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Otra sesión de sexo tras la siesta en el Caribe (parte 5)

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Nos despertamos de la siesta cuando se ponía el sol, desnudos y entrelazados con mi mujer y Coqui. Pasamos de las caricias a los besos y ya estábamos otra vez calientes, mi mujer mojada y nosotros al palo.

Sonó el celular de nuestro amante. Mientras leía el mensaje mi mujer empezó a chuparnos la pija a los dos y yo acariciaba y besaba el cuello y la boca de Coqui.

-Tenemos el show y las clases de baile una hora después de la cena, nos dijo, con voz sofocada por la tremenda mamada de mi mujer, que estaba alzada de nuevo.

-Uno rapidito, rogó ella, y se deslizó ávida para montarse rápidamente sobre su pija, soltando un gruñido largo de placer y empezando a menearse para adelante y para atrás.

-¡Qué puta sos!, le dije, mientras lo chuponeaba al moreno y lo acariciaba.

Yo también quería más y no sabía cómo, pero me encantaba comerle la boca y acariciar el cuerpo de Coqui. Me arrodillé a su lado y llevé mi pija al lado de su cara para que se la comiera, lo que hizo enseguida. Me lo estaba cogiendo por la boca y mi mujer lo cabalgaba como una yegua alzada.

Luli se corrió gritando con varios orgasmos prolongados, pero como sentía la pija dura y caliente dentro de sí, siguió su vaivén desenfrenado. Retiré mi poronga de Coqui y la puse al alcance de la boca ávida de Luli, que se la tragó y chupó como si no lo hubiera hecho nunca. Me miró y me dijo:

-Quiero más, no puedo parar.

Me puse detrás suyo y ella se inclinó sobre el torso del masajista besándolo y morreándolo, mientras me ofrecía su concha empapada y llena de aquel pingo marrón y enhiesto. Fui apoyando mi glande en su concha donde entré muy despacito, ella berreaba y me gané mi lugar.

Teníamos una doble, Luli gemía y gruñía delirante. Pudimos sincronizar el movimiento con Coqui, que elevaba sus caderas para empalarla mejor. Sentir su pija rozándose mojadísima con la mía dentro de mi mujer me llevó a las nubes. Me prendí de su cintura, le di más rápido y acabé en dos minutos.

Ella pedía que no parásemos, pedía más y más, pero mi pija se salió y el moreno le hizo varias veces un meneo de caderas que la volvieron loca y tuvo un orgasmo múltiple que pareció durar una eternidad. Se desplomó sobre él y lo besó y chupó con pasión.

Coqui la seguía bombeando, ella decía que no podía más, así que aproveché mi oportunidad, la desplacé a un costado y empecé a chupar y lamer la pija morena llena de flujo vaginal, mi leche y el líquido seminal del potro caribeño. Chupé, lamí y tragué ese tronco hasta que se me acalambraron los maxilares. El potro lo notó porque sólo le lamía la pija, así que se levantó, me tomó de la cintura, me llevó a los pies de la cama, donde me la puso de una forma increíblemente suave, como a mí me gusta, de a poco, primero la cabeza, luego hasta la mitad, se quedó quieto, y enseguida me la puso hasta el fondo, donde se quedó mientras mi ano se volvía a amoldar.

Cuando empecé mis contracciones y relajaciones fue la señal para que empezara una cogida espectacular, que yo acompañé coordinando con su ritmo. Más me daba, más le pedía, hasta que se tensó, dejó que me moviera yo solo y eyaculó todo lo que le quedaba en mi interior. Sentí de nuevo el líquido caliente dentro de mí y chorreando por mis piernas y me quedé, de nuevo al palo.

Coqui se recostó sobre mi espalda sin salirse, yo no quería se saliera y empezó a besar mi espalda y mi cuello. Giré la cabeza para apoderarme de su lengua incansable y seguí contrayendo y dilatando mi culo. No podía parar del deseo de tener esa pija morena adentro, moviéndose apenas morcillona. Lentamente se fue retirando, me giró tomándome de las caderas y me la empezó a mamar con fruición. Yo no tenía más nada para dar, pero se sentía delicioso, le acaricié la cabeza y lo miré a los ojos, hasta que mi mujer vino a darme un beso de lengua apasionado y decir que nos teníamos que duchar y vestir.

Tuve varios espasmos y una corrida escasa en la boca de Coqui. Y nos fuimos a duchar, otra vez. Seguimos con los morreos, caricias y besos de a tres, pajas, mamadas y metidas de dedos por todos los agujeros, pero estábamos exhaustos.

Nos secamos, el potro caribeño se enfundó su remera y la bermuda blanca que le quedaba tan marcada y nos saludó para ir a vestirse para la cena y el show. Me vestí sencillo con camisa hawaiana y bermudas, y mi mujer se puso un solero fucsia de lycra ajustado que resaltaba sus pezones parados y una tanga hilo dental con la toallita higiénica pues todavía estaba muy húmeda.

Salimos de la cabaña, nos dimos un morreo de campeonato en la puerta, sin que nos importasen las miradas de los otros turistas que pasaban, nos miramos a los ojos y nos dijimos te quiero, al unísono.

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