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Una apuesta para encontrar un amor (La Carta)
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Tiempo de lectura: 19 minutos

Es muy difícil creer que uno se puede enamorar de dos personas a la vez, ni yo me lo creo hasta el momento, pero creo que es lo que me sucedió a mis 27 años. También recuerdo que cuando me casé con mi bella esposa a la edad de 21 años, recuerdo estar seguro de nunca serle infiel y para mis 25 tenía el primer desliz con una chica de paga, de la cual nunca podría ser una amenaza, pues fue una ocasión de una un momento de curiosidad, pues nunca en mi vida había pagado por sexo.

Siempre dije que, si algún día le era infiel a mi esposa, ese riesgo tendría que haber valido la pena y estar con una sexo servidora no le miré el riesgo, más sacié mi curiosidad y la chica de nombre Roxana, pues aún recuerdo su nombre, realmente era una chica muy bella. Había esquivado muchas tentaciones, pues siempre he tenido suerte con las mujeres y creo que más de alguna habrá pensado que a lo mejor era homosexual, pues realmente literalmente le tuve que decir “NO” a algunas. Conocer a María, me llevó a ese riesgo y comencé a vivir esa experiencia que muchos dicen: Le hacía el amor a mi mujer, pensando en otra.

Nos conocimos en una de esas clases de estadísticas en la universidad local, donde María a sus 21 años terminaba en aquel verano su licenciatura y yo a finales del año terminaría con mi segunda maestría. Desde que nos vimos congeniamos y ya en esa semana compartíamos la misma mesa. Ella parecía ser un tanto callada, creo que todavía tenía desconfianza en hablar inglés ante el público, aunque creo que tenía buen dominio si consideramos que solo tenía viviendo 3 años en este país y a mi me gustaba su acento, aunque conmigo desde que supo que hablaba español, no se despegaba de mi ni el receso.

Había nacido en Cali, Colombia y realmente era un reflejo vivo de la belleza de mujeres que dicen se dan por esos lugares. A mis 27, era la primera chica colombiana que conocía y fue la única que me hizo tomar varios riesgos en el cual mi matrimonio quedaba en la cuerda floja. Medía un aproximado de un metro sesenta y cinco, quizá unas 120 a 130 libras muy bien proporcionadas. Quizá su mejor atributo: ¡Era toda! Toda su anatomía. Cabello castaño y alisado que le llegaban a su área lumbar, ojos almendrados de un color de miel… tez clara, una boca de labios carnosos y una nariz pequeña que le hacía simetría a su belleza facial. Su rostro era exquisito, atraía a cualquiera y era una delicia ver a María vistiendo sus pantalones vaqueros, con sus blusas de colores pasteles que destacaban los atributos más sensuales de su exquisito cuerpo: Sus nalgas y senos.

En mi clase o en esa clase, nunca le dije a nadie que yo era casado o que mi esposa estaba encinta de mi primer hijo y María tampoco me lo preguntó, pero conforme pasaba el tiempo, creo que ella como mujer lo intuyó. No usaba anillos, incluso nunca obtuve un anillo de ninguna graduación; en realidad no me gustaba la joyería. Mi esposa así lo sabía y eso para ella no estaba ni en tercer o cuarto término. Teníamos una relación armoniosa y el sexo con ella era de lo más fenomenal, aunque por estos meses, debido a su embarazo no solíamos hacerlo tan seguido y entre ello y su nueva faceta de abogada, pues el estrés le hacía mella física y psicológica. Y aunque María era callada y se notaba un tanto cautelosa y moderada, era ella la que me invitaba a fiesta o lugares de bailes, que obviamente no podría atender dada mi condición.

Creo que nos gustamos desde que nos vimos y todos los de la clase creían que éramos pareja, pues siempre nos veían juntos. Debo aclarar que esta experiencia me sucedió en los años noventa y para esas instancias no había teléfonos celulares, la internet estaba en su infancia y lo único avanzado de la época de las comunicaciones, era el “Beeper” o localizador. Es por esta razón que podía darme mi tiempo con María sin estar siendo controlado por mi esposa, aunque creo que ella nunca sospecho nada de mí. Algunas veces fuimos a comer juntos, pero creo que ella quería más tiempo de mí y yo no se lo podía dar y por eso creo que comenzó a sospechar, y sin preguntarlo, María se comenzó a distanciar poco a poco de mí.

Creo que intentó darme celos con algunos compañeros y ver como yo reaccionaba, pero no era mucho lo que yo podía hacer, aunque sentía que en algo me dolía, pues ella era libre y yo no. Teníamos cierto grado de confianza, pero siempre bromeábamos con respeto y es por eso por lo que cuando le hice la propuesta de una apuesta, creo que en algo se escandalizó y de seguro se molestó.

Lo que cambió todo el panorama fue el mundial de fútbol de 1994 que se dio aquí en Estados Unidos. El equipo colombiano no solo era el favorito para ganar su grupo, sino que también era uno de los favoritos de alzar la copa. Para María, la derrota ante Rumania en la apertura de este mundial fue algo que ella miró como factor de mala suerte, un mal día de su selección, pero estaba más que convencida que Estados Unidos, mi equipo, pagaría los platos rotos. Todos apostaban sus $20.00 dólares el uno contra el otro, incluso María era parte de estas apuestas y fue cuando se lo dije en español para que nadie lo entendiera: Te apuesto mi Mustang del 1965 por un par de horas en los que yo pueda hacer lo que quiera contigo. – Fue mi apuesta.

– ¿Estas bromeando o estás loco? – fue su reacción.

– ¡Loco por ti si lo estoy! Pero no estoy bromeando.

– ¡Nunca me pude imaginar eso de ti!

– ¡Ni yo María! Pero creo que si tu equipo es tan bueno como creo que lo es, no deberías pensar que es un grave riesgo… en cambio yo, tengo todos los pronósticos en contra.

Los demás vieron quizá el ambiente un tanto frío o molesto de parte de María y entre risas nos preguntaban lo que pasaba. Les mentí a todos y les dije en inglés, que María no quería aceptar mi oferta: Mi Mustang a cambio de $500.00 dólares y hasta le di la ventaja del empate. Sabía que necesitaba un auto, pues recientemente ella había tenido problemas con el suyo y esa misma semana, yo le había prestado mi Mustang para que se desplazara sin dificultades. Tenía otro vehículo disponible, así que lo único que podría hacer, es inventarle a mi esposa que me lo habían robado o no sé qué excusa inventaría, pues la verdad que mis probabilidades estaban más que en contra. María con una sonrisa despectiva me hizo la contrapropuesta usando su idioma natal: Te acepto la apuesta con una condición… que los que están aquí no sepan nada de esto y que, en caso de perder la apuesta, sea yo quien escoja el lugar y la hora. -De acuerdo le contesté.

Yo había ido a ver en vivo al estadio el tan esperado partido, con la doble tristeza de que sabía que no solo perdería la amistad con María por mi tonto atrevimiento, sino también el auto que era un regalo de mi madre. Quizá lo único que mitigaba la zozobra era el hecho que le daría algo mío a esta linda chica y que sabía necesitaba urgentemente. Todos conocemos la historia y un balde de agua fría le caía a todos los colombianos en el calor desértico de California. La verdad no pensaba que Estados Unidos estaba ya en la siguiente ronda, sino si es que María se pudiera retractar de lo convenido.

El partido fue un 22 de junio del 94, era un martes, y para el jueves que teníamos clase, ese día María no se presentó. Por toda una semana me tuvo con la ansiedad, pues yo nunca le pedí su número de teléfono, aunque yo si le había dado el número de mi localizador (beeper). Cuando se presentó, pagó todas sus apuestas y solo se acercó hacia mi y me dijo: Contigo quedo pendiente… solo dame algo de tiempo, mientras asimilo esta tontería. -Aquellas fueron sus palabras precisas. Desde entonces ya no la vi tan sonriente, ya no fue tan amigable conmigo, definitivamente se alejó de mí y realmente todo aquello me dolía y cuando le quise hablar, ella totalmente me esquivaba haciéndose la ocupada, cuando realmente yo le quería decir que lo olvidara todo; que no era necesario a que se sometiera, pero nunca me permitió hablar. Las últimas tres semanas de aquella clases de verano fueron así, María por su lado y yo por el mío. Lo único que llegó a decirme cuando terminamos los exámenes finales fue algo muy breve: – ¿Recuerdas que acordamos que yo escogería el lugar y la hora? – No te preocupes. -le contesté. – Y se fue en compañía de otras amigas de la clase.

Pensé que no la volvería a ver o escuchar de ella, pero dos meses después un lunes 4 de octubre del 94, me cae un número al localizador y llamo sin esperar escuchar la voz de ella. Me saludó como un tanto alejada, así lo podía sentir, al menos eso era lo que su voz proyectaba. Incluso, fue ese día que le dije que lo olvidara todo y que disculpara mi atrevimiento, pero ella lo hizo breve como diciendo: Tómalo o déjalo. Me dio una especie como quien dice: esta es tu oportunidad y estos son los días disponibles y prácticamente me dio los días restantes de la semana con las horas de entre 8:00 a.m. a 3: p.m.: -Escoge uno y yo te marco cuando tenga un domicilio que darte. Yo con cierta ansiedad y nerviosismo le dije: ¡Mañana!

El siguiente día llegué mucho más temprano a mi oficina, con la ansiedad esperando la llamada. Inventé una excusa para estar ausente la mayor parte del tiempo, algo que solía ocurrir muy a menudo, pues el trabajo me brindaba esa flexibilidad. Exactamente a las 8:00 a.m. me cae el numero de un teléfono desconocido y es María, quien me dice que está a 40 minutos de ahí, en un hotel a la orilla de la playa. Verifico con mi mapa y salí en busca de ella. Quizá los minutos más largos y ansiosos de mi vida. El lugar es un pequeño motel de solo un piso a la orilla del océano Pacifico, pero que tiene bonita vista y donde cada habitación tiene una pequeña terraza privada. De lo lejos puedo observarla y esta es la primera vez que veo a esta linda mujer en vestido, siempre la había visto con sus pantalones vaqueros y blusas. Debo decir que se miraba preciosa y cuando me acerqué, también pude observar que llevaba maquillaje. Sus labios carnosos se magnificaron, sus ojos almendrados con ese delineador negro me envolvían en otra dimensión. Ella tuvo que ingresar a la habitación para abrir la puerta y definitivamente María se miraba espectacular. Yo quise encontrar la forma para que no se sintiera obligada, pero ella intuyó en el vibrar de mis palabras y solo me dijo de alguna manera fría:

– Tony, a lo que venimos…

– María, no sé ¿cómo empezar esto?

– ¡Como lo ha empezado siempre! – me dijo.

– ¡Lo siento María! No puedo…

– ¿Y qué es lo que quería hacer usted por dos horas conmigo?

Me dio esa seguridad que estaba dispuesta a todo con recordarme parte de lo que había sido mi propuesta, pues siempre fantaseé de todo, por si le ganaba la apuesta y, aquí estaba en la habitación de un motel con una de las chicas más lindas que he conocido, aunque me carcomía esas inseguridades al saber que con todo aquello, le podía crear la mayor decepción a mi esposa si algún día fuera de su conocimiento. Lo que me dijo María a continuación fue como un reto o como un ultimátum: -Bueno Tony, yo no estoy aquí para rogarle, pero que quedé bien claro, que yo cumplí la parte de lo acordado… si desea retirarse, hágalo. -Realmente eso había decidido y he volteado dirigiéndome a la puerta y ella me ha parado diciendo: Bueno Tony, si esto va hacer nuestra despedida, por lo menos deme un abrazo.

Nos estremecimos en un abrazo y cuando nos miramos a los ojos, sostenidos el uno del otro, ya no pudimos y nos comenzamos a besar apasionadamente. Sentir su piel fue fascinante, oler su cabello me embriagaba, saborear su boca fue una delicia. Nos comimos a besos por largos minutos y aunque estaba desesperado por hacerla mía, quería gozar a esta linda mujer por cada segundo y hacerlo de la manera más tierna y delicada para que ella lo disfrutara también. María quedó en silencio absoluto permitiéndome que fuese yo quien dirigiera este maratón de sexo. Las cortinas corredizas de la habitación estaban abiertas de par en par, pues los cristales polarizados evitaban a que fuésemos observados desde afuera y María había dejado entreabierta una ventana, donde podíamos escuchar el oleaje de este mar soleado y cuyo tempo lento, sería el tono pacifico de María y yo haciendo el amor.

La habitación era acogedora. Estilo cabaña de campo con una pequeña chimenea con muebles antiguos y una cama matrimonial. Le besé tiernamente el cuello y lo mismo hice con los lóbulos de sus orejas, de las cuales tuve que retirar unos aretes de oro que resaltaban aún mucho más su belleza. Bajé el cierre de su vestido y a la vez desabotoné su sostén. Dejé que mis yemas de los dedos acariciaran suavemente su espalda, mientras nuestras lenguas se enredaban en una exploración exquisita y delicada. Ella estaba de espaldas al espejo del tocador y podía verme a mi mismo como mis manos disfrutaban tocando su tersa piel de su espalda con la amenaza de llegar a apoderarse de sus bien formados y solidos glúteos. Me gustó aquella vista de tener así a María, con su vestido color verde olivo abierto de su espalda, pues a la vez era la cortina que me dejaba ver su ropa interior el cual era un diminuto bikini verde que le daban exquisita forma a esas curvas y hacían volar mi imaginación.

El vestido cayó sobre una alfombra también de color verde, confundiéndose con ella y su sostén estaba todavía medio puesto colgando por sobre su pecho y con un beso más se lo he removido y ahora solamente queda ese bikini, sus medias o ligas que tonifican el color de su piel y que realmente resaltan una simetría perfecta de su cuerpo, y los zapatos negros de tacón alto y abiertos que me dejan ver las uñas de sus pies que también están pintadas de un verde olivo. Se ha sentado a la orilla de la cama, mientras me quito mi corbata y camisas… ella solo observa y creo intuir que tiene pena, pero pareciese que este teatro del accionar sexual no es una rutina en la que María se sienta confortable. Me desabrocho el cinto y veo sus ojos color de miel haciendo contacto con los míos, mientras mis pantalones se deslizan permitiendo a que María observe como mi pene está en su máximo potencial de erección sostenido por un calzoncillo de color blanco transluciente que prácticamente le permiten a esta linda chica comenzar a ver el grosor y lo largo de mi sexo. No dice nada y María solamente me observa.

Me he quitado lo zapatos y al agacharme, también he aprovechado para soltarle sus zapatos a María y beso sus pies. Lentamente le tomo de su cintura y la invito a que se acueste sobre su espalda y con una lentitud para mi desesperante, le he removido cuidadosamente sus medias y en el proceso le he ido besando toda la parte frontal de sus preciosas piernas. Siente cosquillas cuando le lamo y le chupo los dedos de sus pies y no me lo dice con palabras, más su reacción me lo ha indicado y ahora soy yo quien le recuerdo la cláusula de la apuesta: -Dos horas para hacer contigo lo que yo quiera. Ella solamente sonríe y se aguanta con reacciones espontaneas el cosquilleo. Comienzo en dirección adversa besando sus piernas, hago una pausa en su pelvis con una desesperación interna de llegar hasta sus pechos; unos pechos tan sólidos y perfectos con una areola oscura y pezón diminuto, que estarán quizá en una medida entrando en una copa C. Ha gemido cuando mi boca los hace su presa y delicadamente alterno con ambos pezones, besando uno y acariciando el otro con mis manos.

Nuestros sexos están uno frente al otro, solamente separados por la tela de nuestra ropa interior, pero que se siente como que si no tuviéramos nada, pues es tanto nuestro deseo, tanta las ganas de que esto ocurriera, que sé que María siente como mi pene de alguna manera le ha hecho un hueco entre su bikini y entre sus jugos vaginales y mi liquido pre seminal, se escuchan ya ese chasquido del friccionar nuestros sexos cuando nuestros cuerpos se estremecen. No la he penetrado, pero tantas son las ganas que le tengo, que, si continuaba así, con esa fricción, en cualquier momento acabaría, llegaría a la gloria e intuyéndolo, me alejo para removerle su espectacular bikini verde olivo, el cual esta evidentemente mojado y descubro su sexo, de vulva pequeña, de labios finos y rojizos. Su clítoris pequeño como sus pezones, brillaba pulsante e inflamado y creo que fue uno de los mayores gemidos que dio esta callada mujer cuando ha sentido mis labios besarlo. Sé que su excitación era grande, lo podía sentir en el vibrar de sus caderas, en sus sutiles y tenues gemidos. No quería que se viniera, quería que su orgasmo tomara potencia, así que se lo besaba por segundos y se lo dejaba libre por otros tantos para que ella se relajara. Así estaba en ese juego de tortura erótica, hasta que supe que en cualquier segundo se vendría.

Me he levantado para despojarme de mi calzoncillo y me arrodillo frente a su sexo sobre la cama. María instintivamente abre sus lindas y alargadas piernas y comienzo a masajearle el clítoris con mi pene y se escucha ese leve chasquido de mi glande friccionando su clítoris y de vez en cuando le paseo mi glande recorriendo su rajadura. Era exquisito ver las expresiones faciales de María, sus leves y callados gemidos eran más que eróticos. Cerraba sus ojos y se mordía sus propios labios en una manera de soportar la excitación y yo solo le masajeaba su sexo sin penetrárselo. En un momento tomé mi pene con mis manos y con la punta le pegado como chaqueteando su clítoris intensamente y esto ya no lo pudo aguantar. Debió sentir los espasmos de su orgasmo llegar, pues a tomado la almohada llevándosela a la cara, quizá para evitar que la viera, quizá para camuflar sus gemidos o quizá simplemente para morderla. Mi reacción fue penetrarla y que sintiera mi pene invadir su vagina… no se pudo contener y sabía que era un orgasmo potente, pues al sentirme adentro de ella, su gemido lo escuché más directo, pues había arrojado la almohada mientras con su pelvis correspondía a mis embates al compás de las olas del mar del Pacifico. Me dijo algo que me sorprendió y que por mucho tiempo esas palabras se me vinieron en sueños y en momentos de nostalgia y meditación: Aquella mañana 5 de octubre del 94, viviendo el idilio de un orgasmo, entre palabras quebrantadas o quizá cohibidas, María me decía: ¡Te amo mi amor! – A la vez, escuchado sus gemidos, de sentir como le temblaban sus manos y todo su cuerpo, de sentir su vagina vibrar y mi pene deslizándose en ese entrar y salir de tal exquisita caldera, no pude más y me dejé llevar por esa luz brillante y exquisita que me hizo tocar el cielo por unos segundos y María recibió mi descarga apretándome con sus manos la espalda y con un susurro que todavía tenía los efecto de la excitación y su leve gemido: ¡te amo mi amor!

Me pareció gracioso como con los minutos, cuando ya nos habíamos relajados, María se levanta tomando una sábana y se envuelve en ella, como evitando que la mirara desnuda y se encierra en el baño a ducharse y le echa llave a la puerta. Sale igual, envuelta en toallas y me levanto ante ella desnudo y hago lo mismo y me voy a duchar. No sé, acabamos de hacer el amor, de tener esta intimidad, de sentirnos desnudos uno ante el otro, de haberle sentido cada poro de su piel, de escuchar sus gemidos y ser testigo de grandioso orgasmo, María, aun con todo esto, sentía todavía esa pena ante mí. Salí y ella estaba silente, no hallaba que decir, realmente no me hubiera sorprendido no encontrarla al terminar yo mi ducha, pero ahí estaba, envuelta con las toallas viendo por la ventana las olas del mar. La he tomado por sobre la espalda y le he besado el cuello hasta verle como su piel se eriza de nuevo. Nos hemos vuelto a besar… ella no dice mucho y solo continuamos con más besos hasta volver a llegar a la cama. Ella se recuesta en mi pecho, mientras yo estoy sobre mis espaldas apoyando mi cabeza en la almohada. María masajea mi pecho y mi abdomen con sus uñas color verde, no dice mucho, pero cuando rompe el silencio con su voz clara y tímida me pregunta algo que en realidad debí intuir: ¿Tony puedo? -No sabía a qué se refería su pregunta, pero sus manos se habían acercado a mi pene que se mantenía aun pasivo después de haberle dejado ir una tremenda descarga a esta linda chica. Obviamente le dije que ella podía hacer lo que quisiera.

Me tomó del pene con una de sus manos y comenzó a masajearlo hasta llevarlo a la erección, la cual no tardo mucho, pues creo que, a mis 27 años, era la época “prime” de mi sexualidad. Ya con cierta experiencia y con la potencia de conllevar un maratón de 7 u 8 corridas en un solo día si era necesario. Y créanme, que cuando uno le tiene tanta hambre o deseo a alguien, uno hasta con los testículos secos sigue follando, aunque realmente ya se siente hasta tortura cuando uno quiere eyacular. María se deslizó entre las sabanas y entre besos tímidos llegó hasta donde le esperaba mi pene completamente erecto, pues mientras ella lo masajeaba con su mano, este había levantado la sabana como cuando el mástil levanta la carpa de un circo. Ella lo comienza a besar delicadamente y tomó su tiempo para introducirlo entre sus labios. Se tomó todo el tiempo que quiso solo rozando su boca y pasando su lengua sobre mi glande, lo cual me hacía comer ansias, pues quería sentir como las paredes de su boca y sus labios atrapaban completamente mi verga hirviente. Quise destaparla, quitándole la sabana de encima para poder ver cómo me hacía tan delicado y fascinante oral y ver su lindo rostro haciéndolo. La verdad que María era muy linda a sus 21 años era una combinación del rostro de la actriz de novelas Sandra Echeverría y el cuerpo de la puertorriqueña Roselyn Sánchez; María realmente era una delicia. No me permitía que le quitara la sabana, me decía que sentía pena. La dejé que siguiera y poco a poco aquello fue tomando un ritmo de semi lento a un ritmo constante sin llegar a ser agresivo. No sé si se dio cuenta, pero la sabana se deslizó sola, y pude ver ese movimiento de su cabeza con todo su cabello suelto haciendo tan increíble felación.

La interrumpo para decirle: María, estoy a punto de venirme. Ella solo hace una pausa para responder: ¡hazlo! – Cambia su posición sin hacer pausa en tan divina felación y ahora queda ante mi dónde puedo ver su bello rostro y veo todo el tronco de mi pene lleno de saliva y puedo sentir como se ha escurrido por el canal de mis nalgas. Puedo ver que en su boca solo le cabe la mitad de mi pene y la otra mitad me lo aprieta con una de sus manos. Se lo vuelvo anunciar y ella acelera ese succionar y masaje con su boca y siento el espasmo por mi espalda, mis piernas se aflojan y le dejo ir mi segunda descarga. La segunda, si no es tan fluida como la primera, todavía veo como mi esperma le inunda su linda boca. María continúa mamando mi pene, hasta que este toma de nuevo esa posición pasiva. Se levanta nuevamente envuelta en las toallas y se va al baño a asearse haciendo gárgaras y cepillándose los dientes. Esta vez no le ha echado llave y aprovecho para darme una breve ducha.

Cuando regreso, nuevamente la veo a la par de la ventana, escuchado el oleaje y viendo un día tan despejado y brillante de este mes de octubre. Le he besado los labios y nos volvemos a comer a besos. Le he ofrecido un trago de whiskey, pues en la hielera he divisado estas pequeñas botellas y al principio María lo rehúsa, pero insisto y ella termina aceptándolo. Ya han pasado las dos horas acordadas, pero creo que ella no ha venido aquí por cumplir un compromiso, comenzaba a intuir que algo más pasaba, que realmente aquella chica sentía algo por mí. Lo podía sentir en sus besos, en cómo se había entregado esa mañana. No le quise recordar que ya habían pasado las horas acordadas y entre mi brazos la he cargado para llevarla de nuevo a la cama envuelta en sus toallas y con los efectos de un trago de whiskey, quizá en ayunas. La he puesto acostada por sobre su estómago y yo sentado a un lado de ella, comienzo a besarle el cuello por sobre su espalda, mientras mis manos intentan despojarle de las toallas.

Mirar ese cuerpo tendido en la cama en esa posición era una delicia aparte. Sus muslos definidos, sus curvas balanceadas, el olor de su piel, esos vellos microscópicos amarillentos al besar su espalda y que se magnificaban al llegar a la curva exquisita de sus glúteos era un ensueño. Recorrí mi lengua de punta a punta, la cual me hacía recordar una canción cuyo título creo que es ese: de punta a punta. Ver como se le achinaba la piel, como era ese tímido respirar y un gemido tenue, el cual se interrumpió cuando mi lengua quiso invadir el canal de sus nalgas, pues María reaccionó diciendo: ¿Qué haces? -le recordé también de forma breve: -Comerte, hacer contigo lo que yo quiera. -le dije. Le invadí sus nalgas con mi lengua y fue cuando María dio un gemido para asimilar la potencia del placer, como una forma de aplacarlo porque no se sentía libre expresarlo, o que alguien más se diera cuenta que gozaba con todo aquello. Me he hundido por largos minutos masajeándole el ojete a esta chica colombiana, hasta ver como su conchita se derretía de la excitación. De vez en cuando olvidaba la pena y arqueaba su columna elevando sus glúteos, como en una invitación para confrontar mi lengua en su ano. Era una delicia ver como se le erizaban los poros y aquellos vellos microscópicos color de oro se electrizaban como los pelos de un gato emocionado.

Mi verga estaba erecta en su máxima potencia con el deseo de penetrar este hermoso culo de ensueño. No sabía hasta el momento si iba a ser rechazado, pero me conformaba con haberlo saboreado, de haber hundido lo más que pude mi lengua en su ojete y saber cómo sabía y olía el culo de esta preciosa y escultural mujer. En esa zona, el cubrecama estaba empapado de los jugos vaginales de María y de mi saliva. Sus jugos eran gruesos, espesos como la miel y diáfanos como el rocío de las mañana en una flor. Su olor me atraía, me embriagaba, me excitaba. Me fui por sobre su espalda y le puse mi glande entre sus nalgas. María se quedó callada y yo con mi boca le mordiscaba alguno de sus lóbulos. Quería que mi liquido pre seminal le lubricara aún más su ojete, que sintiera mi miembro en toda su extensión entre y sobre sus nalgas, esperando en cualquier momento María protestara y le pusiera un alto. No ocurrió así, se ha quedado callada y gimiendo levemente al preámbulo del placer anal. Su objeción nunca llegó.

En la misma posición, ella acostada plana sobre su estómago, solo abro sus piernas para tener acceso a su rico culo, le he apuntado a su ojete y sé que ella tiene miedo… me lo anuncia el temblor de su mano que toca una de mis piernas. Lo empujo con mucho cuidado para que abra camino y María asimila excitadamente esta invasión. Con mi mano ayudo a empujar y para que mi glande no tome otro rumbo… y poco a poco siento como su anillo me aprieta el glande como queriendo rechazarlo… sigo intentando porque sé que no puedo dejar escapar esta oportunidad, quiero estar, aunque sea unos segundo adentro, sentir que por lo menos mi cabeza del pene estuvo ahí. Lo he intentado por minutos sin ser agresivo y con toda la paciencia del mundo y es cuando le digo que se ponga de perrito o en cuatro. Pienso que no aceptara, pero me sorprende que se acomode en la orilla de la cama y me ofrece ese espectáculo de mirar ese rico culo así… la verdad que es una delicia ver las curvas de esta divina mujer. Nuevamente apunto he intento penetrarlo… parece que entra y la sostengo y mi glande ha desaparecido, puedo sentir el anillo de su ojete apretando mi glande. Ella solo jadea y solo dice: ¡Tony, por favor ya no te muevas!

No recuerdo cuantos minutos pasaron, pero eventualmente lentamente y centímetro a centímetro toda mi verga desapareció en el culo de esta linda chica hasta sentir que mi pelvis chocaba con los músculos macizos de esta bella caleña. Hice que elevara su pierna derecha poniendo su pie sobre la cama y sin mucho movimiento le comencé a masturbar frenéticamente su conchita y golpeteando su pulsante e inflamado clítoris. Fue María la que surgió con sus movimientos pélvicos al sentir tal excitación. Comencé a pompearle con mis 24 centímetros su rico culo y cuando hacía pausas, lo hacía para poder volver a chaquetearle su conchita y clítoris… tres o cuatro rondas así y sucumbió al placer y un potente orgasmo que le electrifico toda la espalda y toda el alma. Nuevamente me sorprendía con sus palabras: ¡Tony, mi amor! – Eran tan agresivos sus movimientos pélvicos en ese vaivén de ella recibir y yo que recibiera, y le llené su rico ano con una corrida espectacular y creo que, para mí, la mejor corrida de aquella faena para el recuerdo. Pocas veces recuerdo una corrida así… solo la podría comparar como cuando uno se viene por primera vez… Una sensación desconocida, duradera que hasta sentí un choque eléctrico en mi frente. María dejó de gemir y una vez recuperada la compostura le he sacado mi verga de su ano y una mancha blanca cayó de su rojizo ano.

Nos fuimos a bañar y esta vez lo hacíamos juntos bajo la regadera. Nos enjabonamos el uno al otro sin decir palabra, nos seguimos besando y para ese entonces, a mis 27 años, una ducha me hacía recuperar de nuevo la potencia y bajo el vapor de esa agua caliente, en posición de perrito María volvía a sentir otro orgasmo monumental. En aquella ocasión creo haber eyaculado unas siete veces y quizá María sintió el cosquilleo de una misma cantidad o quizá uno más que yo. La faena había comenzado a las 9 de la mañana y sin sentir el tiempo, me preparé en dejar el motel. Ayudé a María a vestirse y ya no lo hacía con aquel hermoso vestido verde olivo, pues ella llevaba otra vestimenta y le ayudé a ponerse un bikini negro, con un pantalón corto de color beige. Le ayudé con su sostén y blusa negra, espere que se hiciera una cola en su larga cabellera, se maquilló un poco, me miró y me dijo: -He cumplido mi palabra. Realmente nunca pensé pasar un momento así con esta chica… lo fantaseé, pero mi fantasía era aun reducida a como realmente pasó. Nunca imaginé que María se me entregara así y completamente toda. No hubo un poro de su piel que no haya besado, ni orificio donde cupiera mi verga que no haya inundado y realmente quedaba anonadado. Nos dimos uno de esos besos largos como si fueran de despedida final, nos mirábamos y nos dábamos otro… finalmente le pregunté: ¿Podríamos vernos otro día esta semana? – Yo te llamo. -me contestó. Me fui manejando hasta mi casa sin creer que es lo que había vivido, todo parecía un sueño, realmente tenía la magia de un sueño. Esperé por esos días su llamada, siempre estaba pendiente de mi localizador por ver si caía algún número y siempre me entusiasmaba cuando miraba algún número desconocido. Nunca me volvió a llamar.

Un día mi asistente me pone un sobre en mi escritorio y puedo ver su nombre como remitente. Ya han pasado seis meses, es otro año y en los últimos días, he tenido sexo con mi esposa pensando que lo hago con María y créanme que mi esposa era una bella mujer, de eso tengo una certeza completa. Sorprendido y entusiasmado leo la carta, la cual la voy a abreviar porque en realidad eran alrededor de ocho páginas:

Tony, he decidido escribir estas líneas, pues creo que, aunque tú nunca sientas nada por mí, no quiero que tengas esa impresión que tuve sexo contigo simplemente porque perdí una apuesta. La verdad que yo sé más de ti de lo que tú puedes imaginar y aunque intuía que eras casado, lo terminé de comprobar cuando me diste prestado tu automóvil. Quiero que sepas que desde que te vi me gustaste y siempre te comportaste conmigo como buen amigo y eres todo un caballero. Me sorprendió tu propuesta y por un momento me hizo sentir mal. Me ganó mis deseos de mujer y entendí que también tú me deseabas, que no podías ofrecerme otro espacio importante de tu vida, porque simplemente Nadia ocupaba ya ese lugar. Déjame felicitarte, tienes una bella mujer, pero además de bella, parece ser una linda persona y muy inteligente… aun embarazada se miraba preciosa. Si, conocí su oficina y he hablado con ella, pues me hice pasar como un cliente con necesidad de algunos papeles de migración… Tu esposa es una linda mujer.

Es por eso por lo que me di cuenta de que tú eras un imposible y a pesar de que tú tienes los atributos para encantar a una mujer, no me diste ilusiones, nunca tomaste otro tipo de riesgo y tu apuesta, fue una propuesta que en los papeles parecía fácil ganártela. Créeme que nunca hubiera demandado mi premio… no podría haber aceptado tu Mustang clásico. Mas sin embargo me di cuenta de una manera infantil y quizá ilusa, de que esa era la excusa para poder robarle, aunque sea por un momento a esa mujer que creo no se lo merece y que creo siempre llevaré ese sentimiento de culpa. Créeme que mis connacionales me lincharían si supieran que he rezado para que mi Colombia perdiera ese partido… te me metiste en mi mente y comencé a soñar contigo. Nunca un hombre sin ofrecerme nada más que poseerme en una vulgar apuesta, se había metido en mi corazón. La verdad que me siento patética. Tony, no me entregué a ti simplemente por una apuesta, me entregué a ti porque te metiste en mi corazón y la verdad, por más que me cueste decirlo: ¡Te amo!

Quiero que sepas que contigo hice el amor y no solo fue sexo. Quiero que sepas, que has sido el primer hombre en mi vida, que tú me hiciste sentir mujer y que contigo experimente mi primer orgasmo. Siempre dije que recordaría a mi primer novio por toda la vida y en cambio, tú me has dejado marcada porque eres el único que me ha conocido completamente. No sabes como he sufrido con esa ansiedad de quererte hablar, de decirte que te espero en el mismo hotel, pero si claudiqué porque en realidad lo deseaba, realmente no deseo ser la segunda o la amante en turno… eso no me lo perdonaría. Quiero que sepas que esas horas fueron muy especial para mí, y que de vez en cuando las revivo, como creo que lo seguiré haciendo para el resto de mi vida. Tony, que te puedo decir, si hasta me tiemblan las manos y se me engarrotan las piernas de solo recordarlo: me cogiste divino mi amor… no te lo voy a negar. No creo que te vuelva a escribir, tú sabes que eres una tentación y para poder soportarla me tuve que alejar lejos de ti, ahora vivo en el este del país. Te deseo buena suerte y cuida de tu linda mujer… no andes por ahí haciendo de la de las tuyas… que digo. Un hombre tan guapo como tú y yo hablándole de tentaciones cuando yo ya te soy pan comido… También quiero que sepas, que, si algún día llego a tener un hijo, le pondré tu nombre en tu recuerdo.

La carta se extendía a más que eso, pues era más íntima y bien descriptiva, pues los dos saboreábamos los mismos besos y olíamos el olor de nuestro sexo. Y después de 24 años nos hemos vuelto a comunicar. María me encontró a través de estos medios cibernéticos. Es madre de una chica de 20 años de nombre Antonia y sí, le llama Toni, en su género femenino en el idioma inglés, se divorció hacía tres años y hoy cuenta con unos espectaculares 45 años. Se sorprendió cuando le conté que mi esposa había muerto en un accidente vehicular 3 años después de lo que habíamos vivido y es por esa razón que me di cuenta de que lo que había escrito en aquella carta me decía toda su verdad: La había dejado marcada. Al volver a conquistarla y volver a desnudarla para hacerla una vez más mía, al bajar ese pantalón vaquero que vestía, vi por sobre su tobillo un pequeño y único tatuaje que llevaba una fecha en letras de un inglés antiguo y que se miraba era un tatuaje opacado por años pasados: 5 de octubre 1994. -le pregunté qué es lo que significaba la fecha. Ella me respondió con una sonrisa: Esa es la fecha que un hombre casado e infiel, me hizo por primera vez mujer. Le seguí preguntando: ¿Al menos estuvo rica la faena? – ¡La mejor cogida de mi vida! – Ingenuo, su sonrisa me recordaba de ese día de octubre y le volví a decir: – Me haces sentir presión, no sé si voy a poder llenar tus expectativas. -y me dijo con su linda sonrisa: -Si ese muchacho hacía maravillas en la cama a sus 27, te imaginas a ese mismo muchacho por sobre sus cincuenta, con esa experiencia de sus años, ¿qué es lo me espera en la cama hoy?

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