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Morbo con mi hijo
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Intento escapar de mi cuerpo sintiendo un temblor que aún me excita, solo contenido por el biquini que llevo puesto, pero el que dibuja mis pezones en relieve. Soy incapaz de decir una palabra, esbozo una sonrisa y mis palabras brotan cual gemidos a boca abierta; no se si suspiro o libero un orgasmo. Lo que va a pasar cambiará mi vida para siempre. No quise ser infiel, pero ya sé que cuando vuelvo de mis viajes, cuando deje de escribir mis experiencias ya no seré la misma; ya no lo soy desde hace un tiempo, soy una cortesana, una puta de salones con vinos espumantes. Recuerdo el incesto hace algunos años y sigo siendo esclava a merced de Edipo, ¡Puede poseerme!

Morbo con mi hijo

No hay morbo más grande que tener por amante a un hijo y aunque parezca demasiado grotesco, también así la lascivia pornografía que provoca. En mi caso es el sumun máximo del placer; creo que el incesto alcanza la lujuria, no solo por el pecado que encierra en el deseo, sino inclusive por el morbo que incita el poder ser descubiertos.

Arrodillarme frente al bóxer de mi hijo y desafiando sus ojos con mis ojos, acaricio sobre esa tela su glande con mis labios pintados, dejándole rastros de ese pecado en la erección que le provoco. ¡Me encanta! Y aunque algún que otro amante satisface mis deseos, mi hijo es todo el sexo, la fantasía que necesito y que se revela entre mis gemidos.

Aquellos días en un crucero que hacíamos desde Buenos Aires hasta el norte de Brasil, tuvimos una parada en Río de Janeiro, —siempre Río—, lugar de mis pecados y el inicio del incesto con Richard, mi hijo.

Habíamos bajado en unas excursiones con él y mi esposo; pero de regreso mi marido se quedó dormido en nuestro camarote, yo aproveché para darme un buen baño de inmersión con sales y flores que me habían dejado en la suite; Richard en el camarote contiguo se estaba duchando también, pero al separarnos en el corredor, lo provoqué rozando con mi mano su bulto prominente; le dije que me esperara esa noche; no sé cuántas veces me masturbe en esa tina mientras fantaseaba con el derrame de su semen sobre mis labios.

Fui al «spa» del crucero, me hice depilar completamente, solo dejando una fina tira de bellos sobre mi pubis que baja hacia mi clítoris y con un buen sauna y masaje me relajé toda, sabía que sería una noche interminable de salvaje sexo… ¡Estaba lista para mi hijo!

La cena se sucedió como esas noches sobre la última cubierta, mesa reservada para los que tenemos ciertos privilegios de un crucero conocido, me había dejado el camisolín (aunque parecía una blusa de seda) pero no llevaba soutien por lo cual mis pezones eran un bajo relieve en esas sedas, jeans ajustados pero cortos en los tobillos y una pulsera en el izquierdo, como aquellas egipcias que delataban su erotismo en el antiguo Egipto, —bien transgresora y algo más, un tanto prostituta—.

Mi marido «cornudo como de costumbre» solo me dio una palmada sobre mis nalgas que nada me provocara, pero el roce de mi hijo al acomodarnos en esa mesa me hizo cerrar los ojos y dejar que los sentidos fueran un escalofrío sobre mi piel.

Sentado delante de mí, entre otros comensales, yo descalzaba uno de mis pies llevándolo a su entrepierna, el que él sujetaba dejándome sentir la erección que me volvía más loca; era evidente mi calentura, tanto que, una mujer sentada a mi lado me dejo saber que se había dado cuenta y la muy atrevida bajo el mantel acarició mi pierna con sus uñas, mirándome también me sonrió; demasiado caliente para un solo instante cuando me preguntó al oído: —¿lo compartís?… Le respondí que sí, pero no esta noche, quizá mañana.

Grace (esta mujer) rozó y volvió a acariciar mi pierna, pero esta vez, hasta mi ajustada vulva sobre el jean blanco, provocándome más fuego bajo mi piel, le sonreí, mi hijo no dejó de advertir esa escena; él, mordiéndose los labios me guiño un ojo, ¡estábamos listos para el placer!

La sobremesa se había puesto pesada con esas conversaciones de los hombres que me aburren, por lo que Grace me invitó a salir a cubierta a fumar un cigarrillo, acepté porque fue un desafío lo que se provocaba en su mirada; mi hijo –caballero como siempre— nos corrió las sillas para poder abandonar la mesa, mientras salíamos a cubierta tomadas del brazo, mi hijo Richard, se me acercó, cuando acariciándome la mejilla me dijo —te espero en mi camarote; temblé y sentí que no solo me mojaba sino que también sentí electrizar mis pezones.

—Te calienta mucho ese pendejo, —me murmuró Grace.

—Si. Hace mucho que disfrutamos el incesto.

—Ah, pero entonces los conoces de hace tiempo y ¿cuál es ese morbo si se puede saber?

—De meterle los cuernos a marido, eso nos calienta muchísimo, coger cada vez más seguido y esta es una noche de pecados. —Pero advertí que no había entendido que era una relación con mi hijo, o sea, puro incesto.

Sentí que Grace se estaba excitando conmigo y mi morbo iba en «crescendo», nos apoyamos en la baranda y asegurándose ella que nadie nos viera me besó dulcemente en los labios, sus manos desabrochaban mi jeans descubriendo que estaba empapada al masturbar mi clítoris y llevando mis jugos otra vez a su boca, me volvió a besar con un profundo beso de lengua y salivas.

—¿Me vas a contar quien es ese pendejo que te tiene así? —Me murmuró al oído, mordiendo suavemente mi oreja que más me calentaba.

—Es mi hijo… —Apenas pude suspirar y jadeando.

Los ojos de ella no daban crédito a mis palabras, mientras le iba contando como habíamos empezado a coger con Richard en aquellas noches en Río de Janeiro y que a su vez era cómplice de mi adicción ninfómana, que solo él podía apagar mi fuego con tanto semen. Como estábamos navegando ya cerca de Río, le dije que eso me hacía recordar aquellas noches y que solo en ese momento quería estar en su camarote, desnuda y tendida sobre su pecho; —el de mi hijo—.

—Me acabas de volver loca, —dijo Grace— me estás haciendo sentir hasta el más íntimo de mis escalofríos; ¿incesto puro y así tan abierto?, eso tengo que verlo y sentirlo. Me muero por ver cómo te besas con tu hijo, ¿serías capaz de invitarme a ese pecado?

La volví a besar en sus labios, pero esta vez yo rodeé sus caderas y acaricié su espalda por debajo de su blusa. —Te va a gustar, pero esta noche estamos inaugurando el viaje con Richard; hoy vamos a coger hasta cansarnos y mañana quizá te invitemos. Pero ahora seguime.

Llegamos a camarote de Richard, como dos niñas tomadas de la mano y corriendo por el pasillo, cuando golpeé la puerta, desde adentro me gritó, —está abierto—, entré, le hice señas de silencio a Grace, ya que mi hijo estaba en la ducha con la puerta del baño entreabierta, él no podía ver hacia la suite; así que me desnudé delante de Grace, quien habría más sus ojos negros, —hermosos por cierto, al igual que su boca—, así que delante de ella me quedé con el bikini y sin el soutien mostrándole mis aureolas y mis pezones, los que pellizqué para erotizarlos aún más, bajé mi tanga y le enseñé que no solo estaba mojada, sino que tenía mi línea de vellos tan finos como le gusta a mi hijo.

Grace me volvió a comer la boca y le dije: —Podes mirar, pero en cuanto veas que salimos de la ducha, salís del camarote. Ella asintió en silencio.

Desnuda, solo en bikini y con las sandalias (las que no me había quitado) y haciendo juego, me metí en el baño; el vapor había empañado el vidrio de la mampara, allí apoyé mis tetas y los pezones sintieron la calidez de ese vidrio y con esa calentura empecé a masturbarme, mi hijo del otro lado y bajo la ducha mordió sus labios, comenzando a «pajear» su erección; de reojo la miré a Grace que se estaba masturbando también, pero con sus ojos clavados en mí.

—Hacía rato que te esperaba putita, —me dijo Richard—.

—Ya lo sé bebe, ¡putito mío!, y aquí estoy para celebrar y recordar nuestra primera cogida en Río; me depilé como a vos te gusta y estoy lista para que esta noche acabes en mi vientre. Todo esto lo decía, no por él ni por mí, sino para que Grace descubriera ese morbo con mi hijo.

Me metí en la ducha sin quitarme el bikini, ni las sandalias, cuando mi Richard me abrazó y girándome en la ducha me contuvo contra la pared, nos comimos la boca a mordiscones agresivos, con esa culpa encendida por el morbo y más yo, que sabía que alguien nos estaba observando, fue cuando sentí que su erección golpeteaba sobre mi pubis.

—Todavía no me cojas, lléname de besos, —le pedí susurrando.

—Vos y esa otra veterana en la mesa, me calentaron demasiado, pensé que te ibas a encamar con ella; y me vine a pajear, tengo la pija que explota; pero te la voy a enterrar en la colita.

—Esta noche mami, es toda tuya, ¡putito!, le decía mientras sentía su erección en mi mano.

Me acomodé poniéndome debajo de la ducha, apoyé mi cara contra la pared igual que mis pezones, levantando mis caderas empecé a sentir como esa erección jugaba “punteando” mi esfínter. Giré mi cara y pude ver a través del empañado cristal que Grace aún estaba ahí, pero en un momento cuando Richard me jaló del cabello yo alcé mi cabeza hacia atrás y grité suavemente, su pija ya estaba dentro de mi vientre; en ese momento Grace tirándome un besito con la misma mano que se había masturbado y saboreado este placer en sus labios, desapareció del camarote.

La ducha fue interminable, no podíamos de dejar de comernos la boca con mi hijo; había mucho morbo contenido desde que zarpamos de Buenos Aires. Me arrodillé delante de él y mi garganta fue lo más profunda que podía conteniendo la respiración; al menos sentíamos que el agua calmaba algo de ese ardor que friccionaban nuestros cuerpos, Edipo y Yocasta estaban otra vez juntos, yo me sentía demasiado perversa y mi cuerpo lo necesitaba, la piel de Richard también estaba encendida y el color de su glande y su erección la que salía y entraba en mi boca, eran en sus escalofríos el placer de poseerme.

Sus manos me tomaban de los cabellos y acompañaba el ritmo mientras le chupaba esa pija, la que se hinchaba aún más en mi boca; —no sé cuánto estuvimos así—, pero yo sabía que mientras le hacia esa felación su placer también estaba en la yema de mis dedos que jugaban con su esfínter, mientras me abría paso en su ano hasta penetrarlo y más nos calentábamos bajo esa ducha.

Me incorporé, nos seguimos besando, mis pezones se apoyaron en su pecho y su erección sin más, fue entrando por mis labios vaginales —yo me dejé llevar—, sintiendo como me invadía el sexo de mi hijo, otra vez el morbo me hacía cerrar los ojos y abrir la boca jadeando.

Después de largo rato de cogernos con tanta furia, mirándonos a los ojos y mordiéndonos los labios, sentí una estocada dentro de mi vientre, la que provocó un beso aún más perverso y tanto semen corría por mi nacarada vulva; estaba en fecha, era consciente que estaba ovulando, y supe que estaba quedando embarazada; ese calor atravesó mis entrañas y me abracé al cuerpo mojado de mi hijo, aun estando cogida, penetrada, mientras él latía acabando aún más dentro mío, mi boca no dejaba de mordisquear sus labios agresivamente, —yo estaba muy caliente—.

Me colgué un toallón sobre las lolas que todavía firmes sostenían mis aureolas rozadas y mis pezones aceitunas como una adolescente; Richard se anudó a su cintura un toallón y salimos al balcón de la suite frente a la inmensidad de las olas del mar; nos volvimos a enfrentar con la mirada y me colgué otra vez su cuello para besarlo como una puta gata en celo.

—me dejaste embarazada— le dije…

—Lo sé, —murmuró él— y me comió la boca.

Yo encendía un cigarrillo mientras Richard se servía una copa de buen «ron», volviendo al balcón, el murmullo del mar era para nuestro silencio un cómplice más, alzó la copa y brindó por mí…

—Por la «perra» que jamás puede tener en un hombre entre sus brazos.

—Por mi hijo, que me hace sentir lo que ningún hombre arranca de mis entrañas; ¡Este placer!

Me apoyé contra la baranda de espalda a la inmensidad, cuando del camarote vecino, (el que tenía con mi esposo) apareció él y sin poder vernos bien, alcanzó a preguntar si estábamos bien. Entre risitas cómplices le dije que sí, que estábamos jugando cartas y fumando un poco, mi esposo «el muy cornudo» dijo: —no tomen tanto, me voy al jacuzzi— y cerró la ventana del camarote; sabíamos con Richard que la noche recién estaba en pañales y azules sobre las olas del mar, tiritaban los astros a lo lejos.

—Lau… ¿pido champagne?

—Si… pero recuerda que en estas noches para vos soy Xochi, tu pervertida diosa erótica.

—Cierto, la más puta.

Cuando tocaron la puerta, el camarero advirtió que mis pezones en un bajo relieve sobresalían de ese fino toallón, que apenas me cubría el pubis.

—Perdón señora, ¿aquí pidieron champagne?

—Si, le dije, (provocando que mi mano descubriera un poco mi desnudez) póngalo sobre la cama.

A lo que mi hijo entrando desde el balcón y con su toallón en la cintura, le alcanzó una propina. Al salir ese camarero, negro como el ébano y bien dotado según su blanco pantalón, me guiñó un ojo, cumplido al que yo sonreí con un gesto de mis labios.

—¿Te gustó el negro?, me preguntó mi hijo.

—Si. Está bien dotado, por eso le deje ver mi conchita depilada.

Nos emborrachamos durante gran parte de la noche entre besos quemantes y suaves mordiscos, esa era nuestro juego, el placer doliente y ardiendo en nuestros labios, hasta que caí rendida en la cama de mi hijo de tanto placer; cuando despertando en la madrugada y aún de noche, sentía otra vez sus pequeños mordiscos sobre mi pubis, la saliva de Richard servía de lubricación sobre mi clítoris y su lengua perversa, se enterraba aún más entre los labios húmedos de mi sexo.

—No pares hijo. —le dije sosteniéndole la cabeza y apretándolo contra mi pubis.

Estoy acabando sobre su boca y mis flujos se confunden en sus labios, sacudió su boca abierta y se devoró «literalmente» mi último orgasmo antes de que me volteara violentamente y se acomodara detrás de mí y me penetrara cabalgándome hasta que, rasgando las sábanas con mis uñas, volví a sentir su semen desbordando por mis piernas; me deje caer sobre las almohadas, su cuerpo sobre mi espalda, su pubis no dejaba de golpetear mis cadenas, una catarata de orgasmos eran mis gemidos mordiendo esas almohadas, no daba más de placer, pero aún no quería que se detuviera.

—No pares, le volví a repetir. Cuando sentí que su tiesa pija estaba acomodándose otra vez en mi cola, curvé mi cadera hacia arriba, acomodé una almohada bajo mi vientre y mi cola quedo a merced de mi hijo, con sus manos separó mis nalgas y esa erección fue clavándose en mis entrañas con ese ardor interminable de placer de sus veintitantos centímetros, los que sentía en mi esfínter y que se hundían en mis entrañas.

—Cogeme hijo de puta, cogeme más; ¡me partís, me arde!

Cuando sentí que su ritmo era más intenso, supimos que estaba a punto de acabar, me solté y me puse en cuatro sobre la cama, como una perra en celo, cuando mi boca no dejó caer nada de ese semen que a chorros me bañaron el rostro y saboreándolo con mi boca lamí hasta la última gota que corrió por mi garganta. Nos tumbamos en la cama mirando el techo y ese amanecer sobre el mar que corría del otro lado del balcón; yo mojada de semen y mi hijo Richard cubierto de mis ninfómanos pecados.

—La seguimos esta noche, le dije besándolo en los labios, —la podemos invitar a Grace.

—Sí, pero la sorpresa la preparo yo. Me dijo sonriendo y mordiéndome los labios.

Me levanté y envuelta en una bata de baño, me fui a mi camarote, mi marido dormía, seguramente con los cuernos entre sus sueños, me acomodé a su lado sin desearlo, pero tuve que cogérmelo al despertar, —por las dudas de haber quedado embarazada esa madrugada bañada por el semen de mi hijo—; con mi marido apenas fue un polvo echado al viento —pero, me aseguraba que acabara bien adentro, no dejé de acariciarle la cabeza, como acomodándole los cuernos mientras me reía con mis pecados.

En la cena siguiente, volvimos a compartir la mesa con Grace y su esposo, sus ojos no dejaban de clavarse en los míos, y en los de Richard; él le asintió con la cabeza cuando ella bebiendo de su copa le guiño un ojo; eso estaba listo; pero en un descuido y al rato lo veo a mi hijo conversar con el camarero del champagne. La noche prometía más placer, más pecados, incesto entre Edipo y Yocasta, entre Xochi, Richard y sus invitados, en un morbo ya encendido en esas noches de cruceros.

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Cortesana-Xochi
Cortesana-Xochi
No hay morbo mayor que tener por amante a un hijo y aunque parezca demasiado grotesco, la lascivia pornográfica que provoca, creo que el incesto alcanza la lujuria, no solo en el pecado que encierra en el deseo, sino por el morbo que incita el poder ser descubiertos. Recuerdo ese morbo de hace algunos años y sigo siendo esclava a merced de Edipo, ¡Puede poseerme frente al espejo!

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