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Mi rincón de silencio

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Una vez más me encuentro sentado en la fría arena de la playa disfrutando del amanecer. Siendo mudo testigo de cómo la luz gana, al menos por unas horas, la eterna batalla a la oscuridad.

Al menos una vez por semana trato de escaparme aquí, alejarme de todo, de todos, de mi mismo y vaciar la mente al menos durante unos minutos.

Un perro se planta frente a mi y, girando la cabeza, se pregunta si yo llegaría a ser un buen compañero de juegos pero un silbido interrumpe sus cavilaciones y se aleja de mi corriendo en pos de su amo.

Al morir en el aire el silbido, el sonido de las olas al romper se vuelve a adueñar de mis oídos mientras mi mirada se pierde en la fina línea que separa el cielo del mar.

Nuevamente mis pensamientos, o la falta de ellos, se ven interrumpidos al sentir como dos personas se acercan y se sientan justo detrás de mi. No me hace falta girarme para saber quiénes son, siempre, siempre acaban encontrándome.

—¿Ves? —su voz grabe rompió el silencio reinante sin importarle lo más mínimo que sus palabras se colasen en mi cabeza.— Te dije que estaría aquí!

—¡Como siempre! —respondió su interlocutor.— No te la des de sabiondo. Siempre vuelve aquí.

—¡Mírale! ¡Será imbécil! ¿Por qué cojones tuvo que hacerte caso?

—Sabes el porqué tan bien como yo.

—¡Y una mierda! No tienes ni puta idea de nada. Él la quiere, la desea, la AMA.

— Sí, todo eso es cierto, pero sigues sin tener en cuenta las circunstancias.

—¡Que les den a las circunstancias! —bramó.— ¡Mírale! Se muere por besarla, por abrazarla, por tenerla cerca.

—Lo sé, pero es mejor así. Al decir "circunstancias" también estoy hablando por ella. Ambos perderían demasiado.

—¿Y no están perdiendo ahora? Mira cómo está. —alzó aún más la voz.— Desea perderse en ella, sentir sus brazos rodeándole, poder mirarla a los ojos y perderse en sus labios.

—Unos ojos verdes que nos vuelven locos.

—Me estás dando la razón. —le interrumpió.

—¿Acaso te crees que no lo sé? ¿Crees que no sé lo que pasa por su cabeza?

—Parece que no. Sino no hablarías así.

—Sí, lo sé. Sé que la ama. Sé que está enamorado de ella, pero... no puede ser. Es lo mejor para él y para ella.

—No me vengas ahora con eso. La diferencia de edad. Eso es una chorrada. ¿A quién coño le importa que tenga 20 años más que ella? Repito, es una auténtica tontería.

—Si. Lo es. Pero no me refería a eso.

—Sé a lo que te refieres, también ha hablado conmigo. Me ha contado sus sueños… sus anhelos… sus esperanzas… sus miedos… —se enfrentó a él.— ¿Sabes cuantas veces ha imaginado acariciar su cuerpo? ¿Perderse en su mirada? ¿Embriagarse con el sabor de sus labios? ¿Cuántas veces ha deseado hacerlo? Pero aparecías tú para impedírselo.

—Tenía que aparecer y frenarle. —susurró incapaz de mirarle a la cara.

—Y mira lo que has conseguido... está ahí sentado, mirando al vacío tratando de no pensar, pero ambos sabemos quién ocupa sus pensamientos.

—Es mejor así. —dijo sin ser capaz de creer el mismo en sus propias palabras.

—Sentir sus labios —comenzó a susurrar con voz grave.— embriagarse de ellos, besarla, perderse en ellos. Desnudarla lentamente aprovechando para aprenderse cada centímetro cuadrado de su piel...

—Para. Por favor, no continúes.

—Recorrer su cuerpo con la yema de los dedos —continuó hablando sin importarle la súplica de su interlocutor.— sentir como se le eriza la piel al contacto de sus labios. Besar su cuello y tomar uno de sus pezones entre sus labios. Deslizarse por su abdomen hasta alcanzar el tesoro que esconde entre sus piernas…

—Por favor, detente.

—Lamerlo, saborear su coño aprendiendo cada matiz, acariciar su clítoris con la lengua y arrancarle innumerables gemidos de placer. Dejarla al borde del orgasmo, tomarse su tiempo en hacerla ver que hay más, mucho más. Sin prisa, dedicándola todo el tiempo del mundo.

—Recorrer de nuevo su cuerpo rozándola con los labios. —continuó su interlocutor acallando el grave susurro.— Mirarla a los ojos, sentir su calor, disfrutar del aroma de su piel, abrazarla por horas, disfrutar del alboroto, del silencio a su lado, reír con ella, sentir como se enreda su pelo entre sus dedos, apoyar su cabeza en sus muslos mientras sus manos acarician delicadamente su piel.

—Veo que ha hablado mucho contigo. —le cortó.

—Ya sabes que sí. Pero debía aconsejarle. No sólo por él, por ella también.

—Claro… por ella... ¿Y por eso ella tuvo que actuar así, verdad? Rompiéndolo por dentro, dejándolo vacío, actuando como más daño sabía que le iba a provocar.

—Tampoco ha sido fácil para ella. Lo sabes. Lo sabe. Todos lo sabemos. Se dejó aprisionar por el miedo. A veces, cortar de raíz es la mejor solución.

—¡Y una mierda! Él no se merecía eso. Le dio todo, ¡¡TODO!! ¿Y qué ha hecho ella? Desaparecer. Ni una explicación, ni una mísera palabra. NADA. Sólo silencio.

—¿Y qué podía hacer? Sabes que le quiere tanto o más que él a ella, pero…

—Nada de peros —le cortó— Cobarde, eso es lo que es. Una cobarde.

—No es tan fácil. —negó con la cabeza bajando la mirada.— Donde tú ves cobardía, yo veo dolor. Una forma de cargar sobre sus hombros con las culpas de todo. Un acto desesperado de tratar de hacer lo correcto. Una forma de liberarlo de toda culpa.

—Tú y yo nunca nos pondremos de acuerdo. Ambos tenemos nuestra opinión al respecto y por mucho que digamos no la vamos a cambiar.

—Eso es lo de menos, siempre ha sido así.

—Ahora ya todo da igual. Míralo. ¿Qué vamos a hacer con él? —dijo señalándolo.

—Estar ahí para él. Aconsejarlo, guiarlo, apoyarlo.

—Hace años sólo pedía mi consejo. —se lamentó.— Pero… tuviste que aparecer tú.

—Hace años, todo era distinto. Han cambiado muchas cosas.

—¿Y por qué no podrían volver a cambiar? ¿Qué hay de malo en que nos escuche a los dos?

—Sabes que eso no puede ser.

—Quién sabe… Quizás…

—No sabemos qué pasará en el futuro, ni podemos saberlo.

—Déjame al menos esa esperanza. La duda de un futuro incierto. Sabes al igual que yo lo que siente por ella, sabes que la desea, que está enamorado de ella. Lo sabes.

—Si lo sé.

—¡Joder! —gritó a pleno pulmón levantándose llenando la playa con su voz grave.— ¡LA AMAMOS!

—Sí, la amamos, pero…

—CALLAOS!!! —grité poniéndome de pie de un salto encarándome a ellos incapaz de seguir escuchándoles— Callaos, por favor. —supliqué al vacío comprobando que en realidad no había nadie a quien dirigirme.

Encendí un cigarrillo y lentamente abandone la playa con la intención de coger el coche y regresar a casa.

—Volverá. —oí detrás de mí.

—Si, siempre vuelve.

FIN.

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