Estaba disfrutando lo grande que era. Sentía cada centímetro de la gruesa verga de Javier entrar en mi coño. Me ardía y dolía un poco, tras tantos años de sexo sólo con mi esposo y su verga minúscula. Pero el placer era mayor, cada vez mayor, que el ardor y el dolor. Sentirme poseída por un macho así, rudo y directo, me estaba derritiendo.
Por varios años me había resistido a las tentaciones. Quise ser una esposa leal y fiel. Pero cada día que pasaba mis calores internos me iban derrotando. Finalmente, encontré a Javier en una cafetería. Lo conocía de mis años de universidad, habíamos tenido unas semanas, en aquellos años lejanos, de sexo delicioso. Pero Javier era un lobo y tras saciarse conmigo buscó otras ovejitas.
No me di cuenta de su presencia hasta que se acercó a la mesa y me saludó. Yo tomaba un café con una amiga. Para él, ella no existía y eso aceleró mi corazón y me humedeció el coño. Por un par de minutos fuimos sólo los dos, sin que mi amiga estuviera presente. Quedamos en tomar un café juntos y se fue. Mi amiga, me miró y me dijo ¿Qué fue eso? En ese momento yo sabía que terminaría en la cama. Estoy segura que mi amiga lo sabía también. No fue indiscreta y seguimos conversando de trivialidades y chismes del barrio.
Llegué a la cafetería donde había quedado con Javier con el vestido más ligero que tenía y la tanga más sexy que había en el armario. Justo un regalo de mi esposo y creí que era el momento perfecto para estrenarla.
Javier me esperaba en una mesa, pero al verme llegar, se levantó y me indicó para salir. En la vereda me dijo sin preámbulos, “Marta te quiero coger”. Yo también quería. Sabía bien lo perfecto que era en la cama y sólo le respondí “vamos”.
Cuando, en un tierno misionero, ya me había metido toda su verga, se quedó quieto un momento. Me dijo al oído que “no me recordaba tan estrecha”. Luego me preguntó ¿Sólo coges con tu esposo? Cuando le dije que sí, que era mujer de un solo hombre, de mi esposo, pero que me había vuelto loca al verlo. Me miró, no dijo nada y comenzó a moverse.
Javier se mueve como pocos. No podría describirlo. El contorneo de sus caderas me hace sentir su verga en todos los sentidos y direcciones, ese vaivén rítmico en todas las direcciones me hace llegar demasiado rápido, seguro el tamaño de su verga ayuda y mucho, pero tenerla grande y saberla mover es una virtud que pocos tienen.
Cuando tuve el primer orgasmo Javier me preguntó ¿llegas así con tu esposo? Le respondí entre gemidos que no, que nunca, que jamás. Que con él siempre fue genial e inigualable.
Siguió moviéndose. Y poco a poco sin sacarla, me fue acomodando en perrito. Era un genio en eso, siempre sabía cómo ir avanzando sin necesidad de sacarla y cortar el momento. Al verme en perrito me dijo “te ha crecido el culo, eres toda una mujer bien casada” y siguió entrando en mi hasta que tuve un nuevo orgasmo.
Con su maestría genial siguió moviéndome. Yo me dejaba llevar por sus manos y sus piernas. De costadito, de cucharita, como me gusta tanto, tuve el tercer orgasmo. Tras el mismo se acostó boca arriba y lo empecé a cabalgar. De espaldas a él. Pero me dijo “quiero verte la cara puta”.
Giré con su verga en mi coño que vibraba y chorreaba y lo quedé mirando. Me dijo “estás muy linda y más culona”. Continuó diciendo “tu marido te ha guardado estrechita para mí y ahora voy por tu culo”.
Ya lo quería sentir atrás. Pero a la vez tenía algo de temor. Mi esposo me coge muy poco por el culo y claramente la verga de Javier, tras años de un sexo soso con mi marido, me iba a hacer doler. Pero quería ese dolor, quería sentirme una perra y me levanté un poco. Sin saliva ni lubricante, con mis manos acomodé su verga en la entrada de mi culo y poco a poco, me fui dejando caer.
La humedad que mi coño le había dejado a su verga fue suficiente. Mi excitación hizo también su parte. Me abrí muy fácilmente y los primeros centímetros de su verga entraron como si fuese la verguita de mi esposo. Me miró y me dijo “métetela toda puta de mierda”. Lo obedecí y seguí cayendo sobre su verga. Poco a poco fue entrando toda en mi culo ansioso. Estaba tan excitada que el ardor y dolor se disipó más rápido que en mi coño.
Cuando toda su deliciosa verga estuvo dentro, él empezó a empujar y a salir. Sentí como electricidad recorriendo mi espalda y tuve un cuarto orgasmo brutal, el primero por mi culo. Me puse loca, gritaba y gemía, en ese momento me importaba un carajo que me escucharan de las otras habitaciones, de los otros pisos, gritaba y gemía como una poseída.
Siguió dándome por el culo hasta que sentí que él también se venía, verlo así, con su rostro lleno de morbo y perversión, diciéndome que seguía siendo tan puta de mierda como en la universidad, me hizo llegar en un nuevo orgasmo brutal. Me oriné sobre su vientre. No lo vi venir. Mientras me contraía en el último orgasmo de la tarde mis orines me vencieron y se esparcieron sobre su vientre. Me abofeteo y me dijo “sucia de mierda”. Sentí su leche llenar mi culo.
Mantuvo su firmeza un minuto o algo más y luego la sacó. Me dijo “mi esposa me espera en casa”. En ese momento me enteré que también estaba casado. Nos vestimos y salimos. Las piernas me temblaron todo el resto de la tarde. Felizmente mi esposo llegó muy tarde tras su jueves de futbol con sus amigos.