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Nuestro cumpleaños BDSM
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Tiempo de lectura: 7 minutos

Hoy es un día especial para los dos. Podría decir que cada día desde que la conozco o desde que soy de su propiedad lo es, y no mentiría. Pero hoy es un día especial porque es nuestro cumpleaños. Sí, los dos cumplimos el 4 de marzo, aunque con un puñado de años de diferencia a mi favor (o en mi contra, según se mire).

Que naciéramos el mismo día me pareció una de esas casualidades que el primer día me hizo sentir que se estaba cruzando delante de mis ojos la mujer de mi vida. Porque ya contamos en su momento que el primer día y los sucesivos, la sensación de ver una estrella fugaz en el cielo cada 5 minutos era constante. Una magia que ha permanecido inalterable hasta hoy… 9 meses y un puñado de días después.

____________

Es el primer año que llevamos a cabo esto de escribir los deseos para nuestro cumpleaños, y recuerdo lo que sentí cuando me enfrenté al folio en blanco una tarde de agosto en la que estábamos charlando y Ella me dijo “Quiero que escribas tus deseos para el día de nuestro cumpleaños”.

Y así lo hice, no sin dudar durante bastante tiempo, sobre todo porque Ella me dijo claramente que tenía que poner lo que yo deseaba… no lo que Ella quería. Eran mis deseos, no los suyos. Ella haría lo mismo y lo compartiría conmigo.

Me costó bastante poner mis deseos en orden. Me costó porque lo cierto es que tan solo deseo una cosa. Servirle a Ella. Estar con Ella. Disfrutar de Su presencia y estar a Sus pies. Incluso un día, viendo que tardaba más de lo normal en completar la tarea, me insistió:

“Pedro, lo que quieras, pero para ti. Tus deseos. Puede ser lo más romántico, lo más común o lo más guarro. Solo quiero que pienses qué te gustaría para tu cumple. ¿Es sencillo, verdad bonita?

Y la verdad es que no. No era sencillo, porque como sabe no soy de pensar las cosas a largo plazo (y seguramente tampoco a corto). Simplemente van pasando, y las voy afrontando… así que estuve varias semanas enfrentándome al pánico del folio en blanco, y sin saber qué escribir. Pensaba en un deseo a cumplir pero, un día, después de que fuera a un SPA con su madre, Ella me dio la clave para la carta.

“Pedro, quiero que escribas cuál sería tu día perfecto”.

Y entonces, un día cualquiera cogí el portátil y las letras empezaron a fluir. Cuando terminé, se lo compartí y Ella, simplemente me dijo que ok, que ya lo había leído, pero no me dio ninguna pista sobre si le había gustado o no. Si le parecía bien o todo lo contrario. Si haría mis deseos realidad o haría exactamente lo contrario. Eso le gusta, y lo sé perfectamente. Esa situación de desconcierto que provoca en mí su aparente indiferencia. Pero es un ordenador pequeñito, y anota en su mente cada detalle para cuando sea necesario.

Y lo cierto es que no he vuelto a recordar lo que dejé reflejado en mi carta hasta esta mañana de sábado, justo el fin de semana antes de nuestro cumpleaños. Sospeché algo ayer por la noche, cuando nos fuimos a cenar a nuestro restaurante mexicano favorito de Madrid, ya que era uno de mis deseos en la carta (seguramente el más común de ellos), pero habíamos ido más veces, y unido a que aún quedaba una semana para el cumple y que poco más o menos fui yo quien propuso el restaurante, me despistó por completo.

Por la noche, después del mexicano, fuimos a tomar algo a un pub que había cerca, y en un momento dado, me dijo que iba al baño, que volvía enseguida. Esperé, y cuando volvió a los 5 minutos, vi fuego en su mirada. Venía hacia mí esa mujer que me vuelve loco. Con esa cara tan bonita, con ese cuerpo tan sensual… y fuego en los ojos más lindos que he visto jamás.

Se acercó a mi oído y me dijo:

“Tengo la bala vibradora dentro, cariño… hoy estoy muy cachonda y tengo muchas ganas de humillarte, así que vete pagando que nos vamos a casa”.

Sin dudar un segundo, me acerqué al camarero, y con un gesto le indiqué que me cobrara. Me acerqué a ti y nos besamos repetidas veces mientras nos acercábamos a la acera para esperar al Cabify que habías pedido mientras yo pagaba la cuenta.

Nada más montarnos en el coche te acercaste a mí y, aprovechando que estaba sentado detrás del conductor, y que tenía una visibilidad reducida sobre lo que ocurría a su espalda, me dijiste:

“Bájate los pantalones, mi amor. Quiero que empieces a acariciar esa pollita que tienes por encima del tanga que te has puesto esta mañana. No pares de acariciarte hasta que lleguemos a casa”.

Ni que decir tiene que obedecí. Ella sabe que siempre voy a obedecerla, pero siempre me dice que la diferencia radica en si tendré dudas o no ante sus órdenes… porque si percibe que dudo, entonces desaparecerán las buenas formas, y claro que obedeceré, pero lo haré por las malas.

Al llegar a la acera de casa, me hizo un gesto para que subiera mis pantalones y me bajara del Cabify, cosa que hice inmediatamente, pues estaba constantemente vigilando la mirada del conductor por el retrovisor por si se había dado cuenta o la había escuchado a Ella en el momento que me dio sus órdenes… pero nada ocurrió, bien por discreción o simplemente porque efectivamente no se enteró de nada.

Eran las 2:30 de la madrugada. Nos llevó un buen rato alcanzar el ascensor. Nos besábamos apasionadamente y mis manos no paraban de buscarte… te acariciaba las tetas por debajo de la ropa, mordía tus labios carnosos y me pegaba a ti como perra en celo.

En el ascensor, separaste tu cara de la mía y, pulsando el botón de stop, me dijiste:

“Quítate la ropa, mi amor. Guárdala en esta bolsa y de rodillas acerca tu cabeza a mí”.

Al hacerlo, sacaste mi collar del bolso y lo colocaste sobre mi cuello y tensando la correa me dijiste:

“Mírame, zorra”.

Al mirarte, ya mojado y goteando por mi ridícula polla, sonreíste y me diste una sonora bofetada mientras dijiste:

“Entra en casa a cuatro patas, como la perrita feliz que eres. Tengo ganas de divertirme, y por lo que veo en tu entrepierna, a ti no te faltan ganas”.

Abriste la puerta con calma. Sabes que no me gusta estar así, por el riesgo a que cualquier vecino pueda verme desnudo, caminando a cuatro patas detrás de ti y con un collar y correa de tu mano. Como una perra, que es lo que soy. Cuando finalmente abres la puerta, te sigo atropelladamente, y me apartas con tu pierna exigiéndome calma.

Pasamos a casa y te sientas en el sofá. Estás cansada de toda la jornada del viernes y es tarde, pero interpreto perfectamente tu mirada y me acerco hasta colocar mi cabeza justo en tus botas, y sin decir nada, comienzo a lamerlas. Al principio con cautela, pues no estoy seguro si es lo que deseas, pero enseguida escucho tu voz:

“Cómo me gustas, preciosa. Sigue lamiendo. Las quiero perfectas”.

Nada más decirlo, siento como tu falda y tus bragas caen sobre las botas, y sin decir nada, las saco por tus pies mientras continúo con mi labor. Noto que abres tus piernas y en ese preciso instante soy consciente de que te estás masturbando. Comienzo a escuchar tu respiración cada vez más agitada, pero cuando intento levantar mi cabeza para dirigirme a tu precioso coño, me dices con la voz ronca que se te pone cuando estás excitada:

“Pedro, mi amor… ¿pensabas lamer mi coño después de que tu lengua haya limpiado mis botas?”.

Sé lo que tengo que hacer inmediatamente. A cuatro patas me dirijo a la cocina y te traigo un estropajo y jabón, y te encargas de limpiarme la lengua adecuadamente. Cuando terminas me dices que te quite las botas y que siga con tus pies.

Con mi boca lista, me dedico concienzudamente a tus pies. Me vuelven loco. Primero paso mi lengua por cada dedo. Rodeándolos en círculos pequeños, que voy trazando cual delineante. Con precisión milimétrica los trato con mimo, con deseo y con pasión, pero soy tan puta que no puedo evitar meterlos en la boca y simular que te estoy haciendo una mamada. Y por si fuera poco te busco con mi mirada cuando noto que rozan mi campanilla.

En ese momento puedo ver perfectamente que estás jugando con el vibrador rosa que te regalé y siento que tienes los ojos perdidos. Siento perfectamente tu placer a través de tus bonitos ojos verdes, y lo cierto es que la intensidad de tus gemidos y el ruido de la vibración, me indican que estás decidida a correrte por primera vez.

Con una mano masajeo un pie, mientras con la otra lo sujeto mientras sigo lamiendo sin parar. Y entonces ocurre. Estaba tan concentrado lamiéndote los pies que casi no sentí el fuerte tirón de la correa, acompañado por tu pie clavándose en lo más hondo de mi garganta. En ese momento, y todavía sorprendido por la forma en la que tus pies me están follando la boca, te escucho decirme:

“¿Tienes ganas de chupar, no princesa? No te preocupes, que te vas a hartar de hacerlo”.

Y comienzas a empujar tu pie rítmicamente hasta el fondo de mi garganta. Sientes mis arcadas, pero no liberas un ápice la presión de tu correa, ni tampoco la fuerza con la que tus pies taladran mi garganta. Siento que me viene una arcada, pero sigues empujando tu pie, que cabe perfectamente en mi boca, hasta el fondo de mí.

“Eres mi zorra perfecta, Pedro. Acércate. Tengo un regalito para ti”.

Y entonces, acercándome a ti, con los ojos llorosos de las arcadas y de haber estado muy cercano al vómito, me colocas una mordaza con un pene grueso para mi boca, y otro de dimensiones considerables que va hacia fuera.

Enseguida siento que me falta el aire. La mordaza con pene ocupa toda la boca y se mete en mi garganta hasta ese punto en que cualquier movimiento comprometerá mi situación, pero lo único que haces es sonreír con fuego en la mirada, mientras me ordenas que me ponga de pie con las manos pegadas a mi cuerpo.

Me coloco de pie con la mordaza bien sujeta y presionando mi garganta, y comienzas a envolverme en film. Primero una vuelta, luego dos… y cuando quiero darme cuenta, no sé las vueltas que llevas. Pero de lo que estoy seguro es de que no puedo moverme un ápice. Me pides que me deje caer sobre el sofá, y lo hago sin dudar un instante. Luego, cuidadosamente, me ayudas a caer como un fardo sobre la alfombra del salón.

Te acercas con unas tijeras y con maestría y seguridad liberas el film alrededor de mi pollita, momento que aprovechas para reírte y decirme:

“Aún no sé muy bien para qué libero esta mini-polla, pero reconozco que me gusta ver que te excitas y te mojas para mí”.

Sigues colocando film alrededor de mi cabeza, y cuando te sientes satisfecha del resultado, te sientas sobre el dildo exterior de la mordaza. Siento tu dulce peso sobre mi cabeza, y siento la forma en que subes y bajas sobre él, mientras apoyas las manos en mi pecho. La vista es increíble. Siento tu humedad empapar el dildo. Siento tu culo abrirse cada vez que dejas caer tu bonito cuerpo sobre mi cabeza para clavarte hasta el último centímetro del dildo… y de pronto, noto como tu velocidad y la violencia de tus subidas y bajadas, aumenta significativamente.

Entonces me doy cuenta de que te vas a correr, y efectivamente es lo que ocurre. Siento tu placer explotar. Escucho tus gemidos de placer y me doy cuenta de la intensidad de tu orgasmo. Mi cara está empapada de tu corrida, pero no puedo disfrutarlo lamiéndolo. Simplemente lucho contra el primitivo instinto del vómito, que consigo contener mientras me doy cuenta de que no has parado… de que vas directa a por tu segundo orgasmo consecutivo.

Entonces siento que cambias tu postura. Colocas tu pecho contra el mío, y noto que tu coño queda pegado a mi cara. Ahora además de luchar contra las arcadas, he de buscar la forma de respirar, ya que tus piernas aprisionan mi cabeza a la vez que siento que con tus manos, liberas mi polla a medio gas, metiéndotela en la boca. Apenas cuatro movimientos son suficientes para que mi polla responda agradecida, momento que celebras para apretar fuerte mis huevos y metértela bien al fondo. Me estoy volviendo loco. No sé si respirar, vomitar o disfrutar la mamada que me estás haciendo… pero lo cierto es que estoy en tus manos y siento que podrías hacer lo que quisieras conmigo.

Intento concentrarme en la mamada tan deliciosa que me estás dedicando, y cuando sientes que empujo con mis caderas, intentando moverme incluso a pesar de la oposición del film, aprietas fuerte tus piernas y dejas reposar todo el peso de tu cuerpo sobre mí, mientras intensificas tu follada contra la mordaza con dildo… definitivamente has conseguido que me olvide de mi polla y vuelva a centrarme en tu placer. Y entonces, vuelve a suceder. Siento tu orgasmo empapar mi cara, y poco después, te separas de mí dejando mi polla con ganas de más, mientras liberas la mordaza de mi boca. Te doy las gracias por correrte y porque por fin vuelvo a respirar con normalidad, pero inmediatamente después vuelves a colocar tu coño empapado de tus fluidos sobre mi cara, y dices:

“Saca esa lengua de perra que tienes, preciosa. Limpia bien”.

Continuará.

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