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Tratando de buscar una salida (cap. 1): William
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Tiempo de lectura: 18 minutos

William, el primer hombre. No hubo un primer amor, cosa que a veces me da rabia, porque no puedo llamar amor mi primera experiencia simplemente porque no lo fue. Sinceramente fue un paso calculado hasta en los más mínimos detalles y a veces me echo en cara el haber sido tan frío al resolver mi deseo de realizar o materializar ya lo que me consumía por dentro y llenaba mis fantasías nocturnas. Mis inquietudes ya habían tomado por asalto mi ser, que en aquel tiempo me daba bastante dolor de cabeza porque me debatía entre "el ser o no ser", habiendo crecido en un pueblo provincial, mis deseos eran lo prohibido, el tabú, lo despreciado o lo degenerado. Mi tortura duró mucho tiempo antes de poder llegar a romper el pánico a verme descubierto y poder entregarme a alguien. Traté en vano de buscar la persona adecuada que me garantizara al menos un anonimato real y no dejara huella en mi entorno, en aquel pueblo había muchos candidatos que abiertamente demostraban su predilección hacia el mismo sexo, siendo el centro del hazmerreír o del desprecio de todos, ellos no servían ya de inicio.

William, que en realidad fue quien se llevó el trofeo de mi virginidad, era un vecino que muy aparte de estar casado con hijos, por todos era bien sabido su condición de bujarrón, era el nombre que le daban a aquellos que les gustaba dar por culo a los maricones. Palabras que herían y que una vez que en el pueblo te colgaban ese cartelito pues era un estigma imborrable y que pesaba mucho. William fue quien descubrió en mí todo lo que yo ocultaba, tenía muy buen ojo para detectar la semilla oculta y lograr sacarla a toda costa. Comenzó una verdadera cacería, porque aunque podría llamarlo como un juego del ratón y el gato, en realidad fue una cacería donde él era el cazador y yo la víctima consciente de que cada cual tenía bien claro el papel nuestro. Solo tenía que verme para que con un gesto lascivo se tocara el sexo, mostrando a veces un simple bulto o su erección. El muy cabrón no escatimaba nada para lograr llamar mi atención y lo lograba porque de solo ver aquella pinga que se le marcaba sobre el pantalón y que acariciaba con mucho vicio. Mis ojos se le clavaban y un escalofrío me corría de pies a cabeza.

Nuestro idilio, digamos que lo fue, duró mucho tiempo, quizá dos años o más porque sólo dar un paso para mí era lo peor, el pánico podía más que yo mismo, más que mi deseo, más que la tentación del sexo mostrado esperando a que me acercara y lo tomara. Era un sufrimiento que se alargaba, ya William había tomado la ofensiva, me perseguía si me veía pasar, me hacía guardia en la esquina de mi casa esperando a que saliera o entrara, allí estaba él con su mirada en mí, mordiendo su labio inferior y una mano agarrando su pinga. Antes de que me entregara a disfrutar del verdadero sexo, tuvimos nuestros encuentros que fracasaron por mi miedo. Una de esas veces, fue que mientras me perseguía pues se fue la luz, cosa frecuente de aquellos apagones, yo perdí mi pánico y lo seguí hasta el puente de Nodarse, él se paró como a mirar el río crecido aunque en realidad no se veía nada solo el sonido del agua correr. Yo me acerqué y puse mi mano en la baranda del puente, él se acercó y pegando su pinga a mi mano, yo la palpé tratando de conocer si era cierto lo que se marcaba siempre.

—¡Vamos hasta la línea!, me invitó mientras había comenzado a caminar hacía la línea de ferrocarril por el muro del río.

—Me da miedo ir por ahí, el río está muy crecido.

Para tan mala suerte vino la luz en ese momento.

—¡Ve por la calle!

—Los vecinos me conocen, ¿qué dirán?

—¡Bah, no te preocupes que ya todos lo comentan!

Aquel encuentro no terminó en nada, me fui y lo dejé allí. Pasó mucho tiempo, incluso tuve mi primera experiencia con una mujer, casi aquel medio matrimonio me apartó de William, pero me engañaba porque aquella relación lo que me dio fue la confianza de poder entregarme a él. Mi relación de heterosexual fracasó desde sus inicios, primero que al ir a la cama no conseguía penetrar a mi mujer, todo iba bien hasta el momento más importante. La situación se complicó algo cuando mi amante se lo confesó a mi madre que para ayudarme me llevó a una psiquiatra que al menos me dio confianza sin que se supiera que en realidad me gustaban los hombres. Cuando puede hacer el amor con mi mujer, se despertó en mí una fiebre loca de hacer el sexo, de singar día y noche, tenía un deseo incontrolable. Llegué incluso a cogerle el culo a mi mujer y aquello empezó a complicarse, porque desde aquel momento me la singaba pero sólo eyaculaba cuando le cogía el culo. Claro que no todo fue felicidad y aquella unión llegó a su fin tal y como había empezado. Ahora sé que aquella aventura heterosexual había despejado el camino para poder estar con un hombre sin miedos y pánicos. Ya no estaba ese cartelito sobre mi cabeza de “pájaro”, de “maricón”, ya había tenido mujer y todos sabían que me gustaba el chocho, pero se habían equivocado, aquello fue pantalla, un escudo tras el cual me escondía. Ahora tenía que aparecer la oportunidad de poder estar con alguien igual que yo y un buen día apareció, iba yo por la acera y él venía de frente, nos saludamos y como la calle estaba bien vacía, pues me quedé sin huir.

—¿Quieres entrar aquí?

Me invitaba a la casa de un amigo donde él vivía o siempre estaba. No me lo pensé y lo seguí, entramos, el amigo que me conocía porque había trabajado con mi padre, se quedó algo sorprendido. Pasamos al dormitorio y nos besamos, el primer beso que le daba a un hombre. Me sentía bien en sus brazos, como me abrazaba y sentir su pinga dura por encima del pantalón. Se la acaricié, él conocía bien mi debilidad.

—Es tuya, ¿qué esperas?

Me dijo tentándome a abrir la portañuela. Lo hice y saqué con cierto temblor su pinga grande, era enorme, tal y como me la imaginaba. Pero no tanto, me dio cierto miedo porque me podía desgarrar todo, el color del glande era igual al de sus labios, morado. Me quedé un momento acariciando su miembro, él lo tomó con la mano y con la otra acercó mi cabeza para que empezara a tragarla. Aquel primer contacto me pareció raro, no me había visto yo chupando su pinga, pero tenía un sabor inconfundible, tenía que abrir demasiado la boca para poder tragar hasta la mitad. No me había imaginado allí sentado en la cama delante de él, mamado.

– ¡Mira en el espejo como mamas!

Era cierto, allí estaba el espejo de la cómoda donde nos veíamos los dos. Estuvimos un rato mirándonos hasta que William me hizo levantarme y me bajó el pantalón y el calzoncillo, me dio la vuelta y empezó a lamerme el culo. Agarraba mis nalgas y las abría y pasaba su lengua provocando el mejor de los placeres. Empezó a escupir mi culo y me puso la pinga en él, empujó para meterla, me hizo casi gritar. Sentí un dolor terrible que me hizo estremecerme, él me dijo que aguantara un poco, pero no pude soportar, tuvo que sacar su pinga. Entonces nos desnudamos y nos tiramos en la cama, me besaba, me comía la boca, el cuello, sus manos no se apartaban de mis nalgas y mi dolorido ojete. Me decía al oído que tenía un culo muy rico, que había esperado mucho tiempo este encuentro. Me dijo que cogiera una crema que había en la mesa de noche, la cogí y empecé a untar en la pinga, él murmuró.

—¡Coño!, qué apurado estás por tenerla dentro.

Después nos volvimos a enfrascar en una lucha de besos y caricias antes de que empezara a meterme su pinga. El primer intento fue doloroso de nuevo, me sentía como me abría todo, intentó meter y sacar su polla, terminó poniendo más crema y esta vez empezó a entrar y aunque me revolqué algo por el dolor, en esta ocasión no la retiró.

—Mira, mira, solo es la mitad.

Me decía para que mirara, eso como me calmó algo y lo dejé hacer, siguió besando, acariciando y cada vez metiendo más y más su pinga en mí culo que no se dilataba tan rápido. Nos volvimos y me hizo sentarme en él, y estuvimos así abrazados besándonos, yo con mis piernas alrededor de su cintura y con todo aquella pinga dentro.

—¡Ya ves, ya la tienes adentro toda! ¡Ahora eres mío!

Empezó todo un remolino entre ambos, era todo un especialista en dar, propinar placer y al mismo tiempo recibirlo, en una de aquellos giros se salió, me levantó las piernas sobre sus hombros y empezó a lamerme el culo, después metía la pinga toda y volvía a sacarla para terminar metiendo de nuevo. Yo gemía de placer, de goce. Nunca antes había experimentado tal cosa, había leído bastante del tema pero en realidad, en vivo era otra cosa, era tanto el placer, el goce que ninguna palabra podría describir lo que se siente. Todo un remolino de sensaciones, lo que en un principio fue dolor o malestar se había convertido de pronto en algo que me daba gusto y me hacía gemir. William sabía bien qué hacer y cómo lograr que me sintiera en el cielo, no paraba de moverse, de acariciarme, de besarme y de murmurar cosas que iban desde lo más tierno a lo más grosero. Sus manos recorrían mi cuerpo, sostenían mis nalgas, mi cara o tocaba mi culo lleno de su pinga, el muy cabrón sabía el placer que eso provocaba. Me miraba fijamente mientras sus dedos tocaban mi culo y su pinga, se mordía el labio de gusto, su lengua provocaba y me llenaba de besos. Finalmente apuró para venirse, lo hizo suavemente.

—¡Ya ves, ya tienes mi leche dentro, ya eres míos, ya te he preñado!

Nos besamos con pasión, yo con alegría. Después me fui al baño, para limpiarme, aunque estaba bien limpio. Me dijo que teníamos que vestirnos que su amigo se tenía que ir. Yo sentado en la cama y viendo su pinga que de verdad era grande, tendiendo mi mano la acaricié.

—¿Quieres más?

Sonreí con aprobación, pero teníamos que irnos y por lo tanto esa segunda solo tendría que ser en otra ocasión. Salí, me fui a la casa y directo al baño, mi calzoncillo tenía la mancha de su semen, y sobre todo el olor de su semen. Recuerdo que miré sorprendido la taza del inodoro aquel liquido blanco. Lo reconozco, aquella noche no dormí, estuve medio enfermo, al día siguiente tenía fiebre. Pero estaba contento, había perdido mi virginidad y de una manera agradable. Había empezado así esa doble vida, una a ojos de todos y otra oculta, me había convencido que nadie sabía lo que había hecho, nadie. Eso me animaba, simplemente aquello que pasó no se reflejaba en mi físicamente, supongo que anímicamente sí.

De mi segundo hombre, fue un médico de Santiago de las Vegas, Roberto se llamaba, nos conocimos en la terminal de guaguas de Santiago de las Vegas. Nada, cosas de esas, nos miramos y todo estaba claro. Me gustó su bigote grande, delgado y que parecía muy interesado en mí. Hablamos algo y rápido me invitó a su casa. Yo no tenía nada que perder al no ser el transporte. Vivía en una cuartería cerca de la iglesia, por suerte que al ser ya muy tarde, había poca gente en aquel pasillo. Me gustaba su tipo de machote, y sobre todo su bigote. Tenía una sola pieza donde estaba todo desde la cama, la mesa y la cocina y al lado estaba construyendo una ducha, la pared del fondo lo ocupaba una estantería repleta de libros. Recuerdo que me acerqué a mirar, él se me pegó a mi espalda, haciéndome sentir su abultado paquete.

—Vaya, eres la primera persona que invito y se interesa por los libros.

—Tienes buenos, ya veo.

—¿Y no te interesa otras cosas?

Me susurró al oído mientras me abrazaba. A partir de ese momento todo fue un torbellino de besos y caricias, hasta que finalmente quedamos desnudos en la cama. Era mi segunda experiencia que dio su resultado muy rápido porque con solo haberme penetrado yo eyaculé sin tocarme siquiera.

—Disculpa, le dije abochornado.

—No pasa nada, eso significa que te gusta. Me dijo mirándome a los ojos, sin soltar mis piernas ni salirse de mí. Me besó, me besó varias veces y empezó a moverse suave. Vio en mi cara que me molestaba algo.

—No te preocupes, lo haré suave para que no te duela. ¿No me vas a dejar así? Además, nene, ya la tienes adentro toda y otra cosa, a ti te gusta que te den por culo y a mí me gusta dar por culo, en esto no hay problemas.

No era que me hubiera convencido simplemente que no me había dado otra opción. Me estuvo singando todo el tiempo que quiso. Tenía razón en lo que nos gustaba a ambos y era mejor gozar y disfrutar del momento. Cambiamos de posición tumbados sobre un costado, el sosteniendo una de mis piernas y metiendo y sacando, era la primera vez que me sentía así, la primera vez que sentía una pinga entrando de esa manera. Se vino abrazado a mí, como si se fuera a caer de un precipicio. Nos besamos, cuando sacó su pinga me dijo alzando una de mis piernas:

—¡Déjame ver ese tesoro chorreando leche! ¡Me gustaría que te quedaras con mi leche adentro!

En efecto sentía como desde mi culo se escapaba su semen aun caliente, pero él no se detuvo ahí. Era una nueva sensación, porque con William no fue así. Eso que me había hecho me gustó y lo recuerdo con gusto. Lo dijo mientras que con sus dedos recogía el semen y lo volvía a introducir en mi dilatado culo. No oculto que aquello me chocó algo, era la primera vez que alguien me hacía semejante cosa, que me vacilaba y gozaba. Roberto era un buen experto, tenía experiencia. Nos quedamos charlando en la cama desnudos, él abrazado a mí, de vez en cuando me besaba la nuca, las orejas. Me dijo que era médico, que trabajaba en Boyeros, me preguntó igual muchas cosas.

—¡Quédate a dormir!, además ya es tarde, no va a haber guaguas ahora y bueno, así singamos de nuevo.

Claro que fue así, dormimos poco esa noche, para mí fue la primera noche tormentosa, hicimos el amor dos veces, al rato de nuevo y al amanecer, antes de que me fuera yo. Esa segunda vez fue muy pasional, no podría decir cuánto duró pero sí tengo que aceptar que me gustó mucho, por la mañana fue algo rápido, me dijo que me quedara quieto boca abajo y me singó así.

—¡Aprieta bien los muslos y el culo para que me saques rápido la leche!

Lo sentí meter y sacar, gemir, mugir a mis espaldas, después él mismo me descubrió que singando así, me frotaba mejor la próstata y que por eso me había hecho eyacular en la cama. Después salimos de la casa antes que la gente de la cuartería empezara a salir, me acompañó a la parada y quedamos que pasaría de nuevo por su casa. Pasaron tres días y nos volvimos a encontrar, singamos con la misma pasión del primer día, era incansable y yo le seguía. Me sentía bien y más porque era en un territorio neutral, lejos de donde yo vivía. Aquel día cuando terminamos me propuso algo que antes no había escuchado.

—¡Oye, vamos a casa de un amigo mío en Boyeros!

Roberto vio mi sorpresa.

—Es un buen amigo, hacemos lo que quieras, charlar, beber algo aunque yo te propongo singar. ¡Mira no te asustes, no pongas esa cara! Es una persona muy decente y haremos lo que tú digas. No te invito a hacer un trío, solo si tú quieres sí, sino, pues nada, tu y yo solos.

Terminamos yendo a casa de su amigo, se llamaba Julio, era un tipo mulato, grande y fuerte. No vivía muy lejos de la parada, tenía un apartamento pequeño para él solo. Parecía simpático y alegre, nos presentó Roberto. Julio sonriente dijo que Roberto hablaba mucho de mí. Al parecer todo había sido tramado con antelación y mi presencia en el lugar era parte del plan. Julio sacó unas cervezas y chicharritas de plátanos, nos sentamos en la sala. Julio dijo que había invitado a no sé quien pero que no iba a venir. Ya con aquella frase supe que estaríamos los tres, solo los tres. No me gustaba mucho la idea, seguía yo con el complejo de que era mejor dos personas que aquel trío que parecía formarse ya. Cuando Roberto que había estado todo el tiempo besándome y acariciándome me dijo que me pusiera cómodo, sinónimo de que me desnudara, fue cuando dije que me iba. Julio se me acercó y me dijo al oído:

—¡Mira, chico, no pasará nada que no te guste! ¡Te vamos a singar por turno y tú estarás en la gloria!

Acto seguido se desabotonó los bermudas que llevaba y me blandió casi en las narices un pingón gordo y grande. Me recordó al de William, pero este era más oscuro. Roberto empezó a quitarme la ropa. Julio me agarró la cara, me besó y me dijo:

—¡Para esta pinga hay cola, hay allá afuera un montón de maricones locos por que se la meta! ¿No me digas que tú no quieres?

—¡Oye, no lo asustes! ¡Todo va a ir bien!

Fueron las palabras de Roberto que me llevó al dormitorio mientras hablaba conmigo.

—¡Mira, no va a pasar nada malo! ¡Vamos a gozar! Ya te lo decía yo el primer día, aquí todo está claro entre nosotros, lo que te gusta a ti y lo que nos gusta a nosotros. Además, si no puedes lo dices y paramos. Así que relájate y vamos a gozar.

Lo que siguió fue una masa de tres cuerpos unidos, lamiendo, chupando, gimiendo. Fue Roberto quien empezó singándome mientras me comía el trozo de machete que tenía Julio, después se intercambiaron. Se me escapó un quejido cuando me penetró Julio, que muy al contrario de cómo se había comportado al principio, se preocupó porque no me doliera. Estuvo singándome hasta que se vino, enseguida se puso Roberto hasta que eyaculó. Julio trajo un espejo para que viera como me había dejado el culo.

—¡Cojones qué culo más rico! Se lo dejamos rosado y chorreando.

En efectivo, tenía el culo dilatado, rosado y el semen blanco salía a por botones pues ambos se habías venido dentro de mí. Yo estaba asombrado, no había visto semejante cosa, era la primera vez que estaba en un trío y que me singaban así. Julio se arrodillo al borde de la cama y agarrando mis piernas empezó a lamer mi culo y a comerse la leche que salía.

—¡Qué culo más rico!

Decía y repetía muchas veces. De pronto se levantó y me metió el pingón que ya se le había puesto duro, lo metió despacio, vacilando como entraba.

—¿Cómo te lo sientes ahora?

Claro que me sentía bien, ya estaba dilatado. Roberto se sorprendió cuando volvió del baño a donde fue a lavarse. Se fue la luz en ese momento, cosa que aprovechó Roberto que se nos unió a la singueta. Estuve allí a disposición de los dos, éramos un amasijo de sexo donde yo iba recibiendo por turno las pingas de ellos dos o al mismo tiempo uno por delante me daba de mamar y otro me singaba el culo. La primera orgía o trío que estaba y había salido bien, no era cómo pensaba o cómo había escuchado a gente que nada sabía del tema.

Pasó como dos semanas sin que sintiera la necesidad de tener sexo, después de aquel día loco había quedado algo dolorido aunque eso sí, muy a gusto. Fue cuando vi a William de nuevo, nos saludamos y él disparó como de costumbre.

—¡Oye! ¿No quieres pinga ya?

Claro que ya estaba sintiendo el deseo de nuevo, me dijo que pasara por una casa donde él estaba trabajando, trabajaba en la construcción, quedamos que pasaría yo a eso de las siete. Por supuesto que fui a esa hora, en efecto era en las afueras y una cuadra bastante vacía, por lo que no había mucho problema de mirones. William me esperaba en la puerta, cuando me vio entró haciéndome un gesto que le siguiera. Al entrar cerró la puerta y nos abrazamos besándonos una de sus manos se aferró a mis nalgas, después metió la mano por el pantalón hasta llegar a mi culo.

—¡No te imaginas las ganas que tenía de singar ese huequito de nuevo!

Nos metimos en una de las habitaciones que al parecer usaban los ellos para descansar, me refiero a ellos, los que trabajaban allí, y empezamos a besarnos, a tocarnos, yo me arrodillé esperando a que él sacara su pinga y me la diera a mamar. Él lo sabía, y como adivinando mi deseo, lo hizo diciéndome que era toda mía. Me hice cargo de su sexo, tratando de tragarlo, de acariciarlo para darle a él placer y gusto sabiendo que él me lo devolvería todo. No me hizo esperar, me desabrochó el pantalón que bajó, me dio la vuelta y hundió su lengua entre mis nalgas, estuvo un buen rato comiendo mi ojete hasta que poniéndose de pie, me agarró por la cintura para meterme su pinga dura untada en saliva. Para mi sorpresa no sufrí como la primera vez que William me tuvo, esta vez toda pasó bien, quizá por lo excitado que yo estaba o por el entrenamiento que ya había tenido con Roberto y Julio. Estuvimos de pie un rato, después me llevó hasta unos sacos de cemento y él se sentó haciéndome que yo me sentara, me ordenó que me moviera, que yo mismo me singara. William era muy vicioso, le encantaba vacilar como su pinga entraba en un culo, en este caso en el mío.

—¡Quiero que te vengas ahora mientras te doy pinga! ¡Quiero que aprendas a venirte mientras te doy pinga y no después!

Nos pusimos de pie y él aumentó sus movimientos, mientras me instaba a eyacular, escupía su pinga y mi culo para lubricar bien, me decía mil cosas. Me quitó la mano de mi pinga y empezó a masturbarme mientras se movía, exploté al rato. Después su mano llena de mi semen me la pasó por la boca, metió sus dedos en mi boca con mi propio semen.

—¡Nene, ahora vas a aprender a sacarle la leche a tu macho!

Fue él quien me enseñó mi papel en el sexo, que si él me había hecho venirme, yo tenía que hacerlo con él y en esta ocasión muy a pesar de haberme venido, tenía que seguir singando. Aquella primera ocasión me costó mucho, primero que al venirme mis fuerzas se debilitaban y solo un deseo de liberarme me invadía, bueno, aún me invade, pero William sabía explotar ese punto. Me singó fuerte hasta que se vino entre gemidos. Cuando me liberé, me pareció que me caería al suelo. Él me agarró besándome y con su mano en mi ojete dilatado a modo de tapón.

—¡Quiero que te lleves mi leche dentro, que cuando estés en tu casa te acuerdes de que tienes mi leche dentro!

Me hizo ponerme el calzoncillo y el pantalón, cogió un poco de papel higiénico y doblándolo a modo de almohadilla me lo puso. Yo ni sabía qué hacer, claro ya Roberto había hecho algo parecido al pedirme que me quedara con su semen dentro.

—¡Si se te sale mi leche, pues ven a que te llene de nuevo ese culo!

Me gustó aquella idea, que durante mucho tiempo llevé a cabo con William. Antes de irme estuvimos hablando, le conté lo que había pasado con Roberto, que lo había conocido, cómo y qué habíamos hecho, además de aquella noche loca con Julio y Roberto.

—¡Ya sabía yo que ese culo ya estaba algo abierto! Te entró como nada.

Fue su comentario, pero no le molestó, por el contrario me dijo que gozara, que había hecho bien y que repitiera. Yo era la primera vez que contaba aquellas cosas, pero me gustó hacerlo y a William le gustó. Me dijo que se veía que sería un buen maricón.

—¿Sabes? Si lo deseas, te puedo organizar una buena orgía. Tú dímelo y yo traigo a algunos que te van a dar bastante pinga.

Recuerdo que no le respondí, pero él vio el brillo de mis ojos y que la idea me atraía y mucho. No sé quizá me daba algo de pena aceptar aquella invitación, quizá el complejo de verme usado como una puta o algo así. Traté de decirle que me iba bien con él, pero agregó.

—¡Bueno, ya has probado con dos, nos ponemos de acuerdo e invito a dos más, seremos tres para ese culo! ¿Qué crees?

No sabía que decirle, temía, pero me calmó abrazándome y dándome un beso.

—No te preocupes, todo va a salir bien. ¿No has singado con negros?

La pregunta me cogió de sorpresa, pero era cierto, no había singado con negros. Él era algo amulatado pero negro, no. Me dijo que dentro de dos días podíamos reunirnos allí mismo y que traería a dos negros amigos de él. Antes de irme me calmó.

—¡No te preocupes, nene, que yo no te voy a invitar a algo malo! Son dos amigos chéveres, buenas pingas y buenos singones.

Así nos despedimos en espera de que pasaran los dos días acordados. Aunque no sabía qué hacer y si lo que me había propuesto era bueno o no. Cierto complejo me entró y estuve debatiendo entre el ir o no a aquella cita, más por los dos negros, pero me atraía aquella idea y por otra parte ya había estado en una orgía y nada malo me había pasado, por el contrario me había gustado. El día anterior vi a William que me recordó que me esperaría donde la vez anterior y que fuera a eso de las ocho. Tenía que vencer mi miedo y mis complejos. Pero terminé por ir, primero porque me gustaba William y sabía que iba a hacer todo lo posible por satisfacerme. A las ocho ya había oscurecido por lo que era mejor para no ser visto, William estaba en la puerta esperando, al cerrar tras de mí, me abrazó agarrando mis nalgas y me besó.

—¡Hoy te voy a enseñar a ser un buen maricón!

Bueno, aquella frase algo soez no me molestó, porque en realidad lo era y él fue el primero en adentrarme en ese mundo. En una de nuestras conversaciones me lo dijo, me lo dejó bien claro que el ser maricón no era nada malo, que por el contrario era lo mejor porque siempre iba a encontrar pinga para mi culo. Allí estaban los dos como había dicho, nos presentó. Raúl y Tony, el primero un negro chapapote, que había visto un montón de veces pero que con lo feo que era, pues nunca me había fijado en él, cosas de la vida y allí estaba para singarme. A Tony lo conocía, vivía a unas cuadras de mi casa, tipo casado aunque se comentaba que era bujarrón, un negro claro como decían en el vecindario.

—¡Coño, mi vecino con las ganas que tenía de darte una buena entra´a de pinga!, dijo Tony dándome la mano.

—¡Hoy lo vamos a graduar de maricón, aunque tiene cepa de mariconazo!, bromeó William y agregó,- ¡bueno, a ver, vamos a ponernos cómodos!

Era la contraseña para quitarse la ropa, ya lo sabía. Cuando me quitaba la ropa miré a Raúl, tenía un tremendo trozo de morronga que asustaba, sentí un temblor por el cuerpo porque de solo mirarla así sin que aun estuviera parada y dura, pues asustaba. Tony y William tenía la pinga parecida.

—¡Coño, soy el único de pinga chiquita!—, bromeé yo mientras palpaba la de Raúl.

—¡Bah, no te preocupes que tú has venido a que te den pinga y no a dar pinga!- comentó Raúl.

—¡Pues, claro, lo tuyo es poner el culo y la boca!, dijo Tony.

Lo que ocurrió después fue un torbellino, yo me puse a chuparle la pinga al negro Raúl, mientras William empezó a mamarme mi culo ensalivando y preparándolo para lo que vendría. William al rato dio paso a Tony que empezó a meterme su pingona grande, William debajo de mí seguía dando lengüetadas y escupiendo mi culo que abría paso a la cabeza de la pinga de Tony. Empujó hasta atrás haciendo que me quejara, me dijo que aguantara, y siguió singándome mientras me parecía que mis mandíbulas se me caerían de tanto mamar la pinga de Raúl. Al rato William ocupó el sitio de Tony en mi culo ya dilatado.

—¡Oye, no me lo dilaten mucho que quiero que sienta mi pinga!—, dijo Raúl.

William le dijo a Raúl que era su turno si quería gozar un buen culito estrecho aún, Tony y William me aguantaron diciendo que me relejara, Raúl se puso detrás y metió. Un sudor frío me recorrió el cuerpo, quería gritar y lo hubiera sido por no ser a mano de uno de los dos que me tapó la boca, los pies se me aflojaron, las lágrimas se me salieron. Tal era la sensación de que algo se abría dentro de mí, que me rajaría el culo. Viendo cómo estaba, pues me arrastraron hasta una colchoneta en el suelo y allí quedé clavado por Raúl. William trajo un pomo con vaselina y empezó a untar en el culo, le dijo a Raúl que sacara algo para ponerle la vaselina. Estuvimos un rato así, yo clavado, Raúl dentro y los otros dos sentados mirando. William se acercó, me besó y me dijo que tocara mi culo lleno, que sintiera que todo estaba bien. Así lo hice, me parecía mentira que dentro tuviera aquel trozo de pinga. Al rato empezamos a singar, Raúl comenzó con suavidad, diciendo que nunca había singado un culito tan estrecho. Después Tony y William se turnaron para que mi boca recibiera sus pingas, a partir de aquel momento no podría decir que fue y quien me singó. Lo peor fue cuando ya quería venirse, uno a uno se vino dentro, sentía que por mis muslos el semen me corría. Tony se vistió y se fue rápido, se despidió alabando mi culo y que repetiríamos, William se fue a despedirlo hasta la puerta. Raúl se quedó abrazado a mi espalda.

—¿Te gustó? —me susurró al oído Raúl.

—¡Sí, pero me dolió al principio!

—¡Bah, al principio duele, pero después es la vida misma, así me dicen los pocos que se han metido este pingón! Tú eres uno de esos pocos, además quisiera que te adaptaras a mi pinga.

William regresó y dijo que saldría a buscar un paquete de cigarro, que me dejaba en buenas manos. Yo en principio no pensé que todo era parte del plan para dejarme solo con Raúl, pero era el plan porque William no regresó y Raúl me singó antes de que me fuera. Pero esta vez fue mejor, con mucha vaselina y caricias, fue una singada larga, yo mismo tenía la impresión de que amanecería de un momento a otro. Pero salí comprendiendo que el sexo era más que el tamaño, era el placer, la satisfacción y el saber hacer las cosas. Raúl me poseyó con pasión, como un verdadero macho, me hizo su objeto, su mujer, su culo, su chocho. William fue quien me singó por primera vez, pero quien me poseyó de verdad fue Raúl, me convertí en adicto a su pinga, al sabor de su leche, de su lengua, de sus manos. No tenía nada que ver su cara que no era agraciada, incluso hubo cierto disgusto con William porque en realidad pasé a pertenecer a Raúl aquella noche y por largo tiempo. Mis amistades me decían que me había puesto la capa del zorro, refiriéndose al color de Raúl, mi familia no lo veía con buenos ojos por ser negro como el chapapote, pero yo era feliz. Le pertenecí por dos años y medio, en que no probé ninguna orgía aunque sí singué con otras personas pero mi marido era Raúl, era mi dueño y yo le pertenecía todo. Los demás comentaban que ya nadie quería singar conmigo porque mi culo estaba desflecado por la pinga del negrón. Era yo el compromiso o la mujer oficial de Raúl, todos lo sabían, todos lo comentaban. Él se sentía orgulloso de mí y yo de él, y la envidia la sentían los otros hacia aquel misterio que habíamos descubierto ambos.

Un día desapareció Raúl, William me dijo que se había ido para el Norte en una lancha. No quise creerle, pensé que era una de esas mentiras para atraerse mi gracia, me dio un papelito donde había dos reglones. Era cierto, me había dejado. Me sentí mal, usado. Odié a todos, no puedo decir que era amor, pero ¿qué sentía? Fue un duro revés.

A los dos meses William me dijo que tenía algo para mí, una carta de Raúl, fui a su casa. Una carta larga, llena de pasión donde me explicaba el paso que había dado, que estuvo pensando llevarme pero no había espacio, que no me olvidaría, que me quería y terminaba que deseaba que al menos a mi culo no le faltara pinga, "mi amor, ese culito rico es para singar y tienes que complacerme en eso, quiero que pienses en mí pero sigas singando". William no perdió tiempo, no diré que me violó, porque no me opuse, me hizo acostar, me desnudó y me singó así sin que yo hiciera algo por devolverle el placer que supuestamente me daba. Me singó dos veces, sentí que se venía, sus gemidos, la manera en que apretaba sus manos, dos veces sin salir de mí pero no estaba yo para esa fiesta, me sentía mal y sobre todo por aquella carta. Me quedé así quieto dejando que hiciera lo que le viniera en gana. William se fue a ver la tele, yo me quedé en la cama deseando que me tragara la tierra. Me quedé dormido por un rato o por unas horas, no sé cuánto tiempo. Me desperté cuando William con papel sanitario me limpiaba.

—¡La leche se te sale, papo!

Era cierto, las dos veces se había venido dentro por lo que era normal que saliera. Terminó y se acostó a mi lado abrazándome, mientras acariciaba mis nalgas peludas.

—¿Me dejas singarte de nuevo?, me preguntó.

—¡Sí, síngame, síngame cuantas veces quieras!, murmuré.

Así lo hizo William, esta vez poco a poco comencé a sentir de nuevo un poco de placer mientras me singaba. Recuerdo que mucho después William se reía diciendo que era la mejor medicina que tenía para mí. Por eso quizá lo estimo mucho, me ayudó a salir del hueco en que había caído. Claro que salía ganando con mi situación porque volvía a ser yo quien se le entregaba sin protestar y si deseaba que fuera de alguno de sus amigos, yo no protestaba tampoco, me entregaba.

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