Nuevos relatos publicados: 7

Sussy, mi princesa

  • 5
  • 10.102
  • 9,67 (6 Val.)
  • 0

Quince días llevaba rondando por aquella vereda. En mi condición de vagabundo, me considero un sujeto afortunado. Tenía un buen refugió, detrás del mugriento callejón que bordeaba aquel restaurant. Tenía techo y comida suficiente para estar agradecido, pero lo más importante, estaba prendido de una dama hermosa que paseaba todos los días cual reina de belleza.

Esa tarde, como todas las que viví en aquel paraje, iba adornada con un bello lazo rosado que pendía de su bien peinada cabellera. Era una diosa que solo se dignaba a cruzar leves miradas conmigo. Tal vez sentía lastima de mi, o peor aún, desprecio por ser un desafortunado callejero.

La seguí muchas veces buscando su amistad y compañía. Solo desmanes y rechazos recibía de aquella dama presumida. La casa donde vivía era una mansión adornada de una verde y espesa vegetación y rodeada por una verja de madera, que era testigo de mis múltiples desvelos oteando en su interior buscando su mirada. La olía a cientos de metros, era un olor exquisito desconocido para mi. Pude haber saltado sin problemas aquella cerca de listones para encontrarme con ella, pero el solo hecho de pensar en su negativa de aceptarme como su amigo, me impidieron hacerlo.

Hoy, todo cambió. Me desperté con algo inquietante en el ambiente. Un indescriptible olor se impregnó en mi agudizado olfato. Era un aroma inconfundible que aceleró todo mi sistema sensorial. Lo había percibido antes y fue el causante de mis múltiples heridas. Como impulsado por un instinto ancestral, caminé como un autómata al borde de la verja en donde se encontraba la dama de mis desvelos.

Mis pulsaciones se incrementaban paulatinamente al acercarme, cada vez más, al origen de aquella fragancia celestial. ¡Sorpresa! Allí estaba ella con una actitud totalmente diferente hacia mí. Intercambiamos miradas, sus movimientos acompasados y desbordando deseos me incitaban a acercarme más. Los listones de madera mohosos ya no eran impedimento para atrevernos a tocarnos.

-¿Cómo hacemos, quiero que pases?- Me dijo con una expresión que parecía más una súplica que una pregunta. Ya yo sabía que saltar esa cerca era solo un trámite que podía ejecutar sin problemas.

-¡No sé qué me está pasando pero quiero que saltes y te vengas a mi lado.

-¡Claro princesa, no habrá nada que me impida hacerlo- Respondí extasiado.

Incitado por su olor y por la inesperada invitación, tomé impulso y salté fácilmente aquella barrera. Al verme a su lado, como poseída por un espíritu alucinante, se desbordó en besos y caricias que no dudé en corresponderles.

-Estoy avergonzada. Todos estos días te he visto, pero he sido indiferente contigo. Ruego me perdones, pero hoy he sentido la necesidad endemoniada de estar acompañada por alguien como tú.- Me dijo.

-No te avergüences, princesa. He acudido a tu llamado y me siento honrado en complacerte.- Respondí.

Mis hormonas accionaron la llave que abre las puertas de la felicidad. Experimenté la más grandiosa de mis erecciones. Tenía dos semanas mendingando la amistad de esa preciosa criatura.

-Quiero estar contigo. Penétrame con todo tu arsenal- exclamó.

Sin pensarlo dos veces, metí mi nariz en la fuente que emanaba la exquisita fragancia que me había despertado. Metí mi lengua en sus dos orificios, extasiado por el escatol que inundaba todos mis sentidos. Ella temblaba de deseos y de pasión. No lo podía creer, un vagabundo sumergido en aquella reina, protagonista de sus sueños y fantasías.

-Quiero que me hagas tuya. Lléname toda, pero trátame con sutileza que es la primera vez que estoy con un macho- Susurró.

Su suave voz y la vehemencia con que me pidió aquello, elevaron mi erección a niveles nunca vistos. Saqué mi cara de su mojada gruta y me dispuse a conquistar con mi espada ese reducto virginal.

Me subí torpemente sobre ella y coloqué mi armamento en su entrada para comenzar el ritual muchas veces anhelado. Mi miembro se fue deslizando lentamente en su interior y ella exclamaba extasiada que la penetrara toda.

Con mis manos acaricié su espalda y me sumergí en una danza acoplada con mi princesa. Quería más y más. Mi miembro se expandió como inflado por arte de magia. Si quisiera sacarlo me sería imposible debido a su descomunal tamaño. Sus gritos se escuchaban a cientos de metros de nosotros. Ella era mucho más pequeña que yo, pero tenía una fortaleza indescriptible. Sus deseos de ser dominada, le daban fuerzas para soportar el cañón que tenía adentro.

Se movía a mi ritmo. Quería más y yo no sabía de donde darle más. Sin embargo, le tenía una sorpresa que la haría explotar. Como impulsado por dos resortes, le apliqué un movimiento instintivo y me di vueltas quedando en un plano opuesto a ella. Vi las estrellas. En esa posición supe que no faltaba mucho para derramar mis mieles dentro de ella. Así, no podía disfrutar de sus elegantes piernas y su bella cabellera blanca y solo su aroma me empujaba a querer exprimir mi instrumento.

Así permanecimos largo rato, extasiados por la succión involuntaria de su músculo vaginal que luchaba por extraer mis jugos. Era una experta en esos menesteres mágicos. Faltaba poco para venirme.

-Inúndame toda, por favor, lo necesito- Exclamó.

Un torrente de líquido viscoso manó de mi fuente palpitante y los latidos de mi corazón alcanzaron dimensiones desconocidas y ella gritaba agradecida por la infusión nutritiva que le había derramado en sus entrañas.

Mi miembro se fue achicando por la ingente descarga. Mi princesa aflojó su presión y logré sacarlo fácilmente.

Nos besamos y acariciamos prometiéndonos futuros encuentros.

Nuestras muestras de cariño y afecto, fueron sorprendidas por una voz desafiante que se escuchó desde el interior de la casona:

-¡Sussy, Sussy, donde andas! Vente para adentro. Ten cuidado con ese perro callejero.

Mi princesa obedeció dócilmente el llamado de su amo. Su fragancia quedó flotando en el aire e impregnaba mi hocico como un elixir embriagante. Nos volveríamos a ver…

(9,67)