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Otro morboso viaje de trabajo de mi mujer

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Esta vez se había ido a Barcelona, a otro curso. Otros tres días separados, con ella de viaje mientras él se quedaba en casa cuidando de la niña. Otro curso del trabajo al que no podía decir que no, aunque no le apeteciese. Él se lo tomo con normalidad, sabiendo que a ella tampoco le gustaba que estuviesen separados. Se quedaría en casa y aprovecharía el tiempo para estar con la pequeña, ordenar sus cosas, etc.

Se despidieron en la estación como otras veces, antes de que ella, junto a su compañera de trabajo, subiese al tren. Un viaje largo en tren les volvía a separar por unos días. Al menos ella tenía el consuelo de visitar Barcelona, una ciudad agradable, con buen tiempo, que le permitía alargar un poco el verano. La acompañaba una compañera de trabajo con la que nunca había viajado, pero con la que sintonizaba por lo que los días serían más llevaderos. Eran cuatro días en total, teniendo que asistir durante dos días al curso. El horario no les dejaba mucho margen para el turismo, así que no organizaron ninguna actividad especial, simplemente darían alguna vuelta, visitarían algún monumento, etc.

Ella esperaba que como otras veces él le hubiese preparado un relato erótico, picante, incluso algo pornográfico. Había repasado el equipaje al salir y no encontró ningún relato por lo que pensó, que como otras veces, que él se lo enviaría al hotel. De hecho, días atrás le había preguntado cual iba a ser el hotel donde se iban a alojar. Ella le dio el nombre del hotel, lo único que conocía.

El viaje fue ameno, siempre es agradable viajar con compañía cuando se pasan varias horas en el tren. El hotel, tal y como habían pedido a la empresa, se encontraba fuera del centro de Barcelona, pero próximo al lugar en el que se iba a impartir el curso. Afortunadamente habían reservado una habitación para cada una, lo que también resulta cómodo cuando se pasan 24 horas junto a los compañeros de trabajo. Al menos, al retirarse cada uno a su habitación se dispone de mayor tranquilidad e intimidad.

El curso fue intensivo, aunque no acababa a una hora muy tardía. Dieron una vuelta por la ciudad, mientras ella pensaba que al volver encontraría en su equipaje o en la recepción del hotel alguna sorpresa en forma de relato. Subió a su habitación tras acabar de cenar, aunque antes de subir preguntó en recepción a la chica, una simpática rusa rubia y de ojos azules si había algún recado para ella. La negativa de esta la decepcionó un poco, por lo que pensó que entre su equipaje habría algo que ella no había visto. Una vez en la habitación, pudo comprobar una vez más su equipaje. Nada. Pensó que aquella vez no le habría dado tiempo a preparar nada. Se resignó y le llamó para contarle que tal les había ido el día, con total normalidad, sin sacar el tema. Él tampoco lo mencionó, por lo que pensó que efectivamente, esta vez no habría sorpresa.

El segundo y último día del curso comenzó de forma muy diferente. Al despertar vio un mensaje en el móvil: “dile a tu compañera que a la tarde has quedado con una amiga, tienes que hacerme un recado”. El mensaje la dejó desconcertada, pero al mismo tiempo dentro de ella se encendió la mezcla de sorpresa y curiosidad. Después de todo, parecía que iba a haber sorpresa.

El curso se le hizo un poco más largo esta vez, esperando a que acabase, miraba constantemente el móvil. Avisó a su compañera que había quedado con una amiga y que no podía ir con ella esa tarde. Casi al final del curso recibió otro mensaje. “tienes un paquete esperándote a tu nombre en la tienda Vermiculita, calle Anglosfera 25. Date prisa, cierran a las 7:30”.

En cuanto acabó el curso cogió un taxi y le dio la dirección al taxista. Al llegar pudo comprobar que se trataba de un sex-shop, pero lejos de ser un sórdido local, parecía más un pub a la moda. Echó un vistazo al entrar pero directamente se dirigió al mostrador.

―Hola, creo que tenéis un paquete para mí.

―Su carnet, por favor.

―Ah sí, claro.

La chica del mostrador sacó una caja y una bolsa que puso sobre el mostrador.

―Esto es.

―Gracias, ¿cuánto es?

―Nada, ya lo pagó el señor.

Asintió al tiempo que la chica le lanzaba una sonrisa y le daba las gracias.

Volvió a llamar a un taxi, y cargada con el paquete y la bolsa volvió al hotel. Mientras circulaban por la ciudad estuvo tentado de llamarle, pero pensó que si había un guion establecido que ella desconocía, sería mejor seguir el juego. Al fin y al cabo, a ella siempre le gustaban las sorpresas.

Al llegar al hotel sonrió a la recepcionista y esta la detuvo.

―Señorita, tengo un mensaje para usted- le dijo, mientras le alargaba una nota con la misma sonrisa del día anterior.

“Cuando lo recojas, me mandas un mensaje. No lo habrás hasta que te lo diga yo por teléfono”. Subió a la habitación pensando en que su impaciencia no la iba a dejar aguantar sin abrirlo hasta entonces. Cuando iba a abrirlo, sonó el móvil, era su compañera preguntando si iba a cenar en el hotel o con la amiga con la que había quedado. Le dijo que bajaría enseguida. Le envió un mensaje a él confirmándole que había recogido el paquete, “Después de cenar subes a la habitación y lo abres. Mándame un mensaje cuando abras todo” fue la respuesta que le envió.

Durante la cena no pudo dejar de pensar en el paquete. Era evidente que no era un relato, una caja y una bolsa dan para guardar algo más que unos papeles. Supuso que sería algo picante, viniendo de donde provenía … En cuanto acabó el postre le comentó a su amiga que iba a subir a la habitación, debido al cansancio y que aprovecharía para llamar a casa.

En cuanto entró en la habitación, se dirigió a donde tenía guardados el paquete y la bolsa. Los puso encima de la cama y comenzó por el paquete. Al abrirlo pudo comprobar que contenía una caja de zapatos y otro paquete más pequeño. Los zapatos, negros, tenían un tacón afilado, bastante mayor de los que solía utilizar ella habitualmente. Eran incluso más altos que los zapatos que usaba en bodas y otros festejos. Mientras se preguntaba si serían los mayores que había tenido nunca, se los probó. Aquellos zapatos, pese a la apariencia que tenían le parecieron muy cómodos, se ajustaban perfectamente a su pie.

Una vez probados, dirigió sus manos y mirada al paquete que acompañaba a la caja. De él sacó un vestido, también negro, de un tejido suave, muy liviano y elástico. Se puso de pie y sin quitarse los zapatos, encaminó sus pasos hacia un espejo grande que tenía en la habitación, poniendo el vestido delante, para hacerse una idea de cómo le quedaría. Por lo que pudo ver, éste era un vestido de una pieza, corto, que llegaría por encima de la mitad de su muslo. Dudó si le cubriría su culo por completo por detrás y sus pechos por delante, ya que la parte superior tenía unos tirantes anchos, dejando el escote en forma de U recta.

Después de mirar durante un rato aquel vestido, se acordó de la bolsa, por lo que volvió a la cama. Lo abrió y de él extrajo lo que parecían ser unas medias, un tanga y un liguero, cada uno envuelto en su paquetito. Todo, al igual que el vestido y los zapatos de color negro. El tanga y el liguero no tenían nada en especial en apariencia, y según comprobó en la etiqueta, eran de su talla. Las medias eran de nylon negro, rematados con una banda negra, ancha y lisa, sin adornos.

Colocó todas las cosas sobre la cama y echó un último vistazo mientras escribía un mensaje. “Ummm, que regalitos más bonitos”.

La respuesta, no tardó en llegar… “pruébatelo todo y sácate unas fotos con cada prenda que te vaya diciendo…”. Seguidamente llegó otro mensaje. “El liguero”. Ella sonrió y se desnudó, poniéndose el liguero se sacó una foto de forma que se pudiesen ver los tirantes del mismo en su muslo.

“Muy bien, buena chica. Ahora las medias”. Se sentó y sacó cada una de las medias, poniéndoselas sin esfuerzo, suavemente, repasando cada una para evitar pliegues y carreras. La foto esta vez era de un tirante ya atado a la medias…

“Eso es, ahora las bragas”. Se volvió a poner de pie y se puso las bragas, que de esta manera quedaban por encima del conjunto de las medias y el liguero. Para sacar la tercera foto eligió una visión de su culo, que sabía que a él le encantaría, donde se veía que las bragas estaban por encima de los tirantes.

“Correcto, ahora, el vestido, y por último, los zapatos”. Aunque le costó un poco, se puso el vestido, comprobando que era extremadamente ajustado. Pensó que era de aquellos en los que se verían todas las líneas y curvas de la figura de una mujer, por lo que se esmeró en sacarle el mayor partido. El resultado la dejó satisfecha, aunque le siguió sorprendiendo la poca longitud de su pierna que quedaba cubierta, ya que el vestido llegaba unos pocos centímetros más abajo que sus nalgas. Para finalizar, se puso los zapatos. Se recreó durante un tiempo frente al espejo, adivinando cual sería la mejor forma de captar la foto. Eligió hacerlo de costado, asegurándose que en la imagen del espejo en la que se veía reflejada saliese todo su cuerpo. Probó varias instantáneas hasta que eligió la que más le convencía. Una vez se hubo decidido, la envió.

Esta vez la respuesta tardaba en llegar. Pensó que tal vez había hecho algo mal, por lo que volvió a mirarse en el espejo. De repente, sonó el tono de llamada, era él.

―Hola, pensaba que me ibas a escribir.

―Bueno, después de ver la foto, que menos que llamarte, ¿no?

―Jejeje, ¿te ha gustado? ¿Queda como te lo habías imaginado?

―Sí, bueno, te queda incluso mejor de todo lo que me había imaginado. Me ha gustado mucho. ¿Y a ti?

―Claro, sí… menuda sorpresa… Me había hecho a la idea que igual me habías metido algún relato, pero esta sorpresa me ha encantado.

―Ya me lo imaginaba, me ha encantado a mí comprarlo y ver cómo te ha quedado. De todas maneras, quiero ver otro ángulo para recrearme, ¿puedes tumbarte en la cama, boca arriba y con las piernas en alto, y sacas una foto desde tu punto de vista hacia los zapatos?

―Claro querido, ahora mismo. Ciao

―Gracias, ciao…

Colgó y se fue hasta la cama. Con cuidado de no estropear el vestido se tumbó boca arriba, como él le había dicho, tratando de estirar las piernas hasta que sus tobillos se cruzasen en lo alto. Aunque era una postura algo forzada, consiguió sacar un par de fotos. Eligió la última y la envió.

Al instante, sonó el timbre de su habitación. Del susto, se incorporó y se puso de pie. De pronto se veía a sí misma como fuera de lugar, teniendo que abrir la puerta vestida de ese modo. Seguro que era su compañera, con alguna historia… Menuda rabia, en ese preciso momento tenía que venir… “Bueno, calma” se repitió a si misma mientras avanzaba hacia la puerta. Volvió a sonar el timbre, a lo que ella respondió con un “ya voy”. Puso el pie cerca de la puerta y lo abrió lentamente, dejando sólo la puerta abierta un palmo, lo justo para asomar la cabeza y no dejarse ver demasiado.

Lo que vio en la puerta le dio un vuelco al corazón. Frente a su puerta, de pie, con las manos en los bolsillos del pantalón, vestido de traje, estaba él. No se lo podía creer. Él. El mismo que imaginaba al otro lado del teléfono a 500 kilómetros de distancia estaba allí, a dos palmos de ella. Del susto se le quedó la cara desencajada. Eso sí que no se lo esperaba.

―Pero… cómo… qué… o sea… - no podía articular palabra.

―Esta vez no hay relato, espero que no estás defraudada-le dijo. Mientras empujaba la puerta abriéndola al tiempo que entraba en la habitación.

Antes de que ella pudiese articular palabra, él posó sus manos en sus mejillas, mientras que sus labios buscaban los de ella, con la intención de desdibujar su estupefacta sonrisa con un largo beso, intenso y cálido.

Ella dio dos pasos atrás para evitar caerse y antes de que se separasen sus labios, devolvió el beso con renovado impulso. Ahora sus manos eran las que buscaban las mejillas de él. Se volvieron a mirar a los ojos, a corta distancia, durante breves segundos, antes de reanudar el diálogo mudo de sus labios, unos junto a los otros.

Ahora además de sus labios él buscaba el contacto con su lengua, al tiempo que sus manos bajaban a los hombros y de ahí, mientras se separaba un poco para seguir mirándola a los ojos, ir bajándolos a lo largo del vestido. Al llegar a su cintura rodeó su culo con sus manos, agarrándolo con fuerza. Ella respondió con su boca, sus labios, apretándolos con más fuerza a los de él.

Con un movimiento brusco, él la llevo a la pared, apoyando la espalda de ella y tomando sus brazos por los antebrazos agarró sus muñecas. Con ambas manos levanto sus brazos y pasó a agarrar sus muñecas con su mano izquierda, las apretó contra la pared. Ahora, su mano derecha, libre, recorrió sus pechos, pellizcando y acariciando los duros pezones. Estos se endurecieron aún más mientras ella comenzó a gemir. Siguió bajando su mano hasta que pasó por debajo del vestido, llegando a meter su mano por debajo de este. Notó sus bragas, su caliente entrepierna, por lo que trató con sus dedos acariciar suave pero firmemente su vulva. Los gemidos se hicieron mayores, y la sensación de humedad se apoderó de sus dedos. Volvió a atacar su boca, sus labios y con la mano derecha recorrió sus otros labios. Durante un par de minutos no se movieron de esta postura, hasta que el sus cuerpos les pidieron cambiar de ubicación.

Él se separó y con la mirada invitó a ella a ir hacia la cama, lo que ella hizo paso a paso, lentamente, quedando ambos junto a la cama. Ella aprovechó para quitarle la chaqueta y comenzó a desabrochar su camisa, mientras él seguía recorriendo su cuerpo con sus manos, modelado por el vestido, parando en sus pezones, en su culo y en cada uno de los rincones de su cuerpo.

Ella se sentía muy excitada y quería proporcionarle a él la misma sensación con lo que se puso de rodillas frente a él. Él la tomó de su barbilla, dirigiendo su mirada a la de él. Con las manos comenzó a desabrochar los pantalones, llegando al bulto que sobresalía de sus calzoncillos. Introdujo sus dedos por debajo de la goma de su cintura y se los bajó. La polla se irguió en cuanto se vio libre de ataduras y ella no tardó en tomarlo con sus finos dedos. Tras echarle otra mirada abrió la boca, y dio un lametazo a lo largo de la dura y caliente polla. Al llegar al capullo abrió la boca todo lo que pudo y bajando la mirada la engulló por completo, lentamente. El calor de su boca hizo aumentar aún más la erección, llegando al máximo estado de excitación. Recorrió su polla en suaves y continuos movimientos, no dejándole tocar su cabeza, con lo que él pudo terminar de quitarse la camisa. Después de un par de minutos ella seguía mamándola la polla con lo que decidió invitarla a parar, temiendo llegar demasiado pronto al orgasmo.

Ella lo entendió y dejó su polla, mientras se ponía de pie, quedando el uno frente al otro, Se fundieron en otro efusivo beso, donde él puedo notar el sabor de la reciente mamada en su boca. Con un pequeño gesto, le hizo tendiese en la cama, boca arriba. Él se puso frente a ella, y agarró con cada mano sus tobillos, alzando y estirando sus piernas. La visión de ella, enfundad en su vestido, tumbada, con las piernas abiertas era toda un invitación. Se inclinó sobre ella y subió el vestido hasta la cintura, dejando a la vista las bragas que con dos dedos de cada mano retiró lentamente. Después hizo lo propio con los zapatos, tras lo que dejó las piernas apoyando los tobillos sobre sus hombros. Con sus manos recorrió sus piernas acariciándolas a lo largo de las medias, recreándose con la situación.

Se volvió a inclinar sobre ella, pero esta vez sus rodillas eran las que quedaron apoyadas en sus hombros. La vulva quedó frente a sus ojos, con lo que tras una fugaz mirada a los ojos de ella, hundió su cara entre aquellos muslos. Besó suavemente su vulva, bajando después más su cabeza y ahora con la lengua recorrió sus labios de abajo arriba, despacio, una y otra vez, notando sus fluidos, cada vez más abundantes. Llegó a su clítoris, duro y húmedo, acariciándolo con toda la delicadeza que pudo. Mientras jugaba con él, introdujo un dedo en su vagina, con toda la facilidad y lubricación. Repitió los movimientos una y otra vez. Cuando los gemidos de ella arreciaron, introdujo otro dedo en su vagina. Con ambos dedos buscó los recovecos de su interior, palpando cada centímetro, tratando de adivinar dónde estaba el punto mágico que la volvía loca. Lo encontró, ya que los gemidos de ella eran cada vez más fuertes y los fluidos más abundantes. Aumentó la frecuencia de sus lametones en el clítoris, manteniendo la suavidad. En poco tiempo ella comenzó a contornearse, a arquear su cuerpo, abriendo la boca. Mantuvo estos movimientos, acelerándolos, mientras ella comenzaba a dar pequeños temblores. De reojo observaba como ella misma se estaba pellizcando los pezones, por encima del vestido… En breves instantes, todo su cuerpo comenzó a temblar, haciéndose los gemidos un pequeño grito, entrando en un fuerte y profundo orgasmo.

Se apartó de sus muslos, que ella rápidamente recogió, alargando e intensificando el orgasmo. Aprovechó esos instantes para buscar un condón en la chaqueta que se puso con facilidad debido a que mantenía aún una notable erección. Volvió a tomar sus tobillos y los apoyó en los hombros nuevamente, inclinándose sobre ella. Al tiempo que ella abría los ojos, hundió su polla en la temblorosa vagina. Lentamente, siguió penetrándola con suavidad, hasta quedar totalmente dentro de ella. En ese momento, acercó sus labios a los de ella. En esa postura repitió suavemente la operación, sacando casi totalmente su polla de su interior y volviéndolo a meter. Pudo notar como aún ella sentía temblores de su orgasmo y el punto de lubricación ideal para que entrase y saliese sin dificultad. Se irguió hacia atrás, tomando con sus manos los tobillos nuevamente y mirándola a los ojos aumentó la fuerza y frecuencia de sus embestidas. Repitió el proceso en incontables ocasiones, aumentando la velocidad conforme crecía su disfrute. Cerca del orgasmo juntó los tobillos de ella y rodeó con sus brazos sus piernas, abrazándose a ellas mientras que mediante unas fuertes embestidas terminó en un orgasmo que le hizo gemir y gritar a él también.

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