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Pancho

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Pancho es feo de cara, bastante poco agraciado, trigueño, cabello ensortijado y con un pésimo corte, cejas delgadas. Con sus 20 años, no creo que ya se mejore. Tiene facciones toscas, pero lo salva su cuerpo musculoso y marcado del trabajo de campo, manos grandes y toscas, pero sobre todo un culo, un culazo que compite con todo lo demás. Parado, duro, respingón. Cuando camina se nota que en esas nalgas no hay un solo gramo de grasa, puro glúteo musculoso.

Yo lo veía trabajar y me lo imaginaba bocabajo, con el culo abierto y dispuesto a recibir mi verga. Cada vez que se agachaba ahí estaba yo, como lobo hambriento, esperando que se le bajara un poco el pantalon. Otra cosa es que no tiene casi vellos en el cuerpo.

Ya, con la confianza de meses de trabajar conmigo, se quedó en una casa que estaba remodelando. Nuevamente, verlo caminar descalzo, con el short pegado a sus nalgonas, me puso a mil. Enfilé al supermercado y vine cargado con cervezas y se las puse a enfriar.

Cuando ya habíamos terminado la jornada de trabajo lo invito a quedarse en la casa principal en vez de la casita de los trabajadores. Eso le sentó a maravillas y comencé a darle cervezas hasta que estaba a punto.

Lo primero que hice fue tontear dándole golpecitos en las nalgas, a modo de chanza. Solo se echaba a reír, como pendejo. Luego fui poniéndome más atrevido y le apreté las nalgas y las piernas, diciéndole lo duras que estaban.

Como no tenía camiseta, le apreté las tetillas y seguí apretándole los bíceps y el pecho. Ya estábamos fajándonos y él se dio cuenta que la cosa iba en serio, pero solo se reía y el alcohol ya había hecho sus efectos.

Lo terminé de encuerar y ahí vi su pinga oscura, incircuncisa y olorosa, la mata de pelo que tenía era igual a la moña ridícula que cargaba en la cabeza. La verga estaba dura, parada, desafiante, tal como era de esperarse en alguien de su edad. Me lo llevé a la habitación, que ya tenía preparada y él se tiró bocabajo. Ese culote, esas nalgonas, estaban servidas.

Lo mordí, lo apreté, las lamí, abrí, cerré, le di nalgadas, me di gusto. Cuando ya me cansé de majarlas, le metí un dedo lubricado en el culo. Creo que ese dedo casi se me cae cuando entró, de lo apretado que estaba. Metí el dedo una y otra vez tratando de aflojarle el hueco, pero el hijueputa estaba tan cerrado que a duras pena me entraba. Volví a abrirle las nalgas y metí mi cara y mi lengua entre esas dos masas de carne musculosa, tratando que mi saliva lubricara un poquito, pero fue casi imposible, cuando apretaba ahí no entraba nada.

Lo que hice para calmar mi arrechera fue mojarme mi verga con lubricante y meterla entre sus nalgas, zurrándola de arriba abajo y a tratar de penetrarlo. Le agarré la moña que tenía en la cabeza, el cabello ensortijado y trate de empujársela de nuevo, sin aguantar la fuerza con que me apretaba. Ya con eso, al rato, la leche se me salió solita… un buen polvo.

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