Katia: ¿Tú te crees?… ¡Qué rajadas que son!
Dani: Mamá ya no es joven. Ya sabes que no está en forma.
Katia: ¿Esa es tu manera elegante de decir que está muy gorda?
Dani: Venga, cariño. No seas cruel. Ya te veré a ti cuando tengas su edad.
Katia: Con sus genes… Aunque no creo que llegues a vivir tantos años, papá.
Dani: ¿Pero qué tonterías son esas? ¿De verdad andas tan mal de matemáticas?
Katia: Ya sabes que las suspendo siempre. ¡Ja, ja, jah! Soy una calamidad numérica.
Dani: Si no me matas a disgustos llegaré a ese día; cuando cumplas cuarenta y cinco.
Katia: De todos modos tampoco son tantos escalones. ¿Y qué me dices de Selena?
Dani: Creo que ella se ha quedado por solidaridad. Para no dejar sola a tu madre.
Katia: ¡Qué va! Yo creo que se vuelve más perra cada día.
La familia Valverde está haciendo turismo por Augusta. Suelen aprovechar las vacaciones de verano para pasearse por las zonas más bucólicas de la geografía montesa, pero hoy han decidido visitar los antiguos monumentos romanos de esta bella ciudad.
A pesar de la afable conversación que mantiene con Katia, Daniel se siente algo incómodo. Percibe las miradas lujuriosas que suscita su hija mientras andan por cada uno de esos caminos empedrados. No entiende porque tiene que vestir tan corta.
“Desde luego… ¿Qué daño le harían unos pantalones que cubrieran, al menos… ¡sus nalgas!… al completo?”
Perdió esa discusión cuando Mariela y las niñas se alinearon en contra de él. Los tiempos cambian y las modas también. Es cierto que muchas chicas van así, ahora, pero es diferente cuando se trata de sus propias hijas. Además:
“¡¡Es qué las demás no están tan buenas. No tanto como mis hijas!!”
Katia: Por fin hemos llegado… ufff… ¿Qué haces? Déjalo, papá.
Dani: ¿No te das cuenta? Todos se giran para mirarte, pero es que ese…
Katia: Es lo que tiene ser tan guapa. Yo no hago caso.
Dani: ¿De verdad quieres que ignore a ese gordo?
Katia: ¿Es qué vas a pegarte con todo aquel que se dé la vuelta y me repase?… Porque te espera una batalla… épica.
Dani: ¡Me cago en la puta! Yo solo quiero que te respeten. ¡Que aún eres una niña!
KAtia: ¡¿Qué hablas?! ¿No te has dado cuenta de que eso ya no es verdad? ¡Mírame!:
La chica voltea, grácilmente, sobre su eje vertical. Con sus bambas rosas, gira una vuelta entera con los brazos abiertos y la espalda arqueada. Enreda sus preciosas piernas y levanta la cabeza, ladeada, para zarandear mejor su exuberante melena.
El atrevimiento de ese pequeño top gris no tiene nada que envidiarle a la brevedad de sus micro-shorts, y sus tetas adolescentes se expresan, con descaro, a plena luz del día.
Ese dinámico espectáculo fugaz causa un súbito sofoco que incendia las entrañas de Daniel. Una vez más, su integridad se esfuerza en enterrar, a toda prisa, las ocurrencias incestuosas que luchan por florecer en su pensamiento. Paladas desquiciadas de moralidad sepultan los vergonzosos brotes que, con el verdoso encanto del morbo, pretenden envenenar la rectitud de ese respetable padre de familia.
Mientras se recompone, Daniel se siente protagonista. Esparcida a su alrededor, una docena de turistas compuesta por distintos grupos de diferente edades y razas les observan en silencio. Sin duda, el elevado tono de la discusión que estaba manteniendo con su hija ha llamado la atención.
Katia: Mira, papá… ¡Desde aquí se ve el mar!
Dani: … Vaya, sí… Claro… Después de subir tantos escalones…
Katia: Vamos allá… ¡Corre! Al borde de la muralla… ¡Vengaaa!
Daniel siente ridiculizado su tormento patero frente a la jovialidad de los correteos de su hija, su tono despreocupado, su liviana vitalidad juvenil… Una amable brisa marítima le acaricia la calva amorosamente, como queriendo tranquilizarle, y hace más llevadero el calor de esa veraniega mañana de agosto.
Siguiendo los pasos de su hija, Dani abandona la amable sombra de los pinos y se aproxima al mirador. Ni corta ni perezosa, Katia se ha encaramado encima de ese pequeño muro de piedra y adopta una postura turbadora. Está sentada, con las piernas asimétricamente estiradas a lo largo de esa antigua construcción románica.
Katia: ¡Sácame una foto, papá!
Dani: … Sí… Espera… A ver si me entero de cómo va el móvil nuevo.
Katia: ¿Te hago un croquis? Ja, ja, jah.
Dani: Cállate, tonta.
La chica tiene buenas dotes interpretativas; eso incluye una gran soltura a la hora posar y un encanto postural que, junto con su atrevida vestimenta y su tremebundo cuerpo virginal, convierten esa estampa en un acontecimiento difícil de asimilar. No es extraño que se guste tanto y que le resulte tan fácil ser el centro de atención. Está tan buena que hasta el gay más mujarra y la hetero más cerrada tendrían una crisis de identidad si se cruzaran con ella.
Tras un puñado de fotos, con el mar de fondo, su padre se da cuenta de que Katia no solo le sonríe coquetamente a él mientras va cambiando de posturas. Nada más darse la vuelta, Daniel sorprende a una variada multitud de fotógrafos improvisados que, con cara porcina, apuntan sus lascivos objetivos hacia su hija; algunos con más disimulo que otros. Al mismo tiempo un par de mujeres enfadadas sacuden a sus respectivas parejas, convertidas en los mirones de turno.
Dani: ¡¡Qué demonios!! ¡¡Circular, malditos babosos!! ¡¡Aquí no hay nada que ver!!
Paco: Esto es un espacio público, señor. Podemos pasearnos por donde queramos.
Toni: Eso, eso. Estamos en un espacio PúBiCo Ja, ja, ja, jah.