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Tengo que cuidar el empleo de mi esposo

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Me casé a los 22 años, hoy tengo 32. Mi esposo, mayor que yo, tiene 45. Tenemos una hija de 5 años y vivimos en una casa muy cómoda y en un buen barrio, ya que los ingresos de mi marido, permiten vivir sin sobresaltos.

Roberto, mi esposo, trabaja en una inmobiliaria muy reconocida de alto nivel. El propietario, Isidro Gómez, maneja la Empresa, heredada de su familia con rigidez y solvencia. Está separado de su esposa hace unos años y vive con su hijo.

Las operaciones que llevan a cabo son en todo el país, es el encargado de ejecutarlas, mi esposo y por eso a veces viaja al interior un par de días a la semana. Yo como tengo una muchacha que me ayuda en los quehaceres y mi hija concurre al jardín de doble escolaridad, tengo tiempo de dedicarme a cuidar mi figura. Eso me permite, tener una buena figura, carnes firmes, buenos pechos y cola atractiva, todo coronado con una cabellera muy cuidada. En resumen: soy una mujer apetecible que todos los hombres se gratifican con la vista.

Desde hace un tiempo, noté a mi marido más callado que de costumbre (es muy osco, bastante espaciado y apático en lo sexual).

—¿Que pasa Roberto? —le pregunté— te noto callado y taciturno.

—Tengo serios problemas de trabajo —contestó.

—Dime cual es el problema y veamos como lo solucionarás —lo alenté.

—Isidro quiere traer al hijo a la empresa —contestó— y se ocuparía de mis tareas y eso quitaría mis comisiones y no sé si no llegara a despedirme.

—No puede hacerte eso después de 12 años de dedicación y eficiencia.

—Estoy preocupado —dijo abatido— no sé en que terminará esto. Quise hablar con él y me contestó con evasivas.

Realmente me preocupó lo que me decía y pensé en un futuro incierto y con pesares económicos.

Cuando viajó a Mendoza esa semana, sin comentarle nada a mi esposo, decidí llamarle a Isidro por teléfono.

—Hola Patricia. —me atendió— ¿Cómo está la esposa hermosa de mi empleado?

Siempre se baboseaba con todas las mujeres y a mí me había tirado lances más de una vez.

—Te llamo y no quiero que se entere Roberto de lo que hablamos —le dije— pero está muy preocupado por el futuro que se presenta y querría hablar contigo por eso.

—Si quieres pasa por mi casa esta tarde y lo conversamos personalmente —me propuso— mi hijo viajó con tu marido y lo conversaremos tranquilamente los dos.

Acepté la propuesta y encargué a la muchacha que se ocupara de mi hija a la salida del jardín y me vestí para mi cita con la esperanza de convencerlo a no tomar esas medidas con Roberto. Me puse una falda corta y una blusa abotonada al frente e intencionadamente deja una par de botones sin prender. Trataría de encandilar a Isidro para no tomar medidas en contra de mi marido.

Me recibió con un beso húmedo en la mejilla y mientras me sirvió una copa me invitó sentarme en el sillón principal del espacioso living con vista al parque trasero.

—Ya sé el tema que te trajo a mi casa —me dijo mirándome el escote— y creo que podríamos llegar a solucionar entre nosotros el tema.

El muy hijo de puta, trataba de tirarse un lance conmigo y claramente lo mostraba con su proceder descarado.

—Podríamos dejar todo como está —me dijo— Sabes que me gustas mucho y si accedieras a no ser tan arisca conmigo al menos una vez no le diríamos nada a Roberto de nuestra solución.

—Me estás proponiendo algo vergonzoso y descarado —le dije indignada—Estoy lejos de ser la puta que quieres que sea.

—Darme afecto una vez, bien vale la pena y no serás por eso una puta.

Me quedé en silencio, pensando en mi esposo, mi hija, y nuestro futuro. Él, cruzado de piernas, esperaba mi reacción.

—Maldito seas Isidro —le dije y sonó como una afirmación a su propuesta.

Sin moverse de su lugar y sonriendo maliciosamente me dice:

—Sácate la ropa. Quiero ver como lo haces.

—No sabes cuánto te odio —le dije.

—Hazlo que me muero por verte hacerlo y tenerte por fin —murmuró.

Desprendí los botones de la blusa lentamente, él con la vista brillándole no perdía detalle. Bajé el cierre de mi falda y la dejé caer en la alfombra. Quedé en tanga y sujetador.

—Sácate el resto —dijo sin moverse todavía.

—Eres despreciable —le espeté.

Se deshizo de la bata que traía y del bóxer que cubría su abultado miembro. Se acercó y terminó de dejarme desnuda también a mí. Lentamente me recostó en el enorme sillón. Le deje hacer sin oponer resistencia. Había llegado a un punto sin retorno y no dejaba de algo excitarme el ser deseada de esa manera por otro que no fuera mi marido.

Mi marido, últimamente no me buscaba sexualmente y el estar tendida con un hombre todavía joven besando mi pelvis, me estaba excitando soberanamente. Mi respiración se agitaba por momentos y él lo percibió inmediatamente.

—Te gusta, putita —me dijo.

Besó mis pechos y chupaba mis pezones con frenesí. Puso frente a mis labios su enorme y rígido pene. Lo excitada que estaba, hizo que le succionara apasionada.

—Así. Me enloquece como lo haces. —musitaba.

Abriendo mis piernas, se ubicó frente a mí y lento, muy lento, me fue penetrando. Yo, estaba tan excitada que mi entrega era total. El hombre que hacía un momento me parecía despreciable, ahora me enloquecía de lujuria y placer.

—No pares. Dios mío, me siento muy caliente. Hazme lo que quieras, maldito seas —casi le gritaba.

Su mete y saca, era sereno y profundo. Mis manos tomaban su espalda y sus nalgas apretando su cuerpo al mío.

—Dios mío. Sigue. Asiii dame más, dame más. —le pedía ya fuera de control.

—¡¡Cómo te deseaba Patricia!! —gemía en mi oído— Te daré todo cuanto quieras.

La pasión desesperada me nublaba el razonamiento .Él, respondía a mis pedidos y yo a sus deseos. Tuvimos sexo anal, cosa que jamás había practicado.

Quedamos tendidos en el sillón, empapados en jugos vaginales, orgasmos y eyaculaciones.

—Isidro —le dije— espero que cumplas tu promesa. Pero será esta la única vez que lo haremos. Me calenté como hacía mucho no lo hacía y me dejaste muy satisfecha.

—Tú a mí, Patricia —contestó, y agregó— siempre cumplo mis promesas.

Nos bañamos juntos y antes de vestirnos, nuevamente lo hicimos.

Danino

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