almohada entre sus dientes.

Es cierto que debería haber prestado más atención a los movimientos de mi prima, pero de más está decir que me encontré poseído por esa empanadita y que con toda razón se llevó toda mi concentración hacia ella.

Excitadísimo como estaba volví al baño, agarré la bombacha blanca de mi prima y recordando la sensación que tenía en el glande mientras se lo presionaba en orto cuando dormía borracha, volví a llenársela de leche a los segundos. Incluso ya sin semen en los testículos no veía la hora de volver a puntearle el ano de nuevo.

Me mataba la curiosidad por saber cómo sería chuparle la concha a ella, como sería penetrarla; tenerla enfrente, acostada con las piernas abiertas suplicando por mi pija. Cómo serían sus gemidos o su carita maquillada por los lechazos que ella misma me había pedido por favor que le dé. O simplemente cómo sería su cuerpo desnudo.

Volví a pajearme en su bombacha y esta vez el semen que le dejé era mucho menos y mucho más espeso. La tiré en el cesto en el que la había encontrado y me fui a acostar. Si no me entretenía más, todavía tenía un par de horas para dormir, antes de ir al trabajo.

El martes por la tarde, cuando regresé, la pibita ya se había ido. Julia estaba de mal humor y fría conmigo, como nunca antes lo había estado. Le pregunté si le pasaba algo y me dijo que ya se había empezado a correr la bola sobre la suspensión de la boda y que todos los familiares se habían enterado. Que ella les había pedido por favor que la dejen tranquila, que le estaban rompiendo mucho los ovarios por teléfono y amenazaban con venir a buscarla a mi departamento, si no les explicaba bien qué era lo que había ocurrido.

Era una excusa más que aceptable, pero yo sabía que estaba fría conmigo por otra cosa. Una que incluía la concha de su amiga.

Llamé a varios parientes y les exigí que no jodan más. Que la dejen tranquila. Que Julia estaba bien y que estaba conmigo. Nada malo le iba a pasar. Y me creyeron. Si había algo que la familia respetaba de mí, era mi seriedad para decir las cosas y mi seguridad para cumplirlas. Mi prima me agradeció, pero ni me sonrió.

Esa noche se acostó en pijama, como dando una señal, y aunque hacía 40 grados de calor, se tapó con la sábana. Yo lo hice en bóxer y destapado, un poco desilusionado porque sabía bien que esa noche no le tocaría la cola, pero también tranquilo porque eso era un signo de que mis planes estaban funcionando. Además me había enseñado sus cartas: si se acostaba en pijama, lo hacía para darme un mensaje. Una especie de castigo porque lo que había hecho entre las piernas de su amiga le hizo mucho daño a su ego. Una novia sentiría celos. O mejor dicho, el ego de una novia lo sentiría. Pero mi prima no podía darse ese lujo: solo podría sentir a su ego siendo menospreciado.

Para ser más claro, Julia quería hacerme asustar. Meterme la idea de que por haberme comido esa almeja, ahora jamás probaría la de ella.

Pero claro, cuando uno lee bien la jugada del contrincante, es casi inevitable que la anule. Y yo sabía perfectamente cuál debía ser mi movimiento en respuesta. Sabía exactamente qué hacer, si la próxima noche volvía a usar pijama para dormir.

El juego se había intensificado y solo significaba que estaba más cerca de concluir.

El miércoles fui al trabajo y al volver, como había previsto, mi prima ya estaba acostada. Me dijo que no tenía hambre y que ya se iría a dormir. Estaba, por supuesto, con el pijama. Yo me acerqué hasta la cama y la saludé con un beso en la frente. Como si nada extraño estuviese sucediendo. Me fui a bañar y le dije que no pasaría la noche allí. Seleccionando muy bien las palabras le expliqué que iría a la casa de una compañera de trabajo a terminar algunas cosas pendientes, antes de poder tomarme las vacaciones. Y que como terminaríamos tarde, dormiría con ella. Una excusa muy ambigua porque lo único que me importaba era crear misterio. Dejarle a su imaginación y a su inseguridad las respuestas a las preguntas que se iría a hacer esa noche.

Algunas, hasta yo las sabía: ¿Qué compañera? ¿Qué cosas pendientes? ¿Me iría a encontrar con la prima de Fabián y le estaba mintiendo? Podría hacerse muchas preguntas más, pero su inseguridad, ante dos opciones, ya saben a cuál escogería. No tenía dudas que después de aquella noche y sus reflexiones, la asustada sería ella. Me vestí como para ir al trabajo al otro día, la saludé con otro beso y un “te quiero mucho”, y me fui.

Me sentí un looser en la calle. No tenía a nadie quién me puedar dar alojamiento ante tan poco aviso, así que me fui a un hotel. De paso, en un ambiente desconocido, aproveché para pensar mejor y hasta se me ocurrieron un par de ideas más. De más está decir que esa noche descansé como nunca.

El jueves, la jornada laboral no se me pasaba más. Tenía muchísima ansiedad por volver a mi departamento y saber si Julia había pensado todo tal cual yo lo había planeado. Quería saber si esa noche me dejaría tocarle el ojete nuevamente o avanzar un poco más, tal vez besarla o acariciarle la concha. O si me haría esperar uno o dos días más.

Mis vacaciones comenzaban recién al otro día, por lo que tiempo para darle, tenía de sobra.

Pero apenas llegué, mi prima me abrazó por el cuello.

– Te extrañé, tonto.

La tomé de la cintura y como un homenaje a aquella noche que marcó un nuevo comienzo, la levante levemente del suelo. Le dije al oído que yo también y la solté. Había ordenado una piza y abierto un vino. Y para mi fortuna, estaba en bombacha. Esta era gris oscura, con los bordes y dos elásticos en la parte de la cintura, negros.

Cenamos rápido y nos fuimos a acostar, dejando el vino por la mitad. Me saqué el pantalón, la remera y las medias y al apoyar mi espalda sobre el colchón, Julia ya tenía la cabeza sobre mi hombro. Esta vez no puso su mano en mi abdomen: fue directo a la pija sobre el bóxer.

– Lo que más extrañé fue tu mano en la cola – me dijo sin mirarme a la cara, como invitándome.

– La verdad que esa colita entra perfecta en mi mano – respondí, sin quitar ninguno de los brazos de la nuca – Pero no podemos coger, July. Somos primos.

Tras unos minutos de silencio y sin dejar de acariciarme la pija, mi prima levanto la mirada y con sus ojos sobre los míos, con un poco de esfuerzo, logró hablar.

– Pero podemos hacer otras cosas, Rodri.

Continuará…

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