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Orgía en un bar de intercambios

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Un bar, una barra en forma de L. Un bar un poco raro, bien es cierto. Dos secciones, separadas por una celosía de madera que permite ver a través. Una barra, en forma de L, da servicio a las dos zonas. Asientos bajos, poca luz, sillas bajas, humo... Y en una de las zonas, la más cercana a la puerta, una pista de baile.

Cerrada por una cortina.

Y, dos o tres hombres, solos, entreabriendo la cortina, asomándose, no atreviéndose a entrar, cediendo el paso a otros hombres, solos, que ellos también entreabren la cortina.

Pero no entran.

Y en algunas de las mesas, parejas, chico, chica, conversando, fumando, bebiendo, besándose, acariciándose a veces, la piel blanca de ella apareciendo bajo el brazo oscuro de él, el jersey levantado para que las manos puedan pasar bajo el sujetador. Un hombre, solo, sentado delante de ellos, en su misma mesa, inclinado hacia ellos, sin perder detalle. En otros rincones, parejas conversan, fuman, beben, se besan. El hombre solo le dice algo a él, y se levantan los tres, abren la cortina y penetran en la pista de baile.

Se arraciman otros hombres, solos, tras los cortinajes.

Mi contemplación se distrae, no voy tampoco a atisbar qué sucede en ese reducto, además me lo imagino, y además, aunque quisiera, tampoco tendría sitio. A través de la celosía, del otro lado de la zona libre, vislumbro la Ciudad Prohibida, imagen de todos los placeres. Allí no hay humo, allí hay luz, allí hay espacio, allí solo existen parejas, conversando, bebiendo, besándose, acariciándose a veces. Pero yo estoy solo, y me han explicado las reglas: "no atravesar solo la cortina, no traspasar solo la celosía, no tomar ninguna iniciativa, esperar la invitación de una mujer, de una pareja..." Todo ello so pena de exclusión inmediata del Purgatorio hacia las Tinieblas Exteriores, hacia la calle.

Me siento en la barra del bar en forma de L. Del otro lado de la celosía, leonas adultas, muy adultas, me miran de reojo. A mi lado están otras presas tal vez deseando, o como yo, temiendo, ser elegidas para el sacrificio. Me miro, me comparo con las otras hipotéticas víctimas y pienso que, por primera vez en mi vida, prefiero ser bajito, gordito y calvo. Aunque las leonas, ahítas, no se preocupan de nosotros. Mi vecino, sin duda con voluntad de suicidio, invita a una leona a una copa, y ello tiene la virtud de despertarla. La leona se despereza, le llama. Su compañera, al olor de la carne fresca, dirige a mi vecino un gesto de acercamiento. Hipnotizado, traspasa la puerta de la celosía. Me siento solo y despreciado. En el fondo, ¿no soy yo más guapo, más elegante, mas distinguido que estos Elegidos para la Gloria? Evidentemente, no llevo como ellos gruesas cadenas de oro en el cuello, ni siquiera un miserable nomeolvides en la muñeca, pero esto no debiera ser causa de un fracaso tan espectacular. Moral a cero.

Un segundo whisky. Solo.

Pasa media hora. Las leonas se han ido a digerir sus presas.

Los hombres atisban tras las cortinas.

Las parejas se besan y se abrazan, y charlan y conversan

No pasa nada.

En eso, la pizpireta "Relaciones Publicas" (vamos, la dueña del bar) se acerca a mi sigilosamente (hay muchos envidiosos) y me comenta que, si lo deseo, y previo pago de la módica cantidad de 1000 duros, puedo pasar al jacuzzi. Allí puedo tomar un baño. No más, pero tampoco menos. Tiempo: una hora. Al cabo de una hora, suceda lo que suceda, tengo que abandonar la Tierra Prometida.

No me garantiza nada, hay dos parejas están en su rollo y no quieren un quinto hombre, y dos mujeres solas, a quienes gusta mirar a las parejas en su rollo. A veces se animan a invitar a alguien, a veces no.

Las reglas se mantienen, ver, oír, no tocar sin previa invitación.

Se llevan mi chaqueta. Me entregan una toalla.

La Guardiana de las Llaves abre la puerta. Me recuerda que dispongo de una hora.

Paso a la antesala del jacuzzi. Luz tamizada pero suficiente para adivinar que está vacía. No hay nadie. Colgadores en la pared, una especie de banco debajo, colchones en el suelo. Dejo mi ropa en el colgador, la toalla encima de la camisa. Subo unas escaleras, llego al jacuzzi. Luz violeta, piscina grande, honda. Dos parejas en un rincón, treinta y pocos años, charlando, fumando, besándose, acariciándose (supongo, el agua es opaca y con burbujas). Bueno, acariciándose obviamente no, están fumando, y charlando (pero sin duda se besaban y se acariciaban antes de que yo entrase, y mi presencia les corta). Pasan 5 minutos. El agua está caliente. No sucede nada. Me pregunto que habrá sido de las leonas.

Acaban los cigarrillos. Se tiran agua, se persiguen, juguetean como unos niños en una piscina. Me ignoran. No hacen nada especial, se tiran agua, se persiguen, se hunden los unos a los otros. Pasan otro rato, tres de ellos se van del jacuzzi, quedamos una de las chicas y yo. Nos miramos. Ella enciende un cigarrillo, me dice que tiene más ganas de bañarse. Estamos en un rincón, fumando, charlando. No nos besamos. Al cabo de un rato, un ligero roce en una pierna ¿será una caricia? Me hago ilusiones. Bueno, me tengo que ir, que me esperan, me dice. ¡Pues vaya!

Hace calor.

Salgo del agua, me voy hacia la sala. Las dos parejas están tumbadas en el suelo, charlando. Voy a buscar mi toalla. No está donde la dejé, sino que una chica (bueno, más bien una mujer, sobre los treinta y muchos) se ha sentado encima. Mi toalla y ella están en el banco. Le digo que es mi toalla y que debe haberse caído de la percha. Contesta que no se ha caído, pero que la suya estaba mojada. Le digo (más que nada para marcar el punto) que no me importa compartirla. A ella tampoco, faltaría más. Y nos sentamos, uno junto al otro, desnudos como Dios nos trajo al mundo (aunque con más pelo). La toalla es pequeña, y no cabemos mucho.

Ella pone, con naturalidad, la mano sobre mi pierna. Seguimos charlando, de todo y de nada. Mientras las dos parejas han terminado la charla y se besan, con pasión. Se besan con pasión quiere decir que ellas dos se besan con pasión, y los hombres miran apasionadamente. Ya no me aburro. La mano de Isabel (ya me he enterado de que se llama así) cae un poco naturalmente sobre el interior de mi pierna. Parece gustarle el tacto, porque la recorre con interés, mientras continua hablando. Mi cuerpo, sensible al halago tanto como a la vista de las parejas (ahora los dos chicos se dedican a una de las dos, mientras la otra los mira), empieza a responder a sus atenciones, de manera tímida, mientras la conversación continua por derroteros convencionales.

Ella me mira, súbitamente sorprendida, porque el recorrido de su mano no se alejaba tampoco tanto de la rodilla, y se sorprende de mi reacción. Ya se atreve más, y en un plis plas me pone en perfecto estado de revista. No parece desagradarle, porque me pregunta si quiero ir a la piscina, y para allá vamos, ella tranquila como si no sucediese nada, yo caminando hacia la piscina, erguido como el asta de la bandera, con la clara sensación de 8 pares de ojos de bañistas que se detienen de sus juegos acuáticos para clavarse en mi entrepierna (que a estas alturas era más entreombligo) mientras bajo la escalera

Llegamos al agua, penetramos en ella, y charlamos, nos besamos y nos acariciamos. No parece gustarle mucho la aproximación directa, y dirige mis manos y mi boca a sus pechos. Estamos así unos minutos, cuando entran dos o tres parejas, ya no lo sé, porque ya estaba yo suficientemente ocupado con mi leona. Estos van directamente al asunto, una chica le pide a uno de ellos que se siente en el borde de la piscina y lo toma con la boca, mientras otro de los chicos, pegado a ella, tiene las manos perdidas por su cuerpo. De todas maneras yo tengo demasiado que hacer para estar pendiente de los demás, ella me hace sentar en el borde de la piscina mientras me pone un preservativo. Vuelvo al agua, y me introduzco en Isabel. Realmente he tenido experiencias más placenteras, porque follar en el agua con un preservativo es lo más parecido a una conducción sobre hielo. Aunque me divierte el notar el agua que se retira, entra y sale, creando un curioso efecto de masaje adicional, resulta un tacto curioso, un poco médico, más que erótico.

Pero bueno, la vida es así. En eso, una mano me acaricia entre las piernas, no se de quien es, ni en el fondo me importa mucho. Un chico se suma a nuestro juego, luego una chica, ambos se cuelgan cada uno de un pecho de mi leona. Yo sigo en ella, hasta que me apartan suavemente. ¡Pues vaya! Pero no, mientras el chico ocupa mi lugar, la chica se ocupa de mi, comprueba que el disgusto de la separación no ha sido exagerado y que sigo en condiciones, se deja acariciar un poco. En eso, toma mi mano y la lleva a acariciar el sexo de mi leona, y de paso, a rozar al de su amigo

Bueno, estamos en lo que se llama una orgía, y supongo que se vale. Curioso el tacto del sexo de un hombre, tan similar y al mismo tiempo tan distinto al mío. Ella guía mi mano, la separa del cuerpo de mi leona, me enseña donde espera que la ponga y apriete, aprovechando los movimientos de él. Mucho me temo que su camarada durará poco en estas circunstancias. Efectivamente, así es. Noto las conocidas pulsaciones en mi mano que lo abraza. ¡Pues vaya!

Me dedico a ellas, aunque no hace mucha falta. Más bien me dejan participar en sus juegos, pero no me quejo. Estoy nuevamente patinando sobre hielo en la recién llegada, contento aunque sin muchas posibilidades de llegar a buen puerto el tacto es extraño, ortopédico hasta cierto punto, (aunque no llego a oírlo, me imagino el ruido que hacen dos guantes de goma cuando se frotan), pero bien. Nunca me hubiese creído capaz de resistir tanto.

En eso la mano que estaba jugueteando entre nuestros cuerpos (y que no es la mano de ninguna de mis dos nuevas amigas, que tengo controladas), se abraza a mi, dándome el mismo tratamiento que yo había suministrado. Los resultados son inmediatos y contundentes. Me quedo recuperando el aliento, mientras ellos tres continúan. La situación es suficientemente excitante para que no tarde nada en reunirme otra vez al grupo.

Seguimos jugando, nos unimos a las otras parejas, pero ya sin la urgencia. Han llegado dos o tres personas nuevas, que miran sin atreverse a participar. Una de las chicas, morena, mulata casi, del grupo le hace un poco de caso a uno que estaba sentado en la escalera, quien se muestra inmediatamente agradecido. Va meterse en la piscina para participar pero ella le dice que no, que luego que enseguida le avisa.

Y él se queda allí, sentado en la escalera, mostrando aun su agradecimiento. Lo ignoramos por un momento, hasta que finalmente ella se apiada de él, le abraza con su boca mientras los demás charlamos, conversamos, miramos, claro. Menos de un minuto de atenciones por parte de la negrita, y él acaba. No ha llegado ni a entrar en la bañera.

Yo mientras he salido un momento y me he cambiado el preservativo, pero no sé si lo necesitaré nuevamente. En cualquier caso, mi cuerpo sigue dispuesto, ayudado por alguna caricia que doy o que me dan, mientras charlamos, bebemos, nos besamos y alguien fuma.

Divertido, estamos ahora en un sexo puramente lúdico, sin la urgencia del deseo. Es una situación nueva para mí. En algún momento, evidentemente, en el grupo uno u otro sienten una urgencia, dejan de participar en la conversación o en los toqueteos, y llegan al orgasmo, de forma natural, sin interrumpir mucho lo que los demás hacen, como quien se bebe un vaso de agua durante una reunión, para continuar después en lo que se estaba haciendo

Contentos, satisfechos de estar simplemente allí, sentirnos jóvenes, dispuestos, atractivos, estamos a gusto, bien, el agua está caliente, la compañía es grata.

Salimos de la piscina, mientras nuevas personas van llegando. Nos tumbamos en alguno de los colchones aun libres. Una chica, joven –no tendrá treinta años- está de pie, cuatro o cinco hombres alrededor. Toma el sexo de uno con la boca, acaricia al otro, sin nadie más que ella para compartirlos. Creí que solo sucedía en las películas.

En eso, se abre la puerta, y la Guardiana de las Llaves me hace una señal, indicándose la muñeca: "ha transcurrido el tiempo". Mientras me visto lentamente, la chica se ha tumbado en un colchón, y los hombres están arrodillados a su alrededor, dando muestras de adoración, como si fuese una diosa.

Salgo.

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