Mariana (nombre ficticio) fue mi primer gran amor, una chica que me cautivó desde el primer momento y con la que tuve la suerte o la maldición de disfrutar algunos años de nuestras vidas. Ella es una mujer bajita, de metro cincuenta y cinco aproximadamente, una carita angelical, piel blanca con pecas, un par de tetas monstruosas para su estatura, nalgas normales y un temperamento que variaba desde la chica más dulce del mundo al infierno en primera persona.
Empezamos una relación de amistad, que con el tiempo se convirtió en amor, por lo que formalizamos nuestra unión, siempre nos besábamos apasionadamente, toqueteos, el deseo era de lado y lado, no se podía negar, pero por una u otra razón no había el lugar, el tiempo o el momento para consumar nuestra unión. Un día, se dio finalmente la oportunidad, mi casa estaría totalmente sola y ambos podríamos disfrutar finalmente del otro. Entramos a mi cuarto, ella llevaba un pantalón ajustado, sweater, que corrí rápidamente luego de algunos besos interminables, con nuestras lenguas entrelazándose. Me modeló en lencería, era gris de encaje, hilo exquisito que se perdía entre sus nalgas y admiraba sus labios vaginales de manera exquisita a través de la tela, mi corazón palpitaba, mi pene estaba duro, sentía se mojaba, el morbo y el deseo eran impresionantes. Ella me quitó todo, menos el bóxer, en el cual se veía una carpa por el deseo que le tenía, ella se quedó viéndolo fijo, cómo pensando, qué debo hacer, pero tomé la iniciativa.
Quité su sostén y vi sus senos, enormes, con sus pezones erectos, preciosos, de color marrón, eran hermosos, para mí era arte, los llevé a mi boca, empecé a chuparlos, el tiempo para mi no existía, estaba hipnotizado, su piel suave, me encantaba, alternaba entre uno y otro seno, apretaba con mis manos, era un morbo divino que quería gozar, y ella gemía, gritaba de excitación; posteriormente, la volteé, le admiré nuevamente el culo y le di una rica nalgada, le decía lo rica que estaba y que la deseaba como nunca antes había sentido, nos besábamos, son momentos que deben disfrutarse y que a pesar de los años transcurridos, recuerdo cada detalle como si hubiese sido ayer.
Bajé su hilo, estaba mojada, se hizo una especie de cristal de baba, su flujo era mío, yo le estaba ocasionando todas estas sensaciones y debía comerlo, así lo hice, saboreé su totona, exquisita, la tenía peluda, ella siempre decía se irritaba mucho, pero no dejaría que eso fuese un problema, lo saboreé, tenía un sabor exquisito, dulce, con olores y mezcla de orine e higiene personal, chupaba sus labios, metía mi lengua profundo, estaba extasiado, así estuve unos minutos, pero ella me dijo, quiero complacerte también. Le dije, que quería probar su culito, la volteé y vi ese hueco más oscuro que el resto de su piel, pero bonito, me cautivó, lo olí, le dio cosquillas, me preguntó qué hacía y le dije, estoy disfrutando cada centímetro de ti, luego lo chupé con suavidad, metí un poco la lengua, tenía un sabor delicioso, pero insistió que era mi turno.
Me hizo acostarme y quitó mi bóxer, mi pene estaba a estallar, las venas marcadas, mojado de la lubricación, no podía negar que me encantaba esa mujer, lo miró sin perder detalle, me dijo lo tienes enorme, naguará, mientras lo empezaba a tocar con sus ricas manos, lo pajeaba suavemente, ella era muy jodedora, lo agarró con las dos manos y quedaba gran parte sin cubrir, me decía naguevoná, te pasas… reíamos, pero empezó a chuparlo, con calma, saboreaba mi líquido preseminal, lo hacía rico, aunque de vez en cuando sentía una que otra vez sus dientes, le decía que lo hacía de maravilla, que bajara, chupara mis bolas, las besaba, mientras la miraba atentamente, a medida que la excitación era mayor, la ahogaba, me encantaba su saliva llenara todo mi guevo y sus lágrimas pidiendo compasión; era el momento, queríamos ir más allá, ambos éramos vírgenes, pero en pocos segundos ya no lo seríamos, puse el preservativo, ella acostada, yo encima, el misionero, era la posición que elegimos, empecé suave a tratar de meter mi cabeza, pero de inmediato el gesto de dolor, no se hacía esperar, le dije que dolería al principio, pero que luego le iba a gustar (cosa que había leído, obviamente), luego de varios intentos logré introducir mi cabeza, pero el dolor era fuerte, a pesar de no seguir, trataba que se adaptara, tuve que desistir, ya se asomaba algo de sangre en el preservativo, pero le dije que lo haríamos en otra ocasión, que no había motivo para que sufriera.
Ella empezó a llorar de la impotencia, quería complacerme, me decía que yo la complacía en todo y que ella quería hacer lo mismo, pero le dije que se calmara, que estábamos juntos y que en otra ocasión se iba a lograr, pero que le estaba doliendo mucho y la verdad la idea era que lo gozara y no que quedara traumatizada por dolor, me abrazó, nos besamos. Luego, le dije, vamos a ducharnos, ya el tiempo había avanzado y pronto debíamos marcharnos para no levantar sospechas, en la ducha, empezó a pajearme, me dijo, deseo acabes rico para mí, a todas estas, no había podido acabar, empezó a chuparlo un poco, sin que el agua le mojara el cabello, lo pajeaba nuevamente, hasta que le dije que iba a acabar, me dijo dónde quería hacerlo, pero ya no podía controlarlo y mi leche empezó a salir disparada, ella siguió pajeándome y su abdomen quedó lleno totalmente, su piercing de ombligo chorreaba de mi semen. Nos besamos, terminamos de ducharnos y la acompañé a donde debía haber estado todo el día.