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Patitas con leche

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Descubrí desde la primera vez, hace como 30 años, que amé a José porque se parecía y me recordaba mucho a mi papá. Yo entonces no me daba cuenta de eso, pero después de la epifanía que tuve cuando cogí con José llamándolo “papi”, se me reveló todo. Le escribí a José un correo muy largo donde le confesaba lo que me había ocurrido la última vez que me había cogido al confundirlo, o mejor dicho, al fundirlo con mi padre a quien siempre deseé, pero, mientras él vivió no me atreví a seducirlo.

Le conté cómo escuchaba, y a veces veía, a mis padres haciendo el amor, que al ver en esa ocasión el pito parado de José, recordé al de mi padre listo para cogerse a mi mamá y en ese instante troqué todo. Sentí que tenía, por fin, a mi padre para mí. “No hay problema, mi Estrellita, mi niña, te amo así, con ganas de mí, siénteme como si estuvieses con tú papá y yo trataré de hacerte feliz, mi nena”, contestó. A partir de la siguiente sesión de amor, todo ocurriría entre padre e hija.

Para llevarle de chupar “Patitas con leche” a mi papi (así le digo ahora a José, y él me dice “Estrellita, mi nenita”) tuve que practicar varias veces la masturbación con los pies. Me di cuenta que a mi marido sí le gustaba ver el porno y busqué un video donde estuviese esa acción, para que saliera muy natural mi interés por hacerlo. Una de mis amigas con más experiencia en esos videos, me consiguió uno así que preparé el fin de semana para verlo con Gerardo, mi marido.

En el video, además de mamadas de verga y de panocha, había masturbadas al por mayor. Cuando llegamos a esa parte de la masturbada con los pies, dije “¡Uy!, ¿podré hacer yo esas caricias?” Gerardo se rio y me dijo “Inténtalo, sabes bien que tienes unos pies hermosos” y se puso a besarlos.

Más tarde, me senté en la cama, recargándome en la cabecera y le pedí a mi marido que se acostara con su pene entre mis pies para intentarlo. Estuvimos mucho tiempo. Mi esposo lo disfrutó, o al menos su cara arrecha así lo mostraba, pero no se vino ese sábado. Él se acostó sobre mí y en posición de misionero se movió muy rico y me hizo venir dos veces seguidas, en la segunda vez, él eyaculó en mi interior y, abrazados, nos dormimos.

Al día siguiente, le llevé el desayuno a la cama y puse otra vez el video. “Quiero ver bien cómo se le hace, quiero que te vengas en mis pies”. Dos horas después, Gerardo me dijo “¿Lo intentamos otra vez con tus pies?” Yo sonreí y asentí con la cabeza. Practicamos de muchas maneras, yo de lado, boca arriba, boca abajo y no se venía, pero estaba muy caliente y no aguantó más y se hizo una chaqueta descargando el semen en mis pies. Descansamos. Nos metimos a bañar y, ya vestidos, salimos a comer y al regreso cogimos y nos besamos mucho.

Al siguiente domingo, regresamos relativamente tarde a la casa y ya con el sopor del vino que habíamos tomado en un piano-bar. Después de desnudarnos, él se puso de rodillas en el piso y, con la verga muy erecta y los huevos sobre la esquina de la cama, me dijo “Pon aquí tus piececitos, que te voy a follar en ellos”. Le acaricié todo el aparato. Me juntó los pies y se puso a tallar su falo entre ellos, ¡se vino pronto y abundante! Se acostó y se quedó dormido. Puse en mute el sonido de mi móvil y le envié un video de mis pies a José, donde se veía la lefa escurriendo y yo untándome el semen en los pies; y escribí. “¿Se te antojan unas patitas con leche?” esperé a que se secaran y leí la respuesta: “¡Claro que sí, mi nenita consentida! Papi te espera en la mañana para disfrutarlas”.

En la mañana, desperté a Gerardo montándome en él y besándolo comiéndome su lengua, lo hice venirse en mí. Quedé rendida del esfuerzo y volví a dormir. Después de que salió mi marido, me levanté. Vi mis pies con una capa de opacidad blanca y pensé “El platillo de hoy está listo para mi papito” y vino a mi mente el recuerdo de mi padre, encuerado, con el pito crecido y listo para penetrar a mamá. Me puse unos “tines” y unas sandalias holgadas. El resto de la indumentaria también estaba holgada y fácil de quitar. Como toque de coquetería, me coloqué un moño en el pelo, recordando cómo me vestía mi madre para ir a la escuela.

Llegué al departamento de José y sin más preámbulo que un beso, me cargó para llevarme a la recámara, diciendo “Mi nenita consentida, la más hermosa de todas las mujeres de la casa”. “Sí, papito, aquí está tu favorita, la que te ama desde siempre”, contesté.

En la cama me fue desvistiendo poco a poco y llenándome de besos y caricias. Antes de quitarme los “tines” se encueró completamente. Luego se hincó en la piesera y tomó una de mis piernas, la cual acarició desde la panocha y bajó hasta quitar el “tin”. Lamió mis dedos y brotó el aroma del semen de Gerardo. Cuando lo terminó de chupar, le pedí un beso y me recreé en el sabor de su lengua. Siguió el turno al otro pie. “¿Mi yerno trató bien a mi Estrellita?, ¿La pija acarició los piececitos de mi niña, antes de llenárselos de amor?”, me decía y lamía y chupaba los dedos, diciendo “mi niña” en cada lamida. Al terminar hubo otro beso con sabor al yerno. Luego, se acomodó en “69” lamiendo mi entrepierna antes de meter la lengua en mi vagina hasta donde su longitud alcanzaba. Nos vinimos mucho, el semen que yo no podía tragar me escurrió por el cuello. Me lo limpié y volví a ponerlo en mis labios para terminar de tragarlo.

Ya descansando, deshice el abrazo para tomar mi bolso. “Mira, traje una foto tuya, papacito”, dije al sacar la foto de mi padre. Tomé el cepillo y lo peiné como el amor de mi foto. Luego, le recorté el bigote para que quedara como el de mi papá y le mostré su rostro en el espejo. ¡Estás igualito que tu fotografía!”, le dije y me reí. “Sí, m´hija” contestó sonriendo y jalándome un pezón. “¿También de aquí?”, preguntó llevando mi mano a su verga. “¡Esta la tienes igualita a la que le dabas a mami, siempre parada!”

–¿Mi yerno te lo ha metido por el culo? –me preguntó acariciándome el ano con un dedo y yo di un respingo.

Me puso en cuatro extremidades y me lamió el ano. Sentí riquísimo y vino a mi recuerdo la vez que mi tío Efraín lo hizo. Ya sabía lo que seguía… y que no le permití a mi tío, pero ¿cómo negárselo a mi papito?

–Nadie me ha tomado por allí, papi, pero si tú quieres, lo hacemos …–le dije con voz melosa y condescendiente.

–Sabes que no te lastimaría, mi nenita. Voy a ponerte lubricante –contestó después de sacar la punta de la lengua que me había enterrado en el culo.

Sacó una crema que, según leí contenía, entre otras cosas, vaselina y lidocaína, la cual me fue poniendo suavemente, entró completo un dedo, luego dos y después, sin sentir dolor, pero sí mucha arrechura, tenía tres dedos adentro y papi moviendo su muñeca en círculos. Me abrazó masajeando mis tetas y sentí su glande en la entrada de mi ano. Yo misma me hice para atrás para ensartarme pronto. ¡Era increíble que, en lugar de dolor sentí un nuevo placer! Me bombeó y lo acompañé en el movimiento y tuve un orgasmo. Papi seguía con la tranca tiesa y me dio la vuelta (Mar dice que como si fuera pollita en un rosticero, ¡y sí!) y puso mis talones sobre sus hombros. Luego, me tomó de las manos y se acostó, al tiempo que a mi me sentaba en su pija. “No es malo el empalamiento”, pensé, e instintivamente me puse a cabalgar, hasta que caí rendida al tercer orgasmo seguido y sentir su semen en mis tripas, como una de las lavativas que me ponía papá cuando me enfermaba. Con el pene aún dentro lo besé y le dije “No me dolió y sí me gustó. ¿Lo hice bien, papá?”, pregunté. “Sí, m’hijta, estuviste muy bien”, luego, al salirse el pene, se escuchó el ruido de un descorche y me salió gas, esperma y excremento. Papi tomó una toallita húmeda y me limpió cuidadosamente, como cuando era niña. “Gracias, papito”, dije como aquellos tiempos.

Papi me dio una pomada, “Ponte un poquito, si al rato te duele”. No la necesité, más bien, no fue molestia lo que sentí más tarde, sino un dulce recordatorio de la protección paternal.

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