Después de aquella escapada de casa de Coque y lo que me había hecho, mi regreso con Luis, “El caballo” y los meses que pasé con él, regresé al pueblo, ya había casi olvidado por completo a Coque. Un día me pasé por la Placita y allí como de costumbre estaba William sentado en uno de los bancos del parquecito.
– ¡Culazo!, ¿qué se cuenta? – fue su bienvenida cuando me senté a su lado.
– ¡Tú como siempre, de guardia a ver que cae! – le respondí a modo de saludo.
– ¡Y tú buscando pinga pa´ese culo!
No pude responderle porque en eso alguien pasó veloz rumbo al baño.
– ¡Ven, ven…!
Yo lo seguí al baño, el tipo que había pasado estaba en una de las cabinas. William me indicó que me agarrara del lavamanos y me bajó el pantalón, me abrió las nalgas y empezó a lamerme el culo. No pasó mucho tiempo cuando escuché que abría la puerta de la cabina, no lo miré directamente para no provocarlo, aunque sí de reojo lo miré. Bueno, miré su sombra porque la oscuridad no dejaba ver mucho. El tipo no se movió, se quedó allí mirando y William empezó con su comentarios que eran más para el desconocido que para mí.
– ¡Coño, qué culo, parece un chocho! – se irguió y puso su pinga en mi culo ensalivado. – Este chocho quiere rabo.
Me pasaba su rabo por las nalgas como si fuera una brocha, el desconocido encendió una fosforera para ver mejor, la apagó enseguida pero no se fue, significaba que le estaba gustando.
– ¡Ven, tócale el chocho a este maricón!. – fue la invitación de William.
Sentí su mano agarrar una de mis nalgas, deslizarse hasta el culo ensalivado que William había ya trabajado.
– ¡Métele el dedo pa´que veas lo caliente que lo tiene! – lo instó William y el tipo metió su dedo con timidez.
– ¡Cojones, qué caliente lo tiene! – se le ocurrió decir.
– ¡Síngatelo! – le dijo William, al ver que el tipo dudaba empezó a meterme su pinga, yo gemí para que el otro supiera lo que estaba pasando. Volvió a encender la fosforera para ver. William era un maestro solo había metido la cabeza y pedacito para dar impresión. Cuando lo vio mirando la metió hasta atrás. Yo me retorcí, suspiré, jadeé porque de todas maneras no era fácil. – ¿Quieres darle pinga? A este le gusta y lo ves, no ha dicho ni pío…, toca, toca cómo lo tengo clava´o.
Sentí la mano del desconocido palpando mi culo lleno a reventar con la pinga de William. Aquel toqueteo duró más de la cuenta, ya no sabía si tocaba mi culo o la pinga de William, al parecer era lo que William perseguía desde el principio y no me hubiera extrañado que me sacara la pinga y se la metiera al tipo, pero me confundió. Sacó su pinga y escuché como el desconocido se desabrochaba el pantalón y me ponía su pinga en el ojete. Fue una singada rápida, empujaba con dureza, a lo macho, también sentía la mano de William tocando y al rato todo había terminado. El tipo sacó su pinga, la limpió en mis nalgas y se fue sin decir nada. Yo me puse el pantalón y salí con William.
– Culo, eres el mejor…, ya sabía que a este le iba el asunto. Es un vecino del barrio donde trabajo, casado, pero ya sabía yo que le gustaba el asunto.
– ¿Qué le vas a dar el culo tú?
– ¡Qué va, monada! El culo se lo has dado tú, pero sí vi sus ojos cuando encendió la fosforera, no le quitaba ojo a mi morronga, además cuando tocó, la tocó bien, me la apretó dos veces y me agarró los cojones.
– ¿Y por qué lo has dejado escapar? Si le hubieras puesto la pinga en la boca, te la habría chupado seguro.
– Todo a su tiempo, ya le llegará el turno. Me interesaba saber si la fruta estaba madura o no, pero eso sí, cuento contigo para esto.
– ¿Conmigo?
– A ver, culo, ese tiene complejos, se cree muy macho y claro, de pronto no va a caer de rodillas a mamar pinga y a ponerse en cuatro para que le revienten el culo…, a eso se llega. Por el momento lo que quiero es que vea que lo gozas, lo disfrutas…, eso lo va a madurar más y cuando menos se lo piense, me va a estar pidiendo pinga. ¿Qué te apuestas?
Él siempre tenía esas ideas, apostar era una tontería, pero su plan era de los que daba resultados, William se había singado a muchos, sabía convencer y salirse con la suya siempre.
– ¡Oye, ahora que me acuerdo, hay un socio que quiere conocerte! ¡Qué cabeza la mía!
– ¿Quién es? – le pregunté intrigado.
– ¡Ven! ¿Tienes monedas? Vamos a llamarlo, vive en Santiago.
Le seguí porque protestar o decir que se detuviera, era imposible. Llamó, habló con alguien que llamó Paco, le habló de mí que estaba a su lado y de que yo iría en la primera guagua para allá.
– ¡Vamos, quedan unos quince minutos pa´que pase la guagua de Santiago!
– Pero, espera…, espera…
– ¡Oye, culo, alguna vez te he propuesto algo malo! Paco es de fiar, es un tipo de ley, ya lo verás, además hace tiempo que está por echarte mano, pero no se le ha dado el momento, tú que no le haces caso y él que es un tímido.
– Pero cómo sé quién es… – protesté.
– Lo has visto, es bajito con un poco de pancita y barba, siempre lleva gorra porque tiene algo de calvicie. Es camionero, pero tú no te preocupes que él te conoce a ti.
Me acompañó hasta la parada, la guagua no demoró en pasar, tuve que irme de pie porque iba llena. Llegué a Santiago y bajé mirando a ver si podía adivinar de quien se trataba. Lo vi cerca, recostado a una columna de la cafetería, me sonrió. Me acerqué y me tendió la mano.
– ¡Coño, al fin! – fue su saludo.
De verdad que antes lo había visto pero ni se me había ocurrido que fuera “entendido” y mucho menos que estuviera interesado en mí. Comenzamos a caminar, me dijo que había venido a pie porque vivía cerca. Me gustaba su voz ronca, su barba negra y tupida. Tenía panza, pero una panza dura, era un cachas de verdad.
– ¡William me ha hablado muy bien de ti!
– ¿A qué adivino?
– Je, je, je,… bueno, ya lo conoces…
– Bueno, él fue quien me enseñó, quien me metió en esto…
– Pues entonces has tenido un buen maestro, él siempre dice que conoce pocos a los que les guste tanto … – guardó silencio como temiendo decir algo impropio – …ya sabes…
– No, no sé. – le respondí yo.
– Bueno, dice que te gustan mucho las pingas, los lechazos y que te den por culo…, no te ofendas. – trató de terciar.
– Entonces, ¿vamos a comprobarlo ahora?
– Uf…no te vas a arrepentir, te lo juro.
Paco era hablador y sin tapujos, era atractivo y machote. Llegamos a su casa, como ya era de noche no había vecinos en la calle, según me dijo que la cuadra era muy tranquila, que vivía solo desde hacía unos años, que había estado casado y tenía dos hijos que vivían con su ex esposa en la capital. Cerrando la puerta me atrajo hacia sí, me abrazó y me besó con pasión. Sus manos grandes fueron bajando hacia mis nalgas.
– No te imaginas las ganas que te tenía…
Murmuró dejando escapar un suspiro. Empezamos a quitarnos la ropa en la sala, cuando ya nos habíamos quedado en calzoncillos, le dije que tenía que ir al baño primero, me acompañó, me enseñó todo y más, me dijo que me lavara bien. Tenía todo para que me pusiera una lavativa, mientras me esperaría en el dormitorio. Cuando entré estaba en la cama desnudo fumando un puro, era muy peludo y su pinga medio dormida le caía a un lado. Me gustó verlo así, me senté en el borde de la cama mirándolo. Él comprendió y me dejó mirarlo con calma.
– ¡Métetela en la boca! – murmuró – ¡Anda, hazlo pero mirándome!
Lo obedecí, me acerqué y para meter en mi boca su pinga que ya se ponía tiesa. Sentí su sabor entre dulzón y salado, me costaba llegar hasta el tronco por lo gorda y además mirarlo. Su pecho velludo y ancho, su barba tan negra y el puro en su boca, fumaba con gesto varonil, gozando cada bocanada. Estuvimos un buen rato así, yo chupando su pinga y él mirando, a veces dejaba escapar un gemido de placer.
– ¡Ahora quiero que la ensalives bien y te sientes en ella, pero mirándome siempre!
Había comprendido bien el juego, él mandaba, era el macho alfa que dominaba la situación. Lo obedecí, ensalivé bien su pinga y me puse de cuclillas sobre él, me senté mirándolo a los ojos. Por un instante cerré los ojos, pero escuché “no los cierres, mírame”. Lo complací, me senté sobre su pinga hasta sentir que estaba toda dentro y comencé a moverme de arriba abajo, le gustaba, sonreía.
– ¡Ya lo veo, te gusta la pinga! – me dijo cogiendo mi mentón – Ahora quiero que me la mames de nuevo.
Le obedecí, como me había lavado bien, todo estaba muy limpio. Claro que el sabor de su pinga ya no era el mismo, pero seguía gustando.
– ¡Veo lo que te gusta mamar y que te den por culo! ¡Uf! ¿Sabes que te voy a singar duro?
– ¿Te gustó mi culo?
No me respondió, se inclinó para dejar el tabaco en la mesilla de noche y me hizo acostarme boca abajo y abrir las piernas. Sentí su lengua en mi culo, empezó a comérselo, me daba mordidas, lametazos, escupía.
– ¡Síngame, papo, síngame! – le dije entre gemidos.
– ¿Quieres que te la meta?
– ¡Sí!
Así empezó ese juego de que me preguntaba una y otra vez, yo suplicando ya, rogando que lo hiciera. Jugó un rato así hasta que de un empujón me clavó su pinga haciéndome gemir y removerme bajo su peso. Sentí que me llenaba y mi culo se estiraba alrededor de su pinga. Empezó a singarme, se movía como si fuera una máquina, no paraba, de vez en cuando me daba alguna nalgada y arremetía de nuevo.
– ¿Te gusta así?- me preguntó singándome rápido, después aminoró – ¿o así, suave?
– ¡Me gusta que me singuen!
– ¿Singuen? Lo has dicho en plural…
– ¡Bueno, bueno…no lo tomes a mal! – traté de arreglar yo el asunto.
– Ni te preocupes, que eso no me molesta, al contrario, ya hablaremos de que te singuen otros, porque veo que este culo tiene aguante y al dueño del culo, le encanta la pinga…
Singamos a lo loco, como dos que tienen la última oportunidad y quieren disfrutar de todo. De costado, yo encima, el encima, enfrente al espejo, de pie, de rodillas, probamos todas las poses que se nos ocurrió hasta que comenzó a singarme duro diciendo que se venía, que me daría la leche y así lo hizo mirándome a los ojos, no los cerró y eso me gustó. Caímos en la cama abrazados, agotados y se demoró un rato en sacar su pinga. Yo lo besé y me encorvé para mamarle la pinga un poco.
– ¿Satisfecho? Te la he dejado limpiecita.
– ¡Así me gusta, mi amor! De verdad que eres tremendo, se ve que te gusta.
– ¿Y a ti no te gusta singar? – le pregunté yo.
– Pero tú eres de los buenos, de los pocos que hay que no pone remilgos.
– ¡Todavía la tienes dura! – le dije mientras se la acariciaba.
– Sí, la tengo dura y quiero metértela de nuevo, pero no sé si…
No lo dejé terminar, me giré de costado para que metiera su pinga en mi culo recién singado. Lo hizo sin prisas, suspirando y besándome los hombros y la nuca. Esta segunda vez fue más pasional, más lento. Él me hizo una paja y cuando me vine, él se vino al rato. Después nos dimos una ducha, fuimos a la cocina, él preparó algo entre besos y caricias. Después volvimos a la cama.
– ¿A ti te gusta que te singuen varios a la vez? – me soltó de sopetón – Bueno, William me ha contado de las travesuras contigo.
– ¿Por qué me haces esta pregunta?
– Yo podría invitarte a un 5×1, ¿si tú quieres?
– ¿Qué es eso? Aunque me parece adivinar, ¿supongo que el uno sea yo?
– Sí, cinco activos y un pasivo… ¿qué te parece?
– No sé, no sé…- dudé yo. – Eso depende mucho de la gente…
– Bueno, mira, somos un grupo de activos, cinco. Es un grupo muy cerrado, nos llevamos muy bien, vivimos cerca, nos conocemos desde hace mucho tiempo. Hay dos que están casados y con hijos, son los más complicados a la hora de reunirnos, pero cómo máximo nos reunimos dos veces al mes.
– ¡Vaya, qué bien!- le comenté.
– Pues sí, la pasamos bien siempre. A ver, no cojas miedo, hasta ahora nadie se ha quejado. – me dijo mientras me besaba en la nuca.
– Bueno, con respecto a ti, queja no habrá, no me cabe duda.
– Teníamos a dos pasivos, pero uno de ellos se ha enamorado y ahora tiene una relación cerrada, se nos jodió la fiesta porque el otro solo quiere una vez…, pone muchos peros siempre. Estamos buscando a alguien que le guste singar… – guardó silencio, después agregó besándome. – Creo que ese eres tú.
– Bueno, papo, podemos probar…, ya sabes lo que me gusta de verdad.
– Nos reunimos aquí en casa o en casa de Jesús, que somos los que vivimos solos… ¿te imaginas cinco machos en pelotas pa´ti solo? Hay veces que nos reunimos a ver la pelota, tomarnos unas cervecitas y claro, con un culo tragón como el tuyo…, completamos el día.
– ¡Bien, tú lo organizas y yo vengo! – le dije.
Como había notado su erección mientras me contaba, cogí su pinga con mi mano y me la puse en el ojete. Él comprendió bien lo que quería, la escupió y la metió despacio mientras me abrazaba y besaba con fuerza.
¡Cojones, papito, eso me pone loco! Me daba pena decirte que me dejaras singarte de nuevo.
Pues ya la tienes dentro…- le animé yo.
Así pasamos lo que quedaba de noche, fue muy pasional, muy cariñoso.